La tierra reclama a sus hijos
crítica de Strangerland (Kim Farrant, 2015).
Tras una etapa marcada asuntos extracinematográficos, Nicole Kidman continúa intentando volver a la primera división de las mejores actrices de las últimas décadas. Aquella que encabezó gracias a sus espectaculares trabajos en Eyes Wide Shut (Stanley Kubrick, 1999) —Tom Cruise desaparecía de la pantalla cada vez que compartía plano con ella—, Moulin Rouge (Baz Luhrmann, 2001), Los otros (Alejandro Amenábar, 2001) o Las horas (Stephen Daldry, 2002), con el que ganó el Óscar a la mejor actriz por su encarnación de la escritora Virginia Woolf. Pues bien, la mujer que aguantó como nadie aquel primer plano de su rostro en los dos minutos más intensos de Reencarnación (Jonathan Glazer, 2004) y que en los últimos años, entre mucho papel desafortunado, nos ha seguido dando puntuales destellos de talento en Rabbit Hole (John Cameron Mitchell, 2010) o El chico del periódico (Lee Daniels, 2012), donde dejó constancia de que continuaba igual de desinhibida en su madurez, vuelve a ofrecer una interpretación sobresaliente, como en sus mejores tiempos, en la cinta indie australiana Strangerland (2015), que supone un irregular aunque interesante debut en la dirección de Kim Farrant.
Vista en la Sección Oficial Internacional del último Festival de Sundance, la cinta, de manera bastante ambiciosa para tratarse de una ópera prima, no termina de decantarse por ningún género en concreto, tratando de ser una compleja mezcolanza de drama familiar, thriller psicológico y relato de misterio que, a la hora de la verdad, funciona más en momentos aislados que como un todo compacto. La historia de Strangerland se ambienta en el árido paisaje interior del continente australiano, conocido como el “outback”, donde una familia compuesta por un matrimonio que no pasa por su momento de máxima pasión y sus dos hijos, una conflictiva adolescente de 15 años con fama de promiscua en el pueblo y un niño más pequeño que tiene como afición salir de noche a caminar por el desierto, llevan una vida poco feliz, lastrada por las duras condiciones climáticas (calor sofocante, continuas tormentas de arena) y la monotonía del día a día lejos de la ciudad de la que huyeron por difíciles acontecimientos del pasado. La repentina desaparición de los hijos supone una catarsis para la pareja protagonista, que reacciona de manera imprevisible ante la situación, al mismo tiempo que un policía se involucra en exceso en la investigación del caso.
Las sugestivas imágenes simbólicas que se van sucediendo a lo largo de la historia emparentan a Strangerland con la obra maestra del cine australiano La última ola (Peter Weir, 1977).
Lo primero que llama poderosamente la atención al asistir al visionado de Strangerland es su sensacional atmósfera. Farrant, ayudada por el magnífico trabajo de fotografía de P.J. Dillon y los impactantes escenarios naturales del desierto australiano, construye un seductor ejercicio de estilo que, por sí mismo, tiene más fuerza que la propia trama de suspense y termina acaparando la mayor parte del protagonismo. Otro aliciente muy atractivo habría que buscarlo en ciertos elementos espirituales que quedan, desgraciadamente, poco explotados, como esa referencia de los vecinos aborígenes a la mitología de la Serpiente Arco Iris como causa de la marcha de los niños, o las sugestivas imágenes simbólicas que se van sucediendo a lo largo de la historia, que emparentan a Strangerland con aquella obra maestra del cine australiano que fue La última ola (Peter Weir, 1977). En ese sentido, el guion juega constantemente con la ambigüedad, subrayando la desconfianza sobre todos los personajes, funcionando mejor como estudio de los mismos que como relato de intriga.
Argumentalmente, la obra de Farrant podría inscribirse a ese subgénero, tan en boga en los últimos tiempos, que es el de desapariciones de niños o adolescentes. Prisioneros (Denis Villeneuve, 2013), La isla mínima (Alberto Rodríguez, 2014) —memorable aportación patria que también otorgaba gran prioridad a la creación de atmósferas— o dos de los últimos (y flojos) trabajos de Atom Egoyan como Condenados (2013) y Cautivos (2014) serían algunos de los títulos más conocidos de dicha corriente y de los que Strangerland consigue desmarcarse, de manera muy elegante, ofreciendo algo completamente diferente, más centrado en la descomposición de un núcleo familiar ya minado de antemano por situaciones pasadas y los secretos de cada uno de sus miembros. Y cuando el foco apunta a cada uno de ellos llegan los instantes de mayor vigor. Kidman borda este tipo de personaje de madre sufridora y atormentada, casi al borde de la locura, como ya demostró en la mencionada Rabbit Hole. Aquí, su trabajo vuelve a ser a tumba abierta, dándolo todo y desnudándose física y emocionalmente como una mujer superada por las circunstancias y psicológicamente inestable, encontrando una perfecta réplica en un sorprendente Joseph Fiennes. El actor británico, que tras el boom de Shakespeare in Love (John Madden, 1998) no terminó de cuajar como estrella del celuloide, realiza su trabajo más visceral y potente hasta la fecha, con unos arrebatos de violencia que le permiten buenos momentos de lucimiento. El trío protagonista lo completa el siempre excelente Hugo Weaving como el policía que trata de echar luz sobre un caso tan oscuro. Tal vez sea el suyo el personaje más desdibujado de los tres, ya que nunca se profundiza en sus problemas del pasado, aun cuando sabemos que éstos le convirtieron en el tipo atormentado que es.
Argumentalmente, la obra de Farrant podría inscribirse a ese subgénero, tan en boga en los últimos tiempos, que es el de desapariciones de niños o adolescentes. Prisioneros (Denis Villeneuve, 2013), La isla mínima (Alberto Rodríguez, 2014) —memorable aportación patria que también otorgaba gran prioridad a la creación de atmósferas— o dos de los últimos (y flojos) trabajos de Atom Egoyan como Condenados (2013) y Cautivos (2014) serían algunos de los títulos más conocidos de dicha corriente y de los que Strangerland consigue desmarcarse, de manera muy elegante, ofreciendo algo completamente diferente, más centrado en la descomposición de un núcleo familiar ya minado de antemano por situaciones pasadas y los secretos de cada uno de sus miembros. Y cuando el foco apunta a cada uno de ellos llegan los instantes de mayor vigor. Kidman borda este tipo de personaje de madre sufridora y atormentada, casi al borde de la locura, como ya demostró en la mencionada Rabbit Hole. Aquí, su trabajo vuelve a ser a tumba abierta, dándolo todo y desnudándose física y emocionalmente como una mujer superada por las circunstancias y psicológicamente inestable, encontrando una perfecta réplica en un sorprendente Joseph Fiennes. El actor británico, que tras el boom de Shakespeare in Love (John Madden, 1998) no terminó de cuajar como estrella del celuloide, realiza su trabajo más visceral y potente hasta la fecha, con unos arrebatos de violencia que le permiten buenos momentos de lucimiento. El trío protagonista lo completa el siempre excelente Hugo Weaving como el policía que trata de echar luz sobre un caso tan oscuro. Tal vez sea el suyo el personaje más desdibujado de los tres, ya que nunca se profundiza en sus problemas del pasado, aun cuando sabemos que éstos le convirtieron en el tipo atormentado que es.
«Sus imperfecciones no empañan del todo un conjunto muy interesante y personal que deja entrever que estamos ante una realizadora con muchas cosas que decir en el futuro».
Estamos ante un filme de ritmo lento, sinuoso, que contagia ese ambiente asfixiante que respiran sus personajes. Sin embargo, algunas concesiones sexuales, un tanto fuera de lugar, pueden resultar algo desconcertantes, así como determinadas reacciones de los protagonistas que únicamente logran que, a pesar de la validez de sus intérpretes, el espectador termine distanciándose de su dolor. Junto a esto, es verdad que a la película de Kim Farrant le sobran unos veinte minutos de metraje, fallando también a la hora de que todas las piezas del rompecabezas encajen con precisión para dar lugar a una historia verdaderamente poderosa; y que la titubeante narración está lastrada por un nulo sentido del espectáculo a la hora de presentar la parte de la investigación. Todos estos defectos serían suficientes para tirar por tierra cualquier largometraje pero, en esta ocasión, sus imperfecciones no empañan del todo un conjunto muy interesante y personal que deja entrever que estamos ante una realizadora con muchas cosas que decir en el futuro. La ausencia de ambición comercial en beneficio de unas inquietudes más propias del cine de autor hará, seguramente, que esta propuesta pase desapercibida en su paso por las carteleras y que el trabajo de Kidman no sea tenido en cuenta en la próxima carrera de premios. Una pena. | ★★★ |
José Antonio Martín
© Revista EAM / Las Palmas
Ficha técnica
Australia. 2015. Título original: Strangerland. Directora: Kim Farrant. Guión: Michael Kinirons, Fiona Seres. Productores: Macdara Kelleher, Naomi Wenk. Productoras: Worldview Entertainment / Dragonfly Pictures / Fastnet Films. Fotografía: P.J. Dillon. Música: Keefus Ciancia. Dirección artística: Mandi Bialek-Wester. Montaje: Veronika Jenet. Reparto: Nicole Kidman, Joseph Fiennes, Hugo Weaving, Madison Brown, Nicholas Hamilton, Meyne Wyatt, Lisa Flanagan, Martin Dingle Wall, Sean Keenan.