Anatomía de un asesinato
crítica a Violet (Bas Devos, 2013).
El proceso perceptivo de la imagen cinematográfica puede originar, de manera inconsciente, un cambio significativo en el sistema nervioso del espectador si éste se ve sometido por la deliberada decisión del director de sacarlo de su zona de confort. Una perspectiva inusitada, a través de una óptica que escape del convencionalismo narrativo, podría suponer un incómodo estado de ansiedad preparatorio de una presagiada tragedia. Esa es precisamente la actitud que asumimos en Violet cuando, en una escena de apariencia bastante corriente en la que se aprecia a dos adolescentes pasear tranquilamente por un centro comercial, nos percatamos de que nuestra visión corresponde a una fuente indirecta: la pantalla de una cámara de seguridad. Este recurso inicial cumple una doble finalidad; por un lado, despertar un estado de alerta en el espectador quien, por una transferencia empírica —informativos y programas de sucesos—, es consciente de que este tipo de grabaciones suelen albergar un propósito escabroso. Por otro lado, la secuencia funciona como un perfecto aislamiento recíproco; Bas Devos, director de la cinta, nos protege de ese primer acto violento recluyéndonos tras la seguridad de no una, sino dos pantallas. Esto ejerce, a su vez, un efecto completamente contrario en el protagonista, quien quedará confinado en su pesadilla mientras nosotros, tan inmóviles como él, observamos pavorosos el incidente escudados por esa doble pared (o pantalla), tras la que Jesse ha quedado atrapado, incomunicado, desprotegido e incapaz de huir del terror al que tendrá que hacer frente sin más remedio.
«Es evidente que Devos se siente más atraído por la potencia estructural de cada escena que por la fluidez y la secuenciación de las mismas, originando una poética discontinuidad narrativa y un abstracto lienzo, similar a un rompecabezas invertido, en el que cada fragmento tiene sentido por separado pero, una vez armado por completo, queda desprovisto de toda lógica. Y pensándolo fríamente, ésa parece una de las definiciones más ajustadas de lo que supone la etapa adolescente o, a grandes rasgos, la vida misma».
Este punto de vista tan lejano se mantendrá a lo largo de toda la película, primero mediante ese astuto juego de pantallas y, posteriormente, a consecuencia de la hermética personalidad del protagonista, quien nos impedirá, puede que por el rencor de no haberlo socorrido cuando lo necesitaba, acercarnos a él en ningún momento. A diferencia de otros ejemplos de personajes con características similares, en los que un flashback o un plano introspectivo nos llevaba a una completa comprensión y justificación de los posibles pecados previos del sujeto, logrando rápidamente una empatía retroactiva muy oportuna y redentora, en esta ocasión no será posible la conexión con un protagonista incapaz de exteriorizar su desastrosa situación anímica. Por este motivo, nuestra participación durante todo el metraje será mayoritariamente pasiva. Nos implicaremos en el proceso de descubrimiento y comprensión de Jesse, pero todos los resultados que obtengamos de esta fase observacional no pasarán de la simple cábala o la conjetura. No obstante, sí será posible analizar las diferentes claves que nos ofrece el guion del propio Devos para lograr conocer los precedentes y las consecuencias, como parte de un colectivo, que rodean a una historia de violencia como la que se desarrolla en el presente filme.
La bicicleta. Símbolo o estigma.
Al contrario de lo mostrado en películas de temáticas o contextos parecidos, el director no tiene ninguna intención de representar la particular inadaptación del adolescente en la sociedad adulta. Algo que damos automáticamente por sentado al conocer que los personajes principales son miembros de una pandilla, por lo que asumimos que son jóvenes que viven en oposición y al margen de las reglas establecidas por los adultos, adictos al riesgo, al consumo de sustancias tóxicas y tendentes a provocar disputas territoriales y conflictos entre bandas rivales. El espectador concibe la bicicleta de BMX como un símbolo de libertad y rebeldía, no necesita conocer en profundidad al protagonista para estigmatizarlo precipitadamente como un ser problemático por su idea preconcebida de lo que, para él, representa esa bicicleta, a la que le atribuye el mismo valor simbólico que a los monopatines de Paranoid Park (2007), o a las scooters de Quadrophenia (1979). A pesar de ello, no se mostrará de manera explícita ningún dato fehaciente que denote un comportamiento agresivo, verbal o físico, por parte de un integrante de esta pandilla. Así, una vez que el grupo de amigos se reúne con Jesse tras el incidente, se puede apreciar una preocupación genuina, y no un deseo irrefrenable de venganza o de obtener respuestas a toda costa. Uno de los muchachos, mientras paseaban con sus bicicletas, pregunta “¿No los habías visto nunca?”, pero el tono es muy diferente al que podríamos esperar, al igual que las reacciones de sus compañeros, no hay odio, ni rabia, ni se busca una descripción detallada que facilite un ajusticiamiento o vendetta, simplemente preocupación y dolor por la pérdida de un amigo. No será hasta el final cuando lleguemos a entender el verdadero significado de esa bicicleta, un vehículo que tendrá una clara función narrativa dentro de la historia pero que, lejos de representar la índole de un colectivo como hubiéramos esperado, se trata de la identificación de un individuo particular, un hermanamiento solidario que nos da a entender que el objeto y el sujeto son los componentes de un todo. Cada bicicleta representa a su propietario, y de ahí la sensacional escena nocturna en la que el protagonista pasea, por última vez, junto a su gran amigo en una despedida sobrecogedora.
Pacifismo o cobardía.
Resulta muy difícil establecer si la respuesta inmóvil de Jesse ante el penoso suceso inicial es fruto del miedo o de la simple actitud tranquila y pacifista del protagonista. No hay violencia —a excepción de la comentada escena inicial— en este estudio sobre los catastróficos resultados de la misma. Tampoco encontraremos, para ese detonante principal de la trama, motivos o explicaciones que nos ayuden a comprender el origen de tanta crueldad. Los perpetradores son fantasmas sin identidad que desaparecerán para nuestra desesperación, manifestando de este modo que, en la mayoría de los casos, el odio responde a una conducta de inexplicable aleatoriedad e irracionalidad. Las evidentes disputas causadas por una situación que genera tanta incomprensión como la ocurrida a Jesse, son resueltas por medio del diálogo y una actitud mucho más civilizada de lo que cabría esperar, por lo que parece oportuno asumir que el protagonista se mueve en un ambiente pacífico en el que la violencia física está fuera de toda cotidianeidad. Llegando a entender, por lo tanto, su impasibilidad ante la situación comentada, como un mecanismo de defensa frente un suceso para el que no está preparado y ante el que no sabe cómo reaccionar. Sin embargo, partiendo de una escena sin apenas importancia, podríamos probar que esta conclusión no es del todo cierta. A consecuencia de la obstinación y, por otro lado entendible, inoportuna insistencia de un niño pequeño, quien se empeña en realizar demasiadas preguntas a Jesse a causa de la lógica etapa de descubrimiento en la que se encuentra, el protagonista pierde la paciencia y ataca al niño, dejándole con la nariz sangrando. Un momento sin apenas relevancia en la historia y que podría pasarse por alto de no ser porque es precisamente ahí cuando dejamos de entender la naturaleza pacífica y tranquila del protagonista, quien queda sin coartada al reaccionar de esta forma. Además, cuando otros compañeros de su edad (y tamaño) le habían increpado, el joven nunca había respondido de manera violenta, como sí lo hace en este caso contra alguien en inferioridad de condiciones; por lo tanto, no podemos evitar tacharlo de simple cobarde. Una vez más, el realizador nos vuelve a proteger (no a su personaje) dejando la acción fuera de campo. No habrá juicio moral, sino simplemente la mera y despiadada observación. La mirada del director es lo único que encontraremos, nunca su opinión.
La soledad como salida
Si hay algo constante y recurrente en Violet es la representación que se hace del vacío absoluto. Un vacío que podrá apreciarse tanto de forma metafórica, en la incapacidad del protagonista para expresar sus sentimientos y preocupaciones, ocasionando una importante oquedad existencial, como de manera visual, por medio de una fotografía en la que predominan las calles despobladas, los paisajes virtuales sin movimiento y las bicicletas sin dueño. Dentro de este desierto cognitivo, nos topamos con la búsqueda de la comprensión, ese difícil ejercicio que supone ser aceptado en un mundo en el que las miradas de desconfianza e incredulidad prevalecen siempre frente a los gestos piadosos o a la benévola condescendencia. Un mundo diseñado para héroes y dibujado en blanco y negro para formar una realidad dicotómica que ha quedado astutamente representada por Bas Devos y su director de fotografía, Nicolas Karakatsanis, gracias a la alternancia de planos estáticos, en los que se incide en la frialdad de la amistad o las relaciones familiares, y en los que el uso del zoom es el único acercamiento posible —físico, nunca conceptual— a la mirada del protagonista, y planos dinámicos, marcados por unos fantásticos travelling de seguimiento, que pondrán al descubierto la encrucijada emocional afrontada por Jesse, quien únicamente contará con la ayuda de esos precisos planos secuencia, deudores del Gus Van Sant más esotérico, para la construcción de su nueva identidad adulta. Pero ésa ya será una tarea que deberemos realizar en casa y de manera individual: colocar en orden todas las piezas que el director ha puesto a nuestro alcance y casi de manera independiente. Porque es evidente que Devos se siente más atraído por la potencia estructural de cada escena que por la fluidez y la secuenciación de las mismas, originando una poética discontinuidad narrativa y un abstracto lienzo, similar a un rompecabezas invertido, en el que cada fragmento tiene sentido por separado pero, una vez armado por completo, queda desprovisto de toda lógica. Y pensándolo fríamente, ésa parece una de las definiciones más ajustadas de lo que supone la etapa adolescente o, a grandes rasgos, la vida misma. | ★★★ |
Alberto Sáez Villarino
© Revista EAM / Dublín
Ficha técnica
Bélgica. 2014. Título original: Violet. Director: Bas Devos. Guion: Bas Devos. Fotografía: Nicolas Karakatsanis. Música: Deafheaven. Duración: 82 minutos. Productora: Minds Meet. Montaje: Dieter Diependaele. Diseño de vestuario: Bho Roosterman. Intérpretes: César De Sutter, Raf Walschaerts, Koen De Sutter, Mira Helmer. Presentada en: Berlinale 2014 (Premio Generation Plus) &Festival Internacional de Karlovy Vary 2014 (Another View).