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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Kumiko, the treasure hunter

    Kumiko, the treasure hunter

    El cine de lo ambiguo

    crítica a Kumiko, the treasure hunter (David Zellner, 2014).

    Grandes reflexiones teóricas y pequeñas conversaciones de café se han hecho en torno al problema de la adaptación artística. En el caso del cine, hablamos de traslaciones de novelas, obras de teatro, cómics, etc. En un sentido general, toda obra toma prestado o reescribe algo que existía previamente. Es posible por lo tanto recordar películas que se adueñan o alquilan una leyenda urbana: pensemos en muchos de los clásicos de terror, por ejemplo. Esto ocurre en Kumiko, the treasure hunter. Hay algo de espeluznante en la historia de una joven japonesa que huye de Japón y comienza una epopeya en búsqueda de un tesoro falso, y que termina congelada en algún rincón desolado cerca de la localidad de Fargo. Historia digna de un filme de terror que los hermanos Zellner hacen suya para crear una película que escapa a las categorizaciones genéricas clásicas. Dos años antes de esto, David Zellner dirigió Kid-Thing, cinta que relata las andanzas de una niña en una zona rural en Texas, y que posee las mismas características: humor sin ser comedia; drama sin ser tragedia; una banda sonora ominosa y estremecedora, sin ser una película de horror. Los Hermanos Zellner (nombre con el que firman sus producciones), formados en la Academia de cine de Texas, han rodado tres largometrajes juntos (Goliath en 2008, y las citadas Kid-Thing en 2012 y Kumiko, the treasure hunter), y mantienen en su corta filmografía un principio estético esencial: filmar aquello que se encuentra entre los límites de la realidad y la imaginación; en otras palabras, explorar lo desconocido, lo inter-medio. A su vez, también pretenden la creación de fotogramas que provocan risa y angustia simultáneamente, o peor aún, que susciten algo que está en medio de ambas. Lo que se busca es trabajar en los márgenes y otorgar al espectador la libertad de decidir y de perderse en la ambigüedad indeterminada de lo que se observa. Hay algo de espeluznante en el cine de los Zellner, y no se trata de dinosaurios, asesinos seriales o payasos diabólicos, sino que proviene más bien de la incapacidad de etiquetar de “verdadero” o “falso” aquello que se observa.

    En 1996, los hermanos Coen dirigieron Fargo. Esta película, basada en una serie de crímenes ocurridos en la localidad que otorga el nombre al filme, comienza con la siguiente advertencia: «This is a true story. The events depicted took place in Minnesota in 1986. At the request of the survivors, the names have been changed. Out of respect for the dead, the rest has been told exactly as it occurred». Sea una advertencia al lector, una técnica de marketing, un procedimiento estético, lo cierto es que esta introducción ha desorientado a más de un espectador. Según cuentan las personas que estuvieron en contacto con ella, la japonesa que murió congelada en Dakota del Norte estaba buscando el maletín lleno de dinero que esconde Carl Showalter, el personaje ficcional encarnado por Steve Buscemi en la película de los Coen. La loca búsqueda de una cosa ficcional, provocada por la obsesión con un objeto de la cultura de masas, es el argumento perfecto para una leyenda urbana que parece reflexionar sobre las consecuencias de confundir lo falso de lo verdadero. Los Zellner recuperan este problema y lo convierten en el tema principal de su filme. Kumiko, the treasure hunter comienza exactamente con el mismo fotograma de advertencia de Fargo: «This is a true story». Lo que se pone en duda con considerable éxito a lo largo de los 104 minutos que dura el largometraje, es el valor de lo “verdadero”, y la legitimidad de la noción de “falsedad” como algo negativo, que hay que evitar.

    Kumiko, the treasure hunter

    «Kumiko, heroína quijotesca protagoniza un bellísimo filme que rinde tributo al humor ácido de los Coen, que no se deja categorizar, que se introduce siempre “en el medio” de dicotomías tradicionales, tales como: lo normal y lo anormal; lo cotidiano y lo fantástico; lo luminoso y lo oscuro; lo cómico y lo trágico». 


    La historia de un protagonista que, fascinado a partir del consumo de ciertas obras artísticas, emprende una descabellada aventura donde el mundo de lo imaginario y el de lo real se confunden, no es desconocida. ¿A qué suena? Pues claro, a las aventuras de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Kumiko es, en cierto sentido, un personaje quijotesco, cuya personalidad romántica y anormal, alejada de los territorios de lo cotidiano y aceptable, produce en ella el hábito delirante de confundir lo real y lo falso. Además, la estructura del filme que recuerda a la organización clásica del cuento (tal como se comprende desde Poe en adelante). La búsqueda del efecto de choque en el espectador, y los constantes cruces entre la ficción y la realidad, recuerdan a la literatura del escritor argentino Julio Cortázar (La noche boca arriba, Continuidad de los parques). Lo explorado es, tanto en estos cuentos como en la película, lo extraño, lo oculto, lo que está entre los límites de lo conocido. En Kid-Thing, se trata del tenebroso pozo del que sale una voz de anciana. En Kumiko, the treasure hunter es la nieve, el bosque, un niño. Juegos de sombras y luces, música ominosa de película de terror (ganó el Special Jury Prize a la mejor música en Sundance), todas herramientas cuyo objetivo es conjugar la coexistencia de dos hilos narrativos: lo exterior y lo interior a la mente de la protagonista. Lo real y lo imaginario entran en contacto a partir del sonido o de leves contrastes visuales, y provocan una ambigüedad por momentos terrorífica. Con su reutilización de la tradición artística, su “pedir prestado” algo para orientarlo hacia un lugar totalmente nuevo, su reflexión acerca del alcance del arte y de la posibilidad de experimentar una ficción dentro de otra ficción (los espectadores vemos a Kumiko revisitando Fargo), enmarcan a este filme dentro de lo que es llamado comúnmente, “arte posmoderno”.

    El cine de los Zellner retoma una problemática muy presente en el arte contemporáneo, y la explora con inteligencia, ya que no concede al espectador ninguna verdad definitiva: lo deja con la escalofriante y desconcertante sensación de no saber dónde termina la ficción y empieza lo real. En definitiva, lo que se encuentra en tela de juicio, son las cómodas delimitaciones de lo verdadero y lo falso; el orden que proviene de sentir que las cosas son de un modo o de otro; la seguridad de una cotidianeidad automatizada, de una pertenencia a cierto estatuto de “normalidad”. Pues, ya lo dijo Nietzsche, no existe verdad objetiva ni absoluta, ni hay tampoco un medio unívoco de ingreso a ella. El arte es ficción no porque sea falso, sino porque se desentiende de la noción de “objetividad”; en palabras de Juan José Saer: «Al dar un salto hacia lo inverificable, la ficción multiplica al infinito las posibilidades de tratamiento. No vuelve la espalda a una supuesta realidad objetiva: muy por el contrario, se sumerge en su turbulencia (…)». Así como el imaginario colectivo convierte una historia real en una leyenda y la carga con una serie de valores y significados, el cine tiene la capacidad de explorar la verdad que yace en la ruptura de los supuestos de la vida ordinaria. Buscar más allá, apropiarse del saber colectivo, confundir para comprender. Kumiko, heroína heredera del ilustre caballero andante manchego, protagoniza un bellísimo filme que rinde tributo al humor ácido de los Coen, que no se deja categorizar, que se introduce siempre “en el medio” de dicotomías tradicionales, tales como: lo normal y lo anormal; lo cotidiano y lo fantástico; lo luminoso y lo oscuro; lo cómico y lo trágico. Cine que pasa del caos de la noche y la tormenta, a la tranquilidad de una mañana pacífica y blanca, pero que no se detiene en ninguno de los dos sitios. | ★ |


    Franco Denápole
    © Revista EAM / Buenos Aires


    Ficha técnica
    Estados Unidos, 2014. Título original: Kumiko, the Treasure Hunter. Director: David Zellner. Guion: David Zellner, Nathan Zellner. Música: The Octopus Project. Fotografía: Sean Porter; Productoras: Lila 9th Productions / Ad Hominem Enterprises. Reparto: Rinko Kikuchi, Nobuyuki Katsube, Shirley Venard, David Zellner, Nathan Zellner, Kanako Higashi, Ichi Kyokaku, Ayaka Ohnishi, Mayuko Kawakita, Takao Kinoshita, Yumiko Hioki, Natsuki Kanno. Presentación oficial: Festival de Sundance 2014.

    Póster: Kumiko, the treasure hunter
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