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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Hyena

    Hyena

    Copland

    crítica a Hyena (Gerard Johnson, 2014)

    En 2013 el danés Nicolas Winding Refn alcanzó el mayor grado de pesimismo y desencanto otorgados al héroe moderno en la ficción cinematográfica reciente. Con Solo Dios perdona (Only God Forgives), Refn mostraba su triste y surrealista melodía de la frustración que dejaba al público sediento de una venganza que nunca llegaría. Para la fecha de estreno, el director ya se había convertido en una de las figuras mediáticas más influyentes del séptimo arte; su estilo abigarrado e hiperviolento era imitado por las nuevas generaciones de directores que, como Gerard Johnson, se vieron fascinados por la descarada y explícita representación del lado más corrupto y sádico de las asociaciones criminales. Es obvio que la nueva película de Johnson, Hyena, se fundamenta tanto en los principios audiovisuales de Only God Forgives, como podemos observar en los contraluces de neón asfixiados en el denso humo, y el discordante sonido extradiegético con una clara función perturbadora; como en la base conceptual de la sensacional trilogía Pusher, en la que se presentaba la figura del mafioso o, mejor dicho, del ratero de barrio temerario con tendencias suicidas, sin ningún tipo de eufemismos condescendientes. De esta forma, el espectador es partícipe de las decisiones asumidas por el protagonista —mayoritariamente desacertadas—, y de sus inexorables consecuencias, que lo perseguirán, a él y a sus allegados, incansablemente hasta la extenuación final y el agotador desenlace definitivo.

    En esta ocasión se muestra el punto de vista de la policía británica. Agentes corruptos que se las ingenian para sacar provecho de las ingentes cantidades de dinero que mueven las peligrosas mafias extranjeras. No hay duda de que estamos asistiendo a un paseo por el abismo, tan peligroso y sin retorno como el que protagonizara el desquiciado Frank en busca de un dinero que sabíamos desde el comienzo que le sería imposible reunir, no porque el protagonista de la primera parte de Pusher no tuviera la habilidad delictiva necesaria, sino porque estaba desprovisto de cualquier contención que le impidiera volver a derrocharlo. Frank era un personaje propenso a los problemas, un alma solitaria que, al igual que Michael, un policía adicto a la cocaína y líder de una cuadrilla de matones con placa y pistola, vivía constantemente en arenas movedizas, luchando a diario sin éxito por salir de ellas y hundiéndose cada vez más a consecuencia de sus erráticas contorsiones. La primera vez que vemos al grupo de asalto en acción tenemos la sensación de estar asistiendo a un atraco perpetrado por peligrosos e impredecibles asaltantes. La figura de estos cuatro personajes es caracterizada de manera que responde al patrón del delincuente ultraviolento que se disfraza de policía para aprovechar la confusión y golpear a su enemigo por sorpresa y con implacable crueldad, pero la auténtica sorpresa llegará cuando la cámara vuelva a enfocar a esos matones en una comisaría, y no precisamente en la sala de detenidos.

    Hyena

    Michael Logan es un hombre de fuertes convicciones. Y parece haber llegado a la conclusión de que la única manera de luchar contra el negocio del tráfico de drogas en Londres es sacar tajada del mismo. Para ello se ha hecho con una posición muy cómoda que le permite, tanto a él como a sus secuaces, llevarse un porcentaje de la recaudación obtenida por un grupo de narcotraficantes turcos. Sus operaciones funcionan relativamente bien, mientras los turcos se encargan de proporcionar objetivos y detalles de cargamentos de cocaína, ellos aportan el músculo y el trabajo de campo, manchándose las manos en redadas policiales secretas. Todo funcionaba como un reloj hasta que, un día, Logan se ve atrapado en el interior de un peligroso triángulo que se va estrechando para terminar con su rentable negocio. A la aparición de un grupo de albaneses, que atacan brutalmente a su actual socio para conseguir lograr la hegemonía del narcotráfico londinense, se le unirá la llegada de un viejo conocido del cuerpo a quien le será asignada la tarea de anticorrupción y limpieza interna. El mundo que Logan ha construido con tanto esfuerzo parece desmoronarse y, por si fuera poco, le surge un punto débil. Una joven en apuros, con la que los albaneses comercian sin pudor, se convertirá en la “buena obra” del detective, quien se empeñará en sacarla de su terrible situación. Sin lugar a dudas no es la historia, contada infinidad de veces en el ámbito de la corrupción policial, lo que hace de Hyena una apuesta interesante, sino la arriesgada fórmula procedimental sin concesiones a la que recurre el director. Será la desasosegante e incómoda puesta en escena la que aporte todo el nervio a una película claustrofóbica y llena de excesos.

    Hyena

    El director se protege tras un cromatismo de naturaleza caleidoscópica y una fotografía en la que abundan las escenas nocturnas en interiores enrarecidos por una atmósfera cargada que envuelve a los personajes, contribuyendo considerablemente a la asimilación de sus motivaciones y al conocimiento de los demonios que persiguen a cada uno de ellos. Para esta lectura idiosincrática individual —aunque referente a un claro colectivo social— el espectador también podrá contar con el apartado dialéctico, que quizá sea lo más genuinamente distintivo de la película. La parquedad característica del antihéroe de Refn deja sitio a una pandilla de bocazas arrogantes que mostrarán, mediante esa densidad de diálogo, su faceta más atávicamente derrotista heredada de la tradición formalista británica; perdedores incapaces de actuar sin recurrir a la fanfarronería grotesca. Sus actos los conducirán irremediablemente —y de manera imprecisa— al abandono personal y a la separación y ruptura de esa unidad, o camaradería, con la que los identificábamos al principio. El final, que representa el ideal posmoderno del caos y la incertidumbre, queda completamente abierto a la interpretación especulativa personal y hará exclamar a la mayoría de los asistentes en la sala un sonoro “WTF!”. Un desenlace que quizá llegue algo tarde y en un momento de ritmo no tan elevado como desearíamos, que se prolonga más de la cuenta y resta gran parte del desconcierto y la estupefacción que podría haberse generado con ese, por otro lado, estupendo primer plano sostenido hasta la extenuación. El público en ese momento se encontrará tan agotado como el propio protagonista, desesperado ante la imposibilidad de ver luz al final de ese paseo por el abismo que comentábamos, por lo que el definitivo fundido a negro le asaltará sin preaviso cuando se encuentra tomando fuerzas para enfrentarse a la explosividad de un nuevo asalto brutal que ya no llegará, al menos no de forma visual, ya que el director le ha reservado el derecho de decidir la suerte de sus personajes, completando la tarea de asimilación e introduciéndonos de lleno —sin posibilidad de discusión— en la ficción que acabamos de presenciar y de la que, sólo al final, pasaremos a formar parte activa en un truco narrativo tan efectivo como incómoda ha sido la totalidad de la cinta. | |

    Alberto Sáez Villarino
    Redacción Dublín (Irlanda)


    Ficha técnica
    Reino Unido, 2014. Título original: Hyena. Director: Gerard Johnson. Guion: Gerard Johnson. Productora: Film4 / Number 9 Films. Presentación oficial: Festival internacional de Edimburgo, 2014. Fotografía: Benjamin Kracun. Música: Matt Johnson. Montaje: Ian Davies. Intérpretes: Peter Ferdinando, Stephen Graham, Neil Maskell, Elisa Lasowski, MyAnna Buring, Richard Dormer, Gordon Brown, Tony Pitts, Orli Shuka.


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