Sabor blanco finés
Crónica de la sexta jornada de la 60ª edición de la Seminci.
La sexta entrega de la Seminci abría con su primera y única mañana soleada, que daba paso a un día donde el cine finlandés era el principal protagonista. Primero, porque se le dedica un ciclo propio; segundo, porque también se le tenía en consideración en otras programaciones. Sin ir más lejos en sección oficial hemos podido disfrutar del último trabajo de Mika Kaurismäki, The girl king, además de un pequeño y simpático cortometraje, Feliz Navidad. La jornada de la mañana se ha completado con la correspondiente dosis de cine patrio que un festival de tanta relevancia como el de Pucela se ve obligado a programar (interesada y desinteresadamente, no crean); como el no siempre tan bien recibido Pere Vilá con su último trabajo La arteria invisible. Y, ¿más allá? Pues actos como la MiniMinci, que sigue llenando el Auditorio Miguel Delibes con miles de niños de Primaria que gritan como locos enfurecidos durante los primeros minutos de la proyección. ¿El motivo? Que un gran número de ellos nunca ha asistido al cine para ver una película. Saquen sus propias conclusiones o limítense a canturrear aquello de The times are a changing, como hemos narrado días pasados. Algo que también se puede extraer de la organización del propio certamen, en el que la Sección Cine y Vino, inaugurada esta misma mañana, no deja de enfrentar a partidarios, para los que se promociona y apoya la gastronomía local, y a detractores, para los que se acaba con la esencia cultural de la Seminci, convirtiéndola en una mera pasarela comercial para gente con poco o nulo conocimiento cinematográfico. Teniendo en cuenta las palabras de Fernando Trueba en la conferencia impartida en la Universidad de Valladolid: «Considero el cine español como ‘artesanal’, y lo prefiero al término de ‘industria’; es más humano», quizás un evento de tanto peso como Seminci, y sobre todo, con la trayectoria que tiene, debería tomar nota y centrarse (exclusivamente) en lo importante: el séptimo arte. Lo demás es relleno.
LA ARTERIA INVISIBLE
L’artèria invisible, Pere Vilà Barceló, España / Sección Oficial.
La premisa del libro (El peatge) en el que se basa último trabajo del realizador catalán Pere Vilá es sencilla: por un lado, un político que aspira a ser alcalde, sufre falsas acusaciones de abuso sexual por parte de una joven prostituta que se propone extorsionarlo. Por el otro, su mujer, Carme, obsesionada con tener un hijo y cansada del tedio que la provoca su día a día. Un argumento que, sin embargo, no arranca hasta la hora de metraje. ¿Qué ha estado ocurriendo hasta entonces? Un juego de ausencias, de silencios y de abandonos. Una serie de tiempos muertos medidos y disociados los unos de los otros que permiten al espectador acercarse al universo emocional de los personajes. No se trata de comprender, se trata de sentir, de empatizar, de ahondar en todas las circunstancias que llevan al detonante, creando así un cine muy humano en el que los caracteres valen más que la historia.
Pero lo sorprendente es que la innovación no acaba ahí, sino que una vez dicho esto, a Vilá no le interesa en absoluto lo que hay dentro, prefiere alejarse del conflicto y no ponerle cara (la cinta no tiene ningún contraplano); desarrollar la ambigüedad dejando claro que esta no es una película de respuestas, sino de interrogantes. Somos testigos de todo lo que ocurre sí, pero solo de una manera parcial. El fuera de campo constante en los momentos clave fija toda la atención en la arquitectura del marco y en la puesta en escena de la secuencia. Y, cuando por fin se nos permite ver, la descontextualización es tan grande, que hace que la imagen no nos aporte más que una sensación, como es el caso de las escenas sexuales, en las que los cuerpos desnudos son deseencabezados porque siendo coherente con el tono, el rostro, el espejo del alma, no merecen la atención. El microscopio sirve para fijar el detalle, nos quedamos con lo humillante, con el dolor y con la suciedad sin que exista la necesidad de comprobar la expresión del otro. Un frío y calculador juego que sabe golpear si se está dispuesto a seguir las normas.
Porque es difícil escapar del tono pesimista del filme, el cual no deja pasar la luz bajo ninguna excusa para ninguna de las dos parejas de personajes, tanto la formada por Àlex Brendemühl y una maravillosa Nora Navas que es probable vuelva a repetir galardón; como la de la joven pareja interpretada por Joana Vilapuig y Álex Monner. En ninguno de los casos parece haber salida que conduzca a la felicidad, víctimas unos de una pasión agotada que parece que nunca existió, y los otros de unas circunstancias vitales que son vistas como imposibles de solucionar (ligera contextualización de nuestra realidad), que acaban degenerando en violentas conductas hacia el ser querido. El amor, en todo caso parece querer decir el catalán, es un arma peligroso y voluble. [80/100]
THE GIRL KING
Mika Kaurismäki, Canadá, Finlandia / Sección Oficial.
El retorno del eterno hermanísimo, el cual muchos no saben que existe, después de su paso hace un par de ediciones con la mediocre Tie pohjoissen. En The King Girl el cineasta finés disecciona a un personaje histórico, la Reina Cristina de Suecia (una de las tres únicas mujeres que están enterradas en el Vaticano), en una historia que lejos de encuadrarse en hechos históricos concretos, pone el zoom en las relaciones y conflictos de unos personajes bien construidos, exhibiendo problemáticas tradicionales como la prohibición de la homosexualidad, la represión eclesiástica y el poder de la iglesia, luterana en este caso, o las presiones familiares por el poder.
La desconocida Malin Buska, que sin duda habrá encontrado fuente de inspiración en otras intérpretes como Greta Garbo o Liv Ullman, quienes también se pusieron en la piel de Cristina en La Reina de Suecia (1933) y Abdicación (1974), soporta con tino el peso de la película. Es ella, como decimos, la encargada de llevar el eje narrativo, y, gracias a que su personaje está bien articulado y es atractivo, la obra puede defenderse de los prejuicios típicos que suelen portar los filmes de época. A esto hay que añadir, a su vez, que la concreción de problemas de magnitud universal se centre en roles específicos, como, por ejemplo sucede con la relación homosexual (la condesa), la ciencia, la religión y la modernidad (una réplica perfecta de Descartes) o el controvertido tema de la secesión (el apuesto noble). De este modo, gracias a que el contexto general se deja de lado, los sentimientos pueden asumir el protagonismo y hacer que un relato sea interesante a pesar del desconocimiento de una época y nación que tan lejana nos es.
Sin embargo, y aunque por momentos se intenta innovar creando situaciones que rompan con los convencionalismos —como la maravillosa escena de cópula encima del códice—, una fría realización, deudora del estilo alemán de los noventa (Kaurismäki estudió cine en Múnich), solventa por el camino sencillo la gran mayoría de bonitas dificultades que se pudieran haber planteado, dotando a la obra de un tono de telefilme del que parece conscientemente querer huir en todo momento, gracias a detalles más cinematográficos (que no siempre funcionan) como primeros planos en momentos oportunos o arriesgadas decisiones estilísticas. Una oportunidad perdida aunque no del todo desdeñable. [55/100]
TIKKUN
Avishai Sivan, Israel / Sección Oficial.
Por mucho, la mejor cinta de la Seminci. Haim-Aaron es el protagonista de esta historia, un estudiante ejemplar y un practicante acérrimo de la religión ultraortodoxa, que sin que nadie se lo espere, sufre una mañana un accidente en la ducha del que quedará inconsciente. El equipo de urgencias del hospital será incapaz de reanimarlo y, como consecuencia. será dado por muerto; hasta que el padre, en un instante de divina desesperación, realiza todos los ejercicios de primeros auxilios que conoce hasta que logra milagrosamente despertar a su hijo, para incredulidad colectiva de los que se apoyan en la religión y los que se sirven de la ciencia. Pero Haim-Aaron retorna de forma diferente. La finitud vital y la desconexión respecto a su creador durante el momento de agonía lo llevan a ver la vida de otra manera, surgen las necesidades de experimentar, de colmar cualquier tipo de apetito. Tras ello, decide dar un imprescindible paso dejando de lado la fe, cerrando los ojos (de la razón) para observar, a diferencia de su pequeño hermano, al Sol (símbolo platónico del bien, la verdad y la belleza) y apreciar su ser sin sentir dolor alguno.
El ritmo, desafiadamente lento, sabe conducir la intriga por medio de situaciones imprevisibles que enganchan por su morbosidad, logrando inclusive a arrancar sonrisas incómodas. Tikkun técnicamente atrapa, con planos inmóviles y silenciosos que funcionan como celdas de cuyo interior es imposible escapar. Se pausa la búsqueda de todo elemento ajeno y exterior, (se trada de descubrir, no de ver), se amplifican determinados sonidos y pone sobre el tapete un estudio a conciencia de la imagen-pulsión deleuzniana a través de distintos elementos que impiden retirar la vista de la pantalla: insectos, sangre, cadáveres de vacas recién asesinadas o un primer plano de una vagina que se abre para deleite de la incomodidad por una parte, y del deseo de ver (no sexualizado) de la otra. El sexo, la gran represión religiosa por antonomasia, es el cierre del círculo: la carne (fría o caliente), la mortalidad, el orgasmo y la excitación como puntos prohibidos de una línea imposible de evitar. La poesía está presente en todo momento, el simbolismo también, porque este renacer desmembra la personalidad del padre, quien delirará con la muerte del propio hijo, un judío más arrojado a los cocodrilos del Nilo, como liberación que le permita evadirse del castigo divino que cree le ha sido reservado por ser el responsable del extraño comportamiento de su hijo. ¿Y qué significa el título? Tikkun toma su nombre del término rectificación, palabra utilizada en el judaísmo para referirse a aquellas almas que regresan al mundo de los vivos para corregir algún asunto pendiente de su vida pasada antes de ir al más allá. El descubrimiento de un mundo del que, empero, es imposible anular la inconsciente represión religiosa que acaba conduciendo, una vez satisfecha la necesidad, a la previsible inmolación. En definitiva, el radicalismo proyectado de forma elegante y etérea. Una joya. [90/100]
Álvaro Martín
© Revista EAM / Enviado especial a la 60ª edición de la Seminci