Las raíces o las ramas
crítica a Mis hijos (Dancing Arabs, Eran Riklis, 2014)
En torno a la formación de la propia personalidad, los impulsos a los que damos rienda libre y las decisiones pasadas, presentes y futuras —junto a la ideología que tras ellas subyace—, existe un interesante debate. Podemos compararlo a los dos hemisferios de una balanza, entre los cuales el equilibrio resulta prácticamente imposible. ¿Qué pesa más en la construcción del yo? ¿Las tradiciones arraigadas en el árbol genealógico, el costumbrismo local, la religión que hemos respirado desde la infancia y la etnia, raza o familia a la que pertenecemos? Es decir, la parte equivalente a las raíces que hundimos en la tierra, o por el contrario, ¿son capaces de influirnos más los cambios históricos a los que asistimos, el contacto con personas de otras patrias y culturas, o incluso el amor, esa fuerza huracanada capaz de desarmar a cualquiera? Algo así como las ramas que se bifurcan y crecen hacia el cielo a medida que nos hacemos mayores.
Un contexto sociopolítico tan complejo y frágil como el que atañe al conflicto árabe-israelí ha sido el escenario escogido por el director Eran Riklis para su nueva película, titulada Mis hijos (traducción libre de Dancing arabs, nombre tomado de la novela autobiográfica y homónima que inspira la historia, firmada por el escritor Sayed Kashua), donde se plantean algunas de las cuestiones anteriormente expuestas. El cineasta israelí se zambulle como pez en el agua en una temática peliaguda y controvertida que nos habla del choque entre islam y judaísmo, dos civilizaciones antagónicas atadas irremediablemente a un mismo territorio, el espíritu de convivencia entre los adolescentes a pesar de tanta sangre derramada y la ambición social por encajar en una cultura distinta sin renunciar a la propia identidad. Y lo hace desde un gran naturalismo porque la prolífica filmografía de Riklis ha ahondado siempre —bien desde la perspectiva de drama, thriller, o comedia negra— en un cine social humanista y de temática sensible que, con la que está cayendo en los últimos años, adquiere un trasfondo de estricta actualidad y necesario visionado para desentrañar la delicada situación palestino-israelí. Trabajos suyos como Los limoneros (2008), El viaje del director de Recursos Humanos (2010) o Zaytoun (2012) y la presente Mis hijos tienen como eje común los conflictos entre civilizaciones, la (des)confianza entre sus protagonistas y la evolución de sus vidas en un entorno difícil. El fallido intento de presentar este filme el pasado julio para inaugurar el Festival de Cine de Jerusalén, debido al conflicto bélico en la Franja de Gaza, provocó que su estreno aconteciese en la última edición de Locarno.
Un contexto sociopolítico tan complejo y frágil como el que atañe al conflicto árabe-israelí ha sido el escenario escogido por el director Eran Riklis para su nueva película, titulada Mis hijos (traducción libre de Dancing arabs, nombre tomado de la novela autobiográfica y homónima que inspira la historia, firmada por el escritor Sayed Kashua), donde se plantean algunas de las cuestiones anteriormente expuestas. El cineasta israelí se zambulle como pez en el agua en una temática peliaguda y controvertida que nos habla del choque entre islam y judaísmo, dos civilizaciones antagónicas atadas irremediablemente a un mismo territorio, el espíritu de convivencia entre los adolescentes a pesar de tanta sangre derramada y la ambición social por encajar en una cultura distinta sin renunciar a la propia identidad. Y lo hace desde un gran naturalismo porque la prolífica filmografía de Riklis ha ahondado siempre —bien desde la perspectiva de drama, thriller, o comedia negra— en un cine social humanista y de temática sensible que, con la que está cayendo en los últimos años, adquiere un trasfondo de estricta actualidad y necesario visionado para desentrañar la delicada situación palestino-israelí. Trabajos suyos como Los limoneros (2008), El viaje del director de Recursos Humanos (2010) o Zaytoun (2012) y la presente Mis hijos tienen como eje común los conflictos entre civilizaciones, la (des)confianza entre sus protagonistas y la evolución de sus vidas en un entorno difícil. El fallido intento de presentar este filme el pasado julio para inaugurar el Festival de Cine de Jerusalén, debido al conflicto bélico en la Franja de Gaza, provocó que su estreno aconteciese en la última edición de Locarno.
«Un filme honesto, directo y sencillo, que respira autenticidad y emociones humanas».
En esta ocasión, el protagonista sobre el que se centran todas las cámaras a lo largo del transcurso cronológico de la historia, se trata de Eyad, un brillante joven palestino que al comienzo es mostrado como un niño con habilidades extraordinarias para el cálculo, una memoria prodigiosa y unas ganas voraces de aprender. Su estricto padre, partícipe de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), deposita en él todas sus esperanzas para que continúe sus estudios en la adolescencia y vuele alto en lugar de conformarse con ser un humilde jornalero. En este primer compás de la película lo más interesante resulta comprobar el poder de los pequeños televisores como únicas ventanas abiertas al mundo y cómo los prejuicios lo salpican casi todo a excepción de la inocencia de los niños, todavía ajena al peligro. «¿Quieres jugar a Sharon y a Arafat?», se dice en los pasillos del colegio, provocando nuestra sonrisa al saber que a veces, la felicidad infantil reside en la más absoluta de las ignorancias. Tras unos minutos introductorios, un salto temporal nos acerca a la vida de Eyad a principios de los 90, cuando le conceden una beca para un internado israelí de élite en Jerusalén, y su empeño en adaptar su identidad dependiendo de la situación y el lugar donde se encuentre, en el intento por encajar y ser querido entre sus compañeros. Riklis dibuja un protagonista complejo, inteligente, vivaz y de buen corazón, consternado ante algunas conductas xenófobas que se ve obligado a soportar, condicionado por su propia lucha vital en un lugar donde la línea entre la identidad personal y nacional se torna borrosa. Tawfeek Barhom interpreta con gran realismo y dulzura un papel que el director no usa, ni de lejos, como arma de manipulación política o pretensión alguna de posicionar ideológicamente al espectador, sino con la aspiración de transmitirle con gran humanismo los problemas de integración de la comunidad árabe en Israel. Nada menos que 1,6 millones de personas que componen el 20 % de la población.
«'Mis hijos', entretenida, bien contada y formulada con una narrativa natural y agradable a todos los públicos, es capaz de mirar el conflicto desde fuera, y personificarlo en un joven para que lo entendamos mejor, para que comprendamos que no somos tan distintos».
Estamos ante un filme honesto, directo y sencillo, que respira autenticidad, Historia y emociones humanas, y que no precisa de un guion con demasiados giros ni exceso de intriga: simplemente, nos revela una historia personal y basada en hechos reales que, seguramente, le haya acontecido también a una inmensa cantidad de personas en Israel y en muchos otros lugares del mundo. La vida de Eyad tiene muchos frentes abiertos: el fantasma de la frustración de su padre si no sigue los pasos para los que él ha luchado, las enseñanzas que recibe en una prestigiosa escuela donde el judaísmo equivale a lo correcto y oscuros prejuicios se ciernen sobre la raza árabe y el islamismo, el amor intenso y correspondido que experimenta hacia Naomi (Danielle Kitzis), una chica judía o la estrecha amistad lo vincula a segunda familia en Jerusalén, compuesta por un muchacho irónico y valiente debilitado por una enfermedad (gran interpretación de Machiel Moshonov) y su encantadora madre (Yaël Abecassis). Así, enamorado, ávido de enseñanzas, temeroso de errar, ansioso de amistades, atado a su familia y guiado por las enseñanzas del Corán, Eyad nos muestra a lo largo de toda la película que la formación de la identidad es un proceso complicado y lento que trasciende en gran medida los límites del propio cuerpo y de la propia tierra, y nos enseña su evolución a partir de dos relaciones —una sexual y amorosa, y otra de amistad íntima— que cambiarán sensiblemente su perspectiva del mundo. Sus interrelaciones con el resto de los personajes sirven para mostrar un abanico coral de personalidades y posturas ante el conflicto árabe-israelí. Se atreve incluso Riklis a ironizar amistosamente con los chutes de idolatría a los que la población era, y es sometida mediante un pasaje en el que un grupo de civiles busca la cara de Saddam en la luna. Mis hijos, entretenida, bien contada y formulada con una narrativa natural y agradable a todos los públicos, es capaz de mirar el conflicto desde fuera, y personificarlo en un joven para que lo entendamos mejor, para que comprendamos que no somos tan distintos. Por eso Eyad se debate, como todos nosotros, entre las raíces y las ramas. Lo bueno y lo incorrecto, la tradición y el progreso, las ambiciones y deseos propios y la necesidad de agradar a los demás. | ★★★★★ |
Andrea Núñez-Torrón Stock
Santiago de Compostela
Ficha técnica
Israel, 2014, Mis hijos (Dancing arabs). Director: Eran Riklis. Guión: Sayed Kashua. Productoras: Konken Studios / United Channel Movies. Música: Jonathan Riklis. Fotografía: Michael Wiesweg. Montaje: Richard Marizy. Reparto: Tawfeek Barhom, Ali Suliman, Yaël Abecassis, Danielle Kitzis. Presentación oficial: Festival de Locarno.