Aquella casa sobre el cementerio
crítica a Poltergeist (Gil Kenan, 2015).
A principios de los 80, el cine de terror gozaba de uno de sus mejores momentos y, particularmente, el subgénero de las casas encantadas estaba en pleno auge gracias al éxito de películas tan representativas como Terror en Amityville (Stuart Rosenberg, 1979), El resplandor (Stanley Kubrick, 1980) o Al final de la escalera (Peter Medak, 1980). Pero fue en 1982 cuando Steven Spielberg -en la producción y la escritura del guión- y Tobe Hooper —en la dirección— unieron sus talentos en la que, seguramente, siga siendo, a día de hoy, el mayor referente para títulos posteriores: Poltergeist. Famosos fueron los numerosos problemas que surgieron durante el rodaje, especialmente las desavenencias entre dos genios que tenían una visión muy diferente de la historia, dando como resultado uno de esos filmes en los que la autoría casi debería ser adjudicada al productor por sus excesivas aportaciones. Sin embargo, aquel relato de una familia que tenía que lidiar con los brutales fenómenos paranormales provocados por los muertos del cementerio sobre el que se asentaba su hogar apenas se resintió de aquellos percances, conjugando a la perfección el sentido de la maravilla de Spielberg con algunos momentos genuinamente gores propios del realizador de La matanza de Texas (1974). El resultado fue un inmediato clásico popular que consiguió recaudar la increíble suma de 76 millones de dólares, algo que posibilitó la realización de dos secuelas menos lustrosas. Ahora, 33 años después, cuando la falta de ideas de los guionistas de Hollywood ha hecho que la mayoría de éxitos del terror de las décadas de los 70 y 80 sean exhumados para sus correspondientes remakes, ha llegado la hora de que Poltergeist se enfrente a su previsible actualización.
Sam Raimi se apuntó un tanto produciendo en 2013 un remake de su mítica Posesión infernal que, bajo la dirección de Fede Álvarez, sobresalía por encima de la media gracias a su apuesta por dejar de lado el humor negro de la clásica y no escatimar en una violencia explícita poco habitual para una cinta con aspiraciones a hacer una buena taquilla. Ese riesgo, sin embargo, no se repite en este Poltergeist que también produce Raimi y que dirige, con más pericia técnica que garra, Gil Kenan, artífice de títulos tan atractivos como la animada Monster House (2006) o City of Ember (2008). La escena de apertura llama poderosamente la atención por su creatividad, con un interesante movimiento de cámara que recorre el interior del coche donde viaja la familia con destino a su nueva casa y presenta a sus cinco miembros: el matrimonio formado por Eric y Amy Bowen y sus tres hijos, la adolescente Kendra y los pequeños Griffin y Maddie (Carol Anne en la película original). La fotografía de Javier Aguirresarobe ofrece una distinción poco acostumbrada en el género, dotando de indudable elegancia estética al producto, del mismo modo que la banda sonora de Marc Streitenfeld despunta en algunos momentos, sin llegar a la maestría de la partitura que Jerry Goldsmith escribió para la obra original. Tampoco hay demasiado que reprochar al trabajo de los intérpretes, especialmente a Sam Rockwell y Rosemary DeWitt, muy cumplidores pese a no lograr aquella complicidad que Craig T. Nelson y Jobeth Williams tuvieron con el público. La culpa de ello se debe, especialmente, a la estereotipada construcción de unos personajes —padre graciosillo y despreocupado, madre superada por las circunstancias de cuidar a tres hijos, adolescente irritante y enganchada al móvil, niño asustadizo y acomplejado y la pequeña hija que habla con amigos imaginarios porque, a veces, parece invisible para la familia— que, si bien no distan demasiado de los antiguos, transmiten, en esta ocasión, menos autenticidad.
«Un remake tan digno como innecesario, cuya capacidad para satisfacer las expectativas del público sería directamente proporcional al esfuerzo del mismo por olvidar cualquier comparación con el Poltergeist de toda la vida».
Ahora bien, si algo hay que exigirle a un producto de estas características es que, aparte de mantener la esencia de la historia que recupera, aporte un mínimo de novedades que le hagan merecedor de cierta entidad propia. En este sentido, el nuevo Poltergeist repite a rajatabla la mayoría de los momentos más impactantes de la cinta de Tobe Hooper —el escalofriante “ya están aquí” de Carol Anne / Maddie ante la pantalla del televisor, el ataque del muñeco payaso, el viejo árbol del jardín cobrando vida— pero con bastante menos efectividad para aterrar. ¿Cuáles serían, entonces, las aportaciones de esta relectura de Kenan? Estas llegan, sobre todo, en la manera más explícita de mostrar lo que hay más allá de la puerta del armario. Si en el Poltergeist de 1982, el purgatorio donde la niña es retenida por las fuerzas del mal fue únicamente sugerida, fomentando así la imaginación del espectador, en esta ocasión sí hay lugar para que conozcamos un lugar de pesadilla que, en última instancia, recuerda mucho a las escenas más fantasmagóricas de la reciente saga Insidious de James Wan, tan deudora, por otra parte, de las cintas sobre casas encantadas de antaño. En ocasiones, menos es más, y éste sería un ejemplo perfecto de que se podía crear mucho más desasosiego sin necesidad de tener que mostrarse más que lo justo.
También acaba de un plumazo con uno de los aspectos menos creíbles de la clásica, el hecho de que la familia pase una última noche más bajo el techo de aquella casa, una vez pasado el trance, algo que propiciaba un segundo (y muy espectacular) clímax final. Aquí el desenlace es mucho más precipitado, encadenando una serie de escenas terroríficas en las que los efectos especiales, bastante vistosos, cómo no, anulan cualquier otro posible hallazgo de interpretación o guión —los diálogos, tristemente, carecen de la intensidad de los escritos por Spielberg junto a Michael Grais y Marc Victor—, y dejando fuera algunos de los momentos más recordados del filme en que se basa —el intento de violación por parte de los espíritus a la madre, el momento en la piscina con los cadáveres emergiendo del barro—. También es verdad que aporta alguna escena de cosecha propia bastante espeluznante, como aquella que tiene como protagonista a un taladro, y una inesperada ironía presente, sobre todo, en las líneas de diálogo de ese médium televisivo al que da vida con bastante gracia Jared Harris —las explicaciones sobre sus “heridas de guerra” no tienen desperdicio—, pese a que no consiga hacer olvidar a la memorable Tangina Barrons encarnada por la diminuta Zelda Rubinstein en la versión del 82. Estamos, pues, ante un remake tan digno como innecesario, cuya capacidad para satisfacer las expectativas del público sería directamente proporcional al esfuerzo del mismo por olvidar cualquier comparación con el Poltergeist de toda la vida. De hecho, para las jóvenes generaciones que no lo conozcan, este nuevo filme puede suponer, sin demasiada dificultad, un entretenimiento de primerísimo orden. | ★★ |
José Antonio Martín
Redacción Las Palmas de Gran Canaria
Ficha técnica
Estados Unidos. 2015. Título original: Poltergeist. Director: Gil Kenan. Guión: David Lindsay-Abaire. Productoras: Fox 2000 Pictures / Metro-Goldwyn-Mayer (MGM) / Ghost House Pictures. Productores: Nathan Kahane, Roy Lee, Sam Raimi, Robert G. Tapert. Fotografía: Javier Aguirresarobe. Música: Marc Streitenfeld. Vestuario: Delphine White. Montaje: Jeff Betancourt, Bob Murawski. Dirección artística: Martin Gendron. Reparto: Sam Rockwell, Rosemary DeWitt, Kyle Cattlet, Saxon Sharbino, Kennedi Clements, Jared Harris, Jane Adams, Nicholas Braun, Susan Heyward.