El crepúsculo de una leyenda
crítica de Mr. Holmes (Bill Condon, 2015).
Para haber superado ya el siglo y cuarto de vida, Sherlock Holmes se mantiene en una forma que sólo se puede calificar de envidiable. El inmortal personaje creado por Arthur Conan Doyle ha llegado al siglo XXI conservando el mismo atractivo y capacidad de fascinación que atrapó a miles de lectores a finales del XIX, siendo protagonista de decenas de adaptaciones y trabajos derivativos, en todos los medios imaginables (30 sólo en lo que llevamos de siglo, sin contar apariciones en cómics, libros o videojuegos). Ha tenido un millón de rostros, más o menos distinguidos, de Basil Rathbone a Peter O’Toole, pasando por Charlton Heston, Jeremy Brett, Robert Downey Jr. o el recientemente desaparecido Christopher Lee. En los últimos años, gracias a una serie de televisión, ha alcanzado el estatus de sex symbol de la mano de Benedict Cumberbatch. 128 años después de su nacimiento, Sherlock Holmes sigue de absoluta moda.
La fascinación provocada por el “mito Holmes” es precisamente uno de los temas principales de Mr. Holmes, la última iteración sobre el personaje —de momento—, que nos llega de la mano de Ian McKellen, un actor cuyo tardío estrellato cinematográfico ha ido ligado a personajes míticos de esa cultura popular que gentes como Conan Doyle ayudaron a crear. Parecía inevitable que McKellen terminase encarnando al inmortal detective de Baker Street, y lo ha hecho de la mano de quien le hizo entrar en los radares del público por primera vez: Bill Condon, quien le dirigiese en la excelente Dioses y monstruos allá por 1998. En cierto modo, Mr. Holmes es a Sherlock Holmes lo que Dioses y monstruos a James Whale: una desmitificación del personaje, una ventana a la persona detrás de la leyenda, ya sea real o ficticia. Adaptada de la novela Un sencillo truco mental, de Mitch Cullin (editada en España por Viamagna), Mr. Holmes nos presenta al detective en el ocaso de su vida, con 93 años de edad, viviendo en una granja de Sussex en 1947. Todos aquellos que formaron parte de su época de esplendor han muerto ya, y Holmes vive en compañía de su ama de llaves (Laura Linney) y el hijo de ésta (Milo Parker). Aún recibe docenas de cartas de admiradores cada día, pero aborrece de su imagen pública, que considera incorrecta y distorsionada por las historias que su fiel doctor Watson hizo populares, y por la influencia que ha tenido sobre ellas el cine. Aterrado ante la idea de estar sucumbiendo a la demencia senil, su vida gira en torno a la cría de abejas y a la escritura de un diario que le ayude a mantener sus recuerdos y su agilidad mental. De ese modo, la trama se estructura en dos largos flashbacks: el que muestra a Holmes viajando a Japón para intentar encontrar un último remedio a su irrevocable declive, y el que se remonta a 30 años antes, al último caso de Sherlock Holmes, el que le hizo abandonar Londres y recluirse en el campo. El principal atractivo —y la mayor baza— de Mr. Holmes es, cómo no, la interpretación de Ian McKellen. Ayudado por un excelente trabajo de maquillaje, que le envejece o rejuvenece según convenga, el veterano actor ofrece al Holmes que cualquier aficionado sabe que hubiese sido en su vejez. Cascarrabias, irritado y frágil en sus últimos años, su relación con el hijo adolescente del ama de llaves, al que ha adoptado como su último protegido, deja entrever retazos del Holmes que supo ganarse el aprecio y la admiración del doctor Watson y otros tantos; el Holmes que aparece en los flashbacks del “caso de la armónica de cristal”, el hombre brillante y carismático hasta la intimidación. Si hay algo que se eche de menos, es que McKellen no vaya a interpretar a ese Holmes en la totalidad de un metraje.
«Mr. Holmes no intenta ser un misterio, no pretende ser especialmente sorprendente ni ofrecer giros de guión inesperados; su principal intención es ser un homenaje, no sólo a uno de los personajes ficticios más importantes e influyentes de la historia, sino a la ficción en sí misma».
Y es que los que se acerquen a Mr. Holmes esperando ver un Sherlock al estilo de lo que ha sido el personaje en los últimos años, saldrá decepcionado. Por motivos obvios, el Holmes de McKellen no es un héroe de acción, ni —por mucho que haya quien esté convencido de ello— una versión anciana del Holmes brillante y atractivo pero insoportable presentado por la BBC. El Holmes de McKellen y Condon es el hombre que pudo haber sido, la leyenda despojada de la admiración de unos y la manipulación de otros. La parte más holmesiana de la película no presenta el caso de la forma a la que el público está acostumbrado, y los comparsas del detective (Watson, Mycroft, la señora Hudson…) son meras sombras, más intuidas que reales. La intención de Condon no es ofrecer una última aventura, sino, al igual que con Dioses y monstruos, mostrar los intentos de un hombre, en sus momentos finales, por separar realidad y fantasía, por intentar evitar perder aquello que le es más preciado y que nadie más conoce: su mente, sus recuerdos. Para ello, Condon y el guionista Jeffrey Hatcher construyen una delicada estructura de historias dentro de historias (excelentemente hiladas gracias al montaje de Virginia Katz), que se mueven a medio camino entre el biopic arquetípico y los recuerdos de alguien que ha empezado a perder el contacto con la realidad. Ambas formas confluyen en una de las escenas más meta referenciales vistas en una cinta en mucho tiempo, aquella en la que el anciano Holmes acude a un cine para ver la adaptación (poco fiel, por supuesto) de la ya de por sí distorsionada historia que Watson escribió sobre el caso final del dúo, interpretada por un célebre actor, a su vez encarnado por Nicholas Rowe, quien interpretase a un Holmes adolescente en El secreto de la pirámide (Barry Levinson, 1985). Y es que, en el fondo, Mr. Holmes no intenta ser un misterio, no pretende ser especialmente sorprendente ni ofrecer giros de guión inesperados; su principal intención es ser un homenaje, no sólo a uno de los personajes ficticios más importantes e influyentes de la historia, sino a la ficción en sí misma. A nuestra necesidad de ella para evadirnos de una realidad tantas veces miserable, dolorosa y frustrante. A nuestro deseo de tener un final feliz. En un mundo desgarrado por la horrible capacidad del ser humano para hacer —y hacerse— daño, la invención literaria puede devenir en bálsamo, y un héroe de papel y celuloide, tocado con una pipa y una gorra orejera, puede convertirse muchas veces en una tabla de salvación. | ★★★★ |
Judith Romero Esquerra
© Revista EAM / Londres
Ficha técnica
Reino Unido-Estados Unidos, 2015. Título original: “Mr.Holmes”. Director: Bill Condon. Guión: Jeffrey Hatcher (basado en la novela “Un sencillo truco mental”, de Mitch Cullin). Productores: Ian Canning, Anne Carey, Emile Sherman. Productoras: See-Saw Films / AI-Film / Archer Gray / BBC Films / FilmNation Entertainment. Presentación oficial: Berlinale 2015. Fotografía: Tobias A. Schliessler. Música: Carter Burwell. Vestuario: Keith Madden. Montaje: Virginia Katz. Dirección artística: Jonathan Houlding, James Wakefield. Reparto: Ian McKellen, Milo Parker, Laura Linney, Roger Allam, Hiroyuki Sanada, Frances de la Tour, Colin Starkey, Philip Davis, Patrick Kennedy, Hattie Morahan, John Sessions.