Argentina, suma y sigue
crítica a Dos disparos (Martin Reijtman, 2014).
Algo está pasando en el cine argentino. Más allá de éxitos internacionales para el gran público como Relatos salvajes y dejando a un lado a Darines, Campanellas y Sbaraglias, hay otro cine argentino que poco a poco llega a nuestras pantallas y se va haciendo un hueco en festivales internacionales, recogiendo grandes elogios allá donde va. Hablamos, por ejemplo, de Jauja, de Lisandro Alonso, un rotundo éxito en 2014, de El incendio, de Juan Schnitman, que se pudo ver en la Berlinale, La patota, de Santiago Mitre, que triunfó en la Semana de la Crítica de Cannes, o Juana a los 12, de Martín Shanly, ganadora en el pasado D’A de Barcelona. Con todo ello, no es de extrañar que la reciente ganadora del Festival de Cine Atlántida, organizado por la plataforma VOD Filmin, sea también una película del país sudamericano, que ya se pudo ver en el Festival de Locarno del año pasado. Nos referimos a Dos disparos, del bonaerense Martín Reijman, una película cuya principal baza es la extrañeza que provoca un grupo de personas que navegan por la absurdidad de sus vidas con una estoicidad pasmosa.
Una mañana como otra cualquiera, después de una noche de fiesta, el joven Mariano encuentra una pistola en el jardín de su casa mientras corta el césped. Sentado en la cama, observando el arma que acaba de desenterrar, decide pegarse dos tiros mortales de necesidad. Pero sobrevive. ¿Un impulso? ¿Una llamada de atención? ¿Un deseo? Poco importan los motivos. Lo importante es como este hecho pone en marcha el engranaje narrativo del mundo que rodea a Mariano. Dos disparos no es, ni pretende ser, la historia más o menos trágica de este joven y de cómo su familia reacciona a su intento de suicido. Dos disparos, realmente, no trata de esos dos disparos. Estos son, simplemente, el pistoletazo de salida para una historia dispersa, acumulativa y tremendamente desordenada, que avanza sin rumbo ni destino fijo, pero cuyo camino acaba siendo una más que grata sorpresa. Mariano, la madre, el hermano, la amiga, los componentes del cuarteto de flauta de música barroca, la compañera de viaje… todos van y vienen, la película salta de una trama a otra sin terminar ni rematar ningún conflicto, sin cerrar ninguna de las puertas que abre… y, sin embargo, todo tiene sentido. Todo encaja a la perfección porque el mundo creado por Reijtman es absurdamente coherente. O quizás coherentemente absurdo.
«El director argentino consigue la ardua tarea de que no haya ninguna nota discordante y que todos los elementos de la historia consigan cuadrar para construir un universo con ecos del cine de Kaurismäki en el que, como ocurre en la cinematografía del director finlandés, los personajes parecen contemplar el paso de la vida con una sombrosa tranquilidad, ajenos a cualquier excitación o sobresalto».
Dos disparos es, más bien, una muestra del patetismo humano representado en la historia circular, o puede que ovalada, de este grupo de personas que, con sus más y sus menos, comparten una serie de vínculos, aunque sean simplemente casuales. Esa es una de las claves de la cinta: la casualidad anula cualquier resquicio de causalidad típica de cualquier guión cinematográfico de manual. Las escenas se encadenan casi por azar, y cuando la suerte cambia de parecer, la película vira su foco, muta su punto de vista y se dirige hacia el siguiente personaje, a la próxima situación. En este sentido, Dos disparos sería como una versión acotada de Slacker, la opera prima de Richard Linklater, pero maquillando cualquier pretensión de naturalidad con una fina capa de humor absurdo. Los personajes hablan como si estuvieran solos, se comunican entre ellos en una especie de tono monocorde donde las preguntas parecen afirmaciones y las dudas sientan cátedra. Con todo, la sensación que dejan sus relaciones es la de aislamiento. Los personajes parecen estar solos aunque estén rodeados de los suyos, hablando como si conversaran con entes sin entendimiento que se arrastran mecánicamente.
Bien es cierto que una película con este planteamiento habría podido hacer aguas de no ser por el buen hacer de Reijtman. El director argentino, que también firma el guion, consigue la ardua tarea de que no haya ninguna nota discordante y que todos los elementos de la historia consigan cuadrar para construir un universo con ecos del cine de Kaurismäki en el que, como ocurre en la cinematografía del director finlandés, los personajes parecen contemplar el paso de la vida con una sombrosa tranquilidad, ajenos a cualquier excitación o sobresalto. A diferencia de lo que le ocurre a Mariano (quien desde que se pegó los dos disparos no acaba de afinar correctamente su flauta, cosa que desestabiliza el extraño grupo de música barroca del que forma parte), la melodía que consigue crear Reijtman suena perfectamente. En ella reside principalmente el éxito de la película. Todos y cada uno de los recursos que tiene en su mano Reijtman los utiliza para crear este absurdo mundo lleno de momentos que se encaminan hacia ninguna parte, pero cuya lógica interna funciona con la precisión de un reloj suizo gracias a una estructura perfectamente delimitada de principio a fin. Su pulso pausado y contemplativo y su paciente mirada consiguen extraer de cada momento un precioso mural de personajes y situaciones. Dos disparos es, en definitiva, una deliciosa rara avis que se disfruta sin complejos, y la enésima confirmación de que el cine argentino está en uno de sus mejores momentos de forma, y esperemos que dure. | ★★★★ |
Víctor Blanes Picó
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Dos disparos. Argentina, 2014. Dirección: Martín Reijtman. Guion: Martín Reijtman. Reparto: Manuela Martelli, Susana Pampin, Rafael Federman, Laura Paredes, Benjamín Coehlo, Camila Fabri, Daniela Pal. Producción: Ruda Cine, Jirafa Films, Pandora Films, Waterland Film. Música: Diego Vainer. Fotografía: Lucio Bonelli. Presentación oficial: Berlinale 2014. Premios: Mejor película del Atlántida Film Fest.