Dancing with the demons in our minds
Crónica de la cuarta jornada de la 50ª edición del Festival de Karlovy Vary.
En la última proyección del día, asistimos al lento caminar hacia la nada de un desmejorado Richard Gere en Out time of mind. Su alter ego, George, sufre días tan largos como una vida, que corrompen la apreciación del espacio o el tiempo, que le apartan lentamente de todo lo racional que le rodea. Los objetivos, si los hubiera, son pequeñas victorias: un sabor dulce que llevarse al paladar, una mirada compasiva o un simple hueco donde hallar la sobrevalorada impresión de seguridad. Salvando las enormes distancias, un periodista extranjero –uno que no cambie la barra del bar por la butaca, claro—, en un festival como Karlovy Vary, puede experimentar sensaciones similares. Un vagabundo que busca la brecha que cambie su estado de ánimo, la inspiración en cada fotograma o una lágrima de emoción que rompa el clásico rictus de estatua permeable que uno adopta en cada exhibición. Porque, como pueden apreciar tanto en esta cobertura como en la anterior, los filmes proyectados en la pequeña ciudad checa son como pequeños copos de diferente tamaño y brillo pero fríos e insípidos. Salas donde las sonrisas y la ternura son coto vedado o lo suficientemente intrascendentes como para alterar los biorritmos. Es por ello el anhelo de propuestas como Boyhood o La desaparición de Eleanor Rigby, programadas el pasado año. Trabajos imperfectos pero humanos, dotados de esos pequeños detalles que permitan una reflexión emocional de vuelta a la cómoda cama del hotel. Un sendero de tan solo 500 metros que se hace interminable, tanto como los paseos de George en esa inhóspita Nueva York que no regala nada.
THE RED SPIDER
Czerwony pająk, Marcin Koszałka, Polonia / Competición.
Como ocurriera la pasada edición, aparece en la competición una coproducción ambientada en la época de postguerra en Centroeuropa. Si el año anterior la checa Fair Play (Andrea Sedlácková) nos hablaba del origen del doping tras el Telón de Acero en clave de thriller, este es el turno de la polaca (facturada también con dinero checo) The Red Spider, traslación a la pantalla del suceso verídico perpetrado por un mediático serial killer, apodado la araña roja, en Cracovia a finales de los años sesenta. Las similitudes cronológicas, ambientales y financieras no terminan ahí, el tono es idéntico, casi una extensión casual. Y eso que su prometedor inicio, con un plano de grúa primoroso apuntando a un apartado recinto ferial –que más tarde se volverá a ejecutar—, hace creer en una posible ruptura de la hierática filmación eslava, no demasiado dada a las virguerías técnicas. Ahí finalizan los excesos. El filme de Marcin Koszałka resulta tan académico como previsible. Poco importa el original punto de vista de este retrato del asesino en serie, otorgado por un admirador de éste –interpretado por un más que solvente Filip Pławiak, la verdadera revelación de la película—, el guion —que adapta la novela de Marta Szreder— de Łukasz M. Maciejewski y el propio Koszałka es todo un despropósito que absorbe la credibilidad en cada oración. Tampoco ayuda la impersonal dirección, que abusa constantemente del trípode intentando plasmar un marco de rigor documental. Solo las escenas acuáticas de ese saltador que reclama fama, y la tensa penúltima secuencia, acompañadas por la excelente fotografía del mismo realizador, ofrecen ese numen que complementa a la apertura. Detalles que dejan un buen sabor de boca pero insuficientes, una vez más. [55/100]
THE SOUND OF TREES
Le bruit des arbres, François Péloquin, Canadá / Competición.
El subgénero dramático denominado coming of age –algo así como obras sobre adolescentes en fase de...— se ha convertido en un cliché en los certámenes. Esta moda puede atender a que a los nuevos directores les interesan las inquietudes de las jóvenes generaciones o, simplemente, es una tendencia que busca adaptarse al arquetipo de cinta bien valorada en un festival. En el último curso han penetrado en nuestras retinas las andanzas de chicos con graves problemas de comportamiento (en Mommy de Xavier Dolan o en Con la cabeza alta de Emmanuelle Bercot); chicas con un desdibujado futuro (Girlhood, de Céline Sciamma); o teenagers que sólo quieren dejar de crecer (Hide your smiling faces, de Daniel Patrick Carbone, o Me and Earl and the dying girl, de Alfonso Gomez-Rejon), por citar algunos ejemplos de un listado que supera las tres decenas. En la línea de la primera tanda, se sitúa el protagonista de la película canadiense The Sound of Trees, Jéremie, un inconsciente de 17 años asfixiado por el trabajo en la carpintería de su padre y la escasez de posibilidades en un deprimido pueblo forestal de Quebec. La marcha de su hermano, recién casado y esperando un hijo, del lecho familiar, abrirá un verano que marcará el cambio y definirá las oportunidades que pudiera regalarle el paso a la adultez. El debut de François Péloquin carece del cualquier atisbo de riesgo, sin embargo, se acaba convirtiendo en una notable muesca de la temática gracias a la delineación de la relación entre padre e hijo que ofrece el libreto de Sarah Lévesque y el propio Péloquin. Una mirada humana y sin estridencias que se apoya en la contención de sus personajes. Al contrario que el excesivo Antoine Olivier-Pilon en Mommy, Antoine L'Écuyer muestra en cada gesto ese madurado deseo de metamorfosis, culminado con un emocionante epílogo. Estamos ante una posible candidata a formar parte del cuadro de honor de Karlovy Vary. [70/100]
GUERILLA
Gerilla, Anders Hazelius, Suecia / Forum of Independents.
¿Qué diablos es Guerrilla? Se pregunta el espectador, pasados los cinco primeros minutos de su exiguo metraje (70 minutos). ¿Un documental sobre el feminismo? ¿una analítica de la juventud sueca? ¿o simplemente una atípica historia de amor? Hasta no bien pasado el ecuador del filme esas cuestiones no se resuelven, tampoco es del todo relevante. El éxito o fracaso de la ópera prima de Anders Hazelius depende del nivel de rigidez de la platea ante un trabajo que contiene todos los defectos del primerizo pero que se hace agradable gracias a su apuesta formal y su selección musical. Guerrilla parece un videoclip pop escandinavo, donde chico desesperado conoce a chica extravagante y comienza una batalla con cal y arena de la que los dos se saben vencedores. Ambientada en el centro de un Estocolmo que se convierte en el tercer protagonista, esta valiente cinta sueca bucea, a no demasiada profundidad, en la ruptura de normas preestablecidas para lograr recuperar una felicidad sustraída por la monotonía. Una anarquía sentimental y amplitud de miras que choca con el conflicto —anclado forma pretérita— del personaje principal, Adam, que acaba derivando en una serie de contradicciones que afean el resultado final. Tampoco se le puede pedir más a esta clásica película de graduación, salvo alguna sonrisa y momento emotivo. Eso sí, da para forzar la anotación del apellido de su director; estaremos atentos a su próxima parada. [55/100]
TIME OUT OF MIND
Oren Moverman, Estados Unidos / Fuera de competición.
La franqueza de Oren Moverman, director de las infravaloradas e inéditas en España The Messenger (2009) y Rampart (2011), es, sin duda alguna, la gran protagonista de Time out of mind, película inaugural de esta edición de Karlovy Vary que tuviera su premiere hace casi un año en el Festival de Toronto. Una nueva bajada al barro de una estrella hollywoodiense buscando redirigir la senda profesional a base de premios y halagos de la crítica. Es justo reconocerlo, Richard Gere se entrega por completo a un personaje que no tiene nada. Ni una sola virtud –salvo una estupenda educación que delata su pasado—, ni asidero alguno o motivo para la esperanza. Queda claro, desde la primera secuencia, que George Nobody rueda cuesta abajo, sin dignidad, e intentando sujetar una cordura que pende de un hilo. Supervivencia básica como modus vivendi; el efecto de dar la espalda a la vida suele ser recíproco. Y ahí comienza un vía crucis, que lo hace recorrer cada uno de los rincones de Brooklyn huyendo del frío, del hambre, de todos los que le rodean. Solo existe una brizna de esperanza representada en el rostro de una hija (Jena Malone) que reniega, por supuesto, de su existencia. En cada encuentro con ella, y sin mediar palabra, conocemos más de ambos. Y cómo de la anónima normalidad se pasa a ser humo que se disipa. El señor Nobody vaga de aquí a allá buscando algún detalle que jamás encontrará. No hay artificios en Time out of mind, tampoco aparece la mano de Gabriele Muccino (director de En busca de la felicidad) o algún giro mágico larger than life. Moverman mueve los hilos con soltura, documenta una caída sin retorno y, después, una vez subidos al estrado toca juzgar, o quizá no. Son las dos horas más largas vividas en el KVIFF, es la descripción de la desgracia con un rostro bonito. No era necesario por mucho que su excelente final redima a los presentes tanto fuera —abrazados por el hastío— como dentro de la pantalla. [55/100]
Emilio Martín Luna
© Revista EAM / Enviado especial a la 50ª edición del Festival de Karlovy Vary