Amor políglota
crítica a Félix et Meira (Maxime Giroux, Canadá, 2015).
Maxime Giroux compitió por la Concha de Oro en la 62 edición del Festival de Cine de San Sebastián. Lo hizo con su tercer largometraje, Félix et Meira (2014), galardonada como mejor película canadiense en el Festival de Toronto. El realizador —premiado en Locarno por Jo pour Jonathan (2010)—, hilvana un sufrido relato amoroso. Una historia acuciada por el antagonismo cultural. Félix es un nini de cuarenta años en plena crisis existencial por la muerte de su opulento progenitor. Y Meira es una judía hasídica atrapada en la celda del matrimonio, el misticismo y la ortodoxia. La relación entre ambos se antoja difícil, más bien imposible. Pero el muro (de las lamentaciones) es derribado con un par de miradas y un dibujo. Viven en el mismo barrio, son almas perdidas, pertenecen a mundos distintos y se atraen. Sin pena ni gloria se deslizan durante hora y tres cuartos. Un trabajo correcto se podría decir. Indolente e insulso conviene señalar. Pasó por Donosti sin mucho ruido, sin molestar a nadie. Se deja ver, se disfruta en algún momento, pero prevalece la sensación de desgana, de apatía, de estar hecha sin el entusiasmo que late en las ficciones.
La película abre con un plano detalle de una vaso de vino. Lo está llenando el marido de Meira. Nos encontramos en medio de una liturgia hasídica/ reunión de amigos. Este es el punto de partida. Un par de planos más y percibimos que algo pasa con Meira. Un par de miradas y ya sabemos que Meira avergüenza a su marido. Con sutileza se ponen las cartas sobre el tapete. La inteligencia de esta primera secuencia no es una constante, aparecerá a cuentagotas. Pero está ahí. Sobre todo en Meira, el personaje mejor construido de todos. Está lleno de matices y la actriz Hadas Yaron lo interpreta como si le fuese la vida en ello, muy auténtica en su expresividad dramática. Es, de lejos, lo mejor de la cinta. Meira se asemeja a Bernard Marx de Un mundo feliz (Aldous Huxley), está cansada del soma (religión), es una inadaptada social en su comunidad, no quiere tener más hijos, manifiesta cierto inconformismo y se da al "hedonismo" de la música y el dibujo. Un comportamiento inaceptable que la sociedad (judía) penaliza. Está anulada pero lucha por deshacerse de los arneses. Un personaje hegeliano o marxista en sus dudas religiosas, apremiada como está por superar las contradicciones vitales. Por lo demás el resto de personajes son más planos. El marido está subyugado por la fe y se mantiene en esa invariable hasta que sufre un golpe de realidad y decide hacer de tripas corazón. Félix (interpretado por Martin Dubreuil) es un iluso entrañable. Si la inconsciencia fuese una unidad de medida él rozaría lo inconmensurable. Se complementan relativamente bien. Ella quiere dejar de reprimir sus emociones y él quiere estimularlas.
«Independientemente de sus aciertos, sus chispazos, momentos entrañables el filme no se eleva. Parte de la particularidad para contar una historia universal pero todo se condensa en relámpagos esporádicos que ratifican la intrascendente corrección».
En algunas entrevistas promocionales Giroux afirmaba que no quiso plasmar una mirada moralista sobre la multiculturalidad que aparece en pantalla. Cuesta creerle. Ese retrato casi documental por las encorsetadas costumbres de la comunidad judía ortodoxa se sobreentiende como un posicionamiento moral. Es cierto que contribuyen a enfatizar la sensación de enclaustramiento de Meira, pero eso no elude el hecho de que profundice tan solo en las (a nuestros ojos) excentricidades. Al punto de que su representación de los hasídicos tropieza en el esquematismo clásico (Shabat, hermetismo, semblantes serios, patillas, shtreimel). De la misma manera que nuestra mirada occidentalizada juzga lo que sale en pantalla en relación a nuestros valores, parece inevitable no atribuir a Giroux la selección de esas imágenes. Por mucho que lo haya filmado sin atisbo de idealización o de descrédito alguno... que la protagonista sea una mujer alienada por ese estilo de vida lleva implícita una detracción. ¿Acaso no es el ratón (Meira) atrapado en la trampa (comunidad judía) una alegoría que condiciona nuestra mirada? Como citaba en el párrafo anterior, en su protagonista subyace una visión de la fe que condiciona nuestro juicio. Como es lógico. Se entiende lo que pretendía Giroux con esas declaraciones, quería reflejar su respeto por una cultura que le es ajena y con la que le cuesta empatizar. Es más, su reflejo de la diversidad cultural de un entorno urbano como Montreal es sensacional. El ejemplo más obvio es que con naturalidad se alternan diálogos en francés, inglés, yiddish, alemán o español —algunos definen los estados de ánimo de la protagonista—.
Félix et Meira se presenta como una película bipolar. Navega, durante la mayor parte del metraje, sobre los mares del tremendismo existencial pero de vez en cuando saca a relucir su lado bufón. Entre esa fútil falta de pasión, esos rictus más tristones que los de un sabueso hay lugar para momentos musicales e incluso cómicos. Con ellos se trata de aligerar un conjunto de extremo espesor. Pero no siempre funciona bien. Así como Leonard Cohen y su Famous Blue Raincoat se ensamblan a la perfección dentro del engranaje, o After Laughters (Come Tears) funciona como un gran momento de liberación, el corte con el blues de Rosetta Tharpe cantando Didn’t it rain se percibe fuera de lugar. Pasa lo mismo con el patetismo de algunas escenas —por ejemplo cuando el marido de Miera y Félix se enfrentan, evocando a los púgiles Luis Fabiano y Diogo—. Lo más desconcertante para quien escribe es que esta mezcla un tanto turbadora no empeora la cinta. En ese sentido, contribuye a consolidar la esencia de la misma: su falta de ritmo. En contraste su imagen es muy acertada, la directora de fotografía —Sara Mishara— busca una estética antigua con la que reflejar el estilo de vida de la comunidad, asentada en cierto inmovilismo tecnológico y anquilosada en el pasado. Giroux afirma que se inspiraron en las películas americanas de los años setenta e intentaron jugar con la paleta de colores de una manera similar a James Grey en The Immigrant (2013). Independientemente de sus aciertos, sus chispazos, momentos entrañables —como la partida de ping pong— el filme no se eleva. Parte de la particularidad para contar una historia universal pero todo se condensa en relámpagos esporádicos que ratifican la intrascendente corrección. | ★★ |
Andrés Tallón Castro
© Revista EAM / Santiago de Compostela
Ficha técnica
Canadá. 2015. Título original: Félix et Meira. Director: Maxime Giroux. Guion: Maxime Giroux, Alexandre Laferrière. Fotografía: Sara Mishara. Música: Olivier Alary. Duración: 105 minutos. Productora: Metafilms. Intérpretes: Martin Dubreuil, Hadas Yaron, Luzer Twersky, Anne-Elisabeth Bossém, Melissa Weisz, Benoît Girard Presentación oficial: Festival de Cine de San Sebastián 2014.