Erótica y liturgia
crítica a Knight of Cups (Terrence Malick, 2015).
El 16 de mayo de 2011 fue la fecha categórica que cambió el cine de Terrence Malick para siempre. El escándalo originado durante la presentación de El árbol de la vida (2011) en el Festival de Cannes, y su consiguiente triunfo de la Palma de Oro, abrazaron el advenimiento de su metamorfosis cinematográfica. A partir de ese momento, los largometrajes del realizador estadounidense nunca volvieron a ser como antaño. Atrás quedaron los nostálgicos dramas de época al estilo de Malas tierras (1973) o Días del cielo (1978), la exaltación pacifista de La delgada línea roja (1998) y la épica romántica de El nuevo mundo (2005). Con El árbol de la vida, Malick inaugura una trilogía metafísica sobre la vida humana, en la que predomina la idea de su nimiedad ante Dios y el estudio de las pautas de comportamiento que el buen cristiano debe seguir para no desviarse de su recto camino. Si en el primer filme de la tríada —ya adelantamos: de clara superioridad respecto a los dos que lo proceden—, el autor resume el significado de la vida a partir de la representación del devenir de la familia de Sean Penn; To the wonder (2012) desarrolla una disertación sobre el amor como matriz inherente al hombre. En el segundo largometraje el cineasta defiende que el amor —por otro ente o Dios— es el motor que impulsa todas las acciones del ser humano. Asimismo, una pasión desmesurada arrastra al hombre hacia las tinieblas, mientras que un amor puro le guía hacia la maravilla. En cuanto a la tercera película del tríptico, Knight of Cups (2015), es una síntesis conceptual de las ideas principales de las dos obras comentadas.
A priori, podríamos señalar que el filme despliega el mismo ars amandi de To the wonder, porque la trama gira entorno a las relaciones de amor-odio que Christian Bale establece con sus familiares y las cinco mujeres representativas de su etapa adulta. Sin embargo, la película presentada a competición oficial en la pasada edición de la Berlinale se distancia de su antecesora —y retoma la estela de El árbol de la vida— al perder la vocación de filme plural que abandera To the wonder. Hecho este apunte, es necesario recalcar la diferencia entre 'pluralidad' y 'universalidad' en el contexto de la filmografía más reciente de Terrence Malick. Si bien es cierto que sus últimos tres largometrajes siguen un recorrido simbólico que va de lo particular a lo universal, sólo en To the wonder la universalidad es sinónimo de pluralidad. El argumento de dicha cinta se centra en la vida sentimental de Ben Affleck, pero para demostrar la universalidad de la teoría del amor como causa y finalidad de toda acción humana, Malick no le da voz a su protagonista, sino a los personajes satélites que le acompañan en su viaje existencial. Es decir, recoge el testimonio de su futura mujer Marina (Olga Kurylenko), de su amante intermitente llamada Jane (Rachel McAdams) y de Javier Bardem en el papel de párroco que ha dejado de creer en el Todopoderoso. Siguiendo con Knight of Cups, sorprendentemente se trata del filme que posee más personajes secundarios de los tres. No obstante, el desinterés del autor por aportar profundidad psicológica a los extras de su trabajo más reciente se explica a partir del rechazo hacia la mirada calidoscópica que definía la esencia de To the wonder. La percepción de universalidad de Knight of Cups se identifica con el significado que Terrence Malick le otorga a la vida íntima de Christian Bale. En esta ocasión —como también acontece en El árbol de la vida a través del recuerdo de la infancia de Sean Penn—, un sólo testimonio es válido para autoproclamarse paradigma de la humanidad. En otras palabras, Knight of Cups se sirve de la teoría del amor de To the wonder, pero se explora soberbiamente mediante la mística individualista de El árbol de la vida.
Rick (Christian Bale) es un millonario que vive en un lujoso apartamento en Santa Mónica y pertenece a la industria de Hollywood. Sin especificar en qué sector trabaja, el hipotético guionista, actor, director o productor ingresa grandes sumas de dinero que incrementan su adicción al éxito y a las mujeres. Rick ha alcanzado la fama deseada por todos los mortales pero, igual que las celebrities de Maps to the stars (2014), no consigue ser feliz. Pese al parecido temático, la crítica de Terrence Malick al microcosmos hollywoodiense poco tiene que ver con la última película de David Cronenberg. Más bien, se aproxima al retrato del ennui de los miembros del starsystem de La dolce vita (1960), o de la también felliniana La Gran Belleza (2013). Rick es otro Jep Gambardella. Un artista que no crea porque se pasa los días llenando su vacío existencial con frenéticas actividades hedonistas. En ambos largometrajes la falta de creatividad de los genios está ligada a su maniática búsqueda de un principio superior. En el caso del filme de Paolo Sorrentino, Toni Servillo se cuestiona acerca de la belleza. En cambio, Christian Bale desea hallar la paz a través del amor al prójimo. No obstante, la forma de amar del protagonista de Knight of Cups —como la de Ben Affleck en To the wonder— es demasiado narcisista para alcanzar la redención. De nuevo, el conservadurismo ético de Malick hace acto de presencia, convirtiendo su última creación en un manual de conducta cristiana para sobrevivir a las tentaciones de la vida hiperconsumista y carente de valores de los ricos de Los Ángeles. Sin embargo, es interesante señalar que, en un primer momento, el autor hace uso de una praxis no católica para explicar el contenido místico-religioso de su filme. Pues, en uno de los tres prólogos de Knight of Cups, Christian Bale visita a una tiradora de cartas del tarot para que le adivine el futuro. Pero, como se descubre a medida que avanza el metraje, no hay futuro para Rick porque éste está condicionado por su pasado. Rick es un individuo atormentado por traumas familiares y malas decisiones que aniquilaron su vida sentimental. En la última tentativa de entender el motivo de su hastío, Christian Bale se cita con una bruja tatuada de Venice Beach, quien le muestra nueve cartas de la baraja del tarot en el siguiente orden: el Caballero de Copas, la Luna, el Ahorcado, el Ermitaño, el Juicio, la Torre, la Alta Sacerdotisa, la Muerte y la Libertad. A partir de ese instante, finaliza el tercer prefacio y empieza verdaderamente la séptima obra de Terrence Malick.
«Christian Bale es ese caballero adormecido, un sonámbulo jinete cuyos dramas tóxicos y pretéritos le impiden avanzar».
Knight of Cups está dividida en ocho episodios que llevan por título ocho de las nueve cartas del tarot citadas, a excepción del Caballero de Copas. Asimismo, cabe indicar que no es la primera vez que el autor menciona la figura que da nombre a su largometraje. En el segundo prólogo temático, unas fantasmagóricas y deslumbrantes imágenes de la aurora boreal acompañan la voz de Brian Dennehy —el padre de Rick en la ficción—, quien narra una leyenda sobre un caballero del Este que es enviado al Oeste en busca de una perla por órdenes de su padre. Antes de cumplir con la misión, el sumiso caballero bebe de una copa fatídica que le induce un sueño profundo del que nunca revivirá. Christian Bale es ese caballero adormecido, un sonámbulo jinete cuyos dramas tóxicos y pretéritos le impiden avanzar. Por ese motivo, la bella hechicera hipster del tarot lee su pasado en vez de su futuro; pues, las ocho últimas cartas expuestas sobre el tablero representan ocho personas que le ofrecieron un gran amor y, al mismo tiempo, le causaron un dolor inconsolable. En cinco capítulos asistimos al enamoramiento y aversión de Rick con las mujeres que simbolizan las cartas de la Luna (Imogen Poots), el Juicio (Cate Blanchett), la Alta Sacerdotisa (Teresa Palmer), la Muerte (Natalie Portman) y la Libertad (Isabel Lucas).
El filme da comienzo con la lunática y promiscua Imogen Poots, siempre ataviada con una peluca rosa en sus citas con el protagonista. La primera pareja de Rick es abandonada por éste porque, según anuncia la voz en off de la chica, Rick no quiere amar, sino perpetuar la acción de recolectar cuantas más experiencias posibles. Este patrón psicológico que fuerza al personaje de Christian Bale a renunciar la monotonía y estabilidad que le aportan todas las mujeres que va conocido es un síntoma del vacío provocado por su errónea forma de amar. Por otro lado, aunque la presencia femenina sea superior a la masculina en el elenco de actores secundarios, debemos señalar que Knight of Cups no es un drama romántico como To the wonder. Los únicos dos episodios que rozan la categoría melodramática corresponden al divorcio de Rick con Cate Blanchett y al aborto secreto de Natalie Portman. El resto de capítulos conciernen a la puesta en escena de la malversación avara y libidinosa de los privilegiados; noción que de forma metafórica es encarnada por el personaje de Antonio Banderas, el anfitrión de las lujosas fiestas. En este sentido, no resulta improcedente que decenas de modelos de una belleza indescriptible se paseen en bikini sobre vertiginosos zapatos de Jimmy Choo o regalando desnudos frontales a la cámara. El nuevo y arriesgado experimento de Terrence Malick aspira encontrar la mística en la dimensión más terrenal del ser humano. La cual, no es otra que la pulsión sexual masculina, experimentada desde un punto de vista unidireccional, a merced de la flamante testosterona.
«Christian Bale se convierte en un fantasma que ora deambula entre su pasado y el presente, ora se pasea por el mundo de los sueños o la vigilia. La imposibilidad de situar cronológicamente esas imágenes construye un filme que destruye una de las leyes principales para comprender y medir la realidad: el tiempo».
La espiritualidad ilógica, y aparentemente invisible, que emerge de las escenas comentadas, no procede del contenido erótico de éstas, sino de la forma en la que fueron rodadas y montadas. La atmósfera de enajenación que causa la fotografía de Emmanuel Lubezki, junto con el montaje frenético, a ritmo de los jump cuts más cortos y abruptos de la entera filmografía de Malick, definen Knight of Cups con una palabra que resume toda la película: su atemporalidad. En este sentido, el principal problema, y a la vez, el mayor logro del séptimo trabajo de director estadounidense es la ininteligible aprehensión de su montaje. Como anunciábamos, los jumps cuts de Knight of Cups no se sitúan al nivel de El árbol de la vida, cinta en la que los flashbacks y flashforwards se ocasionan al descomponer el interior de la mente de Sean Penn. Incluso, van más allá de la dificultad perceptiva de To the wonder, donde se ordenan a partir de asociaciones de ideas causadas por impresiones, emociones, sensaciones o estados de ánimo del personaje principal y de los actores secundarios. El montaje de Knight of Cups se basa en la superposición de planos que no sobrepasan los diez segundos, los cuales impiden la ubicación del protagonista en un contexto temporal. De este modo, Christian Bale se convierte en un fantasma que ora deambula entre su pasado y el presente, ora se pasea por el mundo de los sueños o la vigilia. La imposibilidad de situar cronológicamente esas imágenes construye un filme que destruye una de las leyes principales para comprender y medir la realidad: el tiempo. El propósito de Malick nunca había sido tan evidente, y se articula a partir de la siguiente pregunta retórica: ¿quién necesita el tiempo para experimentar el panteísmo del universo?
«Terrence Malick aborda con Knight of Cups la voluntad de convertir una pieza cinematográfica en la célebre corriente literaria del flujo de conciencia. Su mayor deseo es perderse en el caos pasional del ser humano».
Por otro lado, esa interpretación caótica y fragmentaria del mundo, siempre ligada al deseo de amar, que los críticos más venturosos de la Berlinale compararon con 2046 (2004) de Wong Kar-Wai, paralelamente se convirtió en la coyuntura de los detractores para destrozar el largometraje. En otras palabras, la saturación que crea un visionado incoherente, repleto de crípticas imágenes plagadas de metáforas que en cuestión de segundos saltan de los 35 milímetros, a los 65 o al digital, requiere una concentración extrema para el público; un ejercicio difícil de mantener durante las dos horas de metraje. En este sentido, la experiencia que ofrece el visionado de Knight of Cups es muy similar a la de The forbidden room (2015), una de las mejores películas —por no decir la mejor— de la pasada edición del Festival de Berlín. El último trabajo de Guy Maddin, en colaboración con Evan Johnson, comparte con el filme de Terrence Malick esa voluntad de convertir una pieza cinematográfica en la célebre corriente literaria del flujo de conciencia. Sin embargo, la diferencia fundamental entre ambos largometrajes es el método a través del cual desarrollan el stream-of-consciusness. Mientras Maddin y Johnson alcanzan una saciedad visual, tan sugestiva y como fascinante, mediante un orden esquizofrénico que se articula a partir del concepto de multiplicidad, Malick no dispone de ecuaciones matemáticas porque su mayor deseo es perderse en el caos pasional del ser humano. Una vez más, el autor persiste en el lenguaje cinematográfico que él mismo ha creado gracias al propio eros litúrgico con el que percibe el acto de existir. | ★★★★ |
Carlota Moseguí
© Revista EAM / 65ª edición del Festival de Berlín
Ficha técnica
Estados Unidos, 2015, Knight of Cups. Director: Terrence Malick. Guión: Terrence Malick. Productoras: Filmnation / Dogwood Films / Waypoint Entertainment. Fotografía: Emmanuel Lubezki. Dirección artística: Ruth De Jong. Música: Hanan Townshend. Montaje: A.J. Edwards, Keith Fraase, Geoffrey Richman y Mark Yoshikawa. Presentación oficial: Sección oficial del Festival de Berlín. Reparto: Christian Bale, Cate Blanchett, Natalie Portman, Brian Dennehy, Antonio Banderas, Freida Pinto, Wes Bentley, Isabel Lucas, Teresa Palmer, Imogen Poots, Peter Matthiessen, Armin Mueller-Stahl, Cherry Jones, Patrick Whitesell, Rick Hess, Michael Wincott, Kevin Corrigan, Jason Clarke, Joel Kinneman, Clifton Collins Jr., Nick Offerman, Jamie Harris, Lawrence Jackson, Dane DeHaan, Shea Whigham, Ryan O'Neal, Bruce Wagner, Jocelin Donahue, Nicky Whelan.