Sangre, sudor y gasolina
crítica de Mad Max: Furia en la carretera (Mad Max: Fury Road, George Miller, 2015)
Quién le iba a decir al australiano George Miller que Mad Max: Salvajes de la autopista (1979), su modesto debut en la dirección —350.000 dólares de presupuesto—, no solo se iba a convertir en una máquina de recaudar dinero —logró hacer una caja de más de 100 millones de la misma moneda— que convertiría a su protagonista, Mel Gibson en toda una estrella del celuloide, sino también en un título de culto que serviría de referente a multitud de propuestas posteriores. Ambientada en la Australia de un futuro no muy lejano, la cinta mostraba la encarnizada lucha de un impetuoso policía llamado Max Rockatansky contra una peligrosa banda de motoristas que sembraban el terror en las carreteras, asesinando, robando y violando a todo aquel con quien se cruzaran en el camino. Con una expresiva estética de cómic, espectaculares persecuciones de coches y unas dosis de violencia gráfica bastante elevadas, aquella primera película —una suerte de Perros de paja (Sam Peckinpah, 1971) ruidosamente motorizada— fue tan sólo el comienzo de la leyenda, explicándonos las circunstancias que convierten a Max en un loco superviviente.
Mad Max 2, el guerrero de la carretera (1981) fue un paso de gigante a la hora de construir la mitología que rodea a la saga, enmarcándose más decididamente dentro de la ciencia ficción y ya con esos ambientes post-apocalípticos y toda la imaginería visual que la caracterizaría. Mel Gibson endurece allí su interpretación de un Max que se ha transformado en un héroe solitario y traumatizado por los fantasmas del pasado. La gasolina y el agua se convierten, en su condición de bienes escasos, en el objeto de lucha sin cuartel entre los supervivientes de una pequeña colonia y un grupo de extravagantes salvajes que se mueven en los vehículos más surrealistas y aparatosos jamás vistos en la gran pantalla. Mucho más ruidosa, violenta y, como su propio nombre indica, enloquecida, esta segunda aventura es considerada la mejor de una trilogía que se cerraría, con más pena que gloria, con la muy irregular Mad Max 3, más allá de la cúpula del trueno (1985). Aquella tercera entrega traicionaba, en parte, el espíritu de la serie, rebajando notablemente la violencia y, lo que es peor, las escenas automovilísticas, y convirtiéndose, casi, en un producto para toda la familia en donde tienen cabida un grupo de niños perdidos que parecen sacados de Peter Pan y una villana de turno encarnada por la cantante Tina Turner que, además, se ocupó de interpretar unos temas musicales que convirtieron su banda sonora en un éxito superior al de la propia cinta. Sin duda, un indigno para una de las franquicias con más seguidores de los 80, pero, no lo suficiente como para que éstos rezaran encarecidamente a Dios para que, algún día, George Miller se decidiera a resucitar a su icono del cine de acción. Han tenido que pasar 30 largos años para que esto sucediera pero, desde luego, la espera ha merecido la pena.
Mad Max 2, el guerrero de la carretera (1981) fue un paso de gigante a la hora de construir la mitología que rodea a la saga, enmarcándose más decididamente dentro de la ciencia ficción y ya con esos ambientes post-apocalípticos y toda la imaginería visual que la caracterizaría. Mel Gibson endurece allí su interpretación de un Max que se ha transformado en un héroe solitario y traumatizado por los fantasmas del pasado. La gasolina y el agua se convierten, en su condición de bienes escasos, en el objeto de lucha sin cuartel entre los supervivientes de una pequeña colonia y un grupo de extravagantes salvajes que se mueven en los vehículos más surrealistas y aparatosos jamás vistos en la gran pantalla. Mucho más ruidosa, violenta y, como su propio nombre indica, enloquecida, esta segunda aventura es considerada la mejor de una trilogía que se cerraría, con más pena que gloria, con la muy irregular Mad Max 3, más allá de la cúpula del trueno (1985). Aquella tercera entrega traicionaba, en parte, el espíritu de la serie, rebajando notablemente la violencia y, lo que es peor, las escenas automovilísticas, y convirtiéndose, casi, en un producto para toda la familia en donde tienen cabida un grupo de niños perdidos que parecen sacados de Peter Pan y una villana de turno encarnada por la cantante Tina Turner que, además, se ocupó de interpretar unos temas musicales que convirtieron su banda sonora en un éxito superior al de la propia cinta. Sin duda, un indigno para una de las franquicias con más seguidores de los 80, pero, no lo suficiente como para que éstos rezaran encarecidamente a Dios para que, algún día, George Miller se decidiera a resucitar a su icono del cine de acción. Han tenido que pasar 30 largos años para que esto sucediera pero, desde luego, la espera ha merecido la pena.
En un año en el que dos blockbusters como Fast & Furious 7 (James Wan) y Vengadores: La era de Ultrón (Joss Whedon) parecen librar su particular batalla por hacerse con el tercer puesto en la lista de las películas más taquilleras de la historia, Mad Max: Furia en la carretera aterriza en las salas de cine con más ambición artística que comercial, algo que se agradece enormemente y que ya se adivinaba en esos primeros (y apabullantes) avances que, desde hace unos meses, llevan alimentando las expectativas de los fans hasta extremos insospechados. La principal incógnita acerca de la efectividad de esta cuarta peripecia del personaje (que no remake, menos mal) residía en si se resentiría demasiado por la baja de Mel Gibson, demasiado mayor para un rodaje de estas características y, por otra parte, en su momento más bajo de popularidad. El elegido para heredar los rasgos de Max no es otro que el británico Tom Hardy, excelente actor —muchos soñamos con una nominación al Óscar por Locke (Steven Knight, 2013) que finalmente no pudo ser— que, exceptuando sus colaboraciones con Christopher Nolan, aún pedía a gritos esa gran superproducción que le convirtiera en estrella de Hollywood. Sin entrar en comparaciones con el trabajo de Gibson, lo cierto es que Hardy entrega un Max enérgico, carismático y parco en palabras, insuflando aire fresco a la franquicia del mismo modo que Daniel Craig hiciera con el personaje de James Bond en las últimas entregas. Pero la sorpresa de la función llega de la mano de ese protagonismo compartido con una extraordinaria Charlize Theron que, tras Prometheus (Ridley Scott, 2012), parece abonada a toda resurrección cinematográfica de calidad. La bellísima actriz se rapa su rubia melena y se implanta un brazo prostético para dar vida a la Emperatriz Rabiosa, una dura y valiente guerrera que casi consigue anular al héroe en cada una de las escenas que comparten y se convierte, de manera instantánea, en una de las heroínas de acción más creíbles y viscerales del cine moderno. Ella y Hardy demuestran estar en plena forma física e interpretativa, encabezando un reparto en el que también destacan un irreconocible Nicholas Hoult y el regreso del veterano Hugh Keays-Byrne —recordado Corta-uñas, líder de la banda de motoristas del primer Mad Max— como Immortan Joe, el villano principal.
«Una superproducción de serie A con el espíritu desvergonzado y juguetón de la serie B, que trasciende su condición de cine palomitero para convertirse en la propuesta más redonda y satisfactoria de lo que llevamos de 2015».
Mad Max: Furia en la carretera es completamente fiel, estética y narrativamente a la trilogía clásica, especialmente a los dos primeros episodios. Volvemos a los paisajes, los conflictos (de nuevo el combustible y el agua de por medio) y la economía de diálogos de antes pero, en esta ocasión, George Miller, en una demostración absoluta de que ha alcanzado una madurez como cineasta total, se reinventa a sí mismo facturando el que debería ser saludado como el reboot más electrizante desde que Christopher Nolan retomara las aventuras de Batman. El contundente prólogo en donde Max es capturado y llevado a la ciudadela gobernada por el tirano señor de la guerra y un ejército necesitado de sangre (literalmente) para vivir, ya consigue que el espectador quede clavado en la butaca con los ojos abiertos como platos y expectante ante el generoso espectáculo que se avecina. Y es que la película es poco más que una larga huida, la que emprenden el héroe y Rabiosa hacia la redención, a bordo de un camión de guerra que oculta en su interior a las cinco jóvenes esposas (y futuras madres de sus vástagos) de Immortan Joe, que tratan de escapar de su yugo con la esperanza de llegar a una hipotética tierra verde de esperanza.
De nuevo, al igual que en Mad Max 2, los parámetros del western no quedan tan lejanos y si en aquella se detectaba una cierta influencia de La diligencia (John Ford, 1939), con bárbaros saqueadores sustituyendo a los tradicionales indios, Furia en la carretera casi podría pasar por un remake no confeso de otro clásico del género, Caravana de mujeres (William A. Wellman, 1951). Todo el filme es una constante montaña rusa en donde cada nueva secuencia de acción supera en espectacularidad a la anterior gracias a unos magníficos efectos especiales, unos imposibles movimientos de cámara y su vertiginoso montaje. Un “más difícil todavía” que deja a las anteriores entregas en un simple calentamiento y que deja momentos para el recuerdo como el de los vehículos adentrándose en una devastadora tormenta de arena o el dilatadísimo y trepidante clímax final, repleto de emoción (en el sentido más amplio de la acepción). Visualmente, Miller ha parido una auténtica maravilla, en donde la cromática fotografía de John Seale exprime todo el potencial de los impresionantes desiertos naturales, en donde tanto las escenas diurnas como las nocturnas adquieren una belleza casi pictórica. Por su parte, Junkie XL compone una banda sonora de lo más potente que acompaña con auténtico nervio a la musculosa acción —con la ayuda incuestionable de esos esbirros que ponen música a la lucha con sus tambores de guerra y un guitarrista heavy que también utiliza su instrumento como lanzallamas, ganándose, desde ya, un puesto de honor entre los mejores hallazgos de la saga a nivel de personajes— y a sus momentos más líricos, que también los hay. Por encima de cualquier hype, la nueva Mad Max es todo lo que debería ser el blockbuster perfecto. Una superproducción de serie A —sus 100 millones de dólares de presupuesto así lo acreditan— con el espíritu desvergonzado y juguetón de la serie B, que trasciende su condición de cine palomitero para convertirse en la propuesta más redonda y satisfactoria de lo que llevamos de 2015. Si no es una obra maestra, poco le falta. | ★★★★★ |
De nuevo, al igual que en Mad Max 2, los parámetros del western no quedan tan lejanos y si en aquella se detectaba una cierta influencia de La diligencia (John Ford, 1939), con bárbaros saqueadores sustituyendo a los tradicionales indios, Furia en la carretera casi podría pasar por un remake no confeso de otro clásico del género, Caravana de mujeres (William A. Wellman, 1951). Todo el filme es una constante montaña rusa en donde cada nueva secuencia de acción supera en espectacularidad a la anterior gracias a unos magníficos efectos especiales, unos imposibles movimientos de cámara y su vertiginoso montaje. Un “más difícil todavía” que deja a las anteriores entregas en un simple calentamiento y que deja momentos para el recuerdo como el de los vehículos adentrándose en una devastadora tormenta de arena o el dilatadísimo y trepidante clímax final, repleto de emoción (en el sentido más amplio de la acepción). Visualmente, Miller ha parido una auténtica maravilla, en donde la cromática fotografía de John Seale exprime todo el potencial de los impresionantes desiertos naturales, en donde tanto las escenas diurnas como las nocturnas adquieren una belleza casi pictórica. Por su parte, Junkie XL compone una banda sonora de lo más potente que acompaña con auténtico nervio a la musculosa acción —con la ayuda incuestionable de esos esbirros que ponen música a la lucha con sus tambores de guerra y un guitarrista heavy que también utiliza su instrumento como lanzallamas, ganándose, desde ya, un puesto de honor entre los mejores hallazgos de la saga a nivel de personajes— y a sus momentos más líricos, que también los hay. Por encima de cualquier hype, la nueva Mad Max es todo lo que debería ser el blockbuster perfecto. Una superproducción de serie A —sus 100 millones de dólares de presupuesto así lo acreditan— con el espíritu desvergonzado y juguetón de la serie B, que trasciende su condición de cine palomitero para convertirse en la propuesta más redonda y satisfactoria de lo que llevamos de 2015. Si no es una obra maestra, poco le falta. | ★★★★★ |
José Antonio Martín
Redacción Las Palmas de Gran Canaria
Ficha técnica
Australia. 2015. Título original: Mad Max: Fury Road. Director: George Miller. Guión: Nick Lathouris, Brendan McCarthy, George Miller. Productores: George Miller, Dough Mitchell, P.J. Voeten. Productoras: Coproducción Australia-EEUU; Kennedy Miller Productions / Icon Productions. Fotografía: John Seale. Música: Junkie XL, Vestuario: Jenny Beavan, Montaje: Jason Ballantine, Margaret Sixel. Dirección artística: Shira Hockman, Jacinta Leong. Reparto: Tom Hardy, Charlize Theron, Nicholas Hoult, Hugh Keays-Byrne, Zoë Kravitz, Rosie Huntington-Whiteley, Nathan Jones, Riley Keough, Abbey Lee, Courtney Eaton, Josh Helman.