Hijos de la guerra
crítica de Beasts of No Nation | Cary Joji Fukunaga, 2015.
Decía Jorge Drexler en su canción Milonga del moro judío que «la guerra es muy mala escuela, no importa el disfraz que viste». Es una frase que resume muy bien el sentimiento que inspira Beasts of No Nation. La andadura del pequeño Agu (Abraham Attah) como niño soldado a través de un país desangrado por el conflicto bélico es justamente eso: una terrible escuela de la muerte, en la que un crío encantador, travieso y lleno de vida aprende a ser un asesino mecánico, despiadado, vacío. El trabajo del jovencísimo Attah es modélico en ese sentido: su transformación de chavalín de las calles simpático y algo gamberro en una carcasa humana que se mueve por pura inercia, al tiempo que mata y se droga, no sólo resulta escalofriante en su verosimilitud, sino que es, lisa y llanamente, una de las mejores interpretaciones de este año. Máxime cuando tiene enfrente a un Idris Elba pletórico, en la que es la actuación más compleja de su carrera hasta el momento, por encima incluso del John Luther que le dio fama y fortuna. Elba, también productor de la película —o al menos eso dicen los créditos—, tiene a su cargo un personaje que mezcla en dosis desiguales carisma, temor y repugnancia. Un Fagin de la guerra que se aprovecha de criaturas que apenas entienden lo que sucede a su alrededor para organizar su propio escuadrón de asesinos, prometiéndoles, a cambio de su sumisión, la venganza por los suyos y la llegada a un mundo nuevo, creado a su (salvaje y psicopática) medida. En muchos aspectos, el Comandante no es sólo un jefe militar; es también el líder de una auténtica secta, con sus ritos de iniciación, sus mantras y sus creencias. Una horda de fanáticos que vaga por la jungla africana dispuesta a cualquier cosa con tal de congraciarse con él.
Agu es quien nos guía a través de esta travesía por el horror, sus pensamientos y su confusión reflejados en una narración en off que no se nos antoja la voz de un niño. Porque a Agu le han robado no sólo la infancia, sino la vida entera. Su experiencia no lo convierte en un adulto antes de tiempo; lo lleva a un estado salvaje, sin la inocencia de la infancia ni los mecanismos de defensa de la madurez. La guerra, que se coló poco a poco en su hogar sin que él pudiese evitarlo, se va filtrando también en todos los resquicios de su mente, pervirtiendo incluso sus recuerdos más queridos, aquellos que tienen que ver con su familia. La guerra, que todo lo destruye, termina también con la humanidad en el sentido más amplio de la palabra. Una guerra que nunca termina porque, de hacerlo, quienes la lideran perderían toda su razón de ser. Aquellos que, como el Comandante Supremo, se esconden tras la seguridad de una mansión limpia y lujosa, con trajes, ayudantes y comida. Él, que no tiene problemas en sacrificar lo que hace falta para beneficiarse y salvar su propio pellejo, es la prueba de que siempre hay un escalafón más que da las órdenes, que es la fuente de la corrupción, la miseria y el horror. Para Agu, sus días de niño soldado sí llegan a terminar. Pero eso es todo. ¿Cómo volver a ser sólo un niño después de tantas atrocidades? Si bien el final de Beasts of No Nation deja cierto margen a la esperanza, también deja claro que ese monstruo siempre formará parte de él; quizá llegará a aceptarlo, incluso, con el tiempo, a hacer las paces con sigo mismo, pero nunca podrá dejarlo atrás.
«Beasts of No Nation es una película poderosa, capaz de arrastrar al espectador fuera de su zona de confort sin por ello resultar burda ni efectista, que retrata un problema endémico que el primer mundo ha elegido ignorar, con un nivel de detallismo que hubiese sido imposible en un producto de gran estudio».
Si Attah y Elba son dos elementos indispensables para el filme, el verdadero pilar sobre el que ésta se construye es, sin duda, Cary Joji Fukunaga. Beasts of No Nation no se entiende sin el cineasta californiano, que ejerce aquí como director, guionista, productor y director de fotografía. Después del éxito desbordante de la primera temporada de True Detective, Fukunaga vuelve al cine y, en cierto modo, al territorio de su primera película, Sin nombre (2009). El periplo de Sayra, la chica protagonista de aquella, tiene ciertos puntos de contacto con el de Agu: la separación de la familia, el conflicto, el camino hacia delante que se antoja interminable, la violencia, la muerte. A la hora de reflejar esa violencia, es de agradecer que Fukunaga haya optado por esquivar el morbo fácil, ahorrándole al espectador imágenes efectistas y desagradables que en buena medida hubiesen reducido el impacto de algunos de los momentos más potentes del metraje. Eso no significa que evite ni uno sólo de los horrores de la situación; no sólo la violencia física, también la psicológica, la drogadicción, los abusos sexuales y, siempre planeando por encima, el recordatorio constante de que quienes están perpetrándolo todo son niños. Escenas como el bautismo de sangre de Agu, que no por suceder mayoritariamente fuera de plano resulta menos aterradora, se suceden con los momentos en que vemos a los niños jugando entre ellos, casi se diría que ignorantes de la terrible contradicción que eso supone. Y, por encima de eso, la voz en off de Agu, no como narrador, sino como ventana a los pensamientos del pequeño, a su deshumanización y a sus dudas de poder volver a ser, algún día, una persona normal. Todos esos elementos, que podrían resultar efectistas en según qué manos, los presenta Fukunaga con un notable equilibro, con elegancia incluso. Es una lástima que no sepa rematar el trabajo, dando lugar a unos últimos quince o veinte minutos un tanto tediosos, en los que los acontecimientos se precipitan sin que quede muy claro por qué, y a una resolución atropellada y algo falta de enjundia. Un epílogo interruptus, para entendernos.
«Beasts of No Nation abre una nueva y valiente vía para hacer cine».
A pesar de ello, Beasts of No Nation es una película poderosa, capaz de arrastrar al espectador fuera de su zona de confort sin por ello resultar burda ni efectista, que retrata un problema endémico que el primer mundo ha elegido ignorar, con un nivel de detallismo que hubiese sido imposible en un producto de gran estudio. En manos del “gran Hollywood”, Beasts of No Nation hubiese sido algo muy distinto, si es que hubiese llegado a ser en absoluto. Por desgracia, el horror de los niños soldado es algo que no vende cinematográficamente, a no ser que sea para poner al héroe americano de turno a ejercer de salvador del mundo. El que Beasts of No Nation haya nacido de Netflix nos ahorra todo eso; permite que Fukunaga haya hecho la cinta que quería hacer y abre las puertas a una nueva forma de hacer cine, donde los creadores no tengan que encontrarse con absurdas restricciones a su trabajo en función de obtener una calificación por edades que permita al estudio de turno reventar las taquillas a costa de lanzar productos infumables. Un cine que esté dirigido a un público de más de 15 años, que permita ir más allá del blockbuster de la semana sin tener que verse restringido a las salas de arte y ensayo y a desaparecer de cartelera en menos de una semana. En ese sentido, Beasts of No Nation es un pequeño milagro en estos días de pirotecnia de colorines, secuelas sin fin y remakes nostálgico-tontorrones. Esperemos que no sea el último. | ★★★★ |
Judith Romero Esquerra
© Revista EAM / 59º London Film Festival
Ficha técnica
Estados Unidos, 2015. Título original: “Beasts of No Nation”. Director: Cary Joji Fukunaga. Guión: Cary Joji Fukunaga (basado en la novela de Uzodinma Iweala). Productores: Cary Joji Fukunaga, Amy Kaufman, Riva Marker, Daniela Taplin Lundberg. Productoras: Red Crown Productions / Participant Media / Come What May Productions / New Balloon. Presentación oficial: Festival de Venecia 2015. Fotografía: Cary Joji Fukunaga. Música: Dan Romer. Vestuario: Jenny Eagan. Montaje: Peter Beaudreau, Mikkel E.G. Nielsen. Dirección artística: Miles Michael. Reparto: Abraham Attah, Idris Elba, Ama K. Abebrese, Opeyemi Fagbohungbe, Richard Pepple, Grace Nortey, David Dontoh.