La Gran Purga
crítica de El niño 44 (Child 44, Daniel Espinosa, 2015)
“Can’t be no murder in paradise”. Con esta frase gramaticalmente incorrecta, el director Daniel Espinosa incide de lleno en la hipocresía y el totalitarismo despótico de la Unión Soviética gobernada por Stalin. El niño 44 muestra un país opresivo y desquiciado en el que la obsesión por el control y la obediencia civil llevaron a las fuerzas del orden a establecer una ignominiosa red de espionaje que coartaba todas las libertades de una población atemorizada que perdió la confianza en sus vecinos. El ejército rojo se encargó de eliminar a todos los opositores del régimen por medio de una secreta operación cuya intención era la de crear un país unánimemente afín al jefe de gobierno. Esta medida se sustentaba gracias a la promesa de un mundo mejor en el que no existiría el crimen y la población disfrutaría de un régimen comunista ideal. Sin embargo, cuando fue apareciendo una serie de niños asesinados, la utopía soviética comenzó a derrumbarse. El gobierno seguía disfrazando las muertes como si fueran desafortunados accidentes de ferrocarril, pero las sospechas y el terror enseguida se dispararon al revelarse ciertos detalles en los que se especificaba que los cadáveres eran encontrados sin ropa; las conjeturas se hicieron evidentes ya que, “un tren no puede desnudar a un niño”.
Tras el completo envilecimiento del ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial y la dificultad de representar la maldad por medio de grupos islamistas sin incurrir en delicados conflictos de generalización racial, todo parece indicar que los rusos vuelven a ocupar la posición de honor en el ranking de los enemigos cinematográficos número uno. Leo Demidov es uno de los soldados que acabó con el régimen de terror establecido por Hitler, un hombre que jamás hubiera destacado por encima de cualquier otro compañero de pelotón, de no ser porque —en una escena que mezcla ficción e historia— fue retratado por Yevgueni Jaldéi “Alzando una bandera sobre el Reichstag”. El comienzo del metraje nos muestra a un combatiente común convertido en héroe nacional por protagonizar la mencionada fotografía, tomada el 2 de mayo de 1945 en Berlín, que se convertiría en todo un icono de la caída de la Alemania nazi. Pese a que Leo es un hombre muy fiel al régimen estalinista, la película no tardará en representarlo como una persona de buen juicio e intachable sentido de la justicia, cualidades que terminarán por enfrentarlo inevitablemente a sus compañeros y superiores. Así, tratando de proteger a su mujer, acusada de traición, el héroe pasará a ser el villano y expulsado lejos de Moscú como castigo por su falta de compromiso. En ese momento se sumergirá de lleno en la búsqueda del asesino de niños que sigue actuando impunemente mientras el gobierno oculta los crímenes a su paso.
La trama dibuja al protagonista como una víctima del propio Stalin, un huérfano cuyos padres sucumbieron al llamado Holodomor, el Holocausto ucraniano que acabó con la vida de millones de personas entre 1932 y 1933. Así, la línea argumental del filme nos sitúa a Demidov, gracias a varios saltos temporales, como víctima, héroe y villano antes de dirigirse al desenlace. Hasta aquí todo funciona bien, el principal problema de El niño 44 es su ambición. El director, conocido más por su faceta de guionista en la sensacional serie televisiva The Wire, se obceca al relacionar historias y añadir demasiadas subtramas que quedan sin explicar, y deja a la principal sin la intensidad y la intriga que requería. Ridley Scott produce esta adaptación del libro homónimo de Tom Rob Smith en el que se narra la historia real de Andrei Chikatilo, conocido como “el carnicero de Rostov”. Un relato que podría haber resultado fascinante de aprovecharse la fuerza de sus personajes principales, que encajan perfectamente en la fórmula del spaghetti western: El bueno, el monstruo y el malo —y la chica—, se transforma en un drama tedioso y falto de misterio al tratar de abarcar diferentes temáticas demasiado amplias de las que podrían haber salido múltiples películas alternativas, como la historia de amor-desamor (o viceversa), o la homosexualidad como enfermedad que hay que erradicar. Historias paralelas que dispersan la atención del espectador y merman los esfuerzos de la trama por conseguir una genuina tensión en cuanto a la identidad y búsqueda del asesino. Una estrategia que se fundamenta en ocultar el rostro y apariencia del criminal para, en un momento dado, revelarla al espectador en el punto máximo de la intriga.
Empero, ni el suspense generado durante la primera parte de metraje es suficiente, ni el momento seleccionado para desvelar la incógnita principal es el adecuado para causar un impacto significativo en el público. El elenco, que actúa como principal reclamo de la película y como único atractivo de la misma, realiza un trabajo conjunto muy correcto aunque sin llegar a destacar. Liderando el reparto encontramos a Tom Hardy, un portento interpretativo que aporta su indiscutible potencia presencial gracias a la robustez de su físico y su gran expresividad facial, pero esa hipermasculinidad es algo que dejó de sorprendernos en las apariciones del actor inglés, por lo que las limitaciones de su personaje se entienden como un desperdicio de la materia prima, sobre todo si tomamos como precedente el estupendo trabajo que Hardy realizó en la reciente Locke (2014), donde el intérprete se desvinculaba de su presencia musculosa en beneficio de un trabajo de índole gestual y psicológica. Un lirismo que se desvanece por completo con este rol, en el que su solvente y camaleónica capacidad de actuación se ve mermada por un guion muy débil y sin personalidad que termina por hacerle un flaco favor a la filmografía del reputado actor. Muy pronto veremos cómo el protagonista tiene que enfrentarse, no sólo al asesino en cuestión, sino también a la sinceridad más hiriente de su propia mujer, a los indolentes métodos de espionaje de sus superiores, a un cruel compañero de trabajo, que representa de forma demasiado explícita y reiterada la idiosincrasia cobarde y desalmada del soldado soviético, al que da vida un Joel Kinnaman (The Killing) tan lleno de odio como de clichés, y a un nuevo supervisor reticente a luchar contra el sistema hasta que, gracias a uno de los trucos demagogos más viejos del cine, activa su vena heroica.
Nuevo ejemplo de los desastrosos estragos del final de la Segunda Guerra Mundial que ni cuenta ni muestra nada nuevo. Hollywood recupera su faceta más tramposa, destripando un interesante guion y convirtiéndolo en una pasarela de estrellas destinada a un simple ejercicio jactancioso de vanagloria y fanfarronería. | ★★★★★ |
Alberto Sáez Villarino
Dublín (Irlanda)
Ficha técnica
Estados Unidos. 2015. Título original: Child 44. Director: Daniel Espinosa. Guion: Richard Price (Novela: Tom Rob Smith). Duración: 135 minutos. Montaje: Pietro Scalia y Dylan Tichenor. Música: Jon Ekstrand. Fotografía: Philippe Rousselot. Productora: Summit Entertainment / Worldview Entertainment / Etalon Film. Intérpretes: Tom Hardy, Gary Oldman, Noomi Rapace, Joel Kinnaman, Jason Clarke, Vincent Cassel, Paddy Considine, Dev Patel, Josef Altin, Nikolaj Lie Kaas, Sam Spruell.