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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Señor Manglehorn

    Señor Manglehorn

    Las consecuencias del amor

    crítica a Señor Manglehorn (David Gordon Green, 2014).

    En una de las escenas de Señor Manglehorn, el protagonista homónimo encarnado por Al Pacino le recita a su nieta el siguiente poema: “Nadie conoce al viento. Ni tú, ni yo. Pero cuando todas las hojas se agitan, el viento está pasando”. A lo que la pequeña, en un encantador arranque de simplicidad infantil, le responde que en los dibujos sí se puede ver y conocer el viento, figurado como varias líneas curvas paralelas. Este pequeño detalle permite reflexionar, al hilo de la propia película, sobre los modos que existen de representar de forma plástica fenómenos que en su manifestación real no tienen ninguna forma definida. El viento, como tal, se puede condensar en un símbolo de líneas curvas si hablamos de modos de representación no realistas. Pero en el caso del cine, no hay ninguna representación figurativa capaz de contener la idea de viento. Solo se puede evocar su presencia, como reza el poema con el que abríamos estas líneas. Ya sea a partir de un recurso directo como el sonido, o bien de forma más indirecta a partir de mostrar sus efectos sobre otros elementos intradiegéticos. En la citada conversación entre el señor Manglehorn y su nieta, el montaje inserta entremedias algunos planos de un globo que es impulsado por el aire. De modo que, aunque no podamos tener ninguna percepción sensorial directa del viento, conocemos con seguridad su presencia porque está influyendo sobre un objeto, el globo, que sí es directamente perceptible.

    Hechas estas consideraciones, se entenderá mejor a dónde se dirigen si se sustituye la palabra “viento” por la palabra “amor”. Porque el amor es el tema central de Señor Manglehorn, si bien su modo de representarlo, que se parece mucho al del viento a partir de su efecto sobre ese globo, puede dar lugar a algún despiste. La diferencia que existe entre la cinta de David Gordon Green y un melodrama romántico más convencional es la misma que hay entre una serie como Treme y una película como Twister. Es decir, que mientras esta última busca lo espectacular en una de las manifestaciones más extremas y directas del fenómeno del viento (un tornado), la serie de David Simon se centra en una Nueva Orleans posterior al paso del huracán Katrina. Del mismo modo, Señor Manglehorn construye un retrato del amor a partir de sus efectos, centrándose en el tiempo donde su manifestación más ostensible (el romance) ha desaparecido para dejar solo sus heridas, tan difíciles de cicatrizar. Sin abandonar nunca los escasos días de presente fílmico en los que transcurre su película, Gordon Green logra evocar toda una historia de pasión, equivocaciones y ruptura que flota intangible, sin llegar nunca a mostrarse, sobre la historia principal, mucho más prosaica, en la que se enmarca el filme: la cotidianeidad, narrada en un fuerte tono intimista, del protagonista encarnado por Pacino, un cerrajero avejentado que vive sumido en una melancolía discreta, provocada por el anhelo de una amada a la que perdió, y que, más allá de algún ocasional brote de rabia, queda mal anestesiada por su dedicación al trabajo, los cuidados a su gata (que dan lugar a un puñado de escenas de ternura de mascotas muy en la línea de Umberto D.), sus rutinas habituales, sus visitas a un casino de mala muerte y su relación quebradiza con su hijo. Mientras rehúye por sistema cualquier interacción social mínimamente profunda. Un paisaje, en fin, de suave desolación tras el paso de un ya lejano vendaval.

    Señor Manglehorn

    «Pacino deja a un lado excesos de actuación y se deja contagiar por la cadencia melancólica del conjunto, insuflando vida a su personaje a partir de su presencia física tan marcada por una decadencia más cercana a cierto autoabandono que a la mera vejez».


    Por tanto, Señor Manglehorn se erige sobre todo como un cuidado estudio de personaje, sostenido en lo implícito del contexto biográfico de su protagonista (la historia de amor del pasado) y en la fuerza expresiva de su mero estar ante la cámara. En lo temático, además, engarza muy bien con la tradición del indie norteamericano, del que Gordon Green ha sido celebrado como uno de sus mejores continuadores. Dan cuenta de este parentesco la estética del “perdedor” (tan palpable en el look desgreñado, la mirada vaga y la voz áspera de Pacino), el minimalismo espacial y temporal, la ausencia de acción en aras de una mayor cercanía a lo cotidiano, y cierto discurso sobre las segundas oportunidades que ofrece la vida más allá de lo socialmente convencional. Pero a la vez, la película también continúa las inquietudes que el director ha ido mostrando por romper algunos moldes de ese indie. En el caso de Señor Manglehorn, es muy perceptible el rechazo al dogma del realismo, manifestado en una presencia muy sutil de elementos fantásticos (milagrosos, por decirlo con una palabra más precisa) en la trama, que se presentan primero a partir de testimonios que cuentan los personajes secundarios acerca del propio Manglehorn, y finalmente en cierta escena que, de forma casi imperceptible en un principio, viene a plantear una ruptura con el tono naturalista predominante. Pero que, a la vez, no niega todo su discurso de fondo acerca del punto de inflexión en la vida de Manglehorn, de la ruptura de su parálisis melancólica, que va introduciendo el metraje. Por lo que a Gordon Green le sale, justo en el momento de arrancar los créditos finales, un juego de manos entre lo cotidiano y lo mágico, que este crítico no termina de dilucidar si funcionan como complementarios o como capas sin nexo de unión.

    Hay que destacar, además, la habilidad que muestra Gordon Green para insuflar carisma a algunos elementos recurrentes de la puesta en escena, al estilo Wes Anderson. Además del cuidado diseño de la furgoneta de trabajo de Manglehorn, el recurso al toque vintage que dan los objetos relacionados su la actividad epistolar, como su viejo buzón americano o las cartas manuscritas, resultan muy eficaces para transmitir esa sensación de nostalgia por los tiempos pasados. Con todo, el aspecto fundamental para levantar una cinta de estas características, y sin duda el más reseñado por la crítica, es el trabajo de Al Pacino (bien punteado, por otra parte, por las apariciones de Holly Hunter que van adquiriendo importancia con el desarrollo del filme). Porque, en ausencia de una trama o elementos de acción poderosos, Señor Manglehorn se presta a dejar que el veterano actor se coma la pantalla. Que es, de hecho, lo que sucede. En un papel acorde con el tono del filme, Pacino deja a un lado excesos de actuación y se deja contagiar por la cadencia melancólica del conjunto, insuflando vida a su personaje a partir de su presencia física tan marcada por una decadencia más cercana a cierto autoabandono que a la mera vejez. Lo sublime del actor hay que buscarlo en sus miradas, en sus pequeños gestos y, sobre todo, en su voz. Una dicción ronca, desgastada por las inclemencias, casi susurrada, que alcanza su máxima expresividad cuando se convierte en voz en off (uno de los recursos cinematográficos a los que más importancia da Gordon Green, por cierto) para recitar las cartas que Manglehorn continúa escribiendo a su amada, y que, punteada por la música de la banda sonora, suena como un lamento a ritmo de soul pausado. | ★★★ |


    Miguel Muñoz Garnica
    © Revista EAM / Granada


    Ficha técnica
    Estados Unidos, 2014. Manglehorn. Director: David Gordon Green. Guión: Paul Logan. Productores: Molly Conners, David Gordon Green, Lisa Muskat, Derrick Tseng, Christopher Woodrow. Productoras: Worldview Entertainment, Dreambridge Films, Muskat Filmed Properties. Presentación oficial: Festival de Venecia 2014 (sección oficial a concurso). Fotografía: Tim Orr. Música: Explosions in the Sky, David Wingo. Vestuario: Jill Newell. Montaje: Colin Patton. Dirección artística: Richard A. Wright. Reparto: Al Pacino, Holly Hunter, Chris Messina, Harmony Korine, Natalie Wilemon, June Griffin Garcia, Sierra Scott.

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