Caminos comunes
Crónica de la tercera jornada de la 60ª edición de la Seminci.
Nos gusta la Seminci, queremos Seminci, y adoramos a Ana Martín, esa señorita (sé que si fuera hombre no pondría señorito, perdóneme Bordieu) a la que el resto de la prensa lava la ropa porque se encarga con profesionalidad de repartir las acreditaciones para los, adivinen, acreditados. Gracias a gente como ella, y a ese maravilloso Punto de Encuentro (barra libre) para la prensa, se olvidan, momentáneamente, los desatinos de una programación porosa. Sí, que muchas obras vienen de Cannes, dirán los especialistas, pero cualquiera lo diría, ateniéndose a ese tono grisáceo que acompaña a la mayoría de cintas. Y, aunque las facilidades que otorga la organización hagan de la Seminci una experiencia acogedora, no hay que olvidar que una vez que llega el primer fundido a negro poco importan los agasajos. Dejémonos, por tanto, de convencionalismos, pasemos por alto el gran detalle de que nos hayan invitado como prensa a uno de esos cócteles especiales y vayamos al asunto cinematográfico.
NAHID
ناهید, Ida Panahandeh, Irán / Sección Oficial.
Comenzamos con una obra dura, reflexiva, que repite los axiomas del cine social persa: madre iraní en situación delicada con hijo rebelde-adolescente, a la que se unen un exmarido drogadicto y una actual pareja con la que no acaba de fluir el amor (bienvenidos a la realidad de conveniencia), todo enmarcado en un contexto político-social extremo. Una antítesis de una rueda de prensa posterior que se atizaba a la exagerada demagogia de autores como Jafar Panahi. La circunstancia es que Nahid muestra exactamente lo contrario, y de una manera errónea… Porque se nos presenta una serie de personajes masculinos que bordan el arquetipo de esta temática, dibujados con simpleza. Algo que denota falta de creatividad, de identificación hacia el sexo opuesto, y una simplificación errónea que sorprende al tener a una mujer como directora del proyecto. Y sería injusto (demasiado) decir que estamos ante una mala película, que no desarrolla su trama de forma eficiente. Porque sí, es cierto que la obra funciona y hace algo más que dejarse ver, pero acaba derivando en zonas comunes que no aportan nada al género. La apatía acaba abriéndose paso, reino de la indiferencia que rompe hielo para instaurarse en una narrativa excesivamente cruel y degradante que no termina de provocar malestar y que a efectos prácticos resulta anecdótica. El instrumento del tercer observador que desvela la realidad gracias a la cámara queda demasiado simple y tópico, al menos para un nivel como el que se espera. [50/100]
DÉGRADÉ
Arab Nasser, Tarzan Nasser, Palestina / Sección Oficial.
La presentación palestina del festival, un collage enclaustrado en una peluquería en la franja de Gaza a la que por desgracia no le faltan los típicos elementos (interculturales clichés) de ascensor averiado: novia que espera amante, mujer borde, fundamentalista y, cómo no, embarazada a punto de dar a luz. Un cóctel explosivo, y, hemos de decir, bastante bien realizado, tanto a nivel de planificación y ritmo, como de dirección de actores que, sin embargo, remarca en exceso sus puntos fuertes. Porque, como inusual punto de partida de corte experimental (un solo escenario y, en teoría, tiempo cronológico), cumple a la perfección su papel, en todos los sentidos: creíbles personajes, buen desarrollo de acontecimientos y una brillante resolución de puesta en escena en un escenario diminuto. Empero la sensación de agobio, de tedio y abatimiento llega de forma previa a la que propone la intención. Porque sí, la futura atmósfera de aprisionamiento que se intuye progresiva se desvela, de forma involuntaria, a los pocos minutos de empezar el filme, en los cuales queda claro que las circunstancias están a años luz de ser agradables, marcando, a fuerza de punzón la determinación de unos personajes que permanecen atados al momento y lugar más por fuerza que por construcción. Se podía criticar la situación de dominio y genocidio israelí, pero no de una manera tan obvia como para sentir que nos están golpeando la cara con un guante constantemente. La evidencia puede llegar a ser repetitiva hasta el hartazgo. Porque una sociedad dominada por mujeres sería más pacífica y amable que una dominada por hombres (claro contraste de denuncia de patriarcado de manual, león incluido), y sí, la religión, sea cual sea, es un absurdo que merece ser criticado, parece decirnos bien claro el filme. Innecesaria lección pedagógica que derrite la originalidad de su propuesta en un abrir y cerrar de ojos, transformando la fuerza en pequeñas explosiones controladas que diluyen el conflicto al marcarlo rítmicamente de una manera demasiado consciente. No fluyen así la espontaneidad ni la claustrofobia, sino el artificio que no causa incertidumbre, solo una sonada indiferencia que a pesar de todo se proyecta como inusual. [55/100]
Álvaro Martín
© Revista EAM / Enviado especial a la 60ª edición de la Seminci