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    Cine Alemán Siglo XXI

    Cineclub | El castillo de Cagliostro (1979)

    El castillo de Cagliostro (1979)

    El destacable comienzo de algo irrepetible

    El castillo de Cagliostro (Rupan sansei: Kariosutoro no shiro, ルパン三世 カリオストロの城, Hayao Miyazaki, 1979)

    Muchos de los grandes nombres de la historia del cine debutaron con un encargo, o han sido capaces de crear obras remarcables sin haber formado parte activa de un proyecto desde su concepción. A veces es la calidad del resultado final de ese encargo lo que permite pasar al siguiente nivel del mundo del espectáculo, especialmente cuando se es un director/guionista. Hayao Miyazaki debutó en la dirección de cine de esta forma, con un largometraje de la saga animada Lupin, que comenzó en formato cómic anime de manos de Monkey Punch (nombre artístico de Kazuhiko Katō) en 1967, y que en 1971 se adaptó a televisión (en España la pudimos ver en Telecinco). La saga estaba a su vez inspirada en el personaje de Arsène Lupin, creado por el francés Maurice Leblanc en 1905, y del que el Lupin japonés es su nieto, de ahí que en muchos lugares se le conozca como Lupin III; el 3º. Casi un juego de matrioskas textuales antes de germinar en este estimulante y festivo film: El castillo de Cagliostro. Segunda de seis películas centradas en la figura del esquivo ladrón, y sin duda la más conocida por venir firmada por Miyazaki, El castillo de Cagliostro es una entretenidísima cinta de aventuras sin mayores pretensiones que las de asegurar casi 100 minutos de diversión.

    La historia es autocombustible y una vez terminada no deja una huella definitiva en el grupo de personajes principal (Lupin, sus compañeros Jigen y Goemon, la ladrona Fujiko o el detective Zenigata, eterno perseguidor del ladrón), aunque sí la deja en el maravillado espectador. Y lo mejor es que es plenamente autoconsciente de este rasgo, así que no está contagiada de esa pretesión que muchas adaptaciones cinematográficas de series o cómics tienen de ser “la película definitiva” de su material de origen. Todo esto, aunque no lo parezca, suma enteros a favor del talento del oscarizado japonés, porque nos habla no solo de su profesionalidad sino de su potencia autoral, capaz de apuntar muchos de sus temas eternos desde su primer largo. La edición por parte de Selecta Visión del film, tanto en DVD como en combo Blu-Ray+DVD el pasado diciembre, es la excusa perfecta para revisar este clásico del anime, al que el mismísimo Steven Spielberg dedicó unas hermosas palabras y que visto en retrospectiva con la filmografía del gigantesco Miyazaki resulta aún más interesante. Para empezar es conveniente saber que el animador no siguió tanto un número o serie de entregas del cómic en concreto, sino que cogió el concepto básico de Monkey Punch y algunos relatos de Leblanc para confeccionar su historia. Va de La condesa de Cagliostro (1924) a La señorita de ojos verdes (1927), y compone así una aventura inolvidable que escapa de muchos de los lugares comunes de la animación occidental (en esa época, principalmente Disney) para distinguirse en más de una sección.

    El castillo de Cagliostro (1979)

    La historia comienza in media res, con Lupin y Jigen escapando del casino de Montecarlo con cinco millones en billetes. Una escena emocionante, donde la calidad del trazado es indudable (véase el momento en que el dinero sale volando cual río de papel). Tras percatarse de que son falsos, ejemplares del dinero de Goat que el líder del condado independiente de Cagliostro pone en circulación sin impunidad, nuestro protagonista decide investigar cómo llegar a su imprenta de capital monetario. Pero en el camino Lupin y Jigen se cruzan con una joven vestida de novia en plena huida, lo cual captura su atención. El resto es ahondar en la conexión entre ambas historias y meterse de lleno en una aventura peligrosa y mucho más grande de lo que pensaban. Una aventura donde el ingenio del grupo criminal protagonista se contrapone a la fuerza bruta del conde y sus esbirros. Una clásica historia, que presenta rescates (im)posibles, un inacabable suministro de dinero falso usado para desestabilizar las economías de los países (genial la escena de la asamblea internacional) y hasta un tesoro escondido en el fondo de un lago. Y mucho más, todo puntos de una peripecia que se asemeja a una montaña rusa de emociones y diversión.

    Ver El castillo de Cagliostro no es solo tener experiencia concreta, pues su alcance expande los límites del metraje. Esto, que suena raro pero es obvio, debería aplicarse a cualquier película, pero muchas veces no lo hace. Aquí se da el caso porque sirve de caldo de cultivo para mucho de lo que vendría después en una filmografía única. En la cinta se evidencian muchos de los rasgos temáticos del asiático: la dualidad del ser humano, el comentario crítico con el poder, la maldad matizada, el amor por la naturaleza, la fijación por la mecánica o los recuerdos desenterrados que afloran tras un trauma. Están desarrollados con tosquedad en algunos puntos, sí, pero no se puede olvidar la condición de encargo del proyecto, además de la presión con la que Miyazaki trabajó. Si un largometraje de animación tarda un mínimo de un par de años en realizarse al completo, este film se hizo en cuatro meses, de verano a invierno del mismo año de estreno. Suena a locura, y el propio director ha expresado su descontento con el resultado final del proyecto, producto de trabajar en esas duras circunstancias.

    El castillo de Cagliostro (1979)

    Aún así, el talento del japonés sobrevivió a las complicas condiciones de trabajo, y comandando un equipo de animadores de primera fue capaz de crear un relato emocionante, que no da respiro y que apela a la inteligencia de la audiencia juvenil. Las conexiones establecidas en la trama entre los distintos personajes son claras pero no obvias. Cagliostro es un región ficticia que bebe de las zonas europeas que tuvieron su esplendor máximo hace siglos, y la unión entre Clarisse y el conde responde a una tradición tan clásica como desfasada. Miyazaki y su co-guionista Haruya Yamazaki saben hablar de los temas que tocan sin condescendencia pero sin entrar tampoco en complejidades. Es un largometraje de animación infantil, después de todo. Lo que no quiere decir que algunos de los momentos clave de la cinta no sean oscuros o que el misterio no esté acompañado de una conseguida intriga. En comparación con otros modelos de animación, e incluso sensibilidades de otros países, este título se distingue en cierta medida por lo consecuente de las acciones de los personajes o la falta de indulgencia con la que trata algunos momentos (el uso de los cadáveres que hacen el protagonista y el inspector o el mismo desenlace del conde y algunos de sus empleados, en unas escenas reminiscentes al trabajo de Charles Chaplin y de Harold Lloyd). Como contagiado del espíritu astuto y burlón de su protagonista (aunque hubo quejas de los fans de que este Lupin era más noble que su héroe habitual), los responsables orquestan la trama como toda una hazaña puntuada de peligro y momentos límite.

    El castillo de Cagliostro (1979)

    Es un producto primerizo, de eso no hay duda, y que responde a más de un convencionalismo a la hora de plantear las dinámicas de los personajes, pero también incluye un aluvión de imágenes que revelan la imaginación de un cineasta superdotado para materializar lo que podría sonar a imposible. Sin entrar en ningún momento en una variante fantásica, el film contiene los elementos suficientes para hacer soñar al espectador al que va dirigido con que todo es posible en pos de cumplir tu misión, si se hace desde un lugar honrado en el corazón. La manera que tienen Lupin y Zenigata de trabajar juntos es un ejemplo de tregua para derrocar a un mal mayor, y revela la moralidad de una historia que no deja de ser un cuento de fácil digestión. Pero que se queda grabado en la memoria por la capacidad de todos los implicados de poner en pie escenas poderosas. Desde la persecución en coche que puntúa el primer cuarto de metraje, pasando por las múltiples muestras de destreza e ingenio de Lupin; los combates cuerpo a cuerpo con los secuaces del conde y su armadura metálica; o la peripecia del hidroavión. Pero también la sencilla manera en que está representado el hermoso paisaje, el fluir del agua o la fuerza del viento (otro rasgo que es puro Miyazaki). El mayor mérito de la película es su habilidad para convocar, en última instancia, sensibilidades propias y ajenas –las más funcionales que pedía la saga, por decirlo de alguna forma– y ofrecer un todo compacto, sin caídas de interés y que durante una hora y cuarenta minutos nos cuenta la gran aventura de Lupin y el rescate de la princesa Clarisse, que ya cruzaron sus vidas años atrás y que, según apunta la historia, podrían volver a hacerlo en el futuro. El castillo de Cagliostro es una cinta trepidante, llena de humor y que no da respiro en su colección de momentos a cada cual más inolvidable. Es el principio de un cuerpo de trabajo impresionante, que merece revisión y análisis para entender de dónde vino y hacia dónde fue un animador único en la historia del cine.

    Adrián González Viña
    Redacción Sevilla


    Ficha técnica
    Japón, 1979. Título original: Rupan sansei: Kariosutoro no shiro. Director: Hayao Miyazaki. Guión: Hayao Miyazaki & Haruya Yamazaki, basados en el manga de Monkey Punch. Música: Yuji Ono. Fotografía: Hirokata Takahashi. Reparto de voces: Yasuo Yamada, Sumi Shimamoto, Kiyoshi Kobayashi, Gorô Naya, Eiko Masuyama, Tarô Ishida, Ichirô Nagai, Makio Inoue. Productoras: Toho Studios / Tokyo Movie Shinsha.


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