Seguimos descubriendo relatos asombrosos en el Jameson Dublin International Film Festival. En concreto, la pasada jornada nos encontramos con dos obras nórdicas, Blind (Noruega) y Something Must Break (Suecia). Pese a que en principio ambas historias no siguen ninguna lógica narrativa común, y dado que ya pueden acceder a sendas críticas de las dos películas en esta misma publicación, hemos decidido dedicar las siguientes líneas a un análisis comparativo de algunos aspectos visuales y simbólicos que nos han llamado la atención y consideramos oportuno destacar.
Protagonismo femenino
El motor principal en ambas películas es, sin lugar a dudas, la feminidad de sus protagonistas. Sin embargo esta feminidad es transmitida a través de una condición especial que, al mismo tiempo, intensifica sus emociones y las oprime, convirtiendo los cuerpos físicos de Ingrid y Ellie en dos envases de sexualidad reprimida a punto de estallar. Pero ya llegaremos a ese apartado erótico más adelante, por el momento nos centraremos en el determinante femenino —no exclusivo de la mujer— como catalizador de la acción. Las dos obras comparten una voz delicada que lidera la trama. En el caso de la cinta noruega, esa voz funciona como narrador protagonista; Ingrid cuenta su propia historia, con la particularidad de que, en lugar de corresponder a un narrador equisciente, habitual en este tipo de recursos en primera persona, nos damos cuenta de que el personaje principal es una conocedora omnisciente de todas las historias que suceden y que pertenecen a una realidad inalcanzable para ella, ya que vive recluida en su apartamento desde que quedó ciega. En la película sueca, la narración tiene una clara función introspectiva, es la propia conciencia del personaje principal la que habla, según su experiencia, sentimientos y temores. Ambas representan una idea de fortaleza que contradice el ideal cinematógrafo tendente a aceptar el tratamiento cultural atávico defensor de la condición inferior de la mujer como sexo débil. Tanto Ingrid como Ellie aparecen inicialmente con una pareja, sin embargo demostrarán ser seres solitarios que, por mucho que recaigan en comportamientos autodestructivos como forma de paliar su sufrimiento, manifestarán en el desenlace su superioridad indiscutible.
Para concluir con este apartado, convendría destacar la analogía que se lleva a cabo en la introducción de ambas películas entre naturaleza y feminidad. Si Blind abre con diferentes planos de árboles que desprenden una idea de vida, de libertad, de sufrimiento (un clavo en el tronco de uno de esos árboles), y de percepción extra-visual (viento acariciando las hojas), para luego pasar a enfocar a la protagonista, sin posibilidad de ver aquello que le provoca dolor, placer o temor (un observador oculto); Something Must Break comienza con la imagen de una rosa abriéndose, algo delicado y bonito que, por otro lado (escena inmediatamente posterior), oculta una cara B, peligrosa y defensiva, que observamos en las afiladas espinas de su tallo. Ese sentimiento contradictorio queda explícitamente reflejado en el guion tanto de la primera: “Cuando te sonrío —gesto tierno, romántico—, no sé si te enteras —sensación desagradable—“, como de la segunda película: “Eres tan hermosa —atracción— que quiero vomitar —repugnancia—“.
Sexo
Blind y Something Must Break son obras de una fuerte y explícita carga sexual. Sus protagonistas, como representantes de la naturaleza salvaje, recurren al sexo para expresar —ocultar— sus sentimientos. En el caso de Ingrid, la protagonista del filme de Eskil Vogt, es la propia ceguera que sirve de título lo que la lleva a ser víctima de una relación condescendiente, siendo el amor incondicional de su marido una de las causas de su exasperación. Esto se aprecia claramente en una escena en la que Ingrid, en un momento pasional, intenta practicar sexo oral a su pareja. La inmediata reacción refleja de éste es la de detenerla, evitando que se sienta obligada a someterse sexualmente para complacerlo de manera exclusiva a él, cuando en realidad la mujer sólo buscaba establecer un vínculo sexual basado en la normalidad y evitar sentirse como una enferma a la que deben tratar con sumo cuidado. Ellie, por otro lado, tendrá que enfrentarse continuamente a la indecisión de Andreas, quien siente una gran atracción hacia ella —mujer—, pero su subconsciente le impide relajarse y disfrutar del sexo, negándose en múltiples ocasiones a continuar sus encuentros sexuales debido a la dificultad de aceptar —u olvidar— que Ellie es en realidad Sebastian —hombre—, siendo el lado masculino de Ellie su condena sexual.
La única manera que tiene Ingrid de satisfacer sus necesidades sexuales es mediante la invención de historias. Los personajes que habitan su fantástico universo, que conforma el único medio para escapar de las cuatro paredes en las que voluntariamente se encierra, se caracterizan por sus extravagantes escarceos amorosos. Así aparecen dos nuevos personajes: Einar y Elin. Él es un adicto a la pornografía, la explicitud del contenido visual que se aprecia en el filme nos da una idea de la necesidad sexual de la protagonista. Ese hombre, en un momento dado se obsesionará con la amaurofilia, algo que aporta a la mujer cierta confianza, seguridad y satisfacción, aunque venga del sector más depravado de la población. Por otra parte, Elin, mujer divorciada y madre soltera (se aprecia el componente solitario en ambos personajes —ficticios— que caracteriza a la protagonista —real—), comenzará un romance con un hombre agradable que conoce (a través de internet, por supuesto), pero que pronto se desentenderá de ella para seguir con una vida de libertinaje sexual. En la película de Ester Martin Bergsmark, Ellie recurrirá a desconocidos y mantendrá peligrosos encuentros casuales con depravados que sólo quieren aprovecharse de ella. Aunque son formas muy diferentes de buscar la aceptación sexual, se observa un componente virtual común a las dos, ya que tratan de encontrar el consuelo sexual en la figura del extraño.
Percepción sensorial
Ambas películas juegan a confundir al espectador por medio de imágenes discordantes, tanto simbólica como visualmente. Así, mientras en Blind encontramos todo tipo de elementos contradictorios —cambio incoherente de personajes (hijo /hija de Elin), variación repentina de escenarios (mesa de bar /tren /coche)…—; en Something Must Break la propia apariencia de Sebasitan /Ellie es un agente desconcertante desde el comienzo. Sus rasgos, sin apenas maquillaje, corresponden a los de una hermosa y delicada mujer, sin embargo, la desnudez de su cuerpo nos revela la inevitable contrariedad.
Ingrid vive atrapada en un mundo de tinieblas que trata de iluminar por medio de su imaginación, así se crea durante la primera parte de metraje un concepto equivocado que simula un relato de historias cruzadas, cuando lo que realmente sucede es la plasmación de una única historia en la mente de la protagonista, una narración en la que utilizará personajes reales, como a su propio marido, hasta el punto de hacer imposible por momentos diferenciar entre metaficción y ficción. Ellie, por el contrario, se deja arrastrar hacia un lóbrego laberinto de lo lascivo y lo grotesco, en el que queda prisionera por culpa de su incesante y pesimista voz de la conciencia. Ambas mujeres recurrirán al sentido del tacto para alcanzar un grado máximo de autodescubrimiento, de placer, e incluso de castigo por un error que creen haber cometido, y que corresponde a una condición inevitable de su persona: ceguera en Ingrid y ser una mujer con genitales masculinos en el caso de Ellie.
Por supuesto, el apartado sonoro no podía quedar atrás en este festín sensorial, y ambos directores juegan sus cartas musicales muy astutamente. Vogt utiliza un grupo de música, y una canción en concreto, para unir a las tres piezas clave de su relato. Bergsmark, por el contrario, se apoyará en el tema I Never Loved This Hard This Fast Before, de la cantante Tami Tamaki, como extensión perceptiva de esa voz introspectiva que, en esta ocasión, funciona tanto para Ellie como para Andreas por las particulares condiciones en las que se basa su relación.
Iconografía
Sobre todo en el caso de la fotografía trazada por Lisabi Fridell y Minka Jakerson en Something Must Break, podemos encontrar escenas que constituyen un auténtico oxímoron al representar la más absoluta belleza de lo horrendo y lo espantoso. Alteradas temporalmente por una cámara lenta que incrementa la percepción artística del momento, llegan hasta puntos iconográficos, como sucede en la escena de un lujurioso cuarto oscuro donde se realiza una composición similar a la de La Pietà de Michelangelo para, a continuación, profanarla mediante perversos actos sexualmente depravados.
La imagen compuesta por Thimios Bakatakis en Blind no llega a tal extremo sacrílego, pero sí se aprecia una clara simbología iconoclasta en la exhibición del hombre como ser superior y la mujer sometida. La escena con la que cierra la película podría tener también unas connotaciones religioso-sexuales, al encarnar la idea de la mujer a los pies de Jesús. El hombre, en su trono de superioridad, observa satisfecho mientras la mujer se masturba frente a él en el suelo, de esta forma —sabedor de que ya no posee su condición de invisibilidad— se recrea en la imagen y la acepta. Asume finalmente su posición ventajosa que, en realidad, no es más que una ilusión, producto de la inteligente y maquiavélica mente femenina, que lo utiliza como un juguete para alzarse así victoriosa.
Alberto Sáez Villarino
Enviado especial al Jameson Dublin International Festival 2015