Espías sin identidad
crítica a La conspiración de noviembre (The November Man, Roger Donaldson, 2014)
Desde que Pierce Brosnan alcanzara la popularidad con aquella serie de los 80 titulada Remington Steele, han sido los papeles de detective o espía los que mejor han encajado con el porte de perfecto gentleman del actor irlandés. Fue él quien logró relanzar la figura del mítico James Bond –después de que Timothy Dalton le hiciera bastante daño con sus dos fallidas incursiones–, interpretándolo en cuatro de las entregas más exitosas de la franquicia hasta que decidió tirar la toalla tras Muere otro día (Lee Tamahori, 2002). También desempeñó las labores de espía en productos bastante más sobrios como la notable El sastre de Panamá (John Boorman, 2001), basada en una obra de John Le Carré, uno de los novelistas que más y mejor han cultivado en género de suspense en las últimas décadas. Sin embargo, en los últimos años parece que Brosnan ha intentado huir de su encasillamiento en este tipo de personajes, dedicándose a deambular entre comedias, dramas y algún musical con desigual fortuna. La conspiración de noviembre (2014) es el título con el que retorna al cine de acción que, en definitiva, es el que mejor se le ha dado siempre.
There Are No Spies fue el título de la séptima entrega de las aventuras literarias del agente de la CIA retirado Peter Devereaux, personaje creado por el escritor Bill Granger. Sobre este libro, los guionistas Karl Gajdusek y Michael Finch realizan una adecuada actualización para sustituir el trasfondo de la Guerra Fría de la época de su publicación (1987) por una complicada conspiración entre URSS y Estados Unidos con el conflicto checheno como telón de fondo. De este modo, la conspiración de noviembre intenta ser el inicio de una nueva saga cinematográfica mezclando las intrigas políticas propias de John Le Carré con el cine de espionaje más trepidante que vive su mejor momento, no solo gracias a las películas de Bond de la era Daniel Craig, sino también a la taquillera serie de Bourne, su competidora más aventajada. El mayor problema de la película reside en que su argumento, en un intento de aparentar una mayor complejidad o tocar demasiados temas, se acaba enredando de tal manera en su trama que el espectador termina casi tan perdido como su protagonista. Mafias rusas, agentes de la CIA infiltrados, un futuro presidente de Rusia con un pasado de criminal de guerra que esconder, una mujer inocente que clama venganza y la rivalidad/admiración mutua entre los personajes del maduro y frío Devereaux y su joven discípulo David Mason, mucho más impetuoso, son los ingredientes principales de una historia bastante farragosa y confusa que, sin embargo, se hace considerablemente soportable gracias al buen ritmo que logra imprimirle su director.
Ficha técnica
«El mayor problema de la película reside en que su argumento, en un intento de aparentar una mayor complejidad o tocar demasiados temas, se acaba enredando de tal manera en su trama que el espectador termina casi tan perdido como su protagonista»
El artesano Roger Donaldson, realizador que, pese a no tener una gran filmografía, sí ha demostrado su buena mano para mantener la tensión en obras como No hay salida (1987), Trece días (2000) o La prueba (2003), sale más airoso de las estupendas escenas de acción que a la hora de mostrar los conflictos internos de sus personajes. No hay (casi) nada que objetar a las trepidantes persecuciones de coches –con esos sofisticados droides provistos de videocámaras que sobrevuelan la ciudad y no pierden detalle de la localización de los protagonistas–, las espectaculares explosiones o las bien coreografiadas peleas cuerpo a cuerpo –un menor abuso de la cámara lenta habría redondeado la jugada en este aspecto–, pero también habría resultado interesante que se le hubiese prestado el mismo cuidado a la parte dramática del asunto, como esa imposibilidad de los agentes de compaginar su profesión con la vida familiar, ya que cualquier mujer de la que se enamoren se convierte en potencial presa a seguir por sus enemigos. El personaje de Olga Kurylenko, casi una extensión de aquella heroína vengadora que ya interpretó en Quantum of Solace (Marc Foster, 2008), está completamente desdibujado y únicamente conocemos las motivaciones que la mueven a actuar como lo hace a través de unos torpes y repetitivos flashbacks que muestran su terrible pasado. Una solución de guión que evidencia que La conspiración de noviembre, pese a sus formas clásicas de filme de espionaje de la vieja escuela, tiene la misma sutileza y profundidad emocional que cualquier entrega de Venganza, esa saga que ha convertido a Liam Neeson en la estrella de acción del momento. Pierce Brosnan, como no podría ser de otro modo, cumple a la perfección con su registro de héroe crepuscular y misterioso, mientras que Luke Bracey le ofrece una buena réplica en su papel de compañero y, a la vez, adversario en la misión. De hecho, la cinta habría ganado muchos enteros si hubiera hecho un mayor hincapié en la difícil relación entre ambos y no limitarse a ser ese juego del gato y el ratón mil veces visto en este tipo de productos. Es por ello que nos encontramos ante un vehículo de acción moderadamente entretenido y técnicamente bien realizado que, sin embargo, no acaba de satisfacer las más exigentes expectativas por culpa de la colección de tópicos que invade su desangelado argumento. En otras palabras, carece de la personalidad suficiente como para convertirse en el título que sus responsables esperaban que inaugurara una nueva y exitosa franquicia. | ★★★★★ |
José Antonio Martín
Redacción Las Palmas de Gran Canaria
Ficha técnica
Estados Unidos. 2014. Título original: The November Man. Director: Roger Donaldson. Guión: Karl Gajdusek, Michael Finch (Novela: Bill Granger). Productora: Relativity Media / Irish DreamTime / Solution Entertainment Group. Fotografía: Romain Lacourbas. Música: Marco Beltrami. Montaje: John Gilbert. Intérpretes: Pierce Brosnan, Luke Bracey, Olga Kurylenko, Will Patton, Caterina Scorsone, Eliza Taylor, Bill Smitrovich, Patrick Kennedy.