El D'A abre con una hoguera de vanidades
Primera jornada del D'A 2015
Por fin llegó el día. El teatro del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, en pleno corazón de la Ciudad Condal, acogió ayer la inauguración de la V Edición del Festival de Cinema d’Autor de Barcelona. Con una sala a rebosar, este año Saint Laurent, del director francés Bertrand Bonello (que estuvo presente en el acto), fue la encargada de dar el pistoletazo de salida a 10 días del mejor cine contemporáneo.
Poco conocemos del cine de Bonello en nuestras fronteras. Por desgracia, tan solo Casa de tolerancia se ha estrenado en España, y puede que por eso ayer la expectación ante su última película fuera máxima. Si a eso le sumamos la figura de Yves Saint Laurent, protagonista de la cinta, el cóctel no puede ser más apetecible. Dos son los filmes que el pasado año exploraron su genio. Mientras que Jalil Lespert (en la cinta que tiene por título Yves Saint Laurent) se decanta por una concepción de la película mucho más ortodoxa, organizándose como un relato de los hitos que marcan la vida del diseñador, Bonello prefiere empezar desde dentro, partiendo del gesto mínimo y del detalle para construir la vida de Yves Saint Laurent y pasar así del personaje a la persona. En este sentido, Saint Laurent de Bonello se convierte en una película mucho más precisa que consigue plasmar los dos leitmotiv del diseñador de origen argelino: el tejido y la carne.
Ante todo, cabe destacar el respeto con el que se acerca Bonello a Yves Saint Laurent. Las primeras imágenes con que se abre la cinta nos muestran una figura de espaldas en la recepción de un hotel parisino. El recepcionista le pregunta si está en la ciudad para hacer negocios. Con voz apocada, Saint Laurent le responde que ha venido para dormir. A continuación, sentado de nuevo de espaldas, con el teléfono en mano y mirando por la ventana a un París cubierto por la niebla, el modisto habla con un periodista para aceptar una entrevista. El director evita mostrarnos su rostro, nos obliga a no prejuzgar a la persona hasta que no entremos en ella. Bonello respeta la figura del diseñador al negarnos su rostro atormentado; más adelante, cuando recupere esta escena y ya seamos conscientes de sus vicisitudes, nos lo mostrará frontalmente, sin ambages.
Ante todo, cabe destacar el respeto con el que se acerca Bonello a Yves Saint Laurent. Las primeras imágenes con que se abre la cinta nos muestran una figura de espaldas en la recepción de un hotel parisino. El recepcionista le pregunta si está en la ciudad para hacer negocios. Con voz apocada, Saint Laurent le responde que ha venido para dormir. A continuación, sentado de nuevo de espaldas, con el teléfono en mano y mirando por la ventana a un París cubierto por la niebla, el modisto habla con un periodista para aceptar una entrevista. El director evita mostrarnos su rostro, nos obliga a no prejuzgar a la persona hasta que no entremos en ella. Bonello respeta la figura del diseñador al negarnos su rostro atormentado; más adelante, cuando recupere esta escena y ya seamos conscientes de sus vicisitudes, nos lo mostrará frontalmente, sin ambages.
Saint Laurent no es tan solo un personaje, es el alma que mueve todo lo que ocurre en imágenes. Este es el gran logro de la cinta de Bonello: mutarse y SER Saint Laurent; conseguir que su cinta trascienda de la representación del genio y se encamine hacia la identificación con la persona a quien se acerca.
Sin embargo, este respeto no significa que Bonello lo trate de manera condescendiente: la puesta en escena está totalmente volcada a mostrar su genialidad y su visión de la moda, pero también sus obsesiones y sus pesadillas. La cámara de Bonello se muestra curiosa y precisa, atenta a las manos de las mujeres que dan vida a sus dibujos; al lápiz con el que el diseñador traza, en pocos movimientos y con unas simples líneas maestras, los bocetos que se convertirán en obras maestras de la moda; pero también el gesto pausado del cigarro entre los dedos y la mirada perdida del creador. Bonello utiliza la imagen en detalle de los elementos mínimos de la historia para retratar no solo a Saint Laurent, sino también a la burbuja que constituye su mundo creativo. Este hecho se pone de manifiesto, por ejemplo, en la forma que adopta la película para exponer las colecciones de los años 1968 y 1969. A pantalla partida, mientras a la izquierda se muestran las imágenes de las manifestaciones de París y el convulso final del mandato de Charles De Gaulle, a la derecha, las modelos presentan suntuosos trajes bajando por una elegante escalinata de mármol, y todo acompañado por la música de fiesta. Parecen dos mundos totalmente desconectados. La realidad de las imágenes de archivo contrasta con un mundo frívolo que da la espalda a la calle. Saint Laurent busca en la frivolidad de las fiestas nocturnas una belleza que pueda plasmar en sus diseños. Del mismo modo, Bonello se adentra en esta búsqueda de la belleza con una puesta en escena de la noche casi de videoclip (el primer encuentro entre Saint Laurent y Betty y, sobre todo, el baile anterior de ella dan buena muestra de ello).
Y es que, como venimos diciendo, la película respira, piensa, observa como Yves Saint Laurent. Así, un momento tan anodino y aburrido para alguien como Saint Laurent como la negociación con los inversores se muestra como algo casi insoportable para el espectador. La conversación a tres voces entre el inversor (en inglés), Bergé (la pareja del diseñador, en francés) y la intérprete crea una melodía inaguantable, incómoda para la misma película. Este tratamiento del sonido, extensible también al protagonismo de la música en muchos momentos del filme, tiene su razón de ser en el hecho que el director, antes que cineasta, es compositor y, como indicó momentos antes del estreno en el festival barcelonés, entiende que «la música está para explicar cosas, es un personaje, no es una simple capa sonora». Esta tesis impregna también la puesta en escena de la cinta: Saint Laurent no es tan solo un personaje, es el alma que mueve todo lo que ocurre en imágenes. Este es el gran logro de la cinta de Bonello: mutarse y SER Saint Laurent; conseguir que su cinta trascienda de la representación del genio y se encamine hacia la identificación con la persona a quien se acerca. ¿No debería ser este el objetivo de todo biopic? | ★★★★ |
Víctor Blanes Picó
Enviado especial al D'A 2015