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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Macbeth

    Macbeth

    El ruido y la furia

    crítica a Macbeth (Justin Kurzel, 2015).

    La dificultad de adaptar al lenguaje cinematográfico un texto dramático, sobre todo si éste viene firmado por el dramaturgo más influyente de todos los tiempos, reside en la importancia de conservar la verosimilitud dialéctica y semiótica intrínseca a los diálogos teatrales sin que éstos pierdan su naturalidad y espontaneidad. Teniendo en cuenta la elocuencia de los versos de Shakespeare, no parece tarea fácil trasladarlos a un contexto fílmico sin incurrir en vulgares coloquios que atenten contra el acto de ostentación, esa exclusividad efímera y aleatoria de la representación, dependiente de la escena teatral con respecto al acto receptivo del espectador, que contrasta con la imagen fílmica, prefijada e inalterable, sujeta a otro tipo de patrones propios del cine: edición y montaje. Por lo tanto, Justin Kurzel, no intenta replicar miméticamente la diégesis del drama original tanto como reescribir un texto, que no dependa de la lectura directa sino de la inducida, en un dialecto asumible por el nuevo espectador. Macbeth no cuenta en este sentido con la presunción de intencionalidad dramatúrgica de Shakespeare, por lo que tendrá que justificar cada palabra o imagen que aparezca en pantalla de manera que no pueda asociarse a un error de apreciación del libreto original, a una falta de rigor o, en el extremo opuesto de la balanza, a una copia innecesaria y sin originalidad artística. El director, siguiendo esta teoría, recurre a la redundancia en ciertos aspectos de la trama ligados a la intencionalidad de transmitir un mensaje abstracto, y reduce otras obviedades que se dan por sentadas por la presunción de conocimiento de la historia original. Así, las habilidades marciales de Macbeth son eliminadas por completo, ofreciendo una visión semi-onírica del héroe en el campo de batalla como una figura solitaria e inaccesible, un ser indestructible por los mortales que avanza impertérrito ante la masacre que tiene a su alcance pero, al mismo tiempo, de la que está completamente aislado dada su explícita superioridad. Aquí aparece una de las mayores diferencias entre ambas obras, un suceso no tributario que juega a contrarrestar la marcada estética teatral y el dramatismo inherente a cada personaje, tanto en el diálogo como en la presencia escénica, por medio de una gran cantidad de planos exteriores. Algo que ofrece un novedoso punto de vista y, al mismo tiempo, consigue que la manifiesta sensación claustrofóbica sea atribuida a razones psicológicas, y no espaciales.

    Es precisamente la imagen uno de los puntos fuertes del filme, oscureciendo —literal y metafóricamente— cada escena en la representación del ascenso a la locura de un hombre inducido por las fuerzas de la codicia. Los filtros de luz rojos representan la analogía con la sangre y la muerte, piezas fundamentales del relato, mientras que el halo ocre que arrastra la intensa y persistente bruma nos transporta a una hiperrealidad que dificulta la tarea analítica del espectador, incapaz de distinguir si las visiones de las tres brujas y sus correspondientes augurios corresponden a la “ficción real” o a la mente esquizoide del protagonista. Y así llegamos al segundo pilar de la película: la lucha entre el bien y el mal. Esa intangible fuerza que atrae a Macbeth para cometer actos deplorables y que, en primera instancia, corresponde al vaticinio mismo de las brujas, una profecía autorrealizable que, envuelta en la tentadora promesa de éxito y riqueza, aumenta las ansias de poder del protagonista, quien se verá superado por la ciega ambición provocada por unas predicciones que, por su ambigüedad, consiguen engañar al ingenuo guerrero. Pero para que Macbeth dé el paso definitivo y cruce esa delgada línea que separa lo legítimo de la crueldad diabólica, necesitará un estímulo, y éste vendrá de la pieza más importante de la obra: Lady Macbeth. La ambición de la esposa del protagonista supera con creces la que pudiera tener el futuro rey en un principio. Será ella quien sea representada como un ser sin escrúpulos ni límite moral para conseguir sus propósitos. Los Macbeth no están satisfechos con la posición privilegiada que han obtenido gracias a la valentía del general, ansían mucho más, y no dudarán en hacer lo que sea necesario para conseguirlo —“Lo mejor está por llegar”—.

    Lady Macbeth

    La representación de Lady Macbeth se lleva a cabo mediante una completa mistificación del personaje. La deliberada decisión del director de mantenerla en un segundo plano consigue mostrar, sin embargo, la figura de esta mujer misteriosa a través de las devastadoras consecuencias de sus actos; reflejados en Michael Fassbender, el auténtico protagonista funcional de la película, impidiendo así que la explicitud de un excesivo tiempo en escena rompa con esa aura de misterio que aporta la siempre contundente Marion Cotillard. Ya en su ópera prima, Snowtown (2011), el realizador demostró su deseo de incurrir en la destructiva inseguridad masculina, algo que ha vuelto a aplicar gracias a la relación observable entre esta pareja, en la que el ego masculino es puesto a prueba en una época y un lugar en los que no había espacio para las dubitaciones temperamentales —"Ya están mis manos del color de las vuestras; pero me avergonzaría de tener un corazón tan blanco. ¡No os dejéis perder tan miserablemente en vuestros pensamientos!”—. El valiente general deja en evidencia la falacia de una supuesta superioridad masculina al permitir a su esposa involucrarse demasiado en su vida. Lady Macbeth subvierte el orden de los sexos en su familia al influir determinantemente en el juicio de su marido, del mismo modo que las brujas subvierten el orden establecido al manipular los deseos y aspiraciones del héroe. De hecho, se creía comúnmente en Europa que las hechiceras tenían poder para debilitar la naturaleza de los hombres, es decir, para hacerles impotentes, algo que se relaciona directamente con la actitud dominante y vejadora de la mujer, en un claro ejemplo del concepto senequiano de la malvada inteligencia femenina, al hacer constantes referencias poniendo en duda la virilidad de su esposo.

    Macbeth

    «La suerte está echada y nunca pintó tan atroz como en esta oscura tragedia en la que el poder, la ambición, la crueldad, la clemencia, la fraternidad y la resignación se unen en un confuso tablero de ajedrez como las únicas verdades tangibles del universo deprimente, que un día salió de una de las plumas más audaces de la literatura y al que hoy se le rinde justo homenaje, un homenaje lleno de ruido y furia aunque con mucho más sentido que la vida misma».


    Con el fin de compensar este complejo de masculinidad reprimida, el héroe se dejará llevar —o manipular— por los deseos de la inteligente mujer, hasta llegar a un límite en el cual dejará de tener consciencia de la magnitud de sus acciones y la repercusión que sus terribles decisiones tienen sobre su imagen. El pueblo y la corte sentirán miedo de su rey, y esto llevará a Lady Macbeth a replantear sus medidas y a buscar un arrepentimiento tardío. Arrastrando un peso moral irreconciliable con cualquier medio de expiación piadoso, buscará la solución más drástica para poner fin a su desazón existencial; clavo sobre clavo, pecado sobre pecado —"¡Las cosas que principian con el mal, solo se afianzan con el mal!"—. El protagonista ha completado su envilecimiento, ya no hay duda de la total ausencia de remordimiento o tan siquiera consciencia de sus acciones. En este punto, el tercio final de metraje, es donde mejor se aprecia esa dicotomía idiosincrática, presente en los malvados diálogos internos de los opresores y en las conversaciones tiernas y piadosas de los oprimidos (Makcom y Macduff), quienes tendrán que hacer frente, no sólo a los constantes ataques de locura homicida de su rey, sino también a la falta de esperanza. La suerte está echada y nunca pintó tan atroz como en esta oscura tragedia en la que el poder, la ambición, la crueldad, la clemencia, la fraternidad y la resignación se unen en un confuso tablero de ajedrez como las únicas verdades tangibles del universo deprimente, que un día salió de una de las plumas más audaces de la literatura y al que hoy se le rinde justo homenaje, un homenaje lleno de ruido y furia aunque con mucho más sentido que la vida misma: "La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no tiene ningún sentido". | |

    Alberto Sáez Villarino
    © Revista EAM / 68ª edición del Festival de Cannes


    Ficha técnica
    Reino Unido. 2015. Título original: Macbeth. Director: Justin Kurzel. Guion: Todd Louiso, Jacob Koskoff, Michael Lesslie (Play: William Shakespeare). Fotografía: Adam Arkapaw. Música: Jed Kurzel. Duración: 113 minutos. Productora: See-Saw Films / DMC Film. Montaje: Chris Dickens. Decorado: Alice Felton. Diseño de vestuario: Jacqueline Durran. Intérpretes: Michael Fassbender, Marion Cotillard, David Thewlis, Elizabeth Debicki, Jack Reynor, Sean Harris, Paddy Considine, Julian Seager, David Hayman, James Michael Rankin, Barrie Martin, Ross Anderson. Presentación oficial: Festival Internacional de Cannes 2015.


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