La cámara de los horrores
crítica a Lost River (Ryan Gosling, 2014)
este artículo contiene spoilers
Detroit se ha convertido en la Pompeya del siglo XXI. Sepultada bajo los devastadores efectos del volcán económico conocido como “La gran recesión”, la ciudad que impulsó la economía estadounidense con el gran “boom” automovilístico, quedó reducida a escombros que ocultaron entre sus cenizas lo que un día fueron algunos de los edificios más prestigiosos del mundo. Muchos han sido los artistas que, tratando de captar el devastado paisaje post-apocalíptico, han retratado la otrora ciudad del motor para la creación de multitud de obras que reflejan la desolación más absoluta. El actor Ryan Gosling, emulando a otros artistas como el fotógrafo canadiense Philip Jarmain, ha utilizado el fantasmagórico escenario de la nueva Detroit para llevar a cabo su primer ejercicio tras las cámaras: Lost River. El recurso inicial al que apela Gosling es la metafórica presentación de la propia urbe dentro de un fantástico mundo irreal, para ello sitúa la acción en un pueblo encantado que vive bajo la maldición de un dragón misterioso. Parte de ese pueblo quedó sumergido por el agua, la otra parte, que no corrió mucha mejor suerte, se vio obligada a sobrevivir en un estado de caos donde los personajes más perversos tomaron el control, dejando a los ciudadanos indefensos en un medio hostil donde no existe representación de las fuerzas del orden, y los grandes héroes, o se marcharon huyendo del terror, o fueron aniquilados —asesinados o vendidos por piezas como pudo haberle pasado al mítico Robocop—. El entorno es la pieza fundamental de esta película en la que sus habitantes heredan el desamparo patrimonial y lo trasladan a su comportamiento. La angustia y la violencia son transmitidas como forma existencial de vida basada en la experiencia que cada individuo ha obtenido en el mencionado contexto.
El guion establece desde el comienzo una única premisa que avanza de manera lineal hasta que, en un momento determinado, esa sencilla estructura narrativa se divide en dos líneas argumentales paralelas que sólo volverán a unirse en el desenlace. El director aplica ciertos conceptos y diálogos que juegan a despistarnos desde el comienzo, como la fantasmagórica ambientación o la onírica sensación perceptible en todo momento, que posteriormente comprobaremos no se trata más que de una estrategia procedimental, ya que ninguna de las acciones acontecidas responde a la lógica inverosímil del relato surrealista. Y aquí volvemos a la clave del filme, ese metauniverso subacuático donde el absurdo prevalece por encima de la razón o la ley, sin embargo, hasta la más cruda antinomia encuentra sentido gracias a unos personajes que reflejan el tradicional concepto de bondad y maldad inherente al ser humano y condicionante de su proceder en situaciones extremas. Personajes como Bones, Rat y Billy, mártires de las buenas causas que siguen en pie sólo por su necesidad de luchar. De los tres, Bones será el catalizador de todas las historias y, al mismo tiempo, el nexo que relacionará a todas las almas descarriadas que pueblan Lost River. Billy es la madre de Bones, tanto ella como su hijo pequeño, Franky, representan el presente del héroe y, al mismo tiempo, la justificación indirecta de sus actos amorales, ya que su forma de buscarse la vida —pérdida de la dignidad y la honradez— es robar tuberías de cobre para conseguir dinero con el que poder pagar la casa en la que viven. Rat personifica el futuro, la esperanza de una vida mejor que da sentido a toda esa lucha. Es al mismo tiempo la sensatez, la voz de la conciencia de Bones y, como veremos más adelante, su protectora.
La relación entre los tres personajes se ve amenazada por Bully y Dave, dos perversos degenerados que precipitan la separación de las historias y dan lugar a dos narraciones por separado. Si bien la relación entre los representantes maléficos de la cinta es explícitamente inexistente, ya que no se aprecia ninguna conexión entre ellos, finalmente comprobaremos que la única forma de vencerlos —y por lo tanto sí se aprecia la conexión maligna— es romper el hechizo que cae sobre la ciudad; para lo cual habrá que recurrir a uno de los actos más icónicos y heroicos de la legendaria literatura cuentística: cortar la cabeza del dragón. Bully es un violento enajenado que se presenta como la gran amenaza desde el comienzo del metraje, mientras pasea en su “carroza” con un megáfono autoproclamándose, en una ignominiosa demostración de fuerza, el amo y señor del pueblo. El primer enfrentamiento no se hará esperar, el héroe, tendrá que huir acobardado abandonando todo el cobre de la jornada para que sea robado por su enemigo. La puesta en escena de esta secuencia será un claro reflejo del procedimiento audiovisual y simbólico que utilizará Gosling, con la ayuda del fantástico director de fotografía, Benoît Debie, durante la totalidad de la película. El mayor atractivo vendrá de la imagen nocturna creada por Debie, que podríamos definir como una estética de lo abstracto, la cual creará una sensación enrarecida a consecuencia de la falta de luz, intensificada por la iluminación indirecta y parcial empleada, valga como ejemplo, una bicicleta en llamas. Aquí se distingue claramente ese ejercicio de plano surrealista —falso— y su contraplano explicativo del que hablábamos anteriormente: El joven sale de un edificio, un plano frontal lo enfoca mientras avanza firmemente hasta que algo le obliga a detener el paso. En ese instante aparece, por el lado derecho de la pantalla, su bicicleta envuelta en fuego, la veremos avanzar conducida por un ente invisible hasta que desaparezca por el lado izquierdo. El siguiente plano muestra a Bully y a Face (su compinche) en una actitud amenazante, de esta forma queda explicado el misterio de manera inmediata, permanece la incertidumbre sin necesidad de recurrir a saltos surrealistas clásicos.
Uno de los mayores problemas que encontramos en la historia de Bully es el mal aprovechamiento conceptual que se hace de los escenarios. Si bien es cierto que la composición visual es inmejorable, y vemos al malvado personaje viviendo en un recinto penitenciario abandonado, las posibilidades que esa prisión podría haber aportado a la historia, en cuanto a buscar un elevado nivel de profundidad cognitiva de la maldad, quedan limitadas al simple hecho anecdótico. Vemos la instalación aislada en medio del bosque, pero en ningún momento se asocia dicha cárcel a un templo de hacinamiento, reclusión y tortura, algo que hubiese fortalecido el relato, se queda en la simple vivienda del personaje más fuerte con necesidad de mantener su estatus por medio de un sistema defensivo desproporcionado. Por el contrario, ese concepto de santuario del terror sí que lo encontraríamos en la segunda historia, la de Dave y Billy. Dave es un banquero lascivo que, tratando de ayudar a Billy (o eso es lo que creemos en un principio) le ofrece un trabajo misterioso con el que poder evitar la demolición de su vivienda. Una vez que la cámara nos introduce en ese escalofriante lugar, nos damos cuenta de la perversidad del antro y de sus parroquianos, gente de la peor calaña, entre la que destaca el propio Dave como el miembro más respetado, gente que disfruta del fetichismo erótico de la sangre y las vísceras. El oscuro barroquismo del siniestro local, que recuerda al más gótico David Lynch, se mezcla con una explicitud ultra-sanguinolenta y el concepto de mutación física propulsado por Cronenberg y su “Nueva carne”, para desembocar en una orgía lujuriosa de sexo, sangre y voyerismo.
A diferencia de Bully, que se vale de unas afiladas tijeras para llevar a cabo personalmente sus desmesuradas brutalidades; identificaremos a Dave con un uso de la violencia mucho más psicológico y relacionado con el macho dominante. El primero es alguien de quien huir, alguien con quien no querrías enfrentarte cara a cara, pero al que no se le llega a tomar tan en serio como para evitar faltarle al respeto en ocasiones; el segundo, por el contrario, es alguien que utiliza su posición social superior para ganar la confianza de la gente y, desde ahí, atacar sin compasión. Este personaje nos vuelve a dirigir a Lynch, en concreto a Frank, protagonista de Terciopelo azul (Blue Velvet, 1986), dos hombres enfermos y sádicos que se obsesionan con una mujer a la que tienen que controlar por medio de la extorsión. Y aquí aparece otro elemento clave de la película: la oreja. En Terciopelo azul, Frank corta la oreja de Dan, el marido de Dorothy y la amenaza con la posibilidad de matarlo a no ser que se someta a sus más desquiciados deseos, siempre usando el humor negro como pieza fundamental del violento diálogo “Hazlo por Van Gogh —refiriéndose a su marido mutilado—”; Dave tiene problemas de audición y, del mismo modo cómico-macabro, emplea una actitud despótica hacia Billy excusándose en ese problema. En cualquier caso, esa oreja disfuncional simboliza la incomunicación entre el mundo real y el inframundo de maldad, pero también es una forma de someter a la mujer, desdichada e indefensa, hasta que por fin decida alzarse contra el tirano de la única manera posible: la violencia.
Ambos relatos utilizan como eje central la idea del opresor contra el oprimido. Al llegar la noche, los invisibles personajes fotofóbicos que conforman el espectro aséptico del pueblo fantasma, se dirigen hacia lugares pecaminosos donde poder dar rienda suelta a sus degeneraciones existenciales. Todos ellos representan los nuevos apéndices auto-regenerables de esta metafórica Hidra de Lerna policéfala que ha maldecido a la población y que seguirá creciendo hasta que se corte la última de sus cabezas. El desenlace final, marcado por la intervención del constante fuego, aportará toda la originalidad de una historia muy repetida, dando un giro despiadado a la idea del final feliz, que se recupera —parcialmente— para enlazar de nuevo las líneas narrativas y poner punto final a una ópera prima muy trabajada y con muy buenas intenciones. Gosling puede que por momentos peque de inseguridad, al tratar de referenciar de manera muy evidente la gran cantidad de influencias que han condicionado su visión del cine, sin embargo, tras ese homenaje al séptimo arte, se adivina un realizador muy prometedor que ha sido injustamente denostado. | ★★★★★ |
Alberto Sáez Villarino
Enviado especial al Jameson Dublin International Festival 2015
Ficha técnica
Estados Unidos. 2014. Título: Lost River. Director: Ryan Gosling. Guión: Ryan Gosling. Fotografía: Benoît Debie. Música. Johnny Jewel. Montaje: Nico Leunen y Valdís Óskarsdóttir. Intérpretes: Iain De Caestecker, Saoirse Ronan, Christina Hendricks, Barbara Steele, Eva Mendes, Ben Mendelsohn, Matt Smith. Fotografía: Benoît Debie. Banda sonora: Johnny Jewel. Montaje: Nico Leunen, Valdís Óskarsdóttir. Productoras: Bold Films, Marc Platt Productions, Phantasma. Presentación en Jameson Dublin International Film Festival.