Crucigrama simbiótico
crítica de En tercera persona (Third Person, Paul Haggis, 2013) / ★★★★
Es curioso el caso de Paul Haggis. Este veterano guionista, antes de televisión que de cine, nos sorprendió a muchos alzándose en 2006 con el Óscar a la mejor película por Crash, un drama de episodios interconectados ligados por brotes racistas en la ciudad de Los Ángeles. Su siguiente incursión tras la cámara fue En el valle de Elah (In the Valley of Elah, 2007), una intriga sobre las secuelas de la guerra de Irak que fue más tibiamente recibida, aunque aun cosechó cierto favor de la Academia en forma de nominación para Tommy Lee Jones como mejor actor principal. Pero tras ello, se inicia ya más clara e inexplicablemente la caída de este cineasta, estrenando sin pena ni gloria el oscuro remake de una cinta francesa, Los próximos tres días (The Next Three Days), en 2010, hasta bajar aún más por la pendiente de la desaprobación con su último trabajo, En tercera persona (Third Person, 2013). Y es que la misma ha sido vapuleada tras su paso por los festivales de Toronto y Tribeca, amortiguando con ello su repercusión, hasta el punto de que llega a nuestra cartelera con más de un año de retraso, casi de tapadillo. Y es así pese a su enigmática historia y su atractivo reparto. Sus caras son especialmente reconocibles por cuanto aquí interpretan roles que en cierta forma redefinen sus respectivas carreras: Liam Neeson en el papel del escritor atormentado, Adrien Brody en el del seductor samaritano o James Franco en el del pintor de moda.
Sus nombres aparecen en unos créditos finales que retoman la estética de los iniciales, llenando la pantalla con letras y símbolos que se van iluminando a medida que aparece el apelativo en cuestión. Ello ilustra la conexión entre los mismos, en una película en que Haggis retoma su gusto por las historias entrelazadas que discurren en un constante montaje en paralelo. Además, este modo de enmarcarla es toda una declaración de intenciones, pues nos indica que desde el principio todos sus elementos están a la vista. Tanto es así que al comienzo se escuchan unas olas, sin corresponderse con la imagen inicial del protagonista, a cargo de Neeson, sentado frente a su ordenador en la suite de un hotel. Y es que aquí el sonido adelanta lo que éste está pensando y lo que constituye el núcleo de toda la trama. En este sentido, se ha criticado que, partiendo de una premisa quizás brillante, el metraje se alarga durante más de dos horas rellenando el vacío, sin aportar nada nuevo. En realidad, esta sensación se debe a que la película sigue una progresión heterodoxa. Más que evolucionar hacia una dirección determinada, desarrolla un punto fijo. Se van añadiendo capas a un conflicto insuperable, que se va esclareciendo poco a poco, mostrando varias facetas o visiones de un mismo trauma. Y el resultado es un mosaico único.
Aunque esta insistencia puede criticarse a su vez por falta de sutileza, lo cierto es que esta cualidad nunca le ha interesado demasiado a Haggis. No puede ser de otro modo cuando, en medio de su complejidad narrativa característica, siempre busca la esencia más cruda de cada situación o personaje. Ello se revela en particular en unos diálogos que no temen caer en lugares comunes, que son tales precisamente por su veracidad, poniendo en boca de sus convincentes intérpretes frases que nunca se antojan superficiales. Véase por ejemplo la escena temprana en que el personaje de Brody se está tomando tranquilamente una cerveza en un bar, y de repente aparece una mujer despampanante a quien no puede quitar los ojos de encima. Ella eventualmente se da cuenta y le dirige una mirada de reproche, ante lo cual él se excusa alegando que es difícil dejar de mirarla. No hacen falta más datos para saber que estamos ante un flirteo tan elegante como evidente. Pero este comentario en apariencia trivial tiene una interpretación notoria, y es que su perdición vendrá precisamente por no dejar de mirarla, por tener que seguirla y atender su llamada. Pues bien, esta obsesión motiva una de las tres historias trabadas por las citadas vertientes de esa misma herida, que se desenvuelven por parejas que interactúan por culpa de una tercera persona a menudo invisible.
Su hilo se refuerza por una música embriagadora bajo la batuta de Dario Marianelli (Expiación) y una fotografía refinada del que es responsable Gianfilippo Corticelli, menos conocido fuera de sus fronteras. La nacionalidad italiana de ambos artistas se corresponde en cualquier caso con la localización de uno de los relatos, emplazándose los otros dos en París y Nueva York. Esta diversidad geográfica es un atractivo más de la cinta, y viene a sumar en su propósito de multiplicar los niveles del drama. A su vez, esta estructura sortea la inverosimilitud con que se podrían descalificar algunas acciones, en particular las que lleva a cabo el citado personaje de Brody, que es precisamente el que protagoniza la parte del metraje que transcurre en Italia. De hecho, ¿cómo acusar de inverosímil a un individuo cuando él mismo admite que lo es? Lo hace porque representa la ilusión tan profunda como irreal de un hombre, un deseo que paradójicamente se mueve antes en el ámbito de lo ideal que de lo corporal. En otras palabras, sus actos son la proyección de un anhelo insatisfecho, y como tales no son reales, ni factibles. Este es en definitiva el desenlace en el que culmina la película, con la apuntada simetría respecto al comienzo, pues todo lo que ha transcurrido entremedias se desvanece en un imaginario tan ficticio como significativo y oportunamente telegrafiado. Unos lo llamarán manipulación, otros simplemente cine. | ★★★★★ |
Ignacio Navarro Mejía
Redacción Madrid
Ficha técnica
Reino Unido, Estados Unidos, Alemania, Bélgica & Francia, 2013. Presentación: Festival de Toronto 2013. Director: Paul Haggis. Guión: Paul Haggis. Productora: Corsan / Hwy61 / Purple Papaya Films. Fotografía: Gianfilippo Corticelli. Música: Dario Marianelli. Montaje: Jo Francis. Reparto: Liam Neeson, Adrien Brody, Mila Kunis, Olivia Wilde, Moran Atias, James Franco, Maria Bello, Kim Basinger.