Autopsia del humor desesperado
crítica a Negociador (Borja Cobeaga, 2014)
Todavía hay quien piensa en eso tan inquisitivo de "los límites del humor". Como si la broma, o más bien la risa descoyuntada, realmente fuese un acto poco menos que subversivo, reprobable, y no una involuntaria explosión de goce, de salud, y quizá también origen de un cierto caos ordenado de las tripas en conexión con neuronas recién despiertas. El humor, al parecer, debería ir siempre tras la zanahoria del propio orden humorístico, si se me permite el oxímoron. Como si reírse mientras lloras la tragedia cotidiana en que nos hemos transformado luego de atravesar con éxito la infancia y buena parte de la adolescencia, donde la burla sobreviene casi por espontaneidad festiva, igual que un amigo de juegos, sin buscarla ni comprarla para hacerte reír, sólo estuviera permitido con según qué episodios o personajes. "Esto sí, esto no (¡aviso!)", vienen a decir los centinelas de la decencia moral. Y el "buen gusto", que diría Ignatius Reilly. Límites plenamente subjetivos, todos ellos, enraizados en el carácter individual y la educación colectiva, en la ventolera cultural del país a examen, tanto da si es España, al sur del istmo o Francia, al norte del precariado, aunque pendiente (a distinto nivel) de los muy injustos ajustes centralistas; naciones diametralmente opuestas, sí, pero también unidas por la historia del gatillo. Hace tan solo un mes, más o menos a la hora del vermú, mientras la redacción de Charlie Hebdo discutía acaloradamente los temas —y la portada— del próximo número de la revista, dos emisarios de Al Qaeda irrumpieron en sus instalaciones en París y se cobraron venganza por una caricatura de Mahoma. Quizá dos o tres. La perseverancia aquí se cobra un precio demencial. Asimismo la blasfemia, dilatada en el tiempo, se convierte en algo intolerable. Y lo intolerable, en prescindible. De pronto, Francia descubrió lo que sucede cuando la tranquilidad se derrumba a golpe de Kaláshnikov; de pronto, tú y yo y hasta Mariano Rajoy junto a Angela Merkel y el sursum corda nos convertimos —aunque sólo fuera por dos tuits, lo que dura un luto de red social y manifestación "multitudinaria"— en Charlie. Nunca antes una fotografía había desnudado tanta hipocresía reconcentrada. Los asesinos, los hermanos Kouachi, respondían a las órdenes de un grupo terrorista organizado con incontables células diseminadas por toda Europa, pero algunos medios insistieron en su categoría de lobos solitarios, pues, efectivamente, eran sólo dos e iban en coche sin hacer ruido entre la multitud, hasta que... Como hiciera ETA o el IRA en su momento, se bajaron con el cañón enfilando su propósito.
Y, cabe preguntarse, ¿quién marca la frontera que separa el humor socialmente aceptado del radicalmente ofensivo? ¿Qué temas continúan siendo hoy tabúes a pesar de la clarísima necesidad de abordarlos con intención satírica, o tratarlos sin más? ¿Acaso debe ser el dolor y la irritación ajenos una coartada para la censura? No seré yo quien responda mis propios interrogantes. Además de estúpido, sería inútil. Borja Cobeaga, vasco, y por consiguiente testigo próximo del terror y la incertidumbre sociopolítica que barrió Euskadi durante cinco decenios, se fogueó en el sketch con denominación de origen en suma gracias a su labor como guionista en Vaya Semanita, programa de televisión que abordaba el tópico geográfico al tiempo que, desde un ángulo esquivo, devenía altar para un sortilegio improbable, según el cual existe un reconocimiento a la singularidad vasca, con Biblia y chapela, que hace menos daño. No produce picores, ni sarpullidos, ni siquiera muertes. Tal vez agujetas en la barriga, o simple encogimiento de hombros si la aventura llegara a desembocar en Ocho apellidos vascos. Lo contrario a historias que acuñan neologismos ya reconocibles, como la disfrutable Pagafantas; o a impertinentes perdedores de estética ochentera, como el Juan Carlitros de No controles.
Negociador, de Borja Cobeaga / Sección Zabaltegi Donostia Zinemaldia 2014 |
Con esta premisa voy a ver Negociador tras su paso por el Festival de San Sebastián. Allí cosechó buenas críticas y algunos comentarios tibios, de los que rebajan expectativas y aportan sensatez. Mejor así: no conviene esperar la enésima "mejor película del año", menos aún en febrero. La trama de la película se centra en las negociaciones entre el gobierno español, entonces dirigido por el PSOE, y ETA, que en 2006 aún jugaba al despiste y se resistía al "cese definitivo de la violencia". "El cese definitivo de la violencia" es, por así decir, una frase cliché repetida hasta el hartazgo por los diferentes gobiernos que intentaron sin suerte conseguir ese plus de prestigio político que otorgaría firmar (a dos manos, ETA más presidente en funciones) un The End de verdad, y creo no se menciona aquí. Doy gracias. Claramente es un pulso dialéctico entre el negociador, Manu Aranguren, y el portavoz de la banda terrorista, Jokin (quizá un trasunto runner de Josu Ternera), quien le discute la semántica mientras articula frases seudopoéticas plagiadas, literalmente, de películas de acción vistas la noche anterior. Así está el nivel de la oratoria, así de ridículos son ellos. Basta con revisar el reciente debate de la Nación. Al barbudo y rijoso Aranguren (un Eguiguren en pantalla XXL) le falta subirse a la silla, en mitad de la habitación dispuesta para el encuentro, con dos apuntadores franceses mediando, y decir: "¡Mire usté, señor Jokin!". Y a éste, por su parte, contestar al emisario del Gobierno: "No vuelva usté aquí, a hacer ni a decir nada. Ha sido patético". Y lo es. Ambos lo son. Casi dan pena. A veces, incluso, hasta ganas de reír. Porque no tienen ni para invitarse a cervezas; sus jefes les han enviado allí con lo justo, y a veces tienen que pedir factura. Se hablan con distancia, la misma que interpone el director entre lo grotesco y lo terrorífico. Dos conceptos hermanados desde la Prehistoria. Antes incluso de que el primer neandertal gastara su primera broma haciendo sombras chinescas con el fuego y su figura intimidante. Así, un filete se fríe y un señor mastica mendrugos de pan. Y al final es él quien se ha frito un poco, a velocidad de pestañeo, y para mayor gloria no tanto del español medio como del público en general. Borja Cobeaga firma una comedia que viene a ser el pez torpedo con que Platón identificaba a Sócrates: entre lo insólito y lo trágico (¡mi reino por un kebab!), siempre hay un punto de silencio en el que todo se cortocircuita y nadie entiende nada, y el balbuceo se transforma en un pintxo de circunstancias que hace reír y anula cualquier discurso identitario accesorio. Porque no hay manera de pensar ni hacer nada, más que en una comilona a gusto del pistolero, vasco temperamental, Patxi. | ★★★★★ |
Juan José Ontiveros
Redacción Madrid
Ficha técnica
España, 2014. Guión y dirección: Borja Cobeaga. Fotografía: Jon D. Domínguez. Música: Aránzazu Calleja. Reparto: Ramón Barea, Josean Bengoetxea, Carlos Areces, Melina Matthews, Jons Pappila, María Cruickshank, Óscar Ladoire, Raúl Arévalo, Secun de la Rosa, Alejandro Tejería, Santi Ugalde, Gorka Aguinagalde. Productora: Sayaka Producciones Audiovisuales / Telecinco Cinema. Distribuidora: Avalon.