Un Broadway sin el color de antaño
crítica de Lío en Broadway (She’s Funny That Way, Peter Bogdanovich, 2014).
La nostalgia es un arma de doble filo. Te permite contemplar el pasado con optimismo y alumbrar la memoria, pero a la vez puede distorsionar el presente y deslucir sus vivencias. Con ambas propiedades la nostalgia es inherente al cine, que por definición reproduce una realidad anterior, y ello se acentúa si la película es de época o está anclada de otro modo en el pasado. Para alguien como Peter Bogdanovich este discurso cobra además un relieve especial, pues más allá de su irregular y esporádica filmografía se ha dedicado a estudiar a los clásicos: son así reconocidos sus comentarios a Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941) o su presencia en documentales sobre Alfred Hitchcock, sin olvidar sus charlas en escuelas de cine y demás conferencias y entrevistas. Centrándonos con todo en su recorrido tras las cámaras, su obra más prestigiosa probablemente sea La última película (The Last Picture Show, 1971), la cual, iniciada la década de los 70, aparece como ejemplo de moderno cine social, cotidiano y popular, inserto en un pueblo tejano que se resiste al paso del tiempo. Es más, las primeras obras de Bogdanovich eran bastante innovadoras, queriendo decir con ello que en los últimos años perfectamente se pueden haber rodado historias similares, lo cual en cierto sentido contrastaría con la reflexión anterior. Pero, como decíamos, junto al recuerdo del ayer surge también la proyección actual, y precisamente es ese equilibrio el que cuesta encontrar.
A sus 75 años, es difícil que Bogdanovich resuelva este dilema, como demuestra su última película tras más de una década de parón como director: Lío en Broadway (She’s Funny That Way, 2014). La misma en realidad sólo es una muestra de que a un cinéfilo de su categoría aún le late la vena de la profesión, y su experiencia al respecto es suficiente garantía de que la película susodicha merecerá la pena ser producida y encontrará a un público potencial, aún cuando apenas tenga nada nuevo que contar. Ayuda también que en la misma figuren caras conocidas como las de Owen Wilson o Jennifer Aniston, entregadas con desenfado y gracia a la causa, entre las cuales se incluyen además varios cameos que no vamos a desvelar aún. El personaje de Wilson, Arnold Albertson, es el director de una obra que está pendiente de estreno en Broadway, de manera que nos situamos en este reconocible decorado neoyorquino, entre cuyos protagonistas se hallan asimismo el escritor y los actores de la obra. En cualquier caso sus conflictos se trasladan fuera del escenario para girar aquí en torno al negocio de la prostitución. Tal es el cargo, de hecho, del verdadero personaje principal, Isabella Patterson (Imogen Poots), que es quien nos narra su historia por medio de una entrevista en una cafetería: aprendemos así cómo en pocos meses se convierte en actriz de renombre, gracias a la caridad del director de escena que por casualidad contrata sus servicios y del amor repentino que le profesa el dramaturgo en cuestión (Will Forte), a su vez enlazado con una psiquiatra algo histérica (Jennifer Aniston) que precipitará el torbellino de pasiones y engaños que cimentan la historia.
«Se agradece que Bogdanovich se esfuerce en recuperar el tono y la acción de unas comedias que han funcionado y siempre funcionarán, pues otro rasgo inherente del cine es su movimiento rítmico e intención dinámica, y ello es algo que explota muy bien este subgénero».
Su estructura narrativa adelanta pues el aroma clásico que recorre esta comedia, reminiscente de las famosas screwball comedies de los años 30. Así lo confirma el citado diseño del guion basado en malentendidos y coincidencias (véanse entre otras las reuniones inesperadas de todos los personajes en un restaurante, en un hotel o en el mismo teatro) y gags recurrentes (fíjense por ejemplo en las llamadas telefónicas que interrumpen conversaciones); hasta detalles técnicos, como el montaje en paralelo recurriendo a entradas y salidas de campo u otras técnicas de postproducción como las cortinillas o la voz en off proyectada desde el presente. Ahora bien, como adelantábamos, éste queda inevitablemente desdibujado en medio de un tal despliegue anacrónico. Se agradece que Bogdanovich se esfuerce en recuperar el tono y la acción de unas comedias que han funcionado y siempre funcionarán, pues otro rasgo inherente del cine es su movimiento rítmico e intención dinámica, y ello es algo que explota muy bien este subgénero. No hay que descontar tampoco el encanto que trae consigo la idea, en particular gracias a unos intérpretes bien elegidos que saben pronunciar sus diálogos con la mezcla de entusiasmo y autoconsciencia que pide dicha propuesta. El problema es que la misma no se retrotrae con claridad al pasado que emula, sino que trata de adaptarse a un presente con resultados un tanto desiguales.
Ello queda patente en el desenlace, que sin entrar en demasiados detalles puede considerarse que traiciona el espíritu de la cinta. Las referencias clásicas son evidentes desde el principio, y se retoman al final para corroborar el propósito de homenaje, con un extracto de Cluny Brown (Ernst Lubitsch, 1946), dirigida por quien sin duda es aquí el principal modelo. Pero el extracto en cuestión se proyecta junto a los créditos finales, antes de otras escenas tardías de la película que siguen una tendencia actual en el cine contraria a la norma tradicional. Es más, antes de los créditos hace un cameo nada menos que Quentin Tarantino, dato que no puede considerarse un spoiler teniendo en cuenta que con su sola mención nadie podrá adivinar lo que pinta en una película de estas características. Pues bien, es este tipo de confusión el que no acierta a encarar Bogdanovich. Su último proyecto funciona precisamente en base a confusiones narrativas, nutriéndose de las mismas para transmitir chispa y vitalidad, actualizándolas además en una superficie de elegancia y colorido. Pero detrás hay una mayor confusión subyacente, no tan visible, la que como venimos diciendo trata de la compatibilidad del pasado y el presente. En otras palabras, se puede y debe recurrir al pasado para encontrar un nuevo sentido del presente, pero lo que quizás resulta menos afortunado es perder el sentido del presente para tratar de recuperar en él el pasado. | ★★★ |
Ignacio Navarro Mejía
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos, 2014. Título original: She’s Funny That Way. Presentación: Festival de Venecia 2014. Dirección: Peter Bogdanovich. Guion: Peter Bogdanovich & Louise Stratten. Productora: Lagniappe Films / Lailaps Pictures / Venture Forth. Fotografía: Yaron Orbach. Música: Ed Shearmur. Montaje: Nick Moore & Pax Wassermann. Intérpretes: Imogen Poots, Owen Wilson, Jennifer Aniston, Kathryn Hahn, Rhys Ifans, Will Forte, Austin Pendleton.