Arbeit Macht Frei
crítica a El hijo de Saúl (Saul fia, László Nemes, 2015).
Cuando una persona o sociedad fundamenta su entera existencia en hacer daño a los demás, no hay duda de que al final podría llegar a ser toda una institución destrozando vidas a través de los métodos más dispares e inhumanos. La sola existencia de esas “unidades de trabajo” apodadas Sonderkommandos demuestra el abyecto y, al mismo tiempo, pragmático estilo de tortura de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Por un lado, los alemanes delegaban en estos elegidos aquellas tareas que implicaban un esfuerzo físico más intenso, dentro de las asignaciones propias de los guardias de seguridad en los campos de concentración. Por otro, estos presos disfrazados de seguratas estigmatizados eran uno de los mayores entretenimientos de las tropas del Tercer Reich, quienes se divertían a su costa humillándolos, haciéndoles creer que tenían la más mínima responsabilidad sobre el resto de prisioneros y obligándolos a realizar vejaciones sobre sus propios camaradas, amigos o familiares. Pese a que la aclamada ópera prima de László Nemes, El hijo de Saúl (Saul fia), queda contextualizada en un momento y lugar muy específicos —y recurrentes—: la Segunda Guerra Mundial y el campo de concentración de Auschwitz, el peso de la trama se centrará en este grupo de desdichados y, en concreto, en uno de ellos: Saúl. La cinta se aleja de esta manera de una extremada pretenciosidad, tanto visual como narrativa, para optar por un más que acertado minimalismo dramático, convirtiéndose así en un espécimen único dentro de una familia muy numerosa. La trama general queda pues relegada a un segundo plano, en beneficio de ese viaje —ya no iniciático, sino más bien terminal— propio del protagonista, que será lo verdaderamente importante de la narración.
Desde los primeros segundos de metraje, la cámara se situará a escasos centímetros del actor principal, y ahí se quedará durante las dos horas de duración. Su rostro frío e inexpresivo nos revela la apagada mirada de alguien a quien ya poco le queda por perder. Su labor dentro del campo de concentración es de las más terroríficas que se han dado y, al mismo tiempo, le permite conservar una cierta esperanza de supervivencia; una existencia prolongada cuyo sentido será puesto en duda a cada minuto, mientras tenga que seguir escoltando a sus iguales hasta la entrada de una cámara de gas, donde los ayudará a desvestirse, los forzará a introducirse en ese oscuro habitáculo con una pueril mentira que hace mucho tiempo perdió cualquier viso de credibilidad y, por último, accionará el mecanismo que los conducirá a una muerte espantosa mientras él, con una mezcla de diligente rapidez e inconsciencia mecánica, engrosará las arcas del gobierno alemán con las pertenencias de los ejecutados, a excepción de algunos “objetos brillantes” que pasarán a los fondos de una agrupación de trabajadores, especie de sindicato sin libertades, ni derechos, ni la posibilidad de defender los intereses de sus miembros. Durante una de las limpiezas rutinarias, mientras apartaba los cuerpos sin vida de las víctimas, Saúl descubre una extraña y perturbadora irregularidad que le lleva a pensar que su hijo, al que hacía mucho tiempo que no veía, acaba de ser asesinado. Obviamente, al impacto de la noticia se le une la consternación de ser, no el responsable, pero sí el verdugo de su propio vástago.
«El director mantiene una narrativa envolvente en todo momento, la relativa cercanía de los hechos narrados y la precisión de los diálogos componen la mejor baza de Nemes en el proceso de transmisión de su mensaje».
En ese momento comienza la cruzada particular del protagonista quien, desesperado por aferrarse al último acto de humanidad que pueda quedarle en su miserable vida, hará todo cuanto esté en su mano por ofrecerle un entierro digno al malaventurado niño. Saúl se verá atrapado en medio de dos mundos violentos sacudidos por una auténtica batalla campal. Por una parte, los prisioneros exigen su plena cooperación para llevar a cabo una sedición frente a lo que creen puede ser una muerte muy próxima para todos. Los sonderkommandos parecen no estar seguros de que su condición de intocables se vaya a respetar por mucho tiempo, y los rumores han empezado a circular originando un caos considerable y una respuesta inmediata de los grupos, quienes ya se preparan para una revuelta de tintes trágicos. Por otra, su búsqueda de un rabino que pueda encargarse de oficiar el deseado entierro, genera muchas sospechas, tanto en los alemanes, que esperan una plena dedicación a los trabajos forzados, como de los propios prisioneros, que no quieren verse en más problemas a causa del absurdo empeño de un hombre por favorecer a los muertos a costa de los vivos, sobre todo teniendo en cuenta que el hecho de que el niño sea el hijo del protagonista no ha quedado del todo demostrado. El director mantiene una narrativa envolvente en todo momento, la relativa cercanía de los hechos narrados y la precisión de los diálogos componen la mejor baza de Nemes en el proceso de transmisión de su mensaje. Un mensaje claro y paradigmático que no deja lugar a divagaciones, manteniendo un ritmo muy elevado en todo momento, tan expeditivo como las rápidas y confusas acciones del protagonista. De pronto, el campamento adquiere las dimensiones de una zona de guerra sin cuartel, las cosas se han escapado de las manos para unos alemanes que, ante la amenaza, no dudan en reaccionar con la contundencia de una respuesta mortífera y estandarizada para todos los prisioneros.
Con una soltura tras la cámara digna de admiración, El hijo de Saúl destaca con especial interés por ser el primer largometraje de este realizador, que supo sacar buen partido de su colaboración con Béla Tarr y lo demuestra con un ejercicio de una potencia estética incuestionable al que, no obstante, ha aportado su propio estilo personal. A diferencia de Tarr, Nemes no utiliza el blanco y negro; el director quiere que el mundo real y el ficticio sean lo más parecidos posible, al menos en esta representación del horror que tan cercano a la realidad se encuentra. El fuera de campo, uno de los signos de identidad más característicos de Tarr, ya no es utilizado de manera evidente y explícita como en su maravillosa El hombre de Londres (The man from London, 2007) donde hacía desaparecer al sujeto o sujetos de la acción durante un periodo de tiempo determinado para, a continuación, hacer que reaparecieran en unas condiciones anímicas completamente alteradas. En el presente caso, el director utiliza una variación muy astuta, consistente en hacer que toda la película esté compuesta por una sucesión de imágenes que permanecen fuera del campo de enfoque, gracias a la visión distorsionada de todas las acciones de fondo que ocurren tras el protagonista, siempre enfocado en un primer plano. Así, todo lo sucedido tras o frente a él, queda representado como una serie de acciones muy específicas y reconocibles por lo dicotómico de la situación —correr, atacar, huir… vivir, morir—, pero perpetradas por sujetos irreconocibles.
«La interactuación de los personajes se da en un entorno muy estilizado, con grandes contrastes entre exteriores e interiores, y de gran efectividad para mostrar el esfuerzo titánico en ese infierno de temporalidad ininterrumpida, donde la desesperación es la única emoción que guía los movimientos del entregado héroe».
De principio a fin, Saúl nunca se toma un descanso por el bien de una empresa que, por momentos, llegamos a pensar que no es tan importante en cuanto a su resolución final como puede serlo en el proceso de desarrollo, ya que ofrece al protagonista una vía de escape que le permite olvidar momentáneamente su sufrimiento constante, obligándolo a concentrar todos sus sentidos en un objetivo determinado. La interactuación de los personajes se da en un entorno muy estilizado, con grandes contrastes entre exteriores e interiores, y de gran efectividad para mostrar el esfuerzo titánico en ese infierno de temporalidad ininterrumpida, donde la desesperación es la única emoción que guía los movimientos del entregado héroe. Una desesperación y constancia por cumplir su objetivo; que aparecen perfectamente ejemplificadas en una escena donde la única esperanza de que su meta llegue a alcanzarse estará a punto de esfumarse a consecuencia de un peligro inminente. El protagonista dejará claro entonces, que prefiere dar su vida por salvar el alma de un muerto. Este malestar se traslada de escena a escena, alcanzando su punto álgido en el desgarrador encuentro en el que Saúl se cruza de forma efímera con un ser querido, tras un larguísimo período sin saber nada de él. Ese momento, ese choque de miradas, es una de las más descorazonadoras secuencias del cine moderno, dando como resultado un doloroso instante de incapacidad absoluta que se salda con una mirada de preocupación y angustia capaz de exteriorizar, como no podrían hacerlo ni mil palabras, el tremendo horror, sufrimiento y desgarro afectivo que siente el personaje principal al ser incapaz de proteger aquello que más quiere en el mundo. | ★★★★ |
Alberto Sáez Villarino
© Revista EAM / 68º edición del Festival de Cannes
Ficha técnica
Hungría. 2015. Título original: Saul fia (Son of Saul). Director: László Nemes. Guion: László Nemes, Clara Royer. Fotografía: Mátyás Erdély. Música: László Melis. Duración: 107 minutos. Productora: Laokoon Filmgroup. Montaje: Matthieu Taponier . Diseño de producción: László Rajk. Diseño de vestuario: Edit Szücs. Intérpretes: Géza Röhrig, Levente Molnár, Urs Rechn, Sándor Zsótér, Todd Charmont, Björn Freiberg, Uwe Lauer, Attila Fritz, Kamil Dobrowolski, Christian Harting. Presentación oficial: Festival de cine de Cannes 2015.