Miniatura de altos vuelos
crítica a Ant-Man (Peyton Reed, 2015).
«El cómic de superhéroes ya es el tráiler pobre de la película».
Carlos Pacheco.
Julio es el mes cinematográfico de los "ojalás". Todo el mundo aspira a ver no ya dos sino tan sólo una buena película que justifique, mal que bien, estar a quinientos kilómetros de la playa. Se presenta uno en el cine con la boca pastosa, sediento, temiéndose que aparezca en cualquier rincón un gaucho rubio con la esvástica tatuada en el brazo (he visto cosas que jamás creeríais, sobre todo en Madrid). O peor aún, que no aparezca nadie, ni siquiera el proyeccionista, y acabemos disfrutando de un nuevo arte superior: la ausencia del mismo. El cine sin películas. Por qué no. En verano la cartelera es un baúl postapocalíptico, y los "próximamente" que de tarde en tarde se cuelan en él son interpretados como misivas de un futuro dichoso, rico en Oscars pero, ay, sin Tour de Francia ni tiburones psicokillers. Ya en junio escuchamos los primeros rumores y nosotros, mensajeros exprés con mercancía inflamable, corremos a gritar las promesas de la temporada siguiente. Quizá un otoño en Nueva York a cobijo del frío y, por tanto, de los bodrios estivales que prometen siempre buena mandanga y, aun así, nos dejan a medias. Con el supuesto teórico (¿y si no hubiese entrado a ver esta...?, ¿y si piscina en vez de pantalla?, ¿y si...?) en las narices. Pues el verano es un accidente transitorio, que existe para que echemos de menos el cine supuestamente grande, destinado a perdurar en nuestra memoria colectiva. Ya se mencionó que las altas temperaturas paradójicamente hacen del público un ente más o menos dócil, cuyo juicio transita sobre patines y cambia a razón de por dónde sople el marketing. Y algo de eso hay en la estrategia de ciertas distribuidoras que manejan el calendario igual que Sauron la cábala.
Ocurre con Marvel, o con esta nueva forma de entender las franquicias si se quiere, algo curioso y digno de analizar. Hace un decenio, Ant-Man hubiese sido el spin-off de otra película en la que el doctor Hank Pym (primer álter ego del hombre hormiga; hoy en poder del sibilino ladrón Scott Lang) habría interpretado un papel secundario, marginal, casi anecdótico. De primo tercero al que te encuentras en la pizzería y, no, no puedes negar saludo porque ya te ha visto y ya se acerca a saludarte. Y ya te sonríe. Ya te ha abrazado fuerte, y huele que apesta a porro. Y sin embargo, Ant-Man surge primero como debut en solitario y cabeza de cartel sin más rival que el malandrín de turno, para unirse después a un club que ya estaba allí desde hacía algún tiempo, sumando millones y millones de dólares, en un rol —ahora sí— más bien episódico. Se invierte la mecánica habitual; hoy los superhéroes se presentan a lo grande con su pasaporte y su título homónimo. Nacen como primeros guitarras, o no nacen: más vale nonato que secundario, parecen decirnos los ejecutivos de La Casa de las Ideas (no así los de DC en Suicide Squad, donde se reúne por vez primera un sanedrín de archienemigos inédito, con permiso del Joker). Descorchan botella mucho antes de que el público les haya bendecido con su calor humano veraniego, que no es sino la risa y el aplauso efusivo mientras corean, sotto voce, a esos saltimbanquis con poderes mágicos. O al menos con los poderes que les proporcionan su tecnología, sus fabulosos gadgets, su híbrido kung fu castrense, su boxeo de fajador canalla, su karate danzarín, resbaladizo... Con un toque de pimienta. Y poco más. Muchísimo más. Porque en verano los superhéroes, cualesquiera que sean, no cristalizan en nada concreto. Lo son todo, sin definirse. Nos prometen la luna, qué digo, galaxias; incluso un hormiguero con vecinos tan decentes como horribles. Julio es un mes de vértigo, sí, que invita a luchar tumbado a la bartola. Y Marvel lo sabe.
Llegamos al final de la Fase 2 que inauguró Iron Man 3, y conviene preguntarse quién será el próximo nombre en unirse a los Vengadores, qué omnipotente (semi)dios con martillo o sin él decidirá apearse del tren para resurgir con fuerzas más o menos renovadas, quizá saludando desde la intranquila quietud que proporciona un retiro forzoso, ya sea en Asgard o en —por ejemplo— Kentucky. Así, la pregunta se responde fácilmente: a los Nuevos Vengadores salidos de La Era de Ultrón, que entronca (no se olviden de las escenas post-créditos) con Captain America: Civil War, hay que unirles ahora la versión última de Ant-Man. Un expresidiario que se dedica a robar objetos ostentosos y que es captado por el Dr. Pym, quien durante la Guerra fría inventó un suero con el que alterar las partículas subatómicas, reduciendo a cualquier pobre diablo a las dimensiones de una hormiga. Tal cual. Todo ese ingenio lo invirtió Pym (sobrio y contundente Michael Douglas) en un traje con casco que emite impulsos eléctricos para comunicarse con sus colegas himenópteros. También él testó su prodigio y se aventuró a infiltrarse por cualquier grieta, e incluso a luchar contra el fantasma rojo, aquel Golem sito en el Kremlin, junto con su esposa Janet Van Dyne. En jerga marveliana, La Avispa. Que murió desmantelando un mísil soviético en dirección a Estados Unidos, y dejó a su pequeña hija huérfana de madre y al doctor viudo, con perilla y canas incipientes. Así, Hank se retiró y legó su empresa a un pupilo que se torció, en busca de gloria y algo más, como antes se torcieron el Imperio Romano y Macaulay Culkin. No tanto por agotamiento o vicio, sino más bien porque tenía ser así. ¿El destino?, se preguntarán ustedes. No, hombre, no. Los ciclos naturales de la historia; esta vez un guión escrito —a ocho manos— por Edgar Wright, Joe Cornish, Adam McKay y Paul Rudd (el mismo Ant-Man). De este primer, y británico cineasta, nos advirtieron su proximidad al filme desde el minuto uno. Iba a ser el director. Los fans querían a Edgar Wright, artífice de obras memorables como Zombies Party y Arma fatal. Pero los ejecutivos, concretamente Brad Winderbaum, no querían ceder ante el realizador, cuya permanencia en el proyecto pendía de un hilo: si no le dejaban hacer, se volvería por donde había venido. Finalmente Winderbaum y Marvel optaron por lo más fácil: atar en corto a Peyton Reed y reducir la influencia de Wright a, quizá, el primer borrador del libreto. Y aun así su mano juzga en determinadas facetas visuales; en el dinamismo a todos los niveles de las acciones, que prestigian el humor sin emponzoñar el desarrollo, y de la cámara en los instantes más frenéticos.
«Ant-Man guarda helio en los bolsillos. Sube momentáneamente. De vez en cuando lo aspiras y te hace partícipe de este absurdo bucle superheroico».
El director olvida desamores y programas de autoayuda pasados y sigue el corte desinhibido y no poco travieso de Guardianes de la galaxia, que, aun elevándose muy por encima de Ant-Man, comparte con ésta un portentoso espíritu aventurero clásico. Así lo demuestran sus personajes, incluido Chaqueta Amarilla, cuya identidad —¡tan previsible!— se nos revela en lo que dura la presentación. Cinco o diez minutos. Después, Scott asiente y se enfunda el cuero. Confía en su rapidez. En su experiencia. En sus puños. En su perspicacia. Aunque su técnica de combate es malísima. En chirona el boxeo era sucio, visceral, nada metódico. Las hostias llovían sin orden, sin técnica, medio borrachas. Lo entrena pues la hija del doctor, Hope (Evangeline Lilly), que sabe de apiolar y rezuma inteligencia y sexapil y muchas otras cosas positivas. Es el personaje de interés romántico. Y justo entonces, en ese letargo intramuros, decae todo. Miras el reloj, que parece haberse detenido o acaso funciona más lento de lo habitual. Ya no está (reaparece más tarde) Michael Peña, el socio güey del carismático Scott. Que hace gracia, o algo así, hasta que descubres que es un cliché latino bastante histriónico. Un delincuente con permiso de residencia en la finca del Tío Sam. Son los "minutos de la basura" (entendiendo por tal lo que se descompone a nuestros ojos), por así decir. Y pasan rápido. Casi imperceptibles. Es más un torpe cálculo que un fallo imperdonable. Pero ha sucedido, es deprimente, y te niegas a creerlo. Te consagras a la diversión sin pedir nada a cambio; ni siquiera algo "original" o divertido. Y lo es. Ant-Man guarda helio en los bolsillos. Sube momentáneamente. De vez en cuando lo aspiras y te hace partícipe de este absurdo bucle superheroico. Incluso te cambia la voz, el centro de gravedad. Cuando el héroe mira desde abajo, como juguete frágil, enfrentándose a Chaqueta Amarilla en un tren que apenas si avanza a toda máquina. Que apenas vemos moverse hacia nosotros, y ya pasó de largo. | ★★★ |
Juan José Ontiveros
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos, 2015. Director: Peyton Reed. Guión: Edgar Wright, Joe Cornish, Adam McKay, Paul Rudd (Historia: Edgar Wright, Joe Cornish; Comic: Stan Lee, Jack Kirby, Larry Lieber). Fotografía: Russell Carpenter. Música: Christophe Beck. Reparto: Paul Rudd, Michael Douglas, Evangeline Lilly, Corey Stoll, Jordi Mollà, Matt Gerald, John Slattery, Hayley Atwell, Judy Greer, Michael Peña, Bobby Cannavale, Wood Harris, T.I., Chandra Shaker Sangam, Natalie Stephany Aguilar. Productora: Marvel Studios. Distribuidora: Disney.