La revolución en la mirada
crítica de Loubia Hamra (Narimane Mari, 2013).
Una de las constantes cuando se habla de cine que proviene de cinematografías lejanas o ajenas es que hay que educar la mirada para lograr acercarse y disfrutar de la propuesta. Las diferencias culturales, las distintas tradiciones narrativas o los escenarios y su simbología pueden requerir de un esfuerzo extra por parte del espectador foráneo. Se trata, pues, de poner el foco de la mirada en el patio de butacas. Sin embargo, hay un mirada anterior: la posición del cineasta ante su historia constituye el punto primario de observación de esa realidad captada en pantalla. Llámese mirada, puesta en escena o actitud frente a la historia, la «educación de la mirada del espectador» no es más que la capacidad por parte de este de asimilar, decodificar y encontrar puntos de confluencia con la mirada del director. Y para ello es indispensable acudir a la sala de cine sin prejuicios ni demasiada información sobre quién está detrás de lo que vemos ni qué ha ocurrido antes de que el proyector se pusiera en marcha. De este modo, deberíamos reivindicar con más ahínco la desaparición de las fronteras fílmicas y olvidarnos de si la película es surcoreana, etíope o colombiana para disfrutar de esa visión del mundo que nos ofrece un cineasta independientemente de su proveniencia. Todo esto viene a colación de la ópera prima de Narimane Mari, Loubia hamra. La película retrata a través de los ojos de la infancia la situación política e histórica de Argelia, pero la amplitud de su mirada resuena en cualquier conflicto bélico, en cualquier revuelta, en cualquier país del mundo.
Una tarde cualquiera en una tranquila playa un grupo de niños pasa las horas jugando en el mar, durmiendo, cantando, corriendo… Su despreocupada vida da un vuelco cuando deciden que es el momento de formar parte de una guerra con ecos del pasado, de un conflicto de hace más de medio siglo, cuando el ejército argelino luchaba contra el colonialismo francés y la Organización del Ejército Secreto. De repente, se convierten en una manada. Su diminuta fuerza como individuos se transforma en el tremendo músculo que representa su unión. Pero su fuerza no es solo física, sino también de pensamiento: entienden sus carencias, discuten sus necesidades, identifican su objetivo. La manada se rebela contra su opresor. Mari articula su película explorando la fábula desde la narratividad cinematográfica. La cámara se convierte en una más del grupo y los colores, las sombras y la música se van alternando como formas de representación del cuento en imágenes. Hay, con todo, un punto de experimentación plástica y transgresora. El maltratador/opresor se representa a través de un adulto con una máscara de cerdo. Los ritmos de la percusión africana se diluyen con la música electrónica. Las batallas se representan con sombras chinescas. Pero todos estos despuntes formales apuntalan y cincelan una puesta en escena dirigida a la recreación de esa fábula cinética.
«La grandeza de Loubia hamra reside en el rico y poderoso subtexto que encierra su concatenación de escenas. Desde la historia del colonialismo francés en suelo argelino hasta la reciente primavera árabe, la cinta guarda el ADN de toda revolución popular».
Pero sería demasiado injusto centrarse en los aspectos más superficiales. Sin desdeñar el acertado envoltorio en que se nos presenta, la grandeza de Loubia hamra reside en el rico y poderoso subtexto que encierra su concatenación de escenas. Desde la historia del colonialismo francés en suelo argelino hasta la reciente primavera árabe, la cinta guarda el ADN de toda revolución popular. Desde el germen a la acción hasta el vacío del día después, Mari retrata el devenir de cualquier grupo de seres humanos que alza su voz y dice basta, y puede que por eso el toque de ingenuidad y valentía que representa la niñez y la fábula le vengan como anillo al dedo. La cinta se podría definir con etiquetas y clichés del tipo cine político, cine social, cine experimental, cine en libertad, cine metafórico… y todas tendrían parte de razón, y a la vez serían tremendamente injustas porque esconderían lo que realmente consigue: ser todo ello sin ni siquiera pretenderlo desde la humildad de quien coloca la cámara en la honesta mirada de su verdadero protagonista, el pueblo encarnado en la piel de la infancia. Por todo ello, no debemos caer en el error de considerar Loubia Hamra como un simple ejercicio impresionista inalcanzable y localista, pues no se trata de otra cosa más que de plasmar en imágenes el cuento de la realidad revolucionaria que habita tras la retina de los niños. | ★★★★ |
Víctor Blanes Picó
© Revista EAM / 63ª edición del Festival de San Sebastián
Ficha técnica
Argelia, 2013. Loubia Hamra. Dirección: Narimane Mari. Guión: Narimare Mari. ProducciónAllers-Retours Productions, Centrale Électrique, Andolfi: Fotografía: Nasser Medjkane. Música: Etienne Jaumet, Cosmic Neman, Zombie Zombie. Fotografía: Nasser Medjkane. Reparto: Adlane Aïssani, Amir Nourine, Bilal Azil, Chems-Edine Boudjema, Feyçal Ould Larbi, Ghania Aïssani, Housseim Eddine Chatouani, Haïtem Hala, Kawtar Bakir, Madjid Bouabdellah, Mounir Laïb, Mohamed Brahimi, Nassim Brahimi, Nedjmeddine Benarafa, Rehab Bakir, Rabah Issam Hadj Aïssa, Yacine Bennour, Samy Bouhouche, Michel Haas, Narimane Mari, Olivier Luce, Zahra Laïb.