En tránsito
crítica de Amama (Asier Altuna, 2015).
Por mucho que en ocasiones lo olvidemos, venimos de un país eminentemente rural. Hace apenas medio siglo que la sociedad española y su conjunto de valores se medía por la cantidad de tierras que uno poseía, o por la cantidad de callos que poblaban las manos. Parece que aquello forma parte del pasado, pero cambiar todo un sistema de principios es un proceso mucho más largo. Las miserias y la dureza de la vida rural, el éxodo del campo a la ciudad y el abandono paulatino del los pueblos ha tenido un protagonismo irregular en la filmografía española. Cintas como Tasio, de Montxo Armendáriz, o Furtivos, de José Luís Borau, nos mostraban con maestría esa exigente vida en el campo; la excelente Surcos, de José Antonio Nieves Conde, posiblemente una de las pocas películas españolas que podría considerarse claramente neorrealista, es el mejor ejemplo del tránsito del interior a la urbe, que ha sido tratado con menos gracia en las comedias cañís de los años 60 y 70; la magistral El cielo gira, de Mercedes Álvarez, puede que sea la mejor representante de la escasa producción alrededor del abandono y envejecimiento de los pueblos que se ha acentuado en las últimas décadas. Por el contrario, en demasiadas ocasiones el medio rural ha sido simplemente el escenario donde ocurría una acción ajena a sus ritmos, un paisaje idílico donde situar la historia, y la tensión entre este y lo urbano siempre se ha tratado de soslayo (como, por ejemplo, en Volver, de Pedro Almodóvar) y nunca desde un prisma de cambio generacional, de inquietudes y de principios dentro de una misma familia. Sin embargo, nuestra sociedad ha estado marcada por un intenso tránsito entre un mundo y otro, entre la asimilación de unos nuevos valores y la acomodación de los antiguos en ellos. Resulta sorprendente como, estando marcados por esta idiosincrasia, no encontremos en nuestra filmografía más cintas que exploren esta transmutación de lo antiguo a lo nuevo, de lo rural a lo urbano, desde un punto de vista a la vez realista y poético. Amama es la película que nos faltaba. Asier Altuna nos proporciona una pieza clave de nuestra historia (pasada y actual) que necesitábamos para entender quiénes somos, de dónde venimos y hacia adónde vamos.
Ambientada en un caserío del País Vasco (una zona donde la tensión entre el campo y la industria es más latente si cabe), Amama retrata a través de la historia familiar y el enfrentamiento entre padre (Tomás) e hija (Amaia) la abrupta transición entre lo visceral y lo intelectual, entre lo orgánico y lo racional, en definitiva, entre la tierra y el cerebro. En el segundo largometraje de ficción del director vasco, superstición, tradición y familia se dan la mano para convertir el arraigo en un elemento perturbador que marca a fuego nuestro destino. Amama es una película de dicotomías, de dos mundos colindantes: uno lucha por sobrevivir y el otro por abrirse paso. «El mundo de mi padre cabe en los lindes del caserío», sentencia Amaia. Un mundo a tres colores, los que se asignan a cada hijo al nacer y que marcan su fortuna: rojo para el heredero, blanco para el vago y negro para el rebelde. En el mundo de Amaia, sin embargo, caben todas las tonalidades y su naturaleza la empuja a buscar justo en su familia un modo de entender el futuro que quiere elegir. El mundo de Tomás se comunica mediante el trabajo y las palabras escasean. El mundo de Amaia se comunica a través de la sensibilidad artística. Todo tiene dos lecturas diametralmente opuestas. De este modo, el simple hecho de querer arrancar un manzano puede significar caer en el insulto (casi en la herejía) al pasado y a la tradición o la posibilidad de vivir la vida de manera más práctica. El deber del campo frente a la libertad del individuo. Esta sinfonía temática de fuerzas opuestas necesitaba canalizarse a través de una puesta en escena que combinara inteligencia, riesgo y lirismo. Asier Altuna da en el clavo con su propuesta. Ante todo, lo que consigue colocar a la cinta a otro nivel semántico es su arriesgado planteamiento formal. Por encima de cualquier otra definición, estamos frente a una película cuyas potentes imágenes buscan la evocación poética que hurgue en el significado de lo que acontece. Unas imágenes que le permiten ir más allá del relato ortodoxo de una fricción social y familiar para reflexionar sobre la profundidad de ese cambio de paradigma, ramificando su discurso hacia otros temas como el papel de la mujer, la fuerza de la naturaleza o la (in)comunicación generacional.
«Amama es pura poesía en imágenes. Un verso libre en el que riman todas y cada una de sus estrofas en continua tensión».
La película se abre con una de estas imágenes poderosas: el nieto corre por el bosque llevando a cuestas a su abuela (la amama del título, interpretada por la primeriza actriz de 83 años Amparo Badiola, capaz de expresar en su intensa mirada y su rostro silente el peso de todas las generaciones pasadas). Altuna condensa así en la primera escena todo el significado de la película, y avisa que su propuesta se va a mover en el terreno de la metáfora. Así, conforme avanza la cinta, su tono se va adentrando en la alegoría, pero cuanto más poética se torna, su discurso emana de manera más orgánica. Y lo hace gracias a las inquietudes artísticas de Amaia, que van creciendo fotograma a fotograma. La introducción de escenas más propias del video-arte, de la fotografía o la pintura, ayudan, por un lado, a canalizar la visión de un mundo cambiante a través de una mirada inquieta y sensible; por otro lado, invitan a pensar el cine y el arte como un modo de expresión y reflexión sobre estos cambios, un modo de cristalizar nuestras obsesiones e inseguridades para enfrentarnos a un pasado que no nos es ajeno: a un pasado que ha conformado lo que somos. De este modo, consigue que su poética trascienda la simple vacuidad impostada y apunte a multitud de reflexiones que explican y reinterpretan el conflicto entre lo nuevo y lo viejo. No resulta extraño, pues, referirnos a Amama como pura poesía en imágenes (no en vano, la cinta está inspirada en el poema Maite zaitut ez, de Kirmen Uribe). Un verso libre en el que riman todas y cada una de sus estrofas en continua tensión. Definitivamente, estamos ante uno de los ejercicios más potentes de estilo que encontramos en el cine reciente español.
«Amama reivindica a través de un excelente ejercicio de forma y estilo que hay que encontrar la manera de asumir y convivir con lo que hemos sido al mismo tiempo que continuamos nuestro camino hacia delante, para así conservar el nexo y conseguir que el desarraigo no acabe con nosotros».
Amama es cine del que cala, repleto de imágenes que se adhieren a la retina y retumban enmarcadas en una atmósfera en ocasiones luminosa y viva, como el campo en primavera, y en otras tenebrosa y asfixiante, como el grisáceo bosque otoñal. Es difícil desprenderse de su retórica sin que sus poderosas evocaciones nos hagan preguntarnos cuestiones tan básicas como nuestra propia existencia. Y lo consigue porque la actitud de Altuna es imparcial. El director renuncia a adoptar el punto de vista de uno de los protagonistas: aunque al principio vemos el conflicto a través de lo ojos de Amaia, pronto cambia su perspectiva y nos enfundamos en la piel de Tomás. Este punto de vista basculante permite que ambos hablen un diálogo de tú a tú. La confrontación del espectador actual con el pasado es más dura y directa, porque el mundo que representa Tomás nos parece lejano y carente de sentido. Sin embargo, la cinta aprovecha la tesitura en la que se encuentra Amaia para reivindicar la necesidad de no romper la cuerda que todavía nos une con las virtudes y la sabiduría del pasado, y ahí es donde la producción artística cobra sentido. El director guipuzcoano consigue sortear el juego maniqueo del pasado obsoleto y el futuro brillante para poner de relieve los dos mundos en la cohabitación transitoria de un cambio de tendencia. Amaia y nosotros mismos somos como fantasmas deambulando por un limbo donde es imposible establecer las fronteras entre lo que fue y lo que será, entre un pasado y un futuro que se conjugan a la fuerza en presente. Amama reivindica a través de un excelente ejercicio de forma y estilo que hay que encontrar la manera de asumir y convivir con lo que hemos sido al mismo tiempo que continuamos nuestro camino hacia delante, para así conservar el nexo y conseguir que el desarraigo no acabe con nosotros. Lo único que nos queda es continuar avanzando, pero debemos tener claro que cuando dejemos el pasado atrás, no está de más mirar por el retrovisor el camino andado, para nunca perder la perspectiva de nuestras raíces, aquellas que nos han empujado a emprender el viaje. | ★★★★★ |
Víctor Blanes Picó
© Revista EAM / 63ª Festival de San Sebastián
Ficha técnica
España, 2015, Amama. Dirección: Asier Altuna. Guión: Asier Altuna con la colaboración de Telmo Esnal y Michel Gaztambide. Producción: Txintxua Films. Fotografía: Javier Agirre Erauso. Montaje: Laurent Dufreche. Música: Javi P3Z y Mursego. Dirección artística: Mikel Serrano. Presentación oficial: Sección Oficial 63ª edición del Festival de San Sebastián. Reparto: Iraia Elias, Kandido Uranga, Klara Badiola, Ander Lipus, Amparo Badiola, Nagore Aranburu.