Despedida a Maureen O'Hara
El cielo de Hollywood continúa apagándose. Una de sus estrellas más relucientes de su época clásica y dorada ha dejado de brillar este sábado 24 de octubre a los 95 años. Maureen O´Hara (Ranelagh, Irlanda, 17 de agosto de 1920) fue mucho más que una esplendorosa belleza, coronada por una característica melena pelirroja. Desde muy temprana edad demostró unas excelentes aptitudes para el deporte, aunque, afortunadamente, su destino estaría encaminado hacia el arte de la interpretación, entrando a cursar sus estudios, con 14 años, en el prestigioso Abbey Theater. En aquel periodo, Maureen se reveló como una gran voz (renunció a ser cantante de ópera), completada, además, con un hábil dominio de la danza. Sin duda, estábamos ya ante una artista completa como pocas, cuya primera gran oportunidad llegaría de la mano del productor Erich Pommer y del actor Charles Laughton, que, tras presenciar un fallido casting de Maureen, quedó impresionado por el magnetismo de aquella joven y la convenció para que firmara un contrato de siete años con Mayflowers Pictures. En 1939 obtuvo sus dos primeros papeles importantes en Posada Jamaica, a las órdenes del mismísimo Alfred Hitchcock, y desempeñando el rol de la gitana que enamoraba a Quasimodo en Esmeralda, la zíngara (William Dieterle), una de las versiones más famosas de la obra de Victor Hugo. Cuando parecía que su carrera comenzaba a orientarse hacia los musicales de la RKO, se produjo el encuentro con una figura que sería clave en la vida profesional de la actriz: John Ford. La obra maestra ¡Qué verde era mi valle! (1941), ganadora de 5 Oscars —incluyendo el de mejor película— fue tan solo la primera de las cinco películas que director y actriz rodarían en común. Las otras fueron el western Río Grande (1950); la deliciosa comedia romántica, genuinamente irlandesa, El hombre tranquilo (1952) —tal vez su papel más recordado— ; y los dramas militares Cuna de héroes (1955) y Escrito bajo el sol (1957). En todas ellas compartió cartel con su gran amigo John Wayne, formando una de las parejas artísticas con más química de la Historia del Cine.
Mujer temperamental y de fuerte carácter, Maureen O´Hara no se conformó con ser la típica heroína romántica a la que aspiraba la mayoría de actrices de su generación, siempre a la sombra del galán de turno. Dio rienda suelta a su vena más aventurera en clásicos del calibre de El cisne negro (Henry King, 1942), Los piratas del mar Caribe (Frank Borzage, 1945), Los hijos de los mosqueteros (Lewis Allen, 1952) o La isla de los corsarios (George Sherman, 1952), dando vida a una mujer pirata junto a un ya maduro Errol Flynn. Esta tierra es mía (Jean Renoir, 1943), Débil es la carne (John M. Stahl, 1947), Un secreto de mujer (Nicholas Ray, 1949) o Lady Godiva (Arthur Lubin) sacaron una faceta más dramática en la que también supo desenvolverse con maestría. La navideña De ilusión también se vive (George Seaton, 1947) —acompañada por John Payne, su pareja en cuatro cintas—, Niñera moderna (Walter Lang, 1948) o la producción Disney Tú a Boston y yo a California (1961) dejaron constancia de que el de la comedia tampoco era un género que se le resistía, siendo su última aparición cinematográfica en Yo, tú y mamá (Chris Columbus, 1991). Trabajó para los mejores cineastas en todo tipo de géneros en los que siempre estuvo a la altura, siendo el del western con el que más se le acabó asociando. A él volvió, emparejada de nuevo a John Wayne, en las crepusculares El gran McLintock (Andrew V. McLaglen, 1963) y El gran Jack (George Sherman, 1971), donde, a falta del genio de John Ford tras las cámaras, fue la química entre la pareja protagonista su mayor atractivo. La industria de Hollywood trató de enmendar con un Óscar honorífico a toda su carrera, entregado en 2015, el imperdonable error de no haberla tenido en cuenta jamás en sus nominaciones, a pesar de haber demostrado con creces ser una artista polifacética. Tal vez no obtuviera premios relevantes a lo largo de sus más de 60 años de impecable trayectoria, pero lo cierto es que la actriz irlandesa pertenecía a esa irrepetible estirpe de estrellas clásicas que, combinando talento a raudales con una poderosa presencia, supieron ganarse el respeto y el cariño de diferentes generaciones de cinéfilos. Guerrera, seductora, romántica, sufridora, pero siempre carismática, Maureen O´Hara fue la reina del Technicolor, que supo sacar el máximo partido de sus enormes ojos verdes y una sonrisa que enamoraba, así como de ese encendido cabello al viento que la acabaría convirtiendo, por siempre, en nuestra pelirroja favorita.
José Antonio Martín León
© Revista EAM / Madrid