Mirando hacia atrás con ira
crítica de Lugares oscuros (Dark Places, Gilles Paquet-Brenner, 2015).
Tres únicas obras han convertido, en tan solo nueve años, a la periodista y escritora Gilliam Flynn en uno de los referentes de la última novela de suspense y en una fuente de ideas que Hollywood parece dispuesto a explotar. Concretamente, el éxito de su tercer libro, Perdida (2012) —destronó del puesto nº1 de ventas de ventas a Cincuenta sombras de Grey—, se tradujo, a continuación, en una magnífica traslación a la gran pantalla que, además, amasó 368 millones de dólares de recaudación en todo el mundo. La elegante dirección del siempre inspirado David Fincher y la poderosa interpretación de Rosamund Pike, nominada al Óscar por su encarnación de la asombrosa Amy, uno de los personajes femeninos más enigmáticos y complejos que hemos visto en años, fueron claves para que la cinta fuese tan bien recibida tanto por el público como por la crítica. Bajo su trama de genuino misterio, con investigación policial alrededor de la desaparición de la protagonista y un marido sospechoso de la misma, subyacía un inteligente ejercicio de disección de las relaciones sentimentales, mostrando su trastienda más tenebrosa y enfermiza. Vistos aquellos resultados, a nadie extraña que su segunda novela, Dark Places (2009) —seleccionada como mejor libro del año por Publisher Weekly y el periódico Chicago Tribune— , llegue también a los cines convertida en una adaptación que, cómo no, encuentra su mayor enemigo en el altísimo listón dejado por Perdida el año pasado.
La historia de Lugares oscuros es, como mínimo, igual de oscura y sorprendente, adquiriendo, incluso, unos tintes más macabros y violentos. Ambientada en un pequeño pueblo rural de Texas, la cinta presenta la misteriosa masacre que se produce en una granja y que acaba con la vida de una madre y dos de sus hijas, de la que es culpado y condenado el hijo mayor, gracias, en parte, a la declaración de la única hermana superviviente. La pequeña Libby vive durante los siguientes veinticinco años de la caridad de la gente que, conmovida con la historia plasmada en un exitoso libro, le envía donativos. Cuando éstos dejan de llegar, a la Libby adulta no le queda otra salida que aceptar la proposición del Kill Club, una enigmática asociación de investigadores aficionados a reabrir casos pasados, para volver a indagar sobre lo que realmente sucedió aquella fatídica noche y tratar de demostrar que el auténtico asesino aún sigue en libertad. El relato está, pues, bifurcado en dos líneas temporales paralelas, contraponiendo las circunstancias que rodearon al aparente parricidio a la nueva investigación que se abre en la actualidad. La primera, no exenta de interés, retrata a una familia desestructurada e inmersa en la pobreza, con un padre ausente que únicamente aparece para maltratar a la madre y llevarse el poco dinero que conseguía reunir, en medio de una sociedad turbulenta y primaria en la que los cultos satánicos estaban en su apogeo. Mucho menos convincentes resultan, en cambio, los traumas que arrastra Libby en nuestros días, así como las pesquisas (a veces confusas o no del todo bien explicadas) en las que se ve envuelta, destapando secretos que hasta el momento permanecían ocultos. El argumento, ciertamente alambicado y cargado de personajes y subtramas secundarias que no hacen más que enturbiar los hechos, propicia que los constantes flashbacks y diferentes puntos de vista acaben por saturar, no tanto por el exceso de información como por la torpeza en la dirección del francés Gilles Pasquet-Brenner, cuyo trabajo más destacado hasta el momento ha sido la apreciable (y algo manipuladora) La llave de Sarah (2010).
«Lugares oscuros no acierta a explotar todo el potencial de una novela que tenía todos los ingredientes para convertirse en una buena película, convirtiendo Paquet-Brenner un relato atípico, atrevido y con un personaje femenino lleno de fuerza, en un pasatiempo tan rutinario en sus formas como cumplidor en su objetivo de mantener al espectador pegado a la butaca durante sus casi dos horas de duración».
A diferencia del virtuosismo cinematográfico ejecutado por Fincher en Perdida, la de Lugares comunes es una puesta en escena funcional y carente de personalidad. De no ser por su excelente reparto de estrellas, poco o nada diferenciaría a esta película de los típicos thrillers que vemos en las sobremesas por televisión. Charlize Theron, haciendo gala de su comprobada solvencia para sacar adelante cualquier tipo de proyecto en el que se vea involucrada, despacha su atormentado papel de Libby con corrección pero sin demasiado esfuerzo, rescatando los tics de mujer dura y de pocos amigos que ya le conocimos en anteriores (y más inspirados) papeles —sin ir más lejos, su reciente encarnación de la Emperatriz Furiosa en Mad Max: Furia en la carretera (George Miller, 2015) es, en comparación, mucho más intensa—. Contaba sobre el papel con un personaje tan ambiguo y con las suficientes aristas como para resultar tan atractivo como el de Amy en Perdida pero, ya sea por la falta de implicación de Theron o por la errática construcción que de él se hace en el guión, no termina de enganchar como debiera. El resto del reparto va desde lo desaprovechado (Nicholas Hoult) hasta el error de casting de Chloë Grace Moretz en un conflictivo papel de femme fatale en el que no termina de encajar. Quien sí sale victoriosa en su desempeño de madre atribulada es la estupenda Christina Hendricks, que, tras la incomprendida Lost River (Ryan Gosling, 2014), comienza a dejar atrás su imagen de chica explosiva para verse implicada en asuntos más dramáticos.
No estamos tampoco ante un filme del todo desdeñable, principalmente porque, durante la mayor parte del transcurso de su intriga, logra ser entretenido y, gracias a sus aspectos más macabros —sospechas de abusos a menores, rituales de magia negra—, algo más arriesgado que otros productos de sus características, pese a que ésto último sea más mérito de la escritura de Flynn que de los responsables de su conversión en imágenes. De hecho, funciona mucho mejor en su vertiente costumbrista y como sórdido retrato de unos personajes marginales a los que la extrema pobreza les lleva a tomar decisiones moralmente reprobables, que en su faceta estrictamente policial. De nuevo está presente la socorrida voz en off de la protagonista, tan característica en la obra de Flynn, relatando en primera persona los hechos y ayudando a que el espectador entienda un poco mejor la complicada psicología de esta mujer traumatizada por su pasado. Al mismo tiempo, determinadas escenas, como las visitas de Libby a su hermano a prisión, sí consiguen insuflar algo de calor humano a unos ambientes que, en líneas generales, se distinguen por su turbiedad y ausencia de sentimientos. La lástima es que, en términos generales, y a consecuencia de su falta de ambición, Lugares oscuros no acierta a explotar todo el potencial de una novela que tenía todos los ingredientes para convertirse en una buena película, convirtiendo Paquet-Brenner un relato atípico, atrevido y con un personaje femenino lleno de fuerza, en un pasatiempo tan rutinario en sus formas como cumplidor en su objetivo de mantener a la platea pegada a la butaca durante sus casi dos horas de duración. | ★★ |
José Antonio Martín León
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos. 2015. Título original: Dark Places. Director: Gilles Paquet-Brenner. Guión: Gilles Paquet-Brenner (Novela: Gillian Flynn). Productores: Azim Bolkiah, A.J. Dix, Matt Jackson, Beth Kono, Stéphane Marsil, Matthew Rhodes, Cathy Schulman, Charlize Theron. Productoras: Coproducción Reino Unido-Francia-USA; Exclusive Media Group / Mandalay Vision / Cuatro Plus Films. Fotografía: Barry Ackroyd. Música: BT, Gregory Tripi. Montaje: Douglas Crise, Billy Fox. Dirección artística: Daniel Turk. Reparto: Charlize Theron, Nicholas Hoult, Christina Hendricks, Chloë Grace Moretz, Tye Sheridan, Corey Stoll, Sterling Jerins, Sean Bridgers, Drea de Matteo, Andrea Roth, Shannon Kook.