El alma congelada
crítica a Broken Hill Blues (Ömheten, Sofia Norlin, 2013).
Crecer y morir en una pequeña y aislada ciudad sueca como plan de vida que debiera aceptarse con satisfacción una vez se ha rechazado todo lo demás. Sufrir el aislamiento de un pequeño paraíso natural en el que no viven osos polares y en el que la naturaleza pierde poco a poco la batalla contra la técnica. El frío como capa ineludible y la intimidad sexual refugiada en el interior de un viejo coche que a duras penas consigue desplazarse. Ese es el tema de esta ficción, estilizada como realismo documental, que construye el paso de la adolescencia a la vida adulta a través de un elenco coral de protagonistas entre los que reaparece Lina Leandersson, quien ya saltó a la fama internacional hace unos años como pequeña vampira en la perturbadora Déjame entrar. Interpreta la joven, en esta ocasión, un papel mucho más contenido, compartiendo junto a sus compañeros el retrato emocional de toda una generación consumida en sí misma e inevitablemente a la deriva. Anticipando su propia tragedia, desde el primer momento se rompe en pantalla un presente cerrado sobre las bases de un pasado siniestro que en base al juego de ambigüedad que mantiene la obra, nunca nos es ni siquiera insinuado. Las frías emociones se descomponen en frustración sin llegar a eclosionar, aún a riesgo de perderse, en los glaciales páramos suecos bellamente fotografiados.
Y reina el silencio. El abstracto silencio que debiera acercar a cualquier obra cinematográfica a su forma más pura, se entremezcla aquí con los ruidos y temblores que produce la naturaleza y los que crea el hombre destruyéndola. La palabra parece condenada a su desaparición por su falta de utilidad como elemento transformador, de nada sirven las peticiones de cambios políticos si estas llegan a oídos sordos en cuerpos entumecidos. Rebaño de ovejas, sustituidas aquí de manera lógica por renos, que siguen a la manada y aceptan el triste pero férreo orden establecido. Ante esto los jóvenes prefieren no romper el hermetismo al que parecen haber sido condenados mientras que sus figuras paternas se esconden en otros residuos de temporalidad, ya sea en el idealizado e irrecuperable pasado o en el prometedor y cada vez más cercano futuro. Retratos dislocados por el inevitable adoctrinamiento de una cultura del éxito y la autosuficiencia vendida más como deseo irrealizable que como firme promesa. Fracaso de sistema capitalista en país desarrollado que aunque no supone un verdadero drama si condena a los sujetos a la pérdida y a la infelicidad. Sensación de desamparo que el metraje se encarga de subrayar continuamente a través de distintos juegos en todos los personajes secundarios. Recurrente motivo que acaba jugando en contra de la unidad global al no estar estos lo suficientemente desarrollados en contraposición a los dos muchachos protagonistas. Retazos ambiguos en dónde se deberían imponer, aunque sean pocas, certeras pinceladas. Y es que Broken Hill Blues sufre una fuerte dispersión, tanto temática como narrativa, creando una historia que aunque por instantes lo intente, ni por asomo logra acercarse a la concreción y pureza ideológicas de las primeras obras de Kaurismaki o al grueso de Ken Loach. Algo que sin duda también se le puede achacar a su corta duración, una de dos: falta tiempo o sobran personajes. Hechos que influyen de manera decisiva en un distanciamiento casi infranqueable que hace que sea prácticamente imposible cualquier tipo de identificación con los estos. La estructura elegida es de manera inevitable la barrera perfecta que corta la naturalidad con la que debieran desplegarse las emociones. Algo que si bien es cierto no acaba de desentonar debido entre otras cosas al hermético carácter que se atribuye al género nórdico, dificulta enormemente el proceso de enfatización.
A pesar de ello se intenta huir de todo conformismo esteticista en el que un planteamiento así pudiera caer, apostándose en su lugar por la evolución y la ruptura, por muy arriesgadas que estas sean. Y es que la historia, narrativamente hablando, no transita hacia ninguna parte, la verdadera evolución tiene lugar, muy sutilmente en algunos casos, dentro de los propios personajes. Esos jóvenes que en busca de un espacio propio en el mundo, rechazan la imposición de una cultura triunfalista que ven como imposible, entregándose en su lugar a una trascendencia de lo espiritual que se manifiesta verdadera, profunda y secreta, completamente incomunicable a los demás. Esa lucha interior es la que libran los adolescentes, interiorizada hasta lo más profundo del corazón y exteriorizada no siempre de forma racional en gestos a priori incomprensibles que buscan cualquier carga de significado propio. Así se teje un espíritu de ausencias que desvela una suerte de composición que el espectador debe desentrañar. Un lugar en el que la violencia y la muerte cobran un nuevo sentido vital, y la destrucción de la naturaleza se torna en belleza de descomposición, estética de la fealdad superada por la transformación del mundo a la que conduce la modernidad, susceptible incluso de ser fotografiada en aras del progreso del ideal. Así lo viven los propios personajes, y así lo vive el espectador, quien a base de yuxtaposición y de acertados encuadres acaba valorando por igual la belleza de los planos puramente paisajísticos y de aquellos en los que la grúa destroza la montaña. Porque todo se trata de una renuncia definitiva y a la vez búsqueda extrema del lugar propio, de la construcción de un yo personal coherente consigo mismo, autosuficiente e indoloro. Entregada esta en el viaje final, tanto físico como espiritual de uno de los jóvenes protagonistas. Viaje inundado, como si fuera un imperativo pictórico, por una descarada y constante poesía visual que empapa por completo la pantalla en medio de incertidumbres más o menos interpretables. Otra cosa es que este constructo poético sea pura banalidad, que esté exento de verdadero mensaje, que el contenido sea más bien difuso y que juegue a una tramposa ambigüedad lastrada por las pretensiones de grandeza de su (novel) directora. Juzguen por ustedes mismos. | ★★★★★ |
Álvaro Martín Garabaya
Redacción Valladolid
Ficha técnica
Suecia, 2013, Ömheten. Dirigida y escrita por Sofía Norlin. Música: Conny Nimmersjo, Anna-Karin Unger, Fotografía: Petrus Sjovik. Reparto: Sebastian Hiort af Ornäs, Lina Leandersson, Alfred Juntti, Ella Nordin, Jenny Sandberg, Robin Edholm, Alexandra Dahlström. Productoras: DFM / Telia Sonera Sverige / Filmpool Nord. Presentación oficial: Berlinale 2014.