La familia y la sociedad agrietadas de un golpe
crítica a The Slap (2015)
NBC | Miniserie de 8 capítulos | EE.UU, 2015. Creadores: Jon Robin Baitz & Walter F. Parkes, basados en la novela de Christos Tsiolkas. Dirección: Ken Olin, Michael Morris, Lisa Cholodenko. Guionistas: Jon Robin Baitz, Walter F. Parkes. Reparto: Peter Sarsgaard, Melissa George, Thandie Newton, Zachary Quinto, Thomas Sadoski, Marin Ireland, Makenzie Leigh, Brian Cox, Uma Thurman, Lucas Hedges, Maria Tucci, Dylan Schombing, Khalid Alzouma, Ashley Aufderheide, Owen Tanzer, Michael Nouri, Ellen Adair, Penn Badgley, Molly Price. Productoras: P + M Image Nation / Scratch Pad / Universal Television. Fotografía: Frank G. DeMarco, otros. Música: John Ehrlich & Jason Derlatka.
El día en que Hector Apostolou cumplió 40 años, un grupo de amigos y familia se desintegró para siempre. Ante los ojos de más de 15 invitados, un adulto con problemas de ira pegó un bofetón a un crío inquieto que no quería perder en un juego. ¿Se lo merecía el niño? ¿Tenía derecho el adulto? ¿Es un crimen que merezca cárcel? ¿Puede el adulto no pagar por lo que ha hecho? A lo largo de ocho semanas, NBC nos ha obligado a hacernos como espectadores éstas y muchas más preguntas. Y ha sometido a sus once personajes protagonistas a un proceso de introspección, de reevaluación de su vida y prioridades. Un proceso irregular, ya que ocho capítulos de 42 minutos no son suficientes para que tantos personajes tengan tridimensionalidad, así que algunos son más una comparsa (Tula) o sus conflictos no están tan bien explorados. Lo innegable es que todos y cada uno de los adultos están interpretado a la perfección por un reparto impecable, una colección de intérpretes cuyo talento a veces hace que se les queden cortos sus personajes. A los benjamines del grupo, Makenzie Leigh y Lucas Hedges, se les pueden poner peros (los mohines de ella, las caras de él, las cadencias de diálogo de ambos), pero sus personajes son tan interesantes como el resto. A través de tamaño incidente, Jon Robin Baitz y Walter F. Parkes van a explorar el alma de un grupo de seres inherentemente contemporáneos, así como de la sociedad que los ha hecho así.
Convocadas hasta tres generaciones (tres y media si contamos los diagnósticos que se sueltan sobre los niños a lo largo de 330 minutos de metraje), The Slap es una adaptación de la novela de Christos Tsiolkas de 2008, pero también parte indirectamente de la miniserie australiana que en 2011 ya llevó el trabajo de Tsiolkas a la pequeña pantalla, con una media de diez minutos más de duración por entrega. Lo más curioso es que la magnífica Melissa George, natural del país oceánico, repite su papel de Rosie en la versión de 2015. Uno de los roles más jugosos y mejor explorados de toda la función y todo un reto para George, afrontar una nueva versión de un trabajo que hizo en otro ambiente y hace cuatro años. Aunque hemos dicho que hay once protagonistas, el tiempo está administrado de tal manera que, cuando la historia ha terminado, solo cinco de ellos han sido retratados al completo. El matrimonio Hector/Aisha, la pareja Rosie/Gary y el volátil Harry son los que más facetas han mostrado a lo largo de los episodios, fuera de la clásica estructura narrativa del “personaje-por-capítulo” que los creadores y únicos guionistas han puesto en marcha. Tiene sentido en cuanto que son los implicados más violentamente en el incidente originario, pero quizá la ambición de la empresa se debería haber regulado mejor si el tiempo no estaba a favor de los responsables. Es el mayor problema de una propuesta muy estimulante, que llega lo más lejos posible dentro de los límites de la televisión en abierto y que demuestra la voluntad de NBC de ofrecer cosas novedosas.
En The Slap se va a hablar con mesura y sin histerias, porque no es un culebrón, del deseo de ser infiel, la maternidad más allá de los 45 años, el clima de un hogar donde sobrevuela el maltrato, las familias que se salen de la heteronorma, la importancia de las artes, el acoso y suicidio gay adolescente, la extrañeza del inmigrante, la presión norteamericana de ser un hombre hecho a sí mismo, los estilos de paternidad no convencionales o la atracción por la juventud como válvula de escape a la rutina. La situación es muy inflamable porque ambos lados de la contienda se pueden entender, y los guionistas lo saben. Es una cuestión de tomar partidos, de verse obligado a participar en un conflicto muy personal. Y cómo tal, habrá trampas, golpes bajos y pasos en falso. Lo bueno es que el ya mencionado soberbio reparto convierte esto es un espectáculo de nivel, todo un placer para los que disfruten de los duelos de actores y gusten de sentirse implicados en tramas que apelan a lo más básico. La mitad del tiempo creemos que el niño se merecía el golpe, porque es un crío odioso. La otra mitad despreciamos al adulto prepotente que se cree que puede dañar a una criatura y salirse con la suya. Entendemos la fijación extrema de Rosie por proteger al fruto de sus entrañas, y también el ansia de destrucción de Harry una vez el asunto se hace público. Y también somos el pobre Manolis, que quiere mediar como el patriarca del clan y evitar que el asunto vaya a mayores. Somos los once personajes y a la vez ninguno. Lo mostrado es un espejo deformante y realista de lo que podemos hacer en circunstancias similares, y si nos hace sentir incómodos es porque funciona.
Los dramas que viven los personajes permiten la exploración y debate sobre estos asuntos, y es mérito tanto de Baitz y Parkes como del reparto que esto se trate con honestidad. Los responsables gustan de lanzar preguntas y no dar soluciones concluyentes, y exploran dentro de lo posible la moralidad gris del ser humano, sin descripciones simplistas que separan a buenos de malos. Aunque también caen inevitablemente en la construcción de momentos climáticos, especialmente en las últimas dos partes de la miniserie, cuando el caso llega a juicio, donde los personajes hagan un discurso o monólogo de lucimiento que contenga varias respuestas. Ahora, no se puede negar la potencia dramática de algunos de esos momentos (el testimonio de Rosie ante las preguntas de Thanassis) y que es refrescante encontrar un proyecto que indague en inquietudes así. La miniserie se mueve así en una suerte de esquizofrenia típica de las restricciones del trabajo en abierto y la voluntad de hacer algo diferente. Y ninguna de esas partes gana la partida a la otra, así que hay que abrazar su desproporción y disfrutar del espectáculo, aunque nos moleste porque no queremos vernos en ellos. Y lo hacemos. | ★★★★★ |
Adrián González Viña
Redacción Sevilla