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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica en serie | Veep (4 temporada)

    Veep

    Los políticos misántropos

    crítica a Veep (2011-) | Cuarta temporada.

    HBO / 4ª temporada: 10 capítulos | EE.UU, 2015. Creador: Armando Iannucci. Directores: Becky Martin, Chris Addison, Stephanie Laing, Armando Iannucci. Guionistas: Will Smith, Simon Blackwell, Sean Gray, Ian Martin, Tony Roche, Roger Drew, Kevin Cecil, Andy Reily, David Quantick, Georgia Pritchett, Rob Gibbons, Neil Gibbons & Armando Iannucci como argumentista. Reparto: Julia Louis-Dreyfus, Anna Chlumsky, Tony Hale, Reid Scott, Matt Walsh, Timothy Simmons, Sufe Bradshaw, Gary Cole, Kevin Dunn, Sam Richardson, Diedrich Bader, Sarah Sutherland, Hugh Laurie, Peter Grosz, Phil Reeves, Patton Oswalt. Fotografía: Spencer Combs. Música: Rupert Gregson-Williams & Christopher Willis.

    La cuarta temporada de Veep se estrenó con la complicada carga de ser la última en la que el creador Armando Iannucci y parte de su inseparable equipo de guionistas van a estar directamente involucrados. Existen series donde la voz autoral no es tan distintiva, y por lo tanto no se teme que un posible cambio afecte tanto al resultado final. Ese no es el caso de Veep. La impronta del guionista/director británico y sus compañeros es muy fuerte, y se va a echar de menos de cara a la quinta tanda, anunciada hace unos meses y con David Mandel —guionista en Seinfeld (1989-1998) o Larry David (2000-), entre otras— como nuevo showrunner. Según cuenta Iannucci, está siendo una transición escalonada, y la maquinaria de esta afilada comedia política funciona bien a tantos niveles que hay esperanzas de que se evitará el desbarre. Sabiendo que se iban, el hombre y su gente han decidido quemar muchos cartuchos, tomando algunas decisiones muy chocantes y sobre todo creando un cliffhanger de categoría, algo que se ha convertido en una marca de la casa pero que aquí tiene hasta mayores resonancias por lo insólito de la situación planteada. Pero antes de llegar a ese punto climático hay bastante que contar. Lo mejor, dicho ya de entrada, es que la serie ha demostrado estar en grandísima forma, disparando chistes por segundo y poniendo un necesario foco sobre lo absurdo de la política en un momento como el actual a nivel mundial, donde la profesión se ve cada vez más ridiculizada por las propias acciones de los gobernantes y sus equipos.

    La historia arranca unos meses después del sorprendente final de la tercera temporada, con Selina como forzosa presidenta debido a la dimisión de su predecesor, y todo esto en medio de una campaña para hacerse con el puesto que la mujer iba perdiendo. Así, la presidenta Meyer debe lidiar con los problemas del mundo mientras trata de convencer a Estados Unidos de que es la mejor opción para mantenerse en el cargo, algo nada fácil cuando su gabinete está tan plagado de inútiles y su propia capacidad de respuesta está seriamente dañada. Una de las grandes pegas que se le podía poner a Veep era precisamente esa inutilidad supina de los trabajadores, que llegaba a niveles altísimos en pos de garantizar la mayor carcajada. Una opción legítima dentro del género, pero que afectaba al buscado realismo sucio, casi documental y agresivo, del producto. Tras más de 30 capítulos, los guionistas por fin hicieron referencia directa al tema, de manera muy inesperada, y escribieron varios momentos climáticos donde personajes fueron despedidos, renunciaron a su trabajo o simplemente acabaron explotando tras mucho tiempo de acumulada tensión. Dos de esos momentos en concreto, personificados en las figuras de Gary y Amy, pasarán con toda justicia a la historia de la serie por su alucinante mezcla de emoción y humor, y son motivo suficiente para que Tony Hale y Anna Chlumsky repitan por tercera vez consecutiva en la terna de nominados a los Emmy.

    Veep

    «No hay tiempos muertos ni oportunidades de chistes perdidas en Veep. Lo que hay es una sangrante y bienvenida sesión constante de misantropía».


    Veep ha ido creciendo año tras año, ampliando el campo de acción de la protagonista y su séquito como la lógica consecuencia de su ascenso de poder. Hay una información clave para comprobar esto, que ha sucedido en la serie de manera ejemplar por lo bien graduado de cada paso, y es que el reparto (ya sea el fijo o el recurrente) ha crecido hasta formar un grupo estable de más de diez personas. La mejor y más divertida representación visual de ello se da en Election Night (4.10), en la escena en la que Selina decide interrumpir a Tom James (estupendo Hugh Laurie, un fichaje apropiadísimo) en el escenario y la música de Rupert Gregson-Williams & Christopher Willis se vuelve casi de vodevil cuando todo el gabinete la sigue a toda prisa. Los fans de la comedia esperábamos la presidencia de la señora Meyer frotándonos las manos, imaginando las cantidades industriales de humor y vitriolo que se podían extraer de poner a una persona así en la mayor posición de poder del mundo libre, las situaciones internacionales a las que tendría que enfrentarse o las políticas que tendría que defender. En ese sentido, la serie no ha decepcionado. Pero además ha sido capaz de sorprender, ya que el vistazo a los cabilderos que hacen lobbying para las grandes empresas o la situación ilegal en la que todos se ven envueltos eran imposible de anticipar. Los responsables saben como aprovechar diez capítulos de media hora, eso está claro. No hay tiempos muertos ni oportunidades de chistes perdidas en Veep. Lo que hay es una sangrante y bienvenida sesión constante de misantropía.

    Ampliar el espectro y por consiguiente el reparto supone también diversificar las tramas y subtramas, que algunas no tengan que ver directamente con la presidenta, aunque indirectamente todas lo hacen. Junto a la labor de Selina está también su campaña presidencial, la vida en la oficina del nuevo vicepresidente y el trabajo de Dan y más adelante Amy como cabilderos. Nada de vida personal en Washington, y las escasísimas escenas domésticas o un poco más relajadas (la cena de Selina con sus amigas, Sue viendo la noche electoral desde su mesa y acompañada) son siempre excelentes como desopilante contraste. No todo funciona (a pesar del buen hacer de Sam Richardson, Richard no pasa de la unidimensionalidad cómica), y a veces el despiadado sentido del humor deja más magullado que entretenido. Por ejemplo, en la constante chanza alrededor de la trama de acoso sexual a Jonah, que como idea puede ser divertida pero que alcanza unos niveles de humillación que rozan lo patético sin diversión. Quizá sea que este cronista es demasiado sensible frente al asunto, pero lo prolongado de las bromas supone un problema, aunque al final le sirva al personaje para que su nombre adquiera por fin notoriedad pública.

    Veep

    Siendo como ha sido la última temporada de Veep con el gran Armando Iannucci al frente, se ha ido a por todas con el maravilloso propósito de exponer las miserias de la profesión y hacer reír a la audiencia por el camino. Como ya hiciera en la también magnífica The thick of it (2005-2012), el británico no tiene piedad por nada ni por nadie, y la mejor manera en que esto se muestra es con el estupendo Testimony (4.9), dirigido por él mismo y que de hecho es virtualmente una repetición formal y argumental de su último capítulo en The thick of it, el penúltimo de la serie. Ambos recogen una trama donde el gabinete político protagonista y varios de sus allegados son preguntados en una vista pública y bajo juramento por posibles ilegalidades, y ambos son ejemplares paradigmas de comedia de alto nivel, llenos de mentiras, meteduras de pata, cruces de acusaciones y tomaduras de pelo al poder judicial. Una antesala perfecta para un final de infarto, que casi es capaz de darle la vuelta a la premisa inicial de esta comedia política al documentar la noche de las elecciones. Deja a los personajes –y la serie en general– en un gigantesco dilema, uno de proporciones épicas que casi parece el definitivo chiste del creador. Como diciendo: «A ver cómo te las arreglas, David Mandel». Esperemos que lo haga sin perder la esencia. | ★★★★ |

    Adrián González Viña
    © Revista EAM / Sevilla



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