El crepúsculo de los dioses
crítica de La sombra del actor (The Humbling, Barry Levinson, 2014)
Hablar de Al Pacino es hablar de una de las vacas sagradas de la interpretación del cine norteamericano de las últimas cuatro décadas. Sus trabajos en clásicos del calibre de El padrino (Francis Ford Coppola, 1972), Serpico (Sidney Lumet, 1973) o El precio del poder (Brian De Palma, 1983) hablan por sí solos del tremendo carisma y versatilidad de un intérprete que, a diferencia de contemporáneos como Robert De Niro, ha procurado no bajar demasiado la guardia en los últimos tiempos y compaginar participaciones en trabajos alimenticios con proyectos más prestigiosos, tanto en cine como en televisión, que no hagan olvidar lo grande que es. La sombra del actor (2014) vuelve a unir por segunda vez los talentos de Pacino y el director Barry Levinson después de los buenos resultados obtenidos con el telefilme de la HBO No conoces a Jack (2010), ganador de los Emmys al mejor actor y mejor guión, y lo hace con un mordaz retrato del mundo de los actores que coincide en el tiempo —y tal vez sea su mayor lastre, ya que las comparaciones son odiosas— con la oscarizada y brillante Birdman (Alejandro González Iñárritu, 2014).
Mientras el filme protagonizado por Michael Keaton hizo gala de una mayor ambición artística —ese elaboradísimo falso plano secuencia capaz, casi, de oscurecer sus otros muchos méritos—, la cinta de Barry Levinson —ganador del Óscar al mejor director por Rain Man (1988) y, pese a su constatada buena mano para trabajar con grandes estrellas, dueño de una filmografía llena de altibajos— realiza una adaptación mucho más sobria de la novela de Philip Roth en que se basa. Ambos proyectos comparten idéntico punto de partida, con un personaje central que ha dedicado su vida al mundo de la interpretación, alcanzando la fama y el reconocimiento en un pasado lejano, pero que se encuentra, en el ocaso de su vida, con que su desagradecido público le ha relegado a un cruel olvido que, tristemente, suele ser el destino final habitual de veteranos maestros de las tablas. La figura del actor se presenta en el personaje de Simon Axel, una vez más, como un ser egocéntrico, incapaz de sentir empatía por las personas que le rodean y que traslada el drama de los escenarios a su día a día, llegando, muchas veces, el personaje a devorar a la persona. La sombra del actor es, ante todo, un vehículo de lucimiento absoluto para su protagonista y éste responde entregando una de sus actuaciones más sinceras y desgarradas de los últimos años. Ayuda a su tour de force interpretativo el carácter teatral de la propuesta y los continuos monólogos que el personaje realiza a lo largo de la misma. El guion juega constantemente a confundir realidad y fantasía, haciendo que el espectador nunca sepa a ciencia cierta si lo que está viendo en pantalla es verdad o fruto de las alucinaciones del la enajenada mente de Simon, producto de la depresión que padece y los primeros síntomas de senilidad, sobre todo en lo que concierne a su relación sentimental con una mujer lesbiana mucho más joven que él. Este personaje está interpretado por la estupenda Greta Gerwig, que sale victoriosa del reto de compartir escenas con Pacino sin desaparecer en el intento.
«Estamos ante una película que, siendo innegablemente irregular y, hasta cierto punto, fallida, tiene algo fascinante que la redime de la mediocridad: una lección magistral de interpretación como pocas se ven cada temporada».
La historia, que comienza con una accidentada representación de Macbeth y termina con otra de El rey Lear —el gusto por la tragedia de Shakespeare está muy presente en todo el metraje—, está contada con un hábil tono de tragicomedia que recuerda mucho al cine de Woody Allen. Esta sensación queda aún más acentuada gracias a la pintoresca galería de personajes secundarios -la lunática obsesionada con asesinar a su marido, las ex parejas de la chica, el psicoanalista vía Skype- y a la presencia en el reparto de una actriz tan maravillosa como Dianne Wiest, dos veces ganadora del Óscar bajo las órdenes de Allen por Hannah y sus hermanas (1986) y Balas sobre Broadway (1994). El filme, pese a la crudeza con que muestra los últimos coletazos de una antigua estrella de la industria solo se acuerda para publicitar productos contra la alopecia, tiene momentos ciertamente divertidos —aquellos en los que aparece la amplia colección de consoladores de la protagonista femenina— y hace gala de un humor sarcástico y envenenado que no deja títere con cabeza a la hora de retratar la fauna que rodea a Simon, desde su ambicioso agente a esa joven que aparece en la vida del protagonista como imprevista tabla de salvación y no hace otra cosa que trastocar aún más su delicada salud mental. Estamos ante una película que, siendo innegablemente irregular y, hasta cierto punto, fallida, tiene algo fascinante que la redime de la mediocridad: una lección magistral de interpretación como pocas se ven cada temporada. Si Levinson hubiera arriesgado un poco más en la puesta en escena y no hubiese evidenciado ciertos problemas de fluidez en el ritmo de su historia, bastante vacilante en algún pasaje, estaríamos ante una obra mucho más redonda, que podría codearse en igualdad de condiciones con la antes mencionada Birdman y con aquella Cisne negro (Darren Aronofsky, 2010) con la que La sombra del actor comparte una pesimista visión del precio tan caro que hay que pagar para obtener el éxito profesional. | ★★★ |
José Antonio Martín
Redacción Las Palmas de Gran Canaria
Ficha técnica
Estados Unidos. 2014. Título original: The Humbling. Director: Barry Levinson. Guión: Buck Henry, Michael Zebede (Novela: Philip Roth). Productores: Jason Sosnoff, Barry Levinson. Productoras: Millenium Films / Ambi Pictures / Hammerton Productions. Fotografía: Adam Jandrup. Música: Marcelo Zarvos, The Affair. Vestuario: Kim Wilcox. Montaje: Aaron Yanes. Dirección artística: Steven Phan. Reparto: Al Pacino, Greta Gerwig, Charles Grodin, Dianne Wiest, Kyra Sedgwick, Dan Hedaya, Dylan Baker, Nina Arianda.