Mountains will depart
Crónica de la séptima jornada de la 63ª edición del Festival de San Sebastián.
«¡Cine de vanguardia!». Este grito desgarrado ha retumbado hoy en la sala del cine Trueba de la capital guipuzcoana tras el primer pase de prensa de la película china en sección oficial Back to the North. No es la única declamación a la desesperada que hemos escuchado tras los títulos de crédito en esta edición del festival. Alguien se lanzó a exclamar «¡Poeta!» tras la primera proyección de Amama y «¡Qué peñazo!» al concluir la islandesa Sparrows, ambas también en sección oficial. Hay gente que no se puede contener. Pero hacerlo en una sala de cine, con oscuridad, alevosía y sin firmar, provoca en el resto de la sala ciertas dudas. ¿Cuánto hay de ironía y cuánto de admiración en el grito fervoroso dedicado al director vasco? La respuesta depende directamente de lo que a cada uno de los presentes les haya parecido la obra que acaban de presenciar. A aquellos que les ha encantado, solo podrán entender la palabra poeta como un homenaje apresurado en caliente ante la emoción que desprenden las imágenes. Para aquellos que no les haya gustado, será un grito agónico y mordaz ante el sopor que han provocado unas imágenes impostadas de estética vacía. Así es la cinefilia, señores. Un universo de dos mundos que se reinterpreta a la salida de cada proyección: el compañero cómplice de butaca a quien se la ha caído la lágrima a la par en el pase de las nueve y media de la mañana se pasa al lado oscuro apenas doce horas después, en la película que se presenta por la tarde. A las puertas del cine todo son corrillos, opiniones de aquí te pillo aquí te mato con poca reflexión y mucha valentía que resuenan como losas frente al teatro Principal o el Victoria Eugenia, donde día tras día la prensa tiene el supuesto privilegio de ser los primeros en sentar cátedra sobre una media de 90 minutos de cine.
Ahora que se va acercando el final del festival, uno hasta tiene miedo de leer lo que ha escrito sobre las primeras películas que vio allá por el viernes de la semana pasada, que parece quedar a años luz. Las propuestas presentadas en el festival se han ido asentado poco a poco en nuestro subconsciente, sus imágenes han ido madurando en nuestro cerebro cinéfago y nuevos matices han ido apareciendo allá donde todo parecían sentencias cinceladas sobre piedra, a modo de mandamientos. Y es en este momento cuando uno se sorprende añorando esas tardes de invierno yendo al cine local con su pareja, disfrutando de la película (y hasta de alguna guarrería del tipo de ositos de Haribo o palomitas) y levantándose poco a poco después de los títulos de crédito, sin prisas, gritos ni aplausos, sin corrillos ni voces, tan solo un par de frases que intercambia con su acompañante antes de decidir dónde ir a cenar. Entonces, un par de días después, se produce el milagro. Ya en casa, relajado y en pijama, es cuando las ideas y el reposo dan para una conversación serena y mucho más seria sobre todos y cada uno de los elementos del largometraje en cuestión. Pero el mundo de los festivales es así, no lo he inventado yo. Y tampoco pretendo cambiarlo. Al fin y al cabo, ahí reside gran parte de su magia.
LES CHEVALIERS BLANCS
Joachim Lafosse, Bélgica / Competición.
por Emilio Martín Luna.
«¿Somos cazadores o leones?», se pregunta uno de los protagonistas del nuevo filme de Joachim Lafosse, Les chevaliers blancs (Los caballeros blancos en un riguroso castellano). Una cuestión que permanece durante gran parte del metraje en la mente del espectador. No hay respuesta posible. Lógica, tampoco. Al menos en un país como Chad, donde las armas son las que dictan unos patrones que no entienden de humanidad o solidaridad. Allí opera la ONG Sud Secours, una de las muchas que se dedican a proteger los derechos de los niños huérfanos chadianos. Una misión que se convierte en un reclutamiento, con el apoyo de los líderes de los clanes, que enviará a los pequeños a territorio francés, donde les espera una familia. La diferencia entre el mercadeo y la ayuda humanitaria es una de las muchas disyuntivas que propone el filme de Lafosse, contada cámara en mano, acentuando un tono documental que no cae en ningún tipo de estridencia visual y emocional. Por un lado, se relata el estado de parálisis gubernamental ante este tipo de situaciones, las ONG se convierten en una alternativa indefensa y desprotegida, lastrada por unos recursos mínimos y carente de salvoconducto alguno; por otro, estas no dudan en romper el fino libro de la moralidad si el camino a pertrechar es el directo; y donde también prima el ego y la soberbia, que desnuda a occidente como un mundo más educado pero igual de inhóspito que el infierno centroafricano.
Un crudo detalle representado en la periodista (Valérie Donzelli) afincada en ese limbo de la libertad y la igualdad en medio del desierto chadiano. Llegado el momento de la verdad, cualquier sentencia vale para intentar encontrar salvaguarda. Algo que jamás hallarán la mayoría de niños que intentan transportar clandestinamente al aeródromo más cercano. Es el mensaje que subyace en Les chevaliers blancs: ¿qué pasa con ellos? Desgraciadamente, aquí sí conocemos la respuesta. Así es el juego de cara o cruz al que se enfrenta Jacques Arnaul (Vincent Lindon), un proscrito en guerra con el mundo, paradigma de todo lo descrito con anterioridad. «Si no hay salida se los podemos ceder a ACNUR», sugiere en un determinado momento. Es, por tanto, muy difícil para el espectador posicionarse ante estos bandoleros que portan el blasón de la paz y la concordia, y ese es el único mérito de la sexta película del cineasta belga. Una honestidad que lastima por la inoperancia reflejada, por la impotencia que desprende cada gesto. Sin embargo, más allá del trasfondo y el relato –meritorio en cierta media—, el gran defecto del filme es que, al igual que los protagonistas, está anclado en la atonía y su radio emocional es mínimo. Es solo una simple crónica de un fracaso, donde se acumula un despropósito tras otro —clarificadora penúltima secuencia, verdadero giro de la trama que adelanta el desenlace—. Les chevaliers blancs resulta fría y distante, dibujada como un reiterativo duelo al sol presenciado desde un cañón. Lafosse documenta el caso real del Arca de Zoé (2007) con rigurosidad pero sin alma. Cumple su propósito, al menos, pero se olvida con demasiada facilidad. [60/100]
BACK TO THE NORTH
Xiang bei fang, Liu Hao, China / Competición.
por Miguel Muñoz Garnica.
Parte del cine asiático reciente hay que entenderlo a partir de sus obsesiones en torno una cuestión fundamental a la hora de enfrentarse a la realidad filmada: ¿dónde poner la cámara y por qué? El modelo hollywoodiense ha generalizado un canon donde las elecciones de fotografía se someten a dictados narrativos y emocionales. Pero en la senda explorada por autores como Hou Hsiao-Hsien, Lav Diaz o Hirokazu Koreeda, el transmitir se busca por caminos bien distintos. Que tienen que ver con la concepción del público como potencial habitante del mundo fílmico concreto más que como oyente de una historia. Así, las decisiones a la hora de encuadrar implican escoger en qué espacio físico se va a invitar al espectador a situarse. En este contexto, Back to the North, la principal apuesta asiática junto a El chico y la bestia de la sección oficial a competición, merece alguna reflexión al respecto debido a la peculiar combinación de planos y montaje que propone. Liu Hao crea encuadres medidos y preciosistas a la manera de un Hsiao-Hsien, captando a sus personajes desde planos generales que desarrollan una profundidad en varias capas aprovechando elementos de puesta en escena como puertas o ventanas. Algo que transmite la sensación de observar desde una distancia pudorosa. Pero, en lugar del habitual montaje de tomas ininterrumpidas, Hao apuesta por el corte rápido y la combinación por choque con encuadres más cercanos, que diseccionan las distintas partes del paisaje fílmico desde distancias y posiciones casi contradictorias.
Lo importante de esta elección estética es que, más allá de llamar la atención por sí misma, propicia un elaborado juego de miradas que buscan con nervio los sentidos velados que se intuyen en el pequeño mundo retratado por Back to the North. Desde su arranque, la cinta se lanza a explorar las relaciones entre la joven protagonista, Xiao Ai, y sus padres. Dejando caer la presencia de secretos que no se atreven a contarse unos a los otros, y que poco a poco van desvelando la enfermedad que sufre Xiao y la crisis matrimonial que atraviesan sus padres. De este modo, el estilo del filme va progresando desde una primera parte donde se aplica la particular edición descrita para, poco a poco, ir tranquilizándose cuando se produce el acercamiento auténtico entre los tres miembros de la familia. Lo interesante es cómo esa elección estética va jugando con la posición del espectador respecto al mundo de Xiao y su familia. Pasando desde una mirada que escudriña desde todas las perspectivas hacia otra que se va deteniendo en ubicaciones seguras al ir encontrando su sitio en el devenir de los acontecimientos. De lo dicho se puede deducir también que la cinta de Hao cuenta con una virtud muy típica, por ejemplo, del cine de Koreeda. Su capacidad para desarrollarse al abrigo de las pequeñas revelaciones que subyacen bajo una apariencia de sonriente cotidianeidad, para narrar las inquietudes más íntimas de sus personajes sin necesidad de forzar la trama. Sirva como muestra el uso tan hermoso que se hace del primer baile de los padres de Xiao, que un rato después desvela su carácter de paripé para tranquilizar a su hija haciéndole creer que su enamoramiento sigue intacto. Con todo, las virtudes enumeradas se refieren sobre todo a la primera parte de la película, bullente de vida y belleza. Lo que no quita que Back to the North decaiga ostentosamente en su segundo tramo, vaciando sus escenas de significado y cayendo en un exceso de reiteración que, de corregirse, daría lugar a una película más que notable. [74/100]
GRANNY'S DANCING ON THE TABLE
Hanna Sköld, Suecia / Nuevos Directores.
por Víctor Blanes Picó.
Hay cierta tendencia en el cine de los países nórdicos a narrar historias donde la atmósfera opresiva determina el devenir de los acontecimientos y las decisiones que toman sus personajes. Los directores juegan, en muchas ocasiones, con las pocas horas de luz, el tiempo grisáceo, las zonas apartadas y el aislamiento de sus habitantes para construir historias de adolescentes que no encuentran su lugar en la sociedad o de adultos que viven al margen del sistema. Es un cine cuyo principal resorte atractivo es la sugestión estética de su puesta en escena para asfixiar y meter al espectador en su maraña, independientemente de la simplicidad o complejidad de una trama en la que se incluyen normalmente detalles escabrosos. El primer largometraje de Hanna Sköld pretende provocar todo este tipo de sensaciones con Granny’s dancing on the table. La cinta cuenta la historia de Eini, una joven adolescente que ha vivido toda su vida con su padre en una casa aislada en el monte. Ambos tomaron la decisión de no relacionarse con nadie ni tener ningún tipo de contacto con la sociedad, una decisión enraizada en el pasado de su familia.
Las pretensiones de la cinta están ahí; el resultado, sin embargo, dista mucho de ellas. En Granny’s dancing on the table se mezclan el pasado y el presente mediante dos formas de representación cinematográfica bien distintas: por un lado, el presente es un cúmulo de silencios y situaciones que intentan mostrar la opresividad y angustia de la existencia de la joven sometida a la voluntad de su padre; por otra parte, la historia de su familia y los recuerdos de la joven se muestran en animación con la técnica de stop-motion, para dotar a la historia profunda de la trama de ese aura que alberga la memoria. El principal escollo de todo este montaje es que ambas historias aparecen desconectadas, yendo por libre cuando en realidad deberían ir unificadas en su esencia, y alienan al espectador de las sensaciones que crean cada una por separado. Con ello, no nos referimos a que deberían adoptarse las mismas estrategias estilísticas tanto en una como en la otra, sino que su evolución y peso en el metraje no haga que se anulen entre ellas. El problema es que, en última instancia, no se percibe ni la asfixia, ni el aislamiento ni el infierno que parece vivir la joven Eini, ni ese pasado turbulento a modo de marca a fuego del destino familiar acaba reluciendo como un estigma irremediable. Ocurre justo lo contrario: las escenas se van sucediendo ante una especie de indiferencia que borra todo rasgo e intento de establecer un tono al conjunto de la trama. [35/100]
UN DÍA PERFECTO PARA VOLAR
Un día perfecte per volar, Marc Recha, España / Competición.
por José Luis Forte.
De niños nada puede resultarnos más fascinante que un cuento, una historia que nos haga soñar, visitar lugares desconocidos y fantásticos, sitios en los cuales todo es posible y gigantes, duendes, esqueletos, magos y guerreros pueden convivir con animales que hablan o nubes y vientos que nos trasladan sobre alfombras mágicas al corazón mismo de la fábula, allí donde la imaginación reina sin fronteras. Un cuento contado a nuestros hijos es también el secreto y la magia de la paternidad, y este momento íntimo y único es al que Marc Recha nos quiere hacer llegar, o al menos hacer contemplar, en su película Un día perfecto para volar. Desde un punto de vista naturalista, un adulto y un niño pasarán un día en el campo intentando hacer volar una cometa, paseando y hablando de plantas y animales y en especial con la narración de un cuento que el adulto contará al pequeño. Este acercamiento a un instante fugaz lo notamos de manera vívida. Recha comunica muy bien estos sentimientos: el niño protagonista es su propio hijo, y esto hace más fuerte la sensación de compartir con ambos ese día al que parece que nos acercáramos y asistiéramos como inocentes voyeurs. La visión dominante es la de un adulto, no solo por la forma de narrar ese encuentro sino por la manera en que Sergi, el adulto, irá relatando este al niño. Es cómo un padre se ve a sí mismo narrándolo: el niño reacciona con sus inacabables preguntas, sus ocurrencias ingeniosas que nos hacen reír o sus apostillas inesperadas e imaginativas al relato. Es aquí donde más claramente percibimos el punto de vista adoptado: esas gracias nos parecen divertidas a nosotros, pero nunca a un niño que las verá normales, lógicas. El propio cuento además de largo es muy aburrido, vemos al actor (Sergi López) poner caras y creérselo, pero el niño (Roc Recha) muestra en algunos momentos una soterrada expresión de estar pensando en sus cosas mientras la persona mayor habla. Es esta una película de padres para padres sobre lo que quizá deba ser la paternidad, pero desde luego no para los niños ni menos aún para entenderlos a ellos. Quizá no era esta su pretensión, también cabe decir.
Esta bonita idea de la paternidad tal vez resulta insuficiente para mantener por sí sola 70 minutos de película, así que dentro de ese naturalismo que hemos mencionado se incluye una nota final fantástica, amarga y triste, que nos aleja definitivamente del mundo infantil para adentrarnos en los fantasmas adultos. Su sentido se superpone de manera momentánea al del filme, y por un instante nos hemos alejado demasiado de ese día que se pretendía perfecto. Una fantasía de persona mayor que jamás cabría si mirásemos el mundo con los ojos de un niño. El efecto de compartir un momento maravilloso se diluye y se pierde y ya nos costará trabajo volver a que nos interese lo que percibimos como el corazón de la película. Nos hemos alejado demasiado del padre (el propio Marc Recha) y de su hijo como para poder sentir con ellos esa magia sencilla y misteriosa que es su relación. Nos vamos a otros lugares lejanos y más hermosos y los dejamos muy atrás sin importarnos ya nada de ellos. Se ha perdido la belleza, y habíamos creído que sería un día perfecto para ella. [50/100]
IONA
Scott Graham, Reino Unido / Nuevos Directores.
por Juan Roures.
En el año 2012, el escocés Scott Graham fue uno de los Nuevos Directores más aclamados del Zinemaldia gracias a su ópera prima: Shell. Tres años después, ha vuelto a la misma sección con su segundo trabajo, un drama familiar ambientado en una Escocia tan inquietante como envolvente. De hecho, como sucedía en su primera película, la importancia del paisaje es clave, no sólo por el placer visual que granjea al visionado, sino sobre todo por su aportación a la lírica narrativa. A fin de cuentas, tanto la protagonista (Ruth Negga) como la isla que en la que se ambienta el film comparten nombre, Iona: un lugar al que la gente se dirige en busca de Dios y una mujer que ha perdido toda la fe en él. Presente en conocidas obras como Desayuno en Plutón (2005) o Guerra Mundial Z (2013), la joven actriz etíope realiza un trabajo poderoso, bien apoyada por el resto del heterogéneo reparto, que demuestra los efectos de sumar talento interpretativo y cuidada dirección de actores. Además, si en la pasada jornada se criticaba a la sueca Drifters por su incapacidad de transmitir empatía por sus personajes, Iona supone todo lo contrario: bastan unos pocos planos para preocuparse, tanto por la protagonista, como por todos los que la rodean, lo que facilita enormemente la sumersión del espectador en la compleja historia.
De todos modos, poco pueden hacer los intérpretes sin un guion al que aferrarse y, ciertamente, Iona cuenta con una introducción remarcable capaz de crear una atmósfera alarmante plagada de preguntas necesitadas de respuesta. Por desgracia, conforme avanza la trama, pocas son las cuestiones resueltas y demasiadas las nuevas incógnitas; no se trata de dar la historia masticada, por supuesto, pero los propios personajes por los que el público había aprendido a preocuparse se vuelven cada vez más extraños, siendo la comprensión de sus acciones peligrosamente ardua. Además, el extraño uso de pequeños flashbacks no hace sino acentuar un desconcierto que, poco a poco, se torna en desinterés. Aunque el mimo del realizador, el vigor de las interpretaciones y la belleza de las localizaciones mantienen un buen nivel medio hasta el forzado-pero-efectivo desenlace, resulta inevitable preguntarse si no podría haber nacido una obra más redonda a partir de tan pulcros elementos. [63/100]