La certeza sólo se halla en las matemáticas
crítica de La verdad (Truth, James Vanderbilt, 2015).
Cuando se hace mención al científico alemán Albert Einstein, quizás el hombre más importante del siglo XX, las asociaciones mentales llevan, entre otros temas, a pensar en la Teoría de la Relatividad, una compleja fórmula y, empero, conocida por prácticamente todo ser humano alrededor del globo terráqueo. Una de las aplicaciones de esta teoría se daba en la denominada paradoja de los gemelos, que parte de una premisa muy sencilla y a la vez muy compleja: dos hermanos gemelos sincronizan sus relojes y posteriormente se despiden. Uno de ellos se ha subido a un transbordador espacial y viaja fuera del planeta a la velocidad de la luz. Pues bien, al regresar, este comprobará cómo no solamente su reloj está atrasado, sino también su hermano ha envejecido ostensiblemente más. Dejando de lado algunos cálculos según los cuales la paradoja puede resolverse más cómodamente en la Teoría de la Relatividad General, podemos llegar humildemente a una conclusión que pueda ser comprendida por todos. El tiempo no transcurre de manera unívoca; es relativo, según el punto de vista del observador. Esta cuestión, como muchas otras de difícil medición objetiva también se aplica a un concepto tan abstracto como La Verdad. Más allá de los datos contrastables por el ámbito de la Historiografía —sujeto a suspicacia y debate—, encontramos que la verdad acerca de los sucesos se ajusta, de igual modo, según el punto de vista de quien la observa.
Quien se empeñe obcecadamente, hasta el extremo, en demostrar una teoría, hallará numerosos instrumentos y vías que corroboren, por más inusitado que parezca, los datos que se pretende probar. Este asunto es precisamente el que aborda Truth (2015), película con un título que invita a la ambigüedad. El encargado de dirigirla es James Vanderbilt, quien inicia aquí su carrera como cineasta. Puede que el nombre no resulte familiar, pero para tratar de una manera profunda este filme hay que tener en cuenta que Vanderbilt, a pesar de ser un neófito en la dirección, lleva a sus espaldas un holgado currículum como guionista, entre cuyos trabajos destaca la excelente Zodiac (2007) —una de las mejores obras de David Fincher—. Teniendo en cuenta este particular antecedente, no resulta tan inusual encontrar su mano en esta densa historia, que aborda los acontecimientos reales, sumamente complejos y de una ambigüedad moral elevada, acaecidos en los Estados Unidos durante el año 2004. Muy cerca de las elecciones presidenciales en las que finalmente acabaría reelegido el republicano George W. Bush, la productora de informativos de la cadena televisiva CBS Mary Mapes halló, gracias a una fuente periodística, unos documentos oficiales, con fecha de principios de los años setenta, en los que se evidenciaba el mediocre desempeño como oficial del ejército de, precisamente, el propio presidente, en su juventud. Mapes decidió ahondar en este tema, llevando su investigación hasta las últimas consecuencias y presentándola en formato de docu-reportaje en el programa en el que trabajaba, 60 minutes. Tras una larga y complicada búsqueda, las conclusiones indicaban la autenticidad de las sospechas acerca de los tratos de favor, gracias a los cuales Bush construyó, desde su juventud, la carrera política que lo llevaría al Despacho Oval de la Casa Blanca y al dominio del devenir de la Historia Mundial.
«'Truth' tiene la virtud de llevar al espectador a un plano en el que se pueda preguntar cuán legítimo es intentar llegar al conocimiento último y cómo gestionar las dificultades y ambigüedades presentes en esta búsqueda de lo absoluto».
Tomando estos hechos verídicos como base, se nos presenta en Truth a una Mary Mapes interpretada por Cate Blanchett —doblemente oscarizada y con una trayectoria intachable—, quien asume el difícil reto de sustentar absolutamente todo el filme. Protagonista absoluta, la actriz australiana no solamente es el principal elemento, centro gravitatorio junto al veterano Robert Redford; además, su presencia encarnando a la periodista estadounidense que destapó las vejaciones de Abu Ghraib nos lleva de la mano en la investigación de una historia que resulta interesante precisamente por mostrársenos desde sus ojos, su perspectiva personal. Mapes moviliza a un equipo de cinco personas, entre las que se incluye un coronel del ejército retirado —al que da vida Dennis Quaid en un papel digno de mención en su, por lo demás, irregular trabajo actoral—, con la intención de poner en tela de juicio la rectitud moral del mandatario estadounidense. Y cada decisión que toma, cada fuente que investiga, apela a la valoración ética del espectador. ¿Es imparcial este trabajo periodístico? Cuando el reportaje se emita en televisión y pronto comience a resquebrajarse su andamiaje argumentativo, debido a incisivos comentarios de páginas web en internet y contra-investigaciones del partido Republicano, tachándolo de fraude, se presentará la duda de si este es un asunto objetivo e independiente o acaso tiene implícita también una vertiente de opinión política. Y, en tal caso, ¿sería condenable entonces? Aristóteles afirma que todo hombre es un animal político. La soberbia interpretación de Blanchett, la cual nos lleva a plantearnos estas incógnitas, ofrece una reflexión muy interesante sobre la autonomía de los medios de comunicación y su responsabilidad en el modelo social de pensamiento.
Para narrar hechos de tal complejidad y dotar a la protagonista de la profundidad necesaria, Vanderbilt consiguió escribir un guion sólido —adaptado del libro de memorias de la propia periodista Truth and duty: The press, the president and the privilege of power—, hecho principalmente al servicio de los actores y actrices presentes. Y resulta más que correcto el resultado final obtenido. La calidad del reparto se completa con el anteriormente mencionado Redford, quien da vida al curtido presentador de noticias Dan Rather, una figura que exhibe la rectitud moral y búsqueda de independencia informativa, así como la vulnerabilidad de su rol como instrumento simbólico sin poder de decisión, estando sujeto a la directiva de la cadena de televisión. Parte de la importancia del argumento de Truth recae en cuáles son las consecuencias personales en los protagonistas, provocadas tras el cuestionamiento de la integridad de este reportaje, sobre todo teniendo en cuenta la época de campaña electoral, en la que estaban depositados muchos intereses, algunos poco éticos, causando sospechas de teorías de conspiración. Del mismo modo, tanto la carrera laboral de Mapes como la de Rather caerán en paralelo a la veracidad de la investigación, en caso de no ser capaces de confirmarla, llegando casi a su eliminación del panorama profesional. Más allá de la propia película, no brillante pero sin duda recomendable, con reminiscencias a grandes títulos como Todos los hombres del presidente (All the president’s men, Alan J. Pakula, 1976), —donde, por cierto, también aparecía el propio Redford—, Truth tiene la virtud de llevar al espectador a un plano en el que se pueda preguntar cuán legítimo es intentar llegar al conocimiento último y cómo gestionar las dificultades y ambigüedades presentes en esta búsqueda de lo absoluto. Los elementos contradictorios puedan acaso derribar su existencia, y en este caso habrá de preguntarse acerca de la independencia —o no— de la fuente de estos elementos y la motivación a la que responden. Y cualquier obra que suscite un pensamiento metacinematográfico, que despierte la reflexión posterior y remueva la conciencia, merece la pena. | ★★★ |
Para narrar hechos de tal complejidad y dotar a la protagonista de la profundidad necesaria, Vanderbilt consiguió escribir un guion sólido —adaptado del libro de memorias de la propia periodista Truth and duty: The press, the president and the privilege of power—, hecho principalmente al servicio de los actores y actrices presentes. Y resulta más que correcto el resultado final obtenido. La calidad del reparto se completa con el anteriormente mencionado Redford, quien da vida al curtido presentador de noticias Dan Rather, una figura que exhibe la rectitud moral y búsqueda de independencia informativa, así como la vulnerabilidad de su rol como instrumento simbólico sin poder de decisión, estando sujeto a la directiva de la cadena de televisión. Parte de la importancia del argumento de Truth recae en cuáles son las consecuencias personales en los protagonistas, provocadas tras el cuestionamiento de la integridad de este reportaje, sobre todo teniendo en cuenta la época de campaña electoral, en la que estaban depositados muchos intereses, algunos poco éticos, causando sospechas de teorías de conspiración. Del mismo modo, tanto la carrera laboral de Mapes como la de Rather caerán en paralelo a la veracidad de la investigación, en caso de no ser capaces de confirmarla, llegando casi a su eliminación del panorama profesional. Más allá de la propia película, no brillante pero sin duda recomendable, con reminiscencias a grandes títulos como Todos los hombres del presidente (All the president’s men, Alan J. Pakula, 1976), —donde, por cierto, también aparecía el propio Redford—, Truth tiene la virtud de llevar al espectador a un plano en el que se pueda preguntar cuán legítimo es intentar llegar al conocimiento último y cómo gestionar las dificultades y ambigüedades presentes en esta búsqueda de lo absoluto. Los elementos contradictorios puedan acaso derribar su existencia, y en este caso habrá de preguntarse acerca de la independencia —o no— de la fuente de estos elementos y la motivación a la que responden. Y cualquier obra que suscite un pensamiento metacinematográfico, que despierte la reflexión posterior y remueva la conciencia, merece la pena. | ★★★ |
Luis Enrique Forero Varela
© Revista EAM / Barcelona
Ficha técnica
Australia, Estados Unidos. 2015. Título original: Truth. Director: James Vanderbilt. Guión: James Vanderbilt. Fotografía: Mandy Walker. Música: Brian Tyler. Duración: 121 minutos. Productora: Sony Pictures Classics / RatPac Entertainment / Echo Lake Entertainment / Dirty Films. Montaje: Richard Francis-Bruce. Diseño de producción: Fiona Crombie. Diseño de vestuario: Amanda Neale. Intérpretes: Cate Blanchett, Robert Redford, Topher Grace, Dennis Quaid, Elisabeth Moss, Bruce Greenwood, Stacy Keach, John Benjamin Hickey. Presentación Oficial: Festival Internacional de cine de Toronto 2015.