Los muertos no se tocan, nene
crítica a Un día perfecto (Fernando León de Aranoa, 2015).
Los Balcanes, 1995. Con los perseguidos huyendo en tropel, salvado el escollo de la muerte caprichosa, un cadáver hizo plof en las negras aguas del pozo comunitario que abastecía a los supervivientes. Ficción, tal vez. Aunque no sea ningún invento. La carretera sin asfaltar discurre por campos donde reina una tranquilidad enfermiza, como legado de lo que ya casi pasó pero aún colea en la retina de innumerables pobladores cuya expresión facial vira peligrosamente a la inopia del juan sin tierra. Los senderos hacen ochos y los coches, que no son de rally, bordean las montañas por su lado adormecido a 30 km/h. O así. De cuando en cuando el viaje se ve interrumpido por una vaca muerta que impide seguir circulando con normalidad: las arrastran hasta allí y las ceban con minas o, en su defecto, entierran esas minas a un lado o al otro, a izquierda o derecha del fiambre. Y entonces no tiene uno más remedio que elegir por qué lado rodear a la ternera ya en descomposición. Es un juego venenoso. Una broma propia del soldado cejijunto, siempre henchido de un no sé qué inidentificable, dispuesto a cavar la última tumba antes de esconderse en su madriguera. O más bien antes de ser cazado por el otro. Porque cambian los nombres, los subterfugios, a veces variopintos y otros directamente repugnantes; cambian las etnias y la geografía, más o menos escarpada, el clima y la idiosincrasia cultural; cambian las banderas y hasta el valor político de los caídos según su estatus, cabrero obstinado o banquero rumboso, pues existen humanos de primera y segunda. Y sin embargo, todas las guerras son fundamentalmente cicuta macroeconómica y coinciden en sus anhelos supremacistas: imponerse a la agresión, ya sea real o inventada, exige al agredido convertirse en un agresor todavía más eficiente que el suyo propio. No hay espacio para correr, ni dudas razonables, ni descanso tras el monótono asedio. La guerra es cabrona aquí o allá, y produce monstruos tan minúsculos que sólo se advierten cuando estallan ante ti como gigantes encorvados que habían sobrevivido de forma clandestina hasta la fecha.
En 1991, hace apenas veinticuatro años, los Balcanes se transformó en la terrible sangría de Europa. Como efecto, Yugoslavia se fracturó en seis naciones: Serbia, Montenegro, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Eslovenia y Macedonia. A este escenario en ruinas se acerca el reputado cineasta Fernando León de Aranoa para filmar la historia de unos cooperantes que descubren un cuerpo hundido en el pozo de agua que sustenta a varias familias de los alrededores, y se pasan el día del título buscando cuerda para subirlo, evitando así que contamine el agua y que los miserables hagan negocio vendiendo cubos de agua a precios abusivos. El primer intento es en vano. La cuerda se rompe pronto debido al peso, hinchadas sus glándulas y sus músculos en general, de esa mole antropomorfa que fue arrojada —intuimos— a las honduras como una colilla aún humeante. Así se ganan las guerras y se pierde la razón. Un día perfecto deja entrever el horror tras la cortina de los Balcanes, aunque su misión es otra: blindar el drama con una armadura de sarcasmo intempestivo, en mitad del monte, que se adhiere de manera espontánea y a ritmo de clásicos rock. El director madrileño no aparca en absoluto su condición de autor incómodo, áspero, que obliga a (son)reír por no llorar. Pasamos de puntillas el gris ulceroso de la metralla, los salones familiares antes techados convertidos en observatorios sin estrellas que señalar con mohín infantiloide. De pronto hasta el silencio —¡tan prestigiado!— es cuestionable. Y el chiste, un antídoto contra el derrumbe. Mambrú, que así se llama el personaje de Benicio del Toro, tiene el percutor en la mirada, y cuando apunta toca hueso, y cuando alcanza su objetivo ese diálogo aparentemente familiar deviene escáner que muestra la realidad más cruel. Es decir, la de siempre y conocida por todos. Frente a él, Tim Robbins completa un filme de paseo, un estimable trámite para sumar a su currículum. Su comodidad es tal que no harían falta desmentidos a corto, medio o largo plazo. Si no fue el rey durante el rodaje, al menos nadie le disputó ese registro frente a cámara. B es un tipo feliz buscando cuerda, y sorteando minas, en medio del desierto. Y no pretende ser otra cosa que un punki altruista y algo vacilón, heredero de facto de aquel hombre que pudo reinar en una época y un territorio cada vez más temibles. Olga Kurylenko, en cambio, posee una belleza glacial. Lo tiene todo, incluidas las limitaciones de una actriz que, a pesar de la percusión cosmético-mediática, no transmite emociones. Su cara es un sota-caballo-rey interminable, y aquí tampoco le ayuda a cristalizar un rol de escaso relieve dentro de la historia —basada en la novela Dejarse llover, de Paula Farias—.
«Un día perfecto deja entrever el horror tras la cortina de los Balcanes, aunque su misión es otra: blindar el drama con una armadura de sarcasmo intempestivo, en mitad del monte, que se adhiere de manera espontánea y a ritmo de clásicos rock».
El autor de Barrio y Los lunes al sol cumple sin estridencias, despidiendo un agosto casi trafalmadoriano y apelando —eso sí— a la heroica trasnochada del fetichista musical que lo mismo aguijonea Venus in Furs de la Velvet Underground que Sweet Dreams en la versión de Marilyn Manson. La jukebox de Aranoa tiene un magnífico tracklist que fácilmente aguantaría dos guateques e incluso un funeral. Con todo, sostienen el espectáculo dos titanes: Benicio y Tim; Tim y Benicio. Que escurren bulto en la bajura. Igual que un tercero (no ya el director de fotografía Álex Catalán, sino también ese niño que es en realidad una vena abierta) vigilante, quien a su modo observador no se dejaba ver casi nunca. Porque era una presencia entre maquias, entre asientos de jeep sin ITV. Sucedió en tanto rumor aprehendido, buscando el último legajo con que costearse un salvoconducto. Aunque esto, quizá, ya lo sabíamos gracias a Wikipedia. Afortunadamente el cine es otra cosa muchísimo más verosímil, porque jamás sucede del todo. | ★★★ |
Juan José Ontiveros
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
España, 2015, Un día perfecto. Guión y dirección: Fernando León de Aranoa. Fotografía: Alex Catalán. Música: Arnau Bataller. Reparto: Tim Robbins, Benicio del Toro, Olga Kurylenko, Mélanie Thierry, Fedja Stukan, Eldar Residovic, Sergi López. Productora: Mediapro / Reposado Producciones / TVE (Televisión Española). Distribuidora: Universal Pictures. Presentación oficial: Quincena de Realizadores de Cannes 2015.