Quinta jornada de la 17ª edición del Festival de cine alemán
por Juan Roures (Madrid)
Sábado noche. La sala principal del Palafox llena de la primera a la última fila. ¿El motivo? El estreno en España de la versión restaurada de El gabinete del Dr. Caligari con acompañamiento musical en directo a cargo del DJ Raphaël Marionneau, artista de culto nacido en Nantes que ya ha compuesto electro-scores para otros clásicos como Nosferatu (1922) y Metrópolis (1927). Todo un regalo para cinéfilos de parte de la 17ª edición del Festival de Cine Alemán que sigue sorprendiendo con obras tan distintas e interesantes como Cuando soñábamos, nueva reflexión sobre la historia alemana reciente del ciclo RückBlick; El fin de la paciencia, un drama judicial cuyo realizador habló largo y tendido con el abajo firmante al inicio del certamen, y —supuestamente después del cortometraje animado Chicken Cube, olvidado hoy por la organización— En el peor de los casos, sin duda la revelación de la quinta jornada (y posiblemente del festival).
Cuando soñábamos
Als wir träumten, Andreas Dresen, Alemania/Francia, 2015.
Tras la caída de la RDA, la parte oriental de Alemania quedó sumida, ya no en un profundo cambio, sino en una profunda crisis de identidad que aún hoy no ha superado del todo. Los protagonistas de Cuando soñábamos, escrita por el gran Wolfgang Kohlhaase a partir de la novela de Clemens Meyer, nacieron y crecieron bajo un sistema comunista que desapareció de la noche a la mañana en plena adolescencia, o sea, en pleno autodescubrimiento personal. Y, claro, la repentina libertad se torna en fácil diversión, pero también en diabólica violencia y escabrosa experimentación. En un tono relativamente similar al de Somos jóvenes. Somos fuertes (que también cuenta con la perversa mirada de Joel Basman y fue presentada —y comentada— ayer en este mismo certamen), este drama sigue los anhelos de independencia de un grupo de chicos enfrentados, no sólo a los salvajes neonazis con que comparten el barrio, también a los propios fantasmas que habitan en su interior. Con él, Andreas Dresen (multipremiado en 2008 por En las nubes) participó por tercera vez en la Sección Oficial de la Berlinale, donde tuvo una acogida inesperadamente tibia.
Brutal por momentos pero tierna en su conjunto, la cinta no es sólo un comentario sobre un periodo histórico determinado, sino también una poética reflexión sobre las ilusiones y los desengaños de unos jóvenes obligados a aceptar que el mundo, tal y como lo conocían, ha dejado de existir (¿y no es así siempre la adolescencia?). Desgraciadamente, pese a definir bien a sus personajes (especialmente el interpretado por un maravilloso Merlin Rose), la cinta falla a la hora de exponer qué es exactamente lo que pasa por la cabeza de estos, es decir: dónde están esos sueños de los que habla el título. Como consecuencia de ello, el resultado es más efectivo por partes que en conjunto, aunque quizá todo sea una estrategia del realizador para sumirnos en un intermitente sueño de esperanza, decepción, amistad, traición, afecto y crueldad. Al menos, el excelente montaje da en la diana de nuestra nostalgia. [66/100]
El fin de la paciencia
Das Ende der Geduld, Christian Wagner, Alemania, 2014.
A partir de una historia real de una entregada jueza de menores, la nueva película del realizador de Transatlantis (1995) y Live in Germany (2011) es un circunspecto drama protagonizado por una de las actrices alemanas más conocidas actualmente: Martina Gedeck, lanzada a la relativa fama internacional por su participación en Deliciosa Martha (2001, con remake estadounidense en 2007) y La vida de los otros (2006, Óscar a mejor película extranjera). Aunque indudablemente preparada, la talentosa actriz ve su trabajo perjudicado por un guion que cede demasiada importancia a la verosimilitud del proceso y muy poca a la vida personal de un personaje principal al que no llegamos a conocer más allá de las paredes de los juzgados (por mucho que los largos primeros planos intenten convencernos de lo contrario). A raíz de ello, lo que empieza como un solvente drama judicial excelentemente realizado se vuelve, poco a poco, repetitivo e incluso aburrido hasta llegar a un final tan inesperado como poco creíble que hace dudar a un servidor de haber comprendido la verdadera esencia de la obra.
Donde sí acierta El fin de la paciencia es en la denuncia, no sólo de la situación jurídica con respecto los menores, también de los prejuicios raciales en Alemania y, por ende, gran parte del globo. Así, los jóvenes coprotagonistas del filme se enfrentan a un callejón sin salida a raíz de un contexto que los oprime y una legislación que, incluso cuando trata de prestarles ayuda, hace poco por alimentar sus verdaderas necesidades. Gracias a un gran trabajo de investigación por parte de Wagner, quien propuso la idea personalmente al guionista Stefan Dähnert, la situación se expone con una verosimilitud cuasi-documental que lo vuelve enormemente instructivo. Pero, claro, incluso los documentales necesitan ganarse nuestro interés por los personajes para evitar volverse fríos y, a la larga, tristemente olvidados. Aun así, nos encontramos ante una sólida (y crítica) mirada a la delincuencia juvenil, a la policía, la política y el sistema judicial del país protagonista de este festival. [63/100]
En el peor de los casos
Worst Case Scenario, Franz Müller, Alemania/Polonia, 2014
Todo aspirante a realizador, intérprete o director de fotografía conoce la frustración que conlleva luchar por un sueño que a menudo depende más de la suerte y las circunstancias que del propio esfuerzo. Indudablemente, Franz Müller está entre ellos, ya que En el peor de los casos desborda naturalidad por los cuatro costados a la hora de retratar a un grupo de aficionados guiados por un realizador fracasado hacia la creación de una película de inestables cimientos y caótico desarrollo. La meta de los personajes es rodar un largometraje, importando qué filmar o contar. Pero, claro, el arte por el arte sólo funciona cuando hay talento involucrado y, al no ser este el caso, las situaciones plasmadas no podrían ser más absurdamente irrisorias. Sin embargo, Müller (quien, a diferencia del protagonista de su historia, sí tiene claro qué desea mostrar) evita ridiculizar a sus personajes, a los que retrata con una gran empatía que se contagia con rapidez. Quizá por ser relativamente desconocido, el reparto ofrece un trabajo generalizado de impresionante realismo, constituyendo una imagen de falso reportaje que aviva el fuego de las escenas más inesperadamente sentimentales.
Presentada con éxito en los festivales de Múnich, Oldenburg y Sao Paulo, En el peor de los casos es indudablemente una de esas obras que dividen al público (algo que, obras maestras aparte, suele suceder con las creaciones más interesantes). Y es que hay que lograr identificarse con la situación presentada para apreciar la maestría de unos diálogos escritos con aparente desenfado pero gran precisión y expuestos con supuesta irreverencia pero impagable frescura: en cada gesto, plano o situación hay un ingenioso detalle que puede pasar desapercibido al mínimo pestañeo. Por supuesto, no hay que ser un cineasta en potencia para disfrutar de En el peor de los casos, pero sí es necesario que el espectador lleve la narración a su terreno y lo relacione con sus propias vivencias. Sólo así podrá extraerse todo lo que este asombroso exponente de cine dentro del cine lleva dentro. [86/100]
El gabinete del Dr. Caligari
Das Cabinet des Dr. Caligari, Robert Wiene, Alemania, 1920.
¿Qué decir hoy en día de El gabinete del Dr. Caligari, obra clave del expresionismo, del cine de terror y de la Historia del Séptimo Arte en su conjunto? ¿Tiene sentido juzgar a una cinta que dio origen a su propio movimiento (el caligarismo) y sigue manteniéndose tan evocadora a día de hoy como lo fue en su estreno hace casi un centenario? ¿Conviene añadir algo sobre una cinta que combina la puesta en escena y el montaje para sumir al espectador en un viaje onírico y espeluznante? ¿Vale la pena comentar una dirección artística magistral cuya extravagante originalidad aún no ha sido superada siquiera por el mismísimo Tim Burton? Probablemente no, pero la restauración definitiva de esta obra maestra exige repasar la historia de siempre, aunque sólo para recordar a todos los cinéfilos que aún no la hayan disfrutado que tienen una cita obligatoria en el horizonte.
Obra clave de la aplicación del expresionismo alemán al séptimo arte, esta cinta bizarra y fantasmagórica ofrece una realidad distorsionada y aterradora gracias a innovadores decorados y elaborados efectos ópticos que, en ambos casos, influirían en infinidad de producciones posteriores. Entre sombras diabólicas y ángulos imposibles surgió en su día una película única convertida en uno de los ejemplos de cine mudo que mejor ha aguantado el paso del tiempo, gracias a que la ausencia de sonido, no sólo no supone hándicap alguno, sino que es clave de la narración. De hecho, ni la exagerada gestualidad ni los ilógicos decorados serían posibles tras el apetito de sencillez y realismo ocasionado por la incursión del sonido en el corazón del cine.
Pero no es la innovación visual lo que garantiza a El gabinete del Dr. Caligari una mención en todo libro de historia del cine que se preste. La inquietante atmósfera, el sorprendente guion y las escalofriantes interpretaciones suponen que muchos consideren a esta joya como la primera película de terror de todos los tiempos. Es decir, la precursora de Frankenstein (1931), Psicosis (1960), El resplandor (1980), Los otros (2001) y un infinito etcétera que, probablemente, no sería igual de no contar con este majestuoso precedente. Por su parte, Robert Wiene tuvo suerte de que Fritz Lang no estuviera disponible para dirigir el guion de Carl Mayer y Hans Janowitz, pero realizó un trabajo inolvidable que le garantiza un lugar privilegiado en una historia que ha olvidado el resto de sus producciones. Es que Caligari es mucho Caligari. Y, gracias a la última restauración, siempre lo será. [97/100]