Despedida a James Horner
panóptico por José Antonio Martín (Las Palmas de Gran Canaria) ©
Para los amantes del Séptimo Arte que nacimos en la década de los 70 y vivimos nuestra infancia y juventud a lo largo de las dos décadas siguientes, James Horner fue uno de los hombres que mejor supieron poner banda sonora a nuestras vidas a través de una impecable trayectoria de más de 100 películas. El 22 de junio de 2015, un trágico accidente aéreo ha hecho que las pantallas de cine se vuelvan un poco más silenciosas. James Horner se nos ha ido demasiado pronto, a la edad de 61 años, pero el recuerdo de su impresionante legado musical perdurará para siempre en la memoria cinéfila colectiva y, gracias a la sensibilidad de muchas de sus composiciones, también en nuestros corazones. Este brillante director de orquesta estadounidense, hijo de inmigrantes judíos, ha ejercido las labores como compositor de bandas sonoras durante más de 35 años, aunque siempre será recordado por su trabajo para la taquillera Titanic (James Cameron, 1997), con la que ganó los dos únicos Óscars de su carrera, a mejor banda sonora y mejor canción para My Heart Will Go On, cantada por Celine Dion. La selección de cortes para el filme de James Cameron, además, se convirtió en uno de los LP más vendidos de la Historia —algo que, como con Braveheart, provocó una segunda tirada de compactos con el sobretítulo de More music from—, algo inusual en este tipo de obras.
Horner comenzó su carrera de la mano del productor de serie B Roger Corman, componiendo la partitura de la aventurilla de ciencia ficción Los siete magníficos del espacio (Battle Beyond the Stars, Jimmy T. Murakami, 1979), repitiendo al año siguiente en otro clásico friki como fue Humanoides del abismo (Humanoids from the Deep, Jimmy T. Murakami, Barbara Peters, 1980). Pasó a trabajar con directores más reputados (en sus inicios, eso sí) como Wes Craven —Bendición mortal (Deadly Blessing, 1981)— u Oliver Stone —La mano (The Hand, 1981)—, pero su gran salto como compositor de primera de linea no se produciría hasta su alabada labor en la partitura de Star Trek II: la ira de Khan (Star Trek II: The Wrath of Khan, Nicholas Meyer, 1982). A este trabajo le siguieron algunos de los grandes éxitos de los 80, como Límite: 48 horas (48 Hrs., Walter Hill, 1982), Cocoon (Ron Howard, 1985), Comando (Commando, Mark L. Lester, 1985), Aliens: el regreso (Aliens, James Cameron, 1986), El nombre de la rosa (Le nom de la rose, Jean-Jacques Annaud, 1986), Willow (Ron Howard, 1988) o Tiempos de gloria (Glory, Edward Zwick, 1989), aunque cabría destacar, muy especialmente, las maravillosas composiciones creadas para dos joyas animadas de Don Bluth como Fievel y el nuevo mundo (An American Tail, 1986) -cuya canción Somewhere out there logró una nominación al Óscar- y En busca del valle encantado (The Land Before Time, 1988).
Componiendo Braveheart. James Horner y Mel Gibson en los Estudios Abbey Road de Londres |
Los fisgones (Sneakers, Phil Alden Robinson, 1992), En busca de Bobby Fischer (Searching for Bobby Fischer, Steven Zaillian, 1993), El informe Pelícano (The Pelican Brief, Alan J. Pakula, 1993), Leyendas de pasión (Legends of the Fall, Edward Zwick, 1994), Apolo 13 (Apolo XIII, Ron Howard, 1995), Braveheart (Mel Gibson, 1995) o La máscara del Zorro (The Mask of Zorro, Martin Campbell, 1998) le mantuvieron como uno de los pesos pesados de su gremio durante la década de los 90. Fue un artista que supo crear música épica y vibrante a partir de melodías íntimas, si bien es cierto que también fue bastante criticado por el hecho de, más que repetirse, reciclar parte de sus partituras (sus famosos parabarás) en diferentes trabajos. Esto también juega a su favor a la hora de que sus bandas sonoras sean fácilmente reconocibles y asociables a su autoría, a pesar de la gran diversidad de géneros en los que se movió. Una mente maravillosa (A Beautiful Mind, Ron Howard, 2001), Iris (Richard Eyre, 2001), Casa de arena y niebla (House of Sand and Fog, Vadim Perelman, 2003), Troya (Troy, Wolfgang Petersen, 2004), El nuevo mundo (The New World, Terrence Malick, 2005), Apocalypto (Mel Gibson, 2006) y, sobre todo, Avatar (James Cameron, 2009) continuaron dejando constancia, en los últimos años, de su talento para transmitir todo tipo de sentimientos con sus poderosas creaciones. 10 nominaciones a los Óscar, 9 a los Globos de Oro o 3 a los BAFTA hablan por sí solas de la calidad de su currículum, aunque el premio más importante lo tiene en el cariño de los millones de oídos que han quedado huérfanos de su talento, y que no dudarán en recuperar la magia de sus melodías, una y otra vez, a través de las inolvidables películas que tuvieron el privilegio de contar con él como compositor. James Horner no ha muerto. Simplemente, se nos ha ido con la música a otra parte.