El riesgo paga
crítica a El Ministerio del Tiempo | Primera temporada
TVE-1 / 1ª temporada: 8 capítulos | España, 2015. Creadores: Javier Olivares & Pablo Olivares. Directores: Marc Vigil, Abigail Schaaff, Jorge Dorado. Guionistas: Javier Olivares, Pablo Olivares, Anaïs Schaaff, José Ramón Fernández. Reparto: Rodrigo Sancho, Aura Garrido, Nacho Fresneda, Jaime Blanch, Cayetana Guillén-Cuervo, Juan Gea, Francesca Piñón, Mar Ulldemolins, Natalia Millán, Julián Villagrán, Susana Córboda, José Antonio Lobato. Fotografía: Isaac Vila, Unax Mendia. Música: Darío González Valderrama.
El Ministerio del Tiempo terminó hace unos días su primera temporada tras ocho semanas muy moviditas, en las que ha cambiado de día de emisión y adelantado el comienzo media hora antes para no luchar directamente con el arranque de las series o programas de la competencia. Parece el precio a pagar para intentar sobrevivir en una parrilla como la española, donde la impaciencia está a la orden del día y las cadenas usan sus productos para jugar a hundir la flota. La diferencia es que una serie como ésta debe sobrevivir, ya que todo aquél que arriesga merece caer de pie. Ahí es nada plantear en nuestro país una historia de ciencia-ficción sobre viajes en el tiempo. Un tema que está claro los creadores Javier y Pablo Olivares (tristemente fallecido el pasado noviembre) conocen a fondo. Incluidos sus peligros. Pocas temáticas existen más proclives al argumento emocionante, la situación límite o la solución creativa. También, claro está, a la incongruencia, el agujero de guión o el bucle de preguntas sin fin. Para evitar esto en la medida de lo posible, los Olivares establecen unas reglas muy claras, y usan cuando toca el comodín narrativo del factor inevitabilidad –o “lo que pasó, pasó”– cuando los protagonistas quieran intervenir para cambiar el pasado (ese desgarrador final de temporada en 2012), otro lugar común de la temática que siempre es útil para dar profundidad a los protagonistas, que se definen por las elecciones que hacen y la actitud que tienen ante cuestiones así de importantes. En sus sucesivas entregas, El Ministerio del Tiempo ha obtenido unas más que decentes aunque nada espectaculares cifras de audiencia, lo que ha hecho que España rimara más que nunca con Estados Unidos cuando TVE decidió renovarla por una segunda tanda a finales de marzo y atendiendo a un importante factor: la actividad, inédita en nuestro país, que ha despertado en las redes sociales. A la media de espectadores que cada semana veían la serie por televisión hay que sumar los visionados online en la ejemplar web de RTVE, y la cantidad de reflexiones, artículos y críticas abrumadoramente positivas que este drama de ciencia-ficción ha recibido.
Es el resultado de una apuesta muy valiente, casi suicida, hecha desde la mayor de las humildades y respetando la inteligencia del espectador, algo que se transmite en pantalla y que gusta a la audiencia. La historia arranca cuando tres personas que no pueden ser más distintas (un enfermero del SAMUR viudo de 2015; una pionera estudiante universitaria de 1880, y un soldado de la Batalla de Flandes condenado a muerte) son contratados por un ministerio secreto que se encarga de viajar hacia el pasado y arreglar desajustes espacio-temporales, bajo la atenta supervisión de dos misteriosos empleados de mayor rango (el padre de Torquemada y una superviviente de la dura España de 1960) y el jefe del lugar. La estructura es sencilla en cuanto que cada semana hay una misión, lo cual permite al espectador bucear en nuestra rica historia y aprender muchas curiosidades. Se combina así didactismo con un sentido del humor costumbrista y castizo de lo más bienvenido, que hace coñas de todos y todo, con una variante de sano espíritu autoparódico (el contraste de Alonso y Alatriste), sus gotitas de crítica a la situación actual (recortes, la calma del funcionario) y ante todo un espíritu aventurero que contagia el tono de cada nuevo capítulo, y que empieza por una magna cabecera. Esto logra la difícil hazaña de hacer que la serie sea inherentemente española, y así no se puede acusarla de copia de las historias y estructuras del otro lado del Atlántico. Por el camino quedan además, y casi por sorpresa, dos personajes para el recuerdo en Alonso de Enterríos e Irene Larra, mitad guión y mitad vida y alma gracias a unos espléndidos Nacho Fresneda y Cayetana Guillén-Cuervo.
Gracias a la estructura de la serie podremos ver cómo la mujer y su consideración patria ha evolucionado a lo largo de los siglos, o cómo la honorabilidad y la paciencia cada vez existen menos. Podremos contrastar costumbres y comprobar que la cultura de nuestro país es abundante, y que los grandes nombres del arte español eran también seres humanos. Los guionistas se permiten también, algo que casa perfectamente con el tono general del proyecto, fabular sobre nuestro pasado y el futuro que les espera, siempre con algún detalle destacable y atención por la creación del momento memorable (la visita al cine en 3D, la moto usada para salvar una vida). Lo más importante es que los 70 minutos de rigor por episodio son usados expeditivamente para ahondar en la tridimensionalidad de los personajes, darles capas y capas de humanidad para definir su complejidad como seres humanos, para que los que vienen del pasado se cuestionen su decisión de trabajar para el Ministerio y los que viven en el presente naveguen por sus nuevas vidas. Y como seres humanos que son, entran en conflicto, y es mérito de los responsables que estos conflictos duren, que no se solucionen enseguida por miedo a que los protagonistas puedan resultar antipáticos. La intermitente presencia de una villana carismática y de intenciones ambiguas como Lola Mendieta (la estupenda Natalia Millán) es todo un acierto porque crea la duda sobre la verdadera función del Ministerio en el trío protagonista. Los argumentos y acciones de la mujer, a veces contradictorias para el resto, despiertan bienvenidas preguntas sobre el carácter obediente o rebelde que llevamos dentro, de la pugna entre hacer el bien y cuestionarse lo establecido. Y esta dicotomía queda muy bien plasmada en la subtrama de Leiva que ocupa el sexto y séptimo episodio, donde un antiguo empleado quiso atentar contra la Autoridad porque estaba cegado por el dolor, y la Misión llevó a su protegida a traicionarle, porque la amenaza debía ser neutralizada por el bien mayor.
La apuesta visual es fácilmente destacable en un panorama, el de la ficción española, donde la cámara suele ponerse en el sitio más funcional siempre, al servicio del intérprete. Aquí eso sucede en algunos momentos, pero también se puede ver que hay planos que están pensados para transmitir, para añadir más capas de sentido a lo que estamos viendo. La mayoría de efectos especiales están integrados con eficacia y, ante todo, El Ministerio del Tiempo nace y vive con la voluntad de ser una apuesta distinta. No es redonda ni muchos menos, presa de las limitaciones de la estructura de “la-misión-por-semana” con final feliz y de los problemas inevitables que produce tratar la temática de los viajes en el tiempo. La traición de Irene que cierra la tanda ha sido un giro algo brusco, traído además por un parche de guión demasiado facilón (ese conveniente lapsus de la mujer), pero quizá sea el resultado de una temporada tan corta en episodios cuando se quiere llegar sí o sí a X punto. Si uno quiere exprimirle más fallos y minucias, lo puede hacer con gusto, pero este crítico considera que la serie debe ser puesta y celebrada en un contexto, ya que aunque ha llegado discretamente, a la postre puede verse como la inevitable gran apuesta (de la televisión pública, para más inri) que los espectadores no elitistas estábamos esperando. Y que dure mucho más, si la dejan. | ★★★★★ |
Adrián González Viña
Redacción Sevilla