Durante el mes de diciembre se celebró, por tercera vez, el Festival de Cine Europeo Online, Streams. Un proyecto que engloba a títulos menores, presentados en los últimos años en diferentes festivales, y organizado por las plataformas de VOD de 18 países, entre ellos, España a través de Filmin. Como en anteriores entregas, el nivel no ha sido demasiado elevado pero ha dejado interesantes muestras de la cinematografía de industrias no demasiado desarrolladas. A continuación, les dejamos con las impresiones de nuestro compañero Alberto Sáez sobre algunas de las propuestas exhibidas.
■ Talea de Katharina Mückstein.
■ La máquina de patatas fritas de Stephan Hille.
■ King of the Travellers de Mark O'Connor.
■ City of Dreams de Svetoslav Draganov.
■ Tristesse Club de Vincent Mariette.
■ The Uprising de Peter Snowdon.
■ Talea de Katharina Mückstein.
■ La máquina de patatas fritas de Stephan Hille.
■ King of the Travellers de Mark O'Connor.
■ City of Dreams de Svetoslav Draganov.
■ Tristesse Club de Vincent Mariette.
■ The Uprising de Peter Snowdon.
Talea (Katharina Mückstein, Austria, 2013, ★★★)
Talea es, aparte del título de esta película, la forma que tienen los italianos de denominar a los brotes que aparecen en las ramas de los árboles, también llamados vástagos. Estas pequeñas ramificaciones, al igual que ocurre con la protagonista del filme que nos ocupa, Jasmin, crecen aisladas y ocultas bajo la sombra de otras ramas de mayor tamaño. La incapacidad de los jóvenes para adaptarse al entorno ha sido poco menos que una obsesión en el ámbito cinematográfico de aquellos directores que, como Katharina Mückstein, pretenden reflejar las trabas existenciales de un sector de la población con la imperiosa necesidad de hacerse oír. Sin embargo, mientras otros realizadores se centran en la introspección figurativa del adolescente incomprendido y solitario, Mückstein no se conforma únicamente con mostrar el problema, sino que también plantea una causa razonable que nos ayude a comprender un poco mejor esas llamadas de atención que, en ocasiones, pueden malinterpretarse con problemas de inmadurez o disciplina.
En este caso concreto, la directora culpa a la desestructuración familiar, producto de un padre inexistente y una madre ausente. Jasmin pasó a ser parte de una familia de acogida desde que su madre entró en prisión. Pese a los esfuerzos de sus nuevos padres por hacer sentir a la joven lo más cómoda posible, los fantasmas de su pasado no han dejado de perseguirla con la crueldad característica de la pubertad —ya lo dijo el grupo Gym Class Heroes, “As Cruel as School Children”—. Y así, mientras todo el mundo anda como loco preparando las vacaciones de verano, Jasmin soporta con resignación las muestras de exclusión provenientes de su hermanastra y sus superficiales amigas. Será precisamente un enfrentamiento con una de ellas, lo que llevará a la protagonista a fugarse de casa en busca de su, recientemente liberada, madre biológica. El filme en este momento adquiere una dualidad espiritual y conceptual, con el objetivo de mostrar la re-conexión materno filial por medio de un inherente entendimiento mutuo, y al mismo tiempo la persistente inestabilidad emocional de la protagonista quien, pese a sus esfuerzos, no logrará ser el centro de atención de una mujer cuyo espíritu le impide aceptar su nuevo estatus maternal, probablemente porque le recuerda demasiado a la privación de libertad sufrida en prisión. Una vez más la exploración interna de la protagonista, a través de una cámara dinámica y condescendiente, consigue aportar las mejores escenas de la cinta, gracias a unos planos que, astutamente, la aíslan de su entorno mientras baila ensimismada, para posteriormente devolverla a la realidad y comprobar que, en efecto, sigue estando tan sola como al comienzo. Una piscina y una habilidad concreta (nadar), unirán el comienzo y el final de la película como aceptación del personaje a su nueva vida, y a la etapa adulta.
La máquina de patatas fritas (Ueli Maurers Pommes-Frites-Automat, Stephan Hille, Suiza, 2014, ★★)
Lo interesante de propuestas como Streams, es que podemos hallar en su programación a personajes de todo tipo. Protagonistas tan variopintos como Ueli Maurer quien, buscando llevar a un nivel de alta producción la fabricación de patatas fritas, se las ingenió para diseñar, construir y desarrollar su propia máquina expendedora. Nada menos que diez años tardó este hombre, desde que comenzara con su proyecto hasta la finalización de este documental, en perfeccionar su creación hasta el punto de la comercialización. Ueli Maurers Pommes-Frites-Automat nos habla del sacrificio y el afán de superación de un obrero obstinado, y un tanto peculiar, que pasó de ser un simple granjero a convertirse en ingeniero, publicista, técnico, empresario, transportista y, sobre todo, artesano. Y como todo artesano, su mayor enemigo reside en las grandes cadenas de producción que ofrecen un producto muy similar a unos precios que ponen la competencia demasiado difícil. Se busca que el consumidor se abone a una marca, Ueli Maurer, y la tenga como referente de calidad en la obtención de la patata frita perfecta. La atención, tanto al producto como al cliente, es la base principal de su ansiado éxito. Se persigue romper con la frialdad de un producto masificado y al alcance de todas las personas, mediante la proliferación de las virtudes que hacen de un alimento tan simple todo un placer gastronómico: textura, sabor y corte.
La película presenta la vida de este hombre de 70 años que invirtió todo su tiempo y dinero en perseguir un sueño. Desde sus inicios, cuando abastecía con snacks a sus vecinos en las fiestas locales, hasta su gran salto al mercado mayorista. El planteamiento es muy monótono y se acoge al simple hecho anecdótico de la tenacidad y la superación de obstáculos. El metraje queda dividido por la introducción de títulos de crédito que nos muestran el paso del tiempo y la progresión del protagonista. Vemos cómo los progresos son mínimos, pero el ánimo del patatero no decae en ningún momento. La acción es completamente inexistente, es una sucesión rutinaria de escenas que explican el funcionamiento del artefacto, acompañadas por una música igual de monótona, por lo que parece diseñada para un público minoritario del sector empresarial y pedagógico. Y para todos ellos les quedará un mensaje que no parece del todo alentador: Disfruten con lo que hagan porque, muy posiblemente, la realización personal será el único beneficio que obtengan.
King of the Travellers (Mark O'Connor, Irlanda, 2012, ★)
La idea de King of the Travellers nace debido a la gran repercusión que tuvieron los personajes de John Connors y, sobre todo, Peter Coonan en la fantástica serie de televisión Love / Hate. Su aparición, allá por la segunda temporada, llenó de energía un programa que no tardó en convertirse en todo un fenómeno de masas en Irlanda. Al igual que en la mencionada serie, ambos personajes interpretan en la presente película a dos nómadas de etnia gitana, denominados “travellers”. Desde el comienzo de la cinta, la trama funciona como un mero entretenimiento ingenuo y sin ningún rigor sociológico. Los personajes están caricaturizados, buscando la comicidad, hasta el punto de hacerlos parecer unos seres absolutamente irracionales y con deficiencias mentales. Mientras que otras películas, como Pavee Lackeen (2005), ahondaban en la idiosincrasia de estos grupos étnicos establecidos en Irlanda, pues trataban con delicadeza y buen gusto el gran inconveniente que supone la inserción en sociedad de estas personas con unas costumbres demasiado arcaicas, King of the Travellers se queda en el simple retrato burlesco y ofensivo de un grupo minoritario que ha sufrido históricamente el acoso y el desprecio de una población racista y acomplejada. La multitud de trabas y complicaciones que la población moderna y evolucionada les impone, en su empeño de radicalización homogénea, mediante la exclusión y el hacinamiento en guetos, es ignorada completamente por un guion sin ningún ánimo de plantear soluciones.
Lamentablemente, el director, adopta la mencionada abyección generacional y la traslada a una cinta que se empeña en representar a los nómadas como los verdaderos responsables de su ostracismo. Personajes racistas que se niegan a aceptar el progreso que, aparentemente, les es ofrecido amablemente y con unas condiciones de adaptación idóneas (véase el caso del boxeador al que no se le permitió competir por no estar de acuerdo con las normas establecidas). Al margen del trasfondo político —que imaginamos se ha debido a una desafortunada manera de plantear los hechos, y no a un atentado xenófobo de producción—, la película se centra en las disputas territoriales de dos familias vecinas. El joven John Paul, aspirante al título de patriarca, ha crecido en un ambiente de hostilidades que no ha hecho más que incrementar su temperamento irascible debido al recuerdo de la violenta muerte de su padre cuando era niño. En un mundo en el que el odio y el rencor marcan las leyes de convivencia, John se encuentra perdido entre la venganza ciega o la búsqueda de un futuro mejor con su amiga de la infancia. Aunque ese cambio no será fácil, ya que ésta pertenece a la estirpe de los Power, archienemigos irreconciliables de los Moorehouse, por lo que el muchacho tendrá que sacrificar ciertas ataduras en su intento de seguir las palabras de su admirado Nelson Mandela.
City of Dreams (Svetoslav Draganov, Bulgaria, 2011, ★★)
A menudo son los propios cambios políticos los que impiden avanzar a un país. El gobierno en el poder crea un sistema —con mejores o peores resultados— y al cabo de un tiempo llega otro partido que destruye por completo la estructura creada para comenzar a construir desde cero. En el caso de Bulgaria, al igual que el resto de países que formaron parte del Bloque del Este, esos cambios han sido tan drásticos que todavía hoy, 24 años después, continúan luchando por eliminar los vestigios de aquel régimen mal llamado comunista. Dimitrovgrad es uno de los ejemplos más claros que encontramos en Europa de una ciudad incapaz de adaptarse al “nuevo” sistema capitalista impuesto tras el final de la Guerra Fría. City of Dreams es el retrato de dos formas de gobierno, dos tipos de población que confrontan diariamente dando como resultado un ambiente enrarecido y lleno de estereotipos transicionales corruptos. La necesidad de evolucionar y la imposibilidad de olvidar se juntan dramáticamente en una ciudad cuyo nombre, dado por el líder socialista Georgi Dimitrov, se presenta como el primer obstáculo que hay que vencer en ese necesario desarrollo institucional y espiritual.
La película se centra en las consecuencias de ese choque ideológico, y lo hace por medio de las estrellas emergentes del Pop. El miembro de una antigua banda de rock, ahora convertido en caza-talentos, tiene muy clara la clave del éxito en este superficial y casi embrutecido siglo XXI: el erotismo. Y, por mucho que el protagonista se empeñe en decir que sus vídeos musicales buscan el “buen gusto” y la “armonía artística”, lo cierto es que viendo el resultado de sus ediciones audiovisuales, parece que lo que se persigue es atraer a un tipo de público que, por desgracia, es una mayoría absoluta. El machismo es una de las lacras más importantes de este tipo de sociedad en la que se busca el éxito y la fama sin importar los medios utilizados para conseguir el propósito. Los protagonistas de este documental son fieles representantes de esta atrasada cultura, tanto ellos, que comercian impúdicamente con cuerpos femeninos, independientemente de sus aptitudes o talento personal, como ellas quienes, estando al tanto de su condición de mujer-objeto, se dejan manipular con la esperanza de conseguir un “hit” que las mande al estrellato. Las consecuencias de este tipo de comportamiento se muestran de manera melancólica como una “oda al fracaso” en este filme que, por momentos, resulta tan explícito como aquello que denuncia. Al fin y al cabo, parece que todos vamos en busca del éxito.
Tristesse Club (Vincent Mariette, Francia, 2014, ★★★)
La comedia ligera francesa se caracteriza por una serie de clichés —estéticos y argumentales— cuya finalidad reside en crear un ambiente distendido, mediante la caricaturización estereotipada de sus personajes, al tiempo que se abordan temas dramáticos. Las relaciones familiares y amorosas son uno de los campos donde los franceses se doctoraron hace tiempo. Pocos países logran plantear los líos de faldas y los contratiempos clásicos del romance de forma tan acertada, independientemente de la calidad de la propia película. Tristesse Club es uno de los ejemplos más claros que demuestran que no se requiere una obra maestra para presentar una propuesta dinámica y divertida (hasta cierto punto). El filme quedaría desnudo si se le aplicara un análisis tan exhaustivo como el que podríamos utilizar para comentar, por ejemplo, obras maestras de la talla de Banda aparte (Bande à part, 1964), sin embargo, dudo mucho que las pretensiones de la comedia dirigida por Vincent Mariette fueran, desde un comienzo, enfrentarse a la crítica severa, sino más bien, actuar como divertimiento sin complicaciones. Y, en efecto, si no erramos en nuestro juicio, el propósito queda cumplido con creces. La cinta se deja ver muy bien y, sin olvidar los giros de argumento insólitos y los constantes guiños al clasicismo cómico francés, permite que el espectador se relaje y deje que la trama avance fluidamente sin consentir en ningún momento que el dinamismo y la ingenuidad del guion den paso a peliagudas complicaciones que no se arreglen vertiendo gasolina por encima de un adolescente y amenazándole con prenderle fuego si no permite a los protagonistas lograr su propósito: robar la gasolina del tanque de su moto.
Léon y Bruno acaban de recibir la noticia de que su padre, un adúltero sinvergüenza por el que no guardan ningún tipo afecto y que se ha pasado la vida trampeando de mujer en mujer y de estafa en estafa, ha fallecido recientemente. Ambos hermanos deciden acudir al funeral, uno de ellos en un desesperado esfuerzo por encontrar respuestas sobre quién era realmente Arthur, un hombre del que no logra acordarse con claridad, y el otro con la esperanza ciega de ser el beneficiario de algún tipo de herencia. Ambos deseos no tardarán en esfumarse cuando, llegados a su destino, conozcan a Chloe, una joven que afirma ser su hermana y les explica la verdadera causa de su (no tan casual) encuentro. Retrato del patético fracasado, el eterno perdedor y la vieja gloria olvidada, que envidia lo que poseen los demás sin darse cuenta de que el resto ansía lo mismo de él y, al fin y al cabo, todos se caracterizan por la completa vacuidad de sus vidas. L’enfant terrible comienza a hacerse mayor y las consecuencias de su turbulenta infancia se muestran ahora como un flashback en su propia vida, en esta crítica a la importancia de establecer una base educacional correcta y responsable.
The Uprising (Peter Snowdon, Bélgica, 2013, ★★)
El valor documental de The Uprising reside no en el componente didáctico como suele ocurrir en este género, sino en el hecho anecdótico en sí. Su contenido se ajustaría fielmente al origen semántico de la palabra, buscando documentar un suceso mediante material gráfico-explícito, sin la necesidad de un montaje que dé dinamismo al filme o una narración externa que vaya interpretando lo que aparece en pantalla. Así, el proyecto de Peter Snowdon se basa en la recopilación y el ensamblaje de clips caseros de vídeo que muestran una parte de los altercados, conocidos como Primavera Árabe, filmados por los propios participantes y subidos posteriormente a la plataforma Youtube de donde han sido extraídos para su edición. Pese a que en principio la propuesta pueda parecer un tanto insustancial, ya que la mayoría de las escenas que aparecen en ella se pueden encontrar en la mencionada página de web, lo cierto es que la composición creada por Snowdon resulta de un valor incuestionable si atendemos al gran poder propagandístico que este tipo de revoluciones necesita para evitar caer en el olvido. No hay que dejar de lado que, países como Siria, continúan con una terrible guerra civil de la que un día dejaron de llegarnos noticias.
Año 2010, el régimen despótico de los países árabes se acercaba peligrosamente a un gobierno sin ninguna preocupación por los derechos civiles; en respuesta, dictadores como Ben Ali firmaban tratados de libre comercio con la Unión Europea en una incomprensible demostración de impunidad frente a crímenes contra la humanidad. Todo llegaría a un punto de inflexión el 17 de diciembre del mismo año cuando, como un terrible y funesto —aunque descarnadamente efectivo— detonante para el alzamiento, el joven Mohamed Bouazizi terminó voluntariamente con su vida prendiéndose fuego en protesta contra las decisiones de su país y el respaldo del “primer mundo”. A partir de entonces, comenzó la mayor revolución al margen del ejército que jamás se había llevado a cabo en el norte de África y, lo más importante, era una lucha en favor de la democracia y los derechos civiles. Desde ese justo momento, el director plantea unos acontecimientos que, muy astutamente, comienza a titular como “Hace 7 días”, para ir, posteriormente, moviéndose de país en país y avanzando en el tiempo hasta el título final, “Hoy”, donde las metafóricas imágenes de una gran tormenta, que el realizador ha utilizado para comparar alegóricamente la fuerza destructiva de la naturaleza y la del pueblo, llegan a su punto álgido en un final que nos deja pensando en el título que más importa en todo este suceso: “¿Mañana?” | Alberto Sáez Villarino (Dublín).