La épica del vértigo
crítica de Everest (Baltasar Kormákur, 2015).
A nadie resulta extraña, a estas alturas, la fabulosa capacidad del cine para nutrirse para sus películas de escalofriantes historias verídicas en las que sus protagonistas tuvieron que vérselas con los azotes de la climatología extrema o la naturaleza en su estado más salvaje para conseguir salir con vida. Sobre muchos de estos relatos de supervivencia ante la adversidad que ponen de manifiesto ese sobado dicho de que la realidad supera a la ficción, Hollywood ha sabido construir sendas reconstrucciones que, respetando la memoria de quienes no salieron con vida, ensalzan los valores más heroicos del ser humano y muestran hasta qué punto éste es capaz de sobreponerse a las mayores dificultades. Pero, para qué engañarnos, el cine también es entretenimiento y los guionistas reconocen a la legua cuándo una historia tiene potencial como espectáculo. Así, títulos como ¡Viven! (Frank Marshall, 1993) —sobre la odisea de los supervivientes de un accidente aéreo en los Andes en 1972—, La tormenta perfecta (Wolfgang Petersen, 2000) —con los tripulantes del pesquero Andrea Gail enfrentados a la mayor tormenta de 1991— o Lo imposible (Juan Antonio Bayona, 2012) —una familia separada por la fuerza del tsunami que asoló la costa de Tailandia en 2004— consiguieron conjugar con acierto la faceta espectacular del relato con la parte más humana y dramática. A este grupo de cintas vendría a sumarse la reciente Everest (2015), para la el cineasta islandés Baltasar Kormákur —asentadísimo en el cine americano gracias a éxitos como Contraband (2012) y 2 Guns (2013), ambas a mayor gloria de Mark Wahlberg— ha contado con todos los medios técnicos —formato IMAX y 3-D— y humanos puestos a su alcance para trasladar en imágenes, con todo lujo de detalles, un suceso que conmocionó al mundo del alpinismo.
El Everest, montaña que ostenta el récord de ser la más alta del mundo gracias a sus impresionantes 8.848 metros de altura, ha supuesto, desde comienzos del siglo pasado todo un reto para los amantes de la aventura y el riesgo. Edmund Hillary y Tenzing Norgay fueron las primeras personas en coronarla allá por la década de los cincuenta, y, desde entonces, muchos han sido los alpinistas que se han desplazado hasta ese enorme monstruo de roca y nieve del Himalaya con la intención de repetir aquella gesta, dejándose, en muchos de los casos, la vida en el intento. Everest narra uno de los episodios más negros ocurridos en la cordillera del Himalaya, sucedido entre el 10 y el 11 de mayo de 1996, cuando dos expediciones se vieron sorprendidas en lo alto de la montaña por una sucesión de devastadoras tormentas de nieve. La historia de la lucha por la supervivencia de aquellos hombres y mujeres que, en su afán por pasar a la Historia, pusieron en peligro sus vidas, tenía, sin duda, sustancia suficiente como para edificar una buena película en torno a ella. 55 millones de dólares han sido el presupuesto del que se ha valido Kormákur para plasmar en imágenes una odisea donde la montaña tiene un papel que va mucho más allá que el de simple escenario, convirtiéndose en un auténtico monstruo, silencioso e ingobernable, que estalla con ira contra los escaladores que pretenden llegar a su cima.
«Aparte de un excelente filme de aventuras, Everest no descuida las pequeñas historias humanas que se esconden tras cada personaje, no limitándose a presentar los arquetipos unidimensionales propios del cine catastrófico».
La magnífica fotografía de Salvatore Totino le hace justicia, especialmente desde esos impactantes planos aéreos que dejan constancia de su belleza y majestuosidad. La música de Dario Marianelli, absolutamente maravillosa, acompaña a la perfección a cada imagen, acentuando tanto los momentos épicos como los más íntimos. Y es que, aparte de un excelente filme de aventuras, Everest no descuida las pequeñas historias humanas que se esconden tras cada personaje, no limitándose a presentar los arquetipos unidimensionales propios del cine catastrófico. Un guion a seis manos que recoge informaciones de varios libros sobre la tragedia (entre ellos uno escrito por el periodista John Krakahuer, testigo directo de los hechos) acierta de lleno a construir un relato pormenorizado de la misma, que destina la mitad de su metraje a la presentación de aquellos desdichados aventureros y los primeros simulacros de ascenso. Esta primera mitad de Everest habla de sueños por realizar, de cómo un proyecto de estas características es capaz de hermanar a personas de diferentes personalidades y llegadas desde todas las partes del globo, y de las diversas motivaciones que les lleva a emprender semejante cruzada. Dentro de un reparto sin mácula, destaca poderosamente la humanidad que desprenden los trabajos de Jason Clarke como Rob Hall, el líder de uno de los grupos, y de John Hawkes como Doug, un tipo que ve en ésta una última oportunidad de conseguir alcanzar la cima del mundo y convertirse en símbolo para los alumnos de su escuela. Se trata de una obra muy coral, con muchos personajes y tramas paralelas que, en su mayoría, están bien aprovechadas.
A pesar de lo grandilocuente de la historia que cuenta y de la espectacularidad de sus escenas más arriesgadas —temibles avalanchas, accidentados pasos a través de puentes kilométricos, un helicóptero que desafía las leyes de la gravedad en una de las escenas más adrenalínicas, todos los aspectos lúdicos de la propuesta están cubiertos generosamente—, Everest termina encontrando su verdadera fuerza dramática en los primeros planos de sus actores, desde los de un notable Josh Brolin metido en la piel de uno de los miembros más tozudos de la expedición, a esa sobresaliente Emily Watson —único personaje femenino de auténtica enjundia— que, radio en mano, trata de devolver a los alpinistas al campamento sanos y salvos. Al lado de la última ganadora del Premio Donostia quedan más en evidencia los pobres recursos de Sam Worthington o lo poco explotado que está en esta ocasión un Jake Gyllenhaal con piloto automático. Everest esquiva con inteligencia el sentimentalismo fácil, manteniéndose dentro de una sobriedad que solo se ve enturbiada por alguna ligera concesión en forma de llamadas telefónicas a las sufridoras esposas que con tanta profesionalidad sacan adelante Keira Knightley —¡qué bien llora esta chica!—y Robin Wright, ambas conscientes del esquematismo de sus roles. En definitiva, la película cumple perfectamente como entretenimiento de calidad, anteponiendo el realismo al exceso de acción sin sentido, resultando una experiencia audiovisual casi tan grande como la misma montaña, que mantiene a lo largo de sus dos horas al espectador con el corazón en un puño y, en más de una ocasión, se permite, incluso, el lujo de conseguir emocionarlo —maravilloso plano final que nos remite a aquel de Tommy Lee Jones contemplando la Tierra desde la Luna en Space Cowboys (Clint Eastwood, 2000)—. | ★★★★ |
José Antonio Martín León
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos / Reino Unido/ Islandia. 2015. Título original: Everest. Director: Baltasar Kormákur. Guión: Lem Dobbs, Justin Isbell, William Nicholson. Productores: Nicky Kentish Barnes, Tim Bevan, Liza Chasin, Eric Fellner, Evan Hayes, Brian Oliver, Tyler Thompson. Productoras: Cross Creek Pictures / Universal Pictures / Walden Media. Fotografía: Salvatore Totino. Música: Dario Marianelli. Montaje: Mick Audsley. Reparto: Jason Clarke, Josh Brolin, John Hawkes, Jake Gyllenhaal, Emily Watson, Michael Kelly, Sam Worthington, Keira Knightley, Martin Henderson, Robin Wright, Elizabeth Debicki, Naoko Mori, Chris Reilly, Justin Salinger, Mia Goth.