La pureza propia del cuento
crítica a La canción del mar (Song of the Sea, Tomm Moore, 2014)
Hace unos años se estrenaba una película pequeña, casi marginal, envuelta en una técnica de animación tan tradicional como rompedora. Lejos del artificial diseño por ordenador, dominante entre las producciones actualmente más difundidas, aquella apostaba por el dibujo artesanal, si bien introduciendo composiciones inesperadas, rompiendo con las leyes de la física para de esta manera asegurar un fantástico espectáculo sin recurrir a costosos efectos especiales. Pues bien, tras recorrer múltiples festivales, la película en cuestión acabó siendo nominada al Óscar de su categoría, demostrando así que el experimento había funcionado, y lanzando con ello definitivamente su carrera comercial. Hablamos de la ópera prima de Tom Moore, El secreto del libro de Kells (The Secret of Kells, 2009). Codirigida con Nora Twomey, la misma seguía las aventuras de un chico en una fortificación medieval, de la que escapaba para dejarse arrastrar por la rica simbología de un libro antiguo y sus maravillosas creaciones. En definitiva, la narrativa servía de apoyo a la aparentemente ilimitada imaginación visual. Se esperaba pues con ganas el siguiente proyecto de Moore, aunque era lógico que tardara en llegar. Este tipo de película requiere años de trabajo, implicando un esfuerzo y una coordinación meticulosos por parte de los múltiples artistas del departamento de animación. Y ello puede ser todavía más necesario si, como era sobre todo el caso de la cinta anterior, pero también de ésta, se trata de una amplia coproducción en la que intervienen numerosos profesionales. Pero el año pasado por fin se estrenó en Toronto, volvió a cosechar a principios de año una nominación al Óscar, y sin mucho retraso, este viernes, llega a nuestras salas.
Titulada La canción del mar (Song of the Sea), esta nueva película gira en torno a las peripecias de un chico que vive con su padre, su hermana pequeña y su leal perro en un faro. El día de su cumpleaños llega su abuela de visita desde la ciudad, y decide regresar a ella con los niños, convencida de que su lugar no está al borde del mar, casi aislados de la civilización. Pero resulta que al menos en el caso de la niña ello sí es así por naturaleza, pues su hermano pronto descubre que aquella tiene extraños poderes, de índole marina precisamente. Es mitad humana mitad selkie, nombre de una criatura mitológica que puede adoptar por medio de un especial vestido la forma de una foca, y que alimenta numerosas leyendas de la cultura irlandesa y de otras naciones próximas. La historia vuelve por tanto a recuperar elementos del folclore más fabuloso, marcando ese componente desde el inicio hasta el final, pues el metraje se abre y cierra con ilustraciones que dejan claro que vamos a presenciar un cuento. De ahí se deriva igualmente su público a priori más infantil, algo reforzado por la sencilla progresión de la trama. Más allá de la apuntada premisa, aquella se desarrolla con pocos hitos, alternando episodios de tensión y de ternura, con el fondo eso sí más profundo de la pérdida inexplicable de una madre y la tragedia que alimenta la maldad de la antagonista. Ésta es una bruja que casualmente o no tiene rasgos parecidos a los de la abuela que quiere sustraer a los protagonistas de su hábitat natural, pero su físico y actitud nos traen más bien a la memoria los de otra bruja malvada de otra reconocida película de animación: El viaje de Chihiro (Sen to Chihiro no Kamikakushi, 2001).
«En La canción del mar la emoción brota de forma inesperada, gracias al gran detalle sensorial con el que está dotado un relato que saca a relucir la base de la ilusión humana».
La comparación con el cine de Miyazaki no es caprichosa, pues el maestro japonés se ha caracterizado siempre por explotar elementos propios y fantásticos de la cultura de su país y presentarlos en un tono fácilmente asimilable para el público occidental. La similitud puede incluso rastrearse a un nivel estético, en este caso particularmente llamativa con Ponyo en el acantilado (Gake no ue no Ponyo, 2008), película con la que La canción del mar tiene además manifiestas semejanzas de guion. Pues bien, Moore también demuestra una gran habilidad para combinar lo propio y lo conocido, tanto en el fondo, presentando esta serie de mitos populares en una estructura común e identificable; como en la forma, incidiendo en esa novedosa técnica de animación que apuntábamos, si bien con pautas reconocibles y con mayor sobriedad que en su anterior película. Lo cierto es que cada plano logra ser una obra de arte en sí mismo, siendo evidente el cuidado que con que cada uno ha sido diseñado. La música etérea acentúa la sensación de sublimación que desprende técnicamente la cinta, huyendo de los encuadres rígidos, modelando las formas y multiplicando los términos para componer una sucesión pictórica realmente única. Menos única parece sin embargo la historia, como ya hemos podido esbozar. Pero lo cierto es que a medida que se acerca su desenlace, nos damos cuenta de que su tratamiento tan prístino permite reducir a su esencia los elementos del drama y extraer de esta forma su significado más puro y relevante. La profundidad no se consigue dotando a la narrativa de una mayor complejidad, sino por el contrario yendo al núcleo de la misma. Y ello se comprueba en efecto en una conclusión en que la emoción brota de forma inesperada, sorprendiendo al espectador haciendo fácil lo difícil, imprimiendo un gran detalle sensorial al relato para sacar a relucir la base de la ilusión humana. | ★★★★ |
Ignacio Navarro
Redacción Madrid
Ficha técnica
Irlanda, Dinamarca, Bélgica, Luxemburgo & Francia, 2014. Titulo original: Song of the Sea. Presentación: Festival de Toronto 2014. Dirección: Tomm Moore. Guión: Will Collins. Producción: Big Farm / Cartoon Saloon / Digital Graphics / Magellan Films / Mélusine Productions / Noerlum Studios / Studio 352 / Super Productions. Música: Bruno Coulais. Reparto ( voces): David Rawle, Brendan Gleeson, Lisa Hannigan, Fionnula Flanagan, Lucy O’Connell.