I got something to say
crítica de Straight Outta Compton (F. Gary Gray, 2015).
El odio irracional es un sentimiento de aborrecimiento absoluto, de aversión hacia una persona cuyo único pecado es compartir el mismo espacio vital que el resto de seres humanos. Un ataque de ira incontrolada, puede que enajenación transitoria o, simplemente, un brutal aumento de adrenalina producido por la sensación de poder y control experimentada por alguien que tiene la vida de otra persona en sus propias manos. ¿Acaso odiaban los agentes de policía Daniel Pantaleo y Justin Damico a Eric Garner cuando, el 17 de julio de 2014, lo estrangularon a plena luz del día? Cuesta creer que pueda existir un resentimiento semejante. Es absolutamente desesperanzador pensar que alguien puede apretar el cuello de una persona indefensa, sin atender a más razones que su color de piel, mientras ésta suplica por su vida y, en un esfuerzo titánico y con su último aliento, repite hasta once veces, “no puedo respirar”, antes de perder la consciencia para no volver a recuperarla nunca más. Garner no fue el único caso; como él, Michael Brown, Walter L. Scott, o el reciente suceso de Freddie Gray, entre muchos otros ciudadanos afroamericanos, perdieron la vida en los dos últimos años a manos de representantes del orden. El biopic sobre el grupo de Hip Hop estadounidense N.W.A, Straight Outta Compton, no podría haber llegado en un momento más oportuno; si el mensaje de sus letras sirvió a finales de los 80 para comenzar a cambiar la concepción generalizada que la sociedad tenía sobre los grupos juveniles minoritarios, no hay duda de que hoy, a mediados de la segunda década del nuevo milenio, la reaparición de estos defensores del pueblo en la gran pantalla servirá para exigir la reapertura del debate sobre la indigna represión a la que estas minorías siguen teniendo que hacer frente a diario.
La película muestra cómo un grupo de adolescentes de Compton, uno de los barrios más marginales de California, llegó a la fama gracias a la creación de un nuevo estilo musical, fueron los pioneros del “Reality Rap”, mal llamado peyorativamente “Gangsta Rap” —en un esfuerzo de dar la razón a los que defendían que ser rapero era sinónimo de pandillero—, consistente en el uso de letras muy explícitas y sin ningún tipo de censura dialéctica, compuestas por versos inteligentes y mordaces de alta carga política. A finales de los años 80, dos jóvenes aficionados a la música, O'Shea Jackson, un perspicaz poeta capaz de encontrar la rima en cualquier injusticia que presenciara por la calle (Compton parece una perfecta fuente de inspiración), y Andre Romelle Young, un DJ con un conocimiento casi enciclopédico de los ritmos urbanos, que serían posteriormente conocidos como Ice Cube y Dr. Dre, decidieron fundar una empresa que les permitiera expresar abiertamente su frustración por la ignominiosa situación que atravesaban todos sus amigos y conocidos. Para ello reclutaron a Eazy-E, un traficante local que actuaría como el principal inversor y, de paso, como vocalista del grupo. Pronto la banda llamó la atención de un veterano agente musical, Jerry Heller, que asumió su patrocinio a cambio de un 20% de los beneficios. Sin embargo, cuando el dinero comenzó a fluir de verdad, el agente hizo una alianza con el líder de la banda y reconocido artista, Eazy-E, por lo que ambos empezaron a lucrarse a costa de dejar de lado al resto de miembros, entre los que se encontraba un disconforme Ice Cube que no tardó en reclamar lo que le correspondía de pleno derecho, acusando al manager de ser una sanguijuela oportunista. En un momento dado, Jerry comentaba con Cube que el mayor problema de los artistas era su gran ego, y que había visto a muchos de ellos caer por culpa de su arrogancia. Sin embargo, lo que no mencionó Heller fueron los problemas de avaricia de los propios representantes, y de cómo su codicia había conseguido dejar sin dinero, en multitud de casos, al verdadero creador del arte, mientras ellos se llenaban los bolsillos.
«Rap ain’t art», exclamaba un escéptico policía mientras miraba desdeñosamente a los “delincuentes” a los que acababa de retener, y a quienes un hombre respetable —blanco— se empeñaba en llamar artistas. Las ideas preconcebidas por la apariencia de los músicos y jóvenes afroamericanos en general, es una de las mayores trabas a las que se enfrenta la sociedad estadounidense. Hoy no sólo tenemos que respetar ciertos códigos de conducta social, entre los que se encuentra el decir lo que los demás esperan que digamos, sino que además tenemos que cumplir unos requisitos en cuanto a la vestimenta si pretendemos que se nos tome en serio. Lo paradójico de todo esto es que, si la intención de estos artistas es hacer uso de su libertad de expresión para llegar a un amplio público, ¿Qué sentido tendría coartar de entrada su forma de vestir? La manera con la que el director, F. Gary Gray, va planteando los temas controvertidos resulta muy inteligente, en concreto cuando la trama se centra en el acoso de la policía, llevando al espectador a un nivel de hartazgo y rechazo absoluto ante las constantes muestras de abuso policial para, justo en el climax de nuestra indignación, romper la tensión acumulada con una buena dosis de justicia lírica. Nos encontramos en 1988, y N.W.A. lanzaba su primer álbum, Straight Outta Compton, ocasionando un revuelo mediático considerable. Sus rítmicas arengas en favor del levantamiento urbano contra la tiranía lograron granjearse el primero de los ya míticos distintivos sellos de advertencia sobre la explicitud del producto, muy comunes en las discográficas actuales —Parental Advisory Explicit Content—.
¿El rap y la cultura hip hop, arrastran al joven hacia un mundo de delincuencia o, por el contrario, ofrece una vía de escape artística a ese peligroso mundo de pandillas? ¿El músico desvirtúa la música o la industria pervierte al intérprete? ¿Qué vino primero, la opresión policial o el odio a la policía? Parece evidente que son dos factores de un complejo ejercicio de acción-reacción, cuanto mayor es la animadversión de unos, más brutalidad observamos en las represalias de los otros en esta guerra plagada de incomprensión y discriminación. Lo que aparece en la pantalla es el inicio de la pérdida absoluta de confianza en aquellos organismos que supuestamente tienen que hacer sentir seguro al ciudadano, no generarle una inmediata reacción de temor con su sola presencia. «You are about to witness the power of street knowledge», recitaba un profético Dr. Dre al inicio del álbum/ filme. No hay ninguna duda de que cuando te enfrentas a un enemigo poderoso y despiadado, cuyos métodos se basan en el castigo físico motivado por prejuicios raciales, el quedarse de brazos cruzados no es la solución. Y pese a que hay formas más diplomáticas, como los elocuentes discursos de Martin Luther King, también las hay mucho más reprochables que la de hacer uso de nuestra libertad de expresión. Desde luego, antes de llegar la agresión física que sirva de excusa y justificación a los violentos opresores por culpa de un hecho aislado, parece aceptable, cuando menos, que un grupo de muchachos sin recursos del minoritario Estados Unidos afroamericano, agarren papel y lápiz y se burlen, a golpe de inteligentes rimas, del abusivo sistema que no ha dejado de darles la espalda. Así se presenta la segunda canción del álbum: "Fuck The Police", convertida de manera casi inmediata en un eslogan anti-racista y cuyo mensaje no ha perdido un ápice de fuerza en 27 años.
«Un mensaje tan incómodo y efectivo como fue el proverbial “Fuck the Police”, sigue estando dramáticamente de moda en una sociedad que no deja de sorprendernos con recurrentes muestras de intransigencia, como si una raza u orientación sexual no fuera más que una “Bad Religion”».
Lamentablemente, Jerry Heller no estaba del todo equivocado, y el ego de los afamados adolescentes pronto les llevó a grandes disputas que terminaron con la división del grupo tras haber grabado un único disco —posteriormente sacarían otro ya sin la participación de Ice Cube—. Las malas relaciones entre los raperos son apreciables gracias a la escena en la que los integrantes de N.W.A. escuchan por primera vez la canción “No Vaseline” del, ahora artista en solitario, Cube —a quien da vida en la ficción su propio hijo, O'Shea Jackson Jr.—. El MC atentó sin piedad y con letra implacable (como deducimos del título de la canción) contra su ex-grupo, lo que generó el comienzo de la desaparición total de éste. Mientras la cinta no concede la menor duda a la hora de señalar a los culpables, demonizando al codicioso personaje de Jerry y al magnate Suge Knight, parece que también juega bien sus cartas para defender a las víctimas de todo el asunto, y no sólo nos referimos al hombre a quien se homenajea con un emotivo y sincero retrato: Eazy-E. Uno de los productores del filme, el músico y empresario Dr. Dre, parece que construye un sugestivo dibujo hagiográfico en torno a sí mismo durante los tiempos en los que comenzaba una fructífera andadura musical que ya va camino de convertirse en legendaria gracias, entre otras muchas cosas, al descubrimiento de un muchacho de grandes cejas y bandana en la frente, que hasta tiene una breve aparición semi-esotérica como rey indiscutible del Hip Hop. Aunque eso es ya otra película. En cualquier caso, es evidente que N.W.A. abrió una nueva vía de diálogo la cual, pese a que la explicitud de las formas se ha ido suavizando con el paso de los años, no ha perdido, eso sí, la contundencia de ese grito de protesta que clamaba en favor de los derechos fundamentales del ciudadano. Un mensaje tan incómodo y efectivo como fue el proverbial “Fuck the Police”, sigue estando dramáticamente de moda en una sociedad que no deja de sorprendernos con recurrentes muestras de intransigencia, como si una raza u orientación sexual no fuera más que una “Bad Religion”. | ★★★★ |
Alberto Sáez Villarino
© Revista EAM / Dublín
Ficha técnica
Estados Unidos. 2015. Título original: Straight Outta Compton. Director: F. Gary Gray. Guion: Andrea Berloff, Jonathan Herman. Fotografía: Matthew Libatique. Música: Joseph Trapanese. Duración: 147 minutos. Productora: Circle of Confusion / Cube Vision. Montaje: Billy Fox, Michael Tronick. Diseño de producción: Shane Valentino. Diseño de vestuario: Kelli Jones. Intérpretes: Keith Stanfield, Aldis Hodge, Jason Mitchell, Paul Giamatti, Alexandra Shipp, Keith Powers, Orlando Brown, Corey Hawkins, O'Shea Jackson Jr.