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    Cine Alemán Siglo XXI

    Festival de San Sebastián 2015 | Día 1. Críticas: Regresión, Truman, One of us & Pikadero

    Alejandro Amenábar en el Festival de San Sebastián

    Delirio mítico-tifónico

    Crónica de la primera jornada de la 63ª edición del Festival de San Sebastián.

    La 63ª edición del Festival de San Sebastián ha despertado en una mañana casi otoñal. El frío instalado en las primeras horas no ha abandonado durante todo el día al público que se agolpaba en los aledaños de las salas habilitadas. La expectación y la ilusión tenían demasiado vigor como para dejarse vencer por el termómetro y algunas gotas. Alejandro Amenábar es un imán al que pocos se resisten. El estreno mundial de Regresión ha provocado largas colas y aun muchas más opiniones divididas. Público versus crítica. Ya saben de antemano quién es la ganadora. El director de origen chileno muestra su lado más irreconocible, privado de estilemas o marcas de autor. Regresión es un trabajo B para el público más convencional y cuyo recorrido comenzará y terminará en la Península Ibérica. Otra muesca siamesa más para el catálogo del género. Evidentemente, romperá el Box Office; su único objetivo, por otra parte. Una vez más, la apertura del SSIFF es una oda al cine comercial más resultadista. El partido a partido de Diego Pablo Simeone convertido en herramienta de planificación artístico-cinematográfica.

    Por suerte, aparecían en la Sección Oficial y Perlas dos joyas con el marchamo de clásicos. La primera, Truman, que abría la lucha por la Concha de Oro, es una bellísima historia de camaradería, sutil, empática y llena de veracidad. La séptima obra de Cesc Gay huye de los habituales grilletes dramáticos y se entrega a su público de forma honesta. Aún es pronto, pero tanto Ricardo Darín como Javier Cámara, ambos todo carisma, son favoritos a la Concha de Plata interpretativa. La segunda es uno de los hitos de Cannes. The Assassin (que estrenará en España Caramel Films), de Hou Hsiao Hsien, Premio a la Mejor Dirección en el evento galo, es todo un prodigio estético y lírico que nos devuelve la esencia de los grandes del cine épico asiático. Sin duda, una de las grandes películas del año que nuestro compañero Alberto Sáez Villarino pudo reseñar tras su paso por Cannes. Como complemento a la jornada, dos visitas al siempre ecléctico apartado de Nuevos Directores. ¿El balance? Cara, por suerte. One of us y Pikadero, cada una con sus modestos recursos, dejan un buen sabor de boca, como el primer día del Donostia Zinemaldia.

    «The Assassin revela la maestría de un director en la cima de su carrera, un ejercicio histórico que se mueve reflexiva y suavemente con un vaivén que oscila entre lo esotérico y lo bélico, tratando de testimoniar la difícil lucha de una mujer por encontrar su camino lejos de las delimitaciones que le han sido establecidas [...]».


    Regresión

    REGRESIÓN

    Regression, Alejandro Amenábar, España / Fuera de competición.
    por Emilio Martín Luna.

    Los diez minutos que abren Regresión marcan el camino que seguirá el filme y que jamás abandonará. Las primeras sentencias, contextualizadoras, y que subrayan que estamos ante un hecho real, tienen su continuación en la rueda de prensa posterior a la proyección encabezada por Alejandro Amenábar y su productor ejecutivo, Paolo Vasile. El dueño de Mediaset no dudó en recalcar que «son una cadena generalista que hace cine para todos los públicos», una aseveración que tratándose de un thriller psicológico sobre el satanismo en la América profunda de los noventa resulta clarificadora. De este modo, el filme se define así mismo de la forma más rápida y aséptica posible y sustrae toda la tensión que pudiera transmitir de inicio un producto de este calado. Un guiño para el gran público, ése al que va dirigida Regresión, una inminente máquina de hacer dinero que demostrará que el enlace entre nombres relevantes y un mecenas monopolista es una ecuación (de primer grado, eso sí) ganadora. Poco importa que ésta sea la obra más impersonal de un Amenábar con el piloto automático o un casting poco apropiado —desdibujados Ethan Hawke y Emma Watson— cuyos potentes apellidos se diluyen con cada gesto, tan forzados como insustancial es el resultado final.

    El cineasta santiaguino, como ocurre con otros homólogos en su paso a la primera división internacional, se aleja aún más de sus orígenes con este ejercicio que roza la nulidad por momentos y cuyo mensaje sólo arriba con fuerza en su tercio final. Anteriormente, Regresión pudiera funcionar como un apéndice malformado de la primera temporada de True Detective (Cary Fukunaga, 2014, HBO) o una hermana bastarda de otro auteur venido a menos como Atom Egoyan y su Condenados (Devil’s Knot, 2013). Episodios ficcionados de una realidad latente en algunos de los recovecos del gigante norteamericano: el poder de la fe como arma arrojadiza; la potencia viral que desprende el miedo y la desesperanza. Una temática con numerosas aristas que en Regresión son dibujadas en forma de tópicos y que desembocan en un epílogo tan simple como desolador. Porque el libreto escrito íntegramente por el creador de Los otros o Ágora no va más allá de la fina línea que separa realidad y ficción, ciencia o mística. De tal manera que un segundo visionado echaría por tierra un intrincado débil que funciona como fast-film sin poso ni huella alguna. Amenábar juega a ser Alfred Hitchcock —música de Roque Baños mediante— pero las costuras saltan con cada violín chirriante y la reducción de espacios físicos y lumínicos; un sucedáneo telefílmico bien envuelto cuyo interior está completamente hueco. [30/100].

    Pikadero

    PIKADERO

    Ben Sharrock, España / Nuevos Directores.
    por Miguel Muñoz Garnica.

    Gorka, el protagonista de Pikadero, es un chaval sin demasiadas aspiraciones en la vida. Le vale con que le hagan fijo en la fábrica donde trabaja de prácticas, que el dinero le dé para comprarse un coche, tener un par de críos y, si acaso, un apartamento en la playa. Pero su presente transcurre de manera muy diferente. Entre las horas muertas viendo la tele con su familia, las citas en un bar del pueblo con la chica a la que acaba de conocer, las quedadas con su amigo Iñaki para hablar vagamente de cualquier cosa, y el conflicto principal que vertebra (y da título a) la película: sus intentos de encontrar un picadero (a falta de casa y coche propios) donde esparcir su intimidad con la chica. La actitud de indolencia de Gorka se enmarca, a partir de una serie de lacónicos planos generales, en un paisaje de edificios industriales grisáceos con carteles de “se alquila” o estaciones de tren desangeladas. Todo ello filtrado por un inconfundible color local vasco (está rodada en euskera y ambientada en un pueblo del interior), pero que remite al ánimo colectivo de buena parte de la juventud de un país noqueado por la crisis. Así, Ben Sharrock ha inaugurado la oferta de Nuevos Directores con una obra de una temática muy consecuente con el tono que se espera de la propia sección: un acercamiento a realidades sociales relevantes desde un prisma juvenil e inquieto. Una obra que, en su diagnóstico de la parálisis de parte de la juventud española, conecta con uno de los trabajos más significativos del cine patrio reciente: el cortometraje Pueblo, de Elena López Riera.

    Se trata, por tanto, de la mirada estupefacta ante un estado de desidia y conformismo que congelan todo atisbo de transformación, expresadas en el gesto invariablemente insípido del bueno de Gorka. Pikadero, y he aquí su mayor acierto, canaliza esta estupefacción en un estilo de humor seco que mueve a la risa gracias al detenimiento paciente en ciertas conversaciones típicas y la dilatación de ciertos gestos corrientes de sus personajes cuya exposición prolongada ante la cámara hace que trasciendan su condición de mero detalle caracterizador para desvelar su absurdez. A lo que hay que añadir algunas recurrencias del montaje (como los planos en los que Gorka espera a su tren) que recalcan la monotonía del cuadro. Sharrock las subraya, además, con una fotografía de lacónicos planos generales fijos, construidos con encuadres de simetrías obsesivas, movimientos dentro de plano muy medidos y travellings de ángulo recto que por momentos remiten a los modos de Wes Anderson. Así, pese a que Pikadero deja al aire sus imperfecciones (especialmente en su tramo final, donde esos juegos con la dilatación de detalles pierden el ritmo y se tornan algo tediosos) y su condición de filme con pocas pretensiones, permite adivinar que tras ella hay un director con potencial. [65/100]

    Truman

    TRUMAN

    Cesc Gay, España / Competición.
    por Víctor Blanes Picó.

    ¡Qué complicado resulta construir una película creíble y honesta sobre la enfermedad y la muerte! (Que se lo pregunten a Julio Medem) Pero cuando se posee la delicadeza y el talento de Cesc Gay, puede que todo resulte más sencillo. Truman, la nueva cinta del director catalán, reúne todos los requisitos para ser un melodrama de lágrima fácil: dos amigos de toda la vida, una enfermedad terminal, cuatro días para despedirse y un perro de por medio. El resultado, no obstante, no puede estar más alejado de esta apreciación. Gay, con la ayuda de su guionista habitual Tomàs Aragay, traza una historia que emociona sin caer en recursos machacones muy del estilo hollywoodiense donde los maravillosos diálogos y el estupendo tándem Darín-Cámara (favoritos desde ya para alzarse con la Concha de Plata al mejor actor) son los pilares de su éxito.

    Truman podría considerarse, en cierto modo, como la cara B del estupendo drama Mi vida sin mí, de Isabel Coixet. Julián (Ricardo Darín), enfermo de cáncer, se prepara para afrontar sus últimos días mientras realiza los preparativos para su muerte cuando recibe la visita sorpresa de su amigo Tomás (Javier Cámara), al que hace tiempo que no ve. Solamente la primera escena en la que se reencuentran merece todas las alabanzas por la cantidad de emociones que encierra la sencillez de su planteamiento. El gran acierto de la cinta, y lo que la sitúa a las antípodas de la cinta de Coixet, es su infinita inteligencia para medir cada escena. Gay aporta a cada situación la dosis necesaria (ni una frase más, ni una frase menos; ni una mirada que sobra, ni un gesto mal puesto) de sentimiento y sensibilidad para llegar a conectar de la manera más honesta y veraz: a través de pequeños toques de humor. Y es que Truman es, por encima de todo, una tragicomedia donde todo está medido para no pasar la raya sentimentaloide. La cinta consigue el milagro de que nada aparezca de manera abrupta o forzada, y eso resulta muy complicado cuando se intenta forjar una historia acerca de la naturaleza humana ante la muerte y de cómo nos enfrentamos a las últimas despedidas. Es, en definitiva, una pequeña y delicada joya que, escondida tras su aparente sencillez, se permite tocarnos la fibra sin que nos demos cuenta. Acostumbrados como estamos a esas escenas a las que solo les falta un pequeño cartel que indique «Llore ahora, por favor», la maestría de Gay se erige como un pequeño oasis de vida dentro un desierto de vendedores de humo. [87|100]

    Einer von uns

    ONE OF US

    Einer von uns, Stephan Richter, Austria / Nuevos Directores.
    por Miguel Muñoz Garnica.

    Uno de los planos de la austríaca Einer von uns muestra, con adusta ironía, un estante de un supermercado (donde transcurre buena parte de su trama) en el que hay apilados numerosos bricks de leche con el lema “happy day” impreso en ellos. Las luces del recinto se apagan, y con ellas se cierra la luz del día natural en el que transcurre la acción de la película, que, como el espectador ha podido comprobar, no ha tenido nada de feliz. El director Stephan Richter dedica la mayor parte de sus esfuerzos, hasta este momento, a pintar un fresco amplio de las vidas que transcurren en el citado edificio y sus alrededores. Un grupito de adolescentes que viven sus primeros contactos con el sexo y las drogas, policías de vuelta de todo que rondan la zona, un par de jóvenes ex presidiarios macarras, el ceñudo gerente del supermercado... Sus pequeñas escenas se van sucediendo en un estilo nervioso y cercano a los códigos del drama callejero periférico, pero cuyo montaje juega a mostrar desde un principio su gran elemento de intriga: un flashforward en el que puede verse un cadáver (no identificable por el espectador) en mitad del supermercado.

    Desde esta revelación inicial, Richter va explorando la violencia latente entre los distintos elementos que pueblan el pequeño espacio donde transcurre la cinta, contagiándose a ratos de la estética canalla que tanto parece seducir a Julian, el protagonista adolescente: el hip-hop, el hachís, las peleas, los coches con música a toda pastilla... A la vez que elabora un mensaje crítico con la cultura consumista jugando a contraponer el cromatismo inmaculado de los estantes del súper, acompañado por los incesantes “bips” de las cajas de cobro, con la “suciedad” de las escenas que narran la muerte anunciada, cuyos restos se muestran rápidamente aspirados por una máquina limpiadora en el plano que cierra el metraje. De modo que Richter demuestra capacidad para conferirle ritmo, nervio y un deje de frescura rebelde a su película. Si bien queda lastrada por la superficialidad y el trazo grueso en los que se quedan la mayoría de sus criaturas. Condenadas, por su ambición de erigir un microfresco social, a no pasar de caracterizaciones planas, en las que se adivina a un director con una forma de mirar a sus personajes aún poco madurada. [55/100]

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