Ese oscuro “complejo” del deseo
crítica a The Overnight (Patrick Brice, 2015).
El hombre es una especie animal que ha ido desarrollando a lo largo de su paso por la tierra —a diferencia de sus pares no evolucionados intelectualmente— la capacidad de raciocinio y reflexión que le permite discurrir sobre cualquier situación para obtener una solución satisfactoria a sus necesidades. Sin embargo, su limitada experiencia individual como ser racional, y la falta de un legado cultural instructivo, lo mueve a plantear su existencia enfocada a su propia satisfacción para chocar inexorablemente, una y otra vez, contra la inaccesibilidad de sus ambiciones, originando un estado continuo de frustración e insatisfacción agravado por la necesidad de comparación con sus semejantes. El vacío existencial se forma en el hombre contemporáneo debido a que carece de la suficiente confianza en sí mismo para hacer uso de su libre albedrío, por lo que busca constantemente un modelo al que parecerse o un líder —macho alfa— a quien obedecer. Así se distinguen dos conductas diferentes en el ser humano, la de aquel que quiere lo que los demás quieren (seguidismo) o bien, la del que hace lo que los demás dicen (sometimiento). El director Patrick Brice continúa con las nuevas teorías del psicoanálisis referidas al incremento de las crisis de identidad que sufren los individuos que conforman la sociedad moderna, acusados de una abismal sensación de falta de sentido en sus vidas. The Overnight, no obstante, combina estos razonamientos actuales con las primigenias teorías surgidas en la época de Freud, en las que se mostraba al hombre como un ser instintivo incapaz de comprender su naturaleza y liberar su sexualidad, dando como resultado estados patológicos de sufrimiento, como la neurosis o la psicosis. Para Brice, un hombre mentalmente estable sería aquél consciente de sus motivaciones, capaz de pronunciar en voz alta la explicación de su comportamiento sin que se produzcan por ello sentimientos de culpabilidad. Ni que decir tiene que, en una sociedad tan llena de prejuicios como la nuestra, para llegar a ese punto de libertad dialéctica e ideológica hay que pasar previamente por un proceso de terapia de choque. Proceso que queda perfectamente condensado en esta película a lo largo de una sola noche.
Desde luego no se podrá acusar al filme de divagar demasiado en su presentación. El director contextualiza la historia de manera muy rápida y esquemática; parece tener prisa por encerrarnos en la mansión que sirve de escenario principal, como si se sintiera incomodado por la luz del sol o los espacios abiertos, y en la que se llevará a cabo la exploración sinóptica de todas las etapas por las que puede atravesar un matrimonio, comprimida en el tiempo que separa el anochecer del amanecer, una noche de descubrimiento, personal y de pareja, en la que no habrá sitio para los secretos. El clima de comodidad y relajación que los acogedores anfitriones han creado, proporciona un peligroso escenario para dejarse llevar a través de la honestidad más humillante aunque, eso sí, exenta de cualquier actitud condescendiente o sentenciosa. En esa casa de la desinhibición, nadie, a excepción de uno mismo, osará juzgar al prójimo, del mismo modo que tampoco será juzgado por nadie —sin contar, claro está, a la audiencia, que valorará por el derecho y la gracia que le otorga su título de espectador—. Así encontramos a Alex y Emily, una joven pareja que acaba de mudarse a Los Ángeles con su hijo, R.J. Perdidos emocionalmente en una nueva ciudad, sin amigos y sin familia, se verán tentados a aceptar la repentina invitación de Kurt y Charlotte, a quienes acaban de conocer y con los que aparentemente tienen varios aspectos de su vida en común, entre ellos, un hijo de la misma edad con quien R.J. parece llevarse muy bien.
El guion está escrito con un humor muy sutil que, lejos de hacerse pesado o reiterativo, va cobrando efectividad a medida que avanza el metraje y el espectador ha tomado conciencia de los excéntricos derroteros por los que nos va adentrando el libreto escrito por el propio Brice. No hay duda de que ese cáustico humor encuentra su mayor aliado en la incertidumbre y el misterio, originados por un mordaz e intrigante desarrollo narrativo, que no dejará de sorprendernos con sus rápidos diálogos y giros argumentales para intentar sumergirnos en las profundidades de la sordidez conyugal más íntima. Lo extravagante de cada situación aporta un aura de misterio muy adecuada para confundirnos y ocultar los verdaderos propósitos de los anfitriones. Una velada llena de momentos incómodos y políticamente incorrectos que se irán enlazando por medio de Kurt, un neo-hipster polifacético que, entre sus muchas aptitudes destaca por la construcción de un sistema de filtrado de agua, la creación de obras de arte sobre una parte muy específica de la anatomía y la representación en directo de canciones de cuna para adormecer a su hijo. La única pega de la cinta quizá la encontraremos en la ingenuidad con la que representa a este personaje y al de su mujer. Dos figuras demasiado influidas por el éxito como para que resulte creíble el concepto de búsqueda de nuevas experiencias que se muestra cuando, sin ninguna duda, deviene mucho más coherente que una pareja de su posición social obtuviera satisfacción a esas necesidades por medio de la comodidad de la compra de unos servicios que les proporcionaran esas mismas experiencias sin apenas esfuerzo.
«La sutileza que da sentido a cada escena, la elocuencia con la que explica cada secuencia —gráfica o verbal—, tiene como objetivo indagar en las mayores preocupaciones o complejos de las parejas modernas, obsesionadas con esa comparación constante y tratando de autoconvencerse de que su relación o estilo de vida es mucho más sano, culto, aceptable o, simplemente, mejor que el del resto de las personas que les rodean».
Una licencia narrativa que no tendremos demasiado en cuenta dado que su propósito responde a la consecución de un principio básico de las ficciones cinematográficas; lograr mayor empatía y atractivo visual a costa de renunciar a una verosimilitud que resultaría mucho más aburrida. Así pues, encontramos más oportuno pasar por alto ese deliberado aporte naif, sobre todo si asumimos la dificultad de evitar que, tratando este tipo de temas, la película caiga en frivolidades fáciles y un humor grosero sin mayor intención que la de incomodar o buscar la risa forzada por medio de palabras malsonantes o situaciones absurdas. Y ese es el mejor aspecto de la película; la sutileza que da sentido a cada escena, la elocuencia con la que explica cada secuencia —gráfica o verbal— y que tiene como objetivo indagar en las mayores preocupaciones o complejos de las parejas modernas, obsesionadas con esa comparación constante de la que hablábamos al comienzo y tratando de autoconvencerse de que su relación o estilo de vida es mucho más sano, culto, aceptable o, simplemente, mejor que el del resto de las personas que les rodean. Y aquí hacemos una breve pausa para destacar esa explícita escena totalmente visual del objeto de comparaciones obsesivas masculinas por antonomasia. Una brillante e hilarante toma que, pese a haber sido llevada a escena en numerosas ocasiones, nunca antes había sido interpretada de manera tan certera, abierta, sin complejos y, sobre todo, sin la ignominiosa necesidad condescendiente de ofrecer al público varonil un consuelo al que aferrarse para mantener intacto su ego. No podemos negarlo, en esta sociedad tan frágil e insegura, en la que un altísimo porcentaje sufre un tremendo complejo de inferioridad por culpa de su apariencia física, este tipo de películas pueden llegar a hacer mucho daño. Probablemente sea éste el principal propósito del realizador, ofrecer esa necesaria terapia de choque que permita aceptarnos tal y como somos para lograr la estabilidad anímica y la cordura definitiva; y para ello recurre a cuatro estupendos actores que, sin la repulsión que nos despertaban los personajes de Buñuel, ni el dramatismo inherente en el diálogo de obras que trataban aspectos de relaciones similares, como ¿Quién teme a Virginia Woolf? (Who's Afraid of Virginia Woolf?, 1966), consiguen mediante el más contundente recurso: la carcajada, que pongamos los pies en la tierra y aceptemos de una vez por todas que ni somos perfectos ni fingirlo nos hará más felices. | ★★★★ |
Alberto Sáez Villarino
© Revista EAM / Dublín
Ficha técnica
Estados Unidos. 2015. Título original: The Overnight. Director: Patrick Brice. Guion: Patrick Brice. Fotografía: John Guleserian. Música: Julian Wass. Duración: 79 minutos. Productora: Duplass Brothers Productions / Gettin' Rad Productions. Montaje: Christopher Donlon. Diseño de producción: Theresa Guleserian. Intérpretes: Taylor Schilling, Adam Scott, Jason Schwartzman, R.J. Hermes, Max Moritt, Judith Godrèche. Presentación oficial: Festival Internacional de Sundance 2015.