Soy John Wick. Tú mataste a mi perro... ¡prepárate a morir!
crítica a John Wick (Chad Stahelski, 2014) | ★★★★★ |
En El último gran héroe (Last Action Hero, John McTiernan, 1993), la reivindicable joya protagonizada por Arnold Schwarzenegger en el punto álgido de su carrera, se exponía con sorna la fragilidad de algunas de las excusas que les servían a los héroes de acción de los 80 y 90 para liarse a tortas y a tiros con el villano de turno. El guion de Shane Black y David Arnott hacía buen uso de una ficticia saga que servía para reflexionar con ironía sobre este asunto. Así, en la cinta de McTiernan, Arnold Schwarzenegger interpretaba (además de a una versión deformada de sí mismo) a Jack Slater, un superpolicía que en su cuarta aventura cinematográfica debía vengar la muerte de nada más y nada menos que su primo segundo… Con esto, El último gran héroe se convertía también, de algún modo, en la última gran película de acción de la historia tal y como concebíamos el género hasta entonces. En el mismo año en el que triunfaba Parque Jurásico (Jurassic Park, Steven Spielberg, 1993), la infografía comenzó a ganarle terreno a los efectos especiales tradicionales, de forma que para presentar una explosión gigantesca ya no era absolutamente necesario acordonar varias calles, contratar a un equipo de expertos en explosivos, a un equipo de seguridad especializado y a doscientos especialistas dispuestos a salir huyendo de las llamas. Bastaba con recrear todo aquello mediante un ordenador.
Independence Day (íd, Roland Emmerich, 1996) podría ser uno de los mejores ejemplos de cómo el cine de acción asimiló las nuevas tecnologías para hacer más fácil lo imposible, culminando poco después en Matrix (The Matrix, Larry & Andy Wachowski, 1999), película que no sólo dio carpetazo a un milenio, sino a una manera de hacer (y entender) el cine espectáculo. A partir de entonces, las action movies se convirtieron (moviéndonos siempre en el terreno de las superproducciones de Hollywood, ojo) en aparatosos catálogos digitales en los que el píxel sepultó a la pólvora, buscando una sofisticación visual que conectara con los gustos de un nuevo público y haciendo posible que actores no especialmente capacitados para la acción física se convirtieran en nuevos reyes del género. Seguramente sin proponérselo, Keanu Reeves estuvo presente en dos grandes hitos de ambas concepciones del cine testosterónico: por una parte recogió un proyecto rechazado por Jean-Claude Van Damme, Speed (íd, Jan DeBont, 1994), que se convirtió en una de las grandes referencias de la acción de aquella década, a pesar de que su director no volviera a estar nunca jamás a la altura de esa ópera prima; por otra, fue el mejor ejemplo de que, con un arsenal de efectos de ordenador bien mezclados con efectos de cable tradicionales, cualquiera podría lucir en la pantalla como un implacable luchador de artes marciales. Algo que, por mucho que le desagrade a los fans de Matt Damon, desvirtuó la esencia del cine de acción intentando recuperar el favor de las masas.
Independence Day (íd, Roland Emmerich, 1996) podría ser uno de los mejores ejemplos de cómo el cine de acción asimiló las nuevas tecnologías para hacer más fácil lo imposible, culminando poco después en Matrix (The Matrix, Larry & Andy Wachowski, 1999), película que no sólo dio carpetazo a un milenio, sino a una manera de hacer (y entender) el cine espectáculo. A partir de entonces, las action movies se convirtieron (moviéndonos siempre en el terreno de las superproducciones de Hollywood, ojo) en aparatosos catálogos digitales en los que el píxel sepultó a la pólvora, buscando una sofisticación visual que conectara con los gustos de un nuevo público y haciendo posible que actores no especialmente capacitados para la acción física se convirtieran en nuevos reyes del género. Seguramente sin proponérselo, Keanu Reeves estuvo presente en dos grandes hitos de ambas concepciones del cine testosterónico: por una parte recogió un proyecto rechazado por Jean-Claude Van Damme, Speed (íd, Jan DeBont, 1994), que se convirtió en una de las grandes referencias de la acción de aquella década, a pesar de que su director no volviera a estar nunca jamás a la altura de esa ópera prima; por otra, fue el mejor ejemplo de que, con un arsenal de efectos de ordenador bien mezclados con efectos de cable tradicionales, cualquiera podría lucir en la pantalla como un implacable luchador de artes marciales. Algo que, por mucho que le desagrade a los fans de Matt Damon, desvirtuó la esencia del cine de acción intentando recuperar el favor de las masas.
Por suerte, mercados como el cine asiático o la Serie B norteamericana (con NuImage/Millennium a la cabeza) continuaron apostando por lo clásico, en un gesto que tiene tanto de imperiosa necesidad presupuestaria como de voluntad por perpetuar unas formas en desuso por las grandes majors. Aunque hayan trabajado para estas, la fuerza motora de Chad Stahelski y David Leitch, directores de John Wick, proviene de ese cine combativo que, desde la retaguardia, se obceca en su empeño de no dejar morir a la acción tradicional. Entre sus muchos trabajos como especialistas para todo tipo de películas (incluyendo, insisto, algunas superproducciones), citaré dos muy significativos: Stahelski fue director de segunda unidad en Los Mercenarios 2 (The Expendables 2, Simon West, 2012) y Leitch debutó en ese mismo cargo con Salvaje (In Hell, Ringo Lam, 2003). La primera es la película definitiva para los amantes del género, al mostrar la mayor reunión de action heroes de la historia (Stallone, Statham, Li, Lundgren, Norris, Van Damme, Willis, Schwarzenegger, Adkins). La segunda es una de las cintas más justamente reputadas de la carrera de Jean-Claude Van Damme en el siglo XXI. Ambas son producciones NuImage/Millennium. Y las dos están fuertemente arraigadas en unas formas rudimentarias, reconocibles y pasadas de moda que las hacen disfrutables sólo para los espectadores más veteranos y entregados a la causa.
John Wick, en cambio, juega en otra liga. También podemos considerarla de Serie B, ya que su presupuesto no ha sido elevado (20 millones de dólares), pero luce tan bien o incluso mejor que muchas de las grandes producciones que pasan por las carteleras cada cierto tiempo, algo que sólo pueden conseguir los cineastas que se han curtido en las trincheras, que se han enfangado en el lodo del cine sin grandes caravanas ni efectos especiales y que entienden que lo más importante de la acción es que la acción se vea, se entienda, se disfrute en todo su esplendor y no intente camuflarse con dudosos trucos de cámara que, en la mayoría de los casos, sólo sirven para enmascarar la falta de aptitudes de quien ejecuta los movimientos o de quien decide qué planos hay que tomar. Volviendo a Keanu Reeves, afortunado protagonista del evento que vuelve a marcarse un hito en el género, John Wick posee la rotundidad física de Kathryn Bigelow (que dirigió al actor en la inolvidable Le llaman Bodhi - Point Break, 1991 - ) y, al mismo tiempo, la estilización obsesiva del cine de los Wachowski, con la salvedad de que aquí no se muestran movimientos que desafíen las leyes de la gravedad o FX que desvíen la atención del espectador, estando el uso de estos reducido a lo mínimo y necesario.
John Wick, en cambio, juega en otra liga. También podemos considerarla de Serie B, ya que su presupuesto no ha sido elevado (20 millones de dólares), pero luce tan bien o incluso mejor que muchas de las grandes producciones que pasan por las carteleras cada cierto tiempo, algo que sólo pueden conseguir los cineastas que se han curtido en las trincheras, que se han enfangado en el lodo del cine sin grandes caravanas ni efectos especiales y que entienden que lo más importante de la acción es que la acción se vea, se entienda, se disfrute en todo su esplendor y no intente camuflarse con dudosos trucos de cámara que, en la mayoría de los casos, sólo sirven para enmascarar la falta de aptitudes de quien ejecuta los movimientos o de quien decide qué planos hay que tomar. Volviendo a Keanu Reeves, afortunado protagonista del evento que vuelve a marcarse un hito en el género, John Wick posee la rotundidad física de Kathryn Bigelow (que dirigió al actor en la inolvidable Le llaman Bodhi - Point Break, 1991 - ) y, al mismo tiempo, la estilización obsesiva del cine de los Wachowski, con la salvedad de que aquí no se muestran movimientos que desafíen las leyes de la gravedad o FX que desvíen la atención del espectador, estando el uso de estos reducido a lo mínimo y necesario.
Existe la posibilidad de que John Wick sea despachado como un mero entretenimiento para pirados de los tiroteos sofisticados. Pero se estaría obviando la gran virtud de la película: devolver la dignidad perdida a un género a menudo prostituido para las masas, maltratado por la crítica e ignorado por el público actual. Y lo hace gracias a la sorprendente dirección de Stahelski y Leitch (que consiguen mantenernos embelesados durante todo el metraje, tanto si hay acción en pantalla como si no, gracias a un elegantísimo empleo de la cámara, del travelling y de los encuadres), pero también a la deslumbrante fotografía de Jonathan Sela, la rimbombante partitura de Tyler Bates y Joel J. Richard o las entonadísimas interpretaciones de Keanu Reeves, Michael Nyqvist, Alfie Allen o Willem Dafoe. Pero, dejando consideraciones formales a un lado, si John Wick consigue trascender, además de por todo eso, es gracias a la habilidad con la que el guion de Derek Kolstad consigue sumergirnos en un mundo fascinante lleno de asesinos a sueldo con su propia moneda y hoteles que funcionan como zonas libres de muerte (en principio…), un microuniverso en el que John Wick es temido y admirado a partes iguales y cuyo simple nombre provoca el terror más absoluto en cualquier que lo escuche pronunciar, aunque sean los tipos más peligrosos e indeseables del planeta.
La película acierta en crear un aura místico en torno a la figura de John Wick, mitificado por todos los personajes secundarios de la cinta, y que, en un juego interesante con las expectativas del espectador, nos es presentado como alguien absolutamente vulnerable, triste y abatido por una tragedia personal (el reciente fallecimiento de su esposa por culpa de una terrible enfermedad). Entre el John Wick que vemos en los primeros minutos de la cinta y el John Wick que los demás personajes dicen que es, existe una distancia que parece insalvable hasta que observamos cómo el personaje desentierra, literalmente y a martillazos, un pasado del que quería olvidarse para siempre pero al que no le queda más remedio que abrazar de nuevo para poner las cosas en orden. Esto es, para hacer justicia. Reaparece así el sanguinario Wick, el Baba Yaga, el tipo con el que tiene pesadillas el Hombre del saco. Y la película se convierte en una extenuante sucesión de set-pieces entre las que cuesta destacar alguna (algo que, en un primer momento, pensé que sería el único fallo del film), porque lo cierto es que son todas impecables. Por si todo esto fuera poco, los directores tienen el buen gusto de recuperar a Daniel Bernhardt para uno de los papeles más importantes de la historia (actúa como el segundo al mando del villano principal), regalándole generosos minutos de lucimiento a uno de los destajistas de la Serie B de acción y artes marciales de los 90 y que, a pesar de haber encarnado a uno de los malvados Agentes de la saga Matrix, sólo es reconocido por los expertos en la materia, por esos seguidores infatigables de la acción para los que John Wick es una carta de amor sin faltas de ortografía.
La película acierta en crear un aura místico en torno a la figura de John Wick, mitificado por todos los personajes secundarios de la cinta, y que, en un juego interesante con las expectativas del espectador, nos es presentado como alguien absolutamente vulnerable, triste y abatido por una tragedia personal (el reciente fallecimiento de su esposa por culpa de una terrible enfermedad). Entre el John Wick que vemos en los primeros minutos de la cinta y el John Wick que los demás personajes dicen que es, existe una distancia que parece insalvable hasta que observamos cómo el personaje desentierra, literalmente y a martillazos, un pasado del que quería olvidarse para siempre pero al que no le queda más remedio que abrazar de nuevo para poner las cosas en orden. Esto es, para hacer justicia. Reaparece así el sanguinario Wick, el Baba Yaga, el tipo con el que tiene pesadillas el Hombre del saco. Y la película se convierte en una extenuante sucesión de set-pieces entre las que cuesta destacar alguna (algo que, en un primer momento, pensé que sería el único fallo del film), porque lo cierto es que son todas impecables. Por si todo esto fuera poco, los directores tienen el buen gusto de recuperar a Daniel Bernhardt para uno de los papeles más importantes de la historia (actúa como el segundo al mando del villano principal), regalándole generosos minutos de lucimiento a uno de los destajistas de la Serie B de acción y artes marciales de los 90 y que, a pesar de haber encarnado a uno de los malvados Agentes de la saga Matrix, sólo es reconocido por los expertos en la materia, por esos seguidores infatigables de la acción para los que John Wick es una carta de amor sin faltas de ortografía.
Recordaba, al principio de esta crítica, el modo en el que El último gran héroe se burlaba inteligentemente de las excusas de los héroes de acción para salir a la calle a matar. Sobre el papel, la que plantea la sinopsis de John Wick puede resultar casi risible para algunos: han matado a su perro. Sin entrar en el hecho de que cualquiera que ame a sus mascotas podría llegar muy lejos por defender y vengar la vida de sus hijos de otra especie, hay que ver la película para entender del todo la premisa: ese pequeño can no era simplemente un animal de compañía, significaba para John Wick el último resquicio de esperanza en una vida plagada de violencia, sangre y destrucción, el último recuerdo de su esposa fallecida y el único motivo para vivir. Arrebatado ese estímulo (además, de manera absurda, a manos de un niñato y por un motivo casi arbitrario), ya no es que el héroe tenga alguna excusa para volver a las armas… es que no tiene otra salida. Hasta en esto, John Wick es grande: coge aparentes trivialidades y las convierte en algo dramático, emotivo… y terriblemente espectacular, adrenalínico y épico. Eso separa a los simples entretenimientos de las obras maestras. Y si John Wick no lo es, para quien suscribe está muy cerca de ello. | ★★★★★ |
Pedro José Tena
Redacción Badajoz
Ficha técnica
Estados Unidos. 2014. John Wick. Director: Chad Stahelski y David Leitch (sin acreditar). Productores: Basil Iwanyk, David Leitch, Eva Longoria, Michael Witherill. Guión: Derek Kolstad. Montaje: Elisabet Ronalds. Fotografía: Jonathan Sela. Música: Tyler Bates y Joel J. Richard. Reparto: Keanu Reeves, Michael Nyqvist, Alfie Allen, Adrianne Palicki, Bridget Moynahan, Dean Winters, Ian McShane, John Leguizamo, Willem Dafoe. Duración: 101 minutos. Summit Entertainment, Thunder Road Pictures, 87Eleven Productions, MJW Films, Defynite Films. Pendiente de estreno en España.