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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica en serie | Glee (2009-2015). Análisis final

    Glee (2009-2015)

    La serie de los fans

    crítica a Glee (2009-2015)

    FOX | 6 temporadas: 121 capítulos | EE.UU, 2009, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014, 2015. Creadores: Ryan Murphy & Brad Falchuk & Ian Brennan. Directores: Bradley Buecker, Brad Falchuk, Eric Stoltz, Paris Barclay, Ian Brennan, Alfonso Gómez-Rejón, Ryan Murphy, Elodie Keene, Adam Shankman, Wendey Stanzler, Paul McCrane, Michael Uppendahl, otros. Guionistas: Ian Brennan, Ryan Murphy, Brad Falchuk, Michael Hitchcock, Matthew Hodgson, Ross Maxwell, Roberto Aguirre-Sacasa, Russel Friend, Garrett Lerner, Ned Martel, Jessica Meyer, otros. Reparto: Lea Michelle, Chris Colfer, Kevin McHale, Matthew Morrison, Jane Lynch, Naya Rivera, Jenna Ushkowitz, Amber Riley, Darren Criss, Chord Overstreet, Cory Monteith, Heather Morris, Mark Salling, Dianna Agron, Jayma Mays, Harry Shum Jr., Iqbal Therba, Dot Marie-Jones, Mike O`Malley, Becca Tobin, Lauren Porter, Melissa Benoist, Jacob Artist, Blake Jenner, Alex Newell, Max Adler, Vanessa Lengies, Ashley Fink, Romy Rosemont, Josh Sussman, Damian McGinty, Jonathan Groff, Idina Menzel, NeNe Leakes. Fotografía: Joaquin Sedillo, Christopher Baffa, Michael Goi. Música: James S. Levine.

    La mejor definición posible de serie irregular, que ha permanecido más de lo necesario en la televisión (de esto se puede culpar en gran parte a la cadena y su dos renovaciones dobles). Glee se despidió hace unos días haciendo lo que mejor sabían: con el foco en su lado más sentimental y complaciendo al mayor número de espectadores posible. Y con muy buena música, que eso nunca ha fallado. La mayor e irreprochable constante de la serie, que ha sido sin duda uno de esos pelotazos autocombustibles con alguna temporada de más, es su apuesta por difundir la música. Canciones usadas para expresar los estados de ánimo de los personajes, o como base para construir algunos números musicales memorables (el “Bohemian Rhapsody” del final de la 1ª temporada es inolvidable), para tratar de homenajear varios talentos extraordinarios del mundillo o a veces hasta creaciones originales para la serie, todas cantadas (y bailadas cuando tocaba) por el reparto, sin dobles ni doblajes. Música, en definitiva, que hará que Glee pase a la historia de la televisión. Aunque no como una buena serie. Lo que en su momento se vendió falsamente como una parodia envenenada de la saga High School Musical (Kenny Ortega, 2006, 2007, 2008), no tardó en revelar que era una comedia dramática con sentimiento, que quería reivindicar la importancia de la Otredad y el valor de los programas artísticos en la educación. Grandes intenciones, pero más que cuestionables resultados.

    En su estreno, en el último trimestre de 2009, la serie tenía mucho que perder. El género del musical en televisión estaba asociado casi siempre con el fracaso, y un reparto de caras desconocidas en su mayor parte tampoco ayudaba a que la audiencia se sintiera atraída por la propuesta. Sí es verdad que dos de sus creadores, Ryan Murphy y Brad Falchuk, llevaban ya cinco años de éxito encima con Nip/Tuck (2003-2010), pero los públicos de ambas series no podían ser más diferentes. Su gran baza, que ha exprimido más allá de lo prudente, era ser una serie ambientada en un instituto y de foco evidentemente adolescente. Y así entró en las casas y las pantallas portátiles de muchísimos hogares estadounidenses, haciendo que sus 13 primeros episodios, los únicos “vírgenes” de la serie (se entenderá más adelante esta manera de llamarlos), fueran no solo un gran éxito, sino que le dieron a FOX un Globo de Oro a Mejor comedia y un Premio de la Unión de Actores al Mejor reparto en enero de 2010. Ya con la primera temporada emitida en su totalidad, la serie se llevó también el Emmy a la Mejor dirección en comedia por el piloto y el más incontestable: Mejor actriz de reparto para Jane Lynch por su estupendo trabajo dando vida a la gran villana de la historia, la entrenadora Sue Sylvester. La actriz es la que mejor ha abrazado lo que se convirtió en seña de la serie: una inconsistencia digna de mención.

    Glee (2009-2015)

    Las primeras trece entregas son las únicas que se rodaron antes de que la serie se estrenara y las redes sociales e Internet en general se convirtieran en el barómetro con que medir cada movimiento argumental. Cuando Glee se convirtió en un fulgurante fenómeno de masas, cuando las descargas en iTunes de la música usada hasta el momento se cuadruplicaron en semanas (ese “Don`t Stop Believing” convertido en himno) y todo el mundo escuchó hablar de ella, empezó la esquizofrenia narrativa de una serie que quería ser comedia con alma pero no sabía muy bien cómo hacerlo durante años. Así, al conseguido tono de comedia loca y absurda, le sobrevenía un súbito barniz de realismo con el que los guionistas afrontaban otras tramas. Las tramas que tenían que ser serias, las que contenías valiosas lecciones. Al ver que estaban ante algo más grande, y posiblemente útil, de lo que imaginaron, los tres creadores empezaron a escribir pensando en esos espectadores. Así, la conveniencia y el ansia por satisfacer a la audiencia es lo que movía en gran medida el detrás de las cámaras. Algo que dañó a la serie irremediablemente. Aún así el éxito se mantuvo, repitiendo Globo de Oro en 2011 como Mejor comedia y sumando dos más, para Lynch y para Chris Colfer como Mejor actor de reparto, un premio muy importante dentro de la historia de la serie porque Colfer lo ganó al dar rostro metafóricamente a miles de adolescentes LGBT que habían sufrido acoso en Estados Unidos, llegando a quitarse la vida en muchos casos.

    Y ahí es donde entró en juego otra de las grandes facetas de la serie, y de las más bienvenidas. La idea de usar una plataforma tan grande a nivel nacional para hablar de duras realidades la comunidad LGTB (con un personaje tan especial como Unique de gran bastión), y también de la adolescencia sin etiquetas. Aunque en esa obsesión por agradar a todos y tratar de enseñar algo útil se tocaron los temas de forma algo superficial, dedicándole un par de capítulos para después pasar a otra cosa y haciendo que los personajes verbalizaran la lección a extraer en forma de discursos. No se puede negar la fuerza e importancia de una serie que en su última temporada mostró una boda doble entre una pareja de chicas y otra de chicos en la que los guionistas habían invertido varias temporadas, pero sería hacerle un flaco favor el obviar sus defectos porque sea revolucionaria. La segunda temporada trajo novedades (cameos prestigiosos, episodios homenaje) y fue la más grande en notoriedad, influencia (incluido un capítulo especial de una hora emitido el día de la Super Bowl) y terminó con un viaje a Nueva York y unas cotas de popularidad máximas. Visto en perspectiva, era inevitable que la cosa decayera. El favor del público empezó a faltar, dividido éste entre aquellos que demandan episodios que homenajaran a sus artistas favoritos y los que querían saber más sobre los personajes. Otro equilibrio imposible de lograr, pero que los guionistas intentaron de todas formas. Y así, capítulos dedicados a la música de Madonna, Michael Jackson, Britney Spears, los Beatles o Whitney Houston se alternaban con exploraciones de todo más serio de problemas juveniles y amorosos del amplio grupo de personajes protagonista. El adulto del grupo, Will Schuester, perdió tridimensionalidad hasta convertirse en una figura de repetición que solo se enfrentaba a Sue, pretendía a Emma y sufría por no poder ayudar más a sus alumnos.

    Glee (2009-2015)

    Se instauró definitivamente un nuevo sistema, donde las temporadas empezaron a avanzar con tramas por capricho, que afectaban a la manera de comportarse de los protagonistas: todos en un amasijo insufrible de problemas sentimentales, desplantes, peleas, decisiones y entrada y salida de personajes harto improbable, que no resiste un análisis mínimamente serio. Cada vez se desprendía más una sensación de piloto automático en los guiones, rigiendo las determinaciones de los personajes por lo que convenía en el momento y cambiando el foco de interés bruscamente, sin preparar el camino con tranquilidad. Esto perjudicó a los intérpretes, haciendo que solo los verdaderamente buenos puedieran brillar, mientras que se notaba el esfuerzo del resto por acomodarse al repentino cambio de tono. Las tramas cambiaban (el grupo de personajes principal se graduaba y seguíamos a algunos de ellos en sus nuevas vidas, amén de ver a otros interactuar con nuevas incorporaciones a la serie que no cuajaron del todo), pero los modos no, y el tono era imposible. Glee funciona mejor en su variante meta, con comentarios impagables sobre lo absurdo de su mecanismo y el desprecio por la continuidad, pero eran momentos tan puntuales –muchas veces simples frases y gestos– que no dejaban poso. En cambio su faceta dramática, en ocasiones legítimamente emocionante, era en gran parte cargante y machacona. Los números musicales pasaron a ser el oasis para el espectador incrédulo o directamente aburrido pero que se resistía a rendirse, el que quería verla hasta el final aunque los 43 minutos de rigor parecieran en ocasiones el doble.

    Desfilaban personajes nuevos, apariciones especiales, tramas con apariencia de novedosas, capítulos especiales de Navidad u otros que homenajeaban a grandes musicales de la historia, o éxitos de Broadway. Promesas y más promesas de cambio, de mejora. Pero no era posible. Porque todo se iba cómo llegaba, porque cualquier alteración de lo establecido en las primeras temporadas era falsa y, lo peor de todo, un parche mal colocado porque era temporal. Lo más destacable, y terrible, de sus últimos años fue tener que lidiar con la muerte de uno de sus protagonistas, Cory Monteith, cuyo personaje era imprescindible en la historia. Así, se despidió a Finn con el que probablemente sea el mejor episodio de Glee, The quarterback (5.3), y nunca se olvidó su presencia e influencia dentro y fuera de la serie, hasta el punto de que la última imagen que vemos contiene una foto del actor y una cita del personaje. Pero emociones aparte, la historia pasó a centrarse cada vez más en dos de los personajes (Rachel y Kurt), y el resto era una órbita que se movía obsesivamente a su alrededor, pero que se comportaba con una intermitente relación de amor/odio que irritaba más que intrigaba. Si miramos Glee como la plausible crónica de la evolución artística y personal de una joven que quiere triunfar en el teatro musical, estaremos ante una serie mucho mejor de lo que es. Pero es que Glee se supone que no es eso, que hay mucho más. Que existe la reivindicación de las artes en la educación, del trabajo duro para llegar a recompensas verdaderamente valiosas, de sentirse parte de algo para vivir feliz, de que ser diferente es lo mejor que puedes ser. Y estos mantras, repetidos con frecuencias en 121 capítulos llenos de relleno, se acaban grabando en la mente por eso, por repetidos. No por efectivos.

    Glee (2009-2015)

    Y por ello de cara a la última temporada, y tratando por última vez de satisfacer a la audiencia fiel, la serie dinamitó su nueva premisa de centrar la trama solo en la vida del grupo neoyorquino y volvió al instintuto para una última victoria en los campeonatos de coros. Había parejas que cerrar, trayetorias vitales que delimitar, reivindicaciones que hacer (esa poderosa interpretación de “I Know Where I've Been" en Transitioning (6.7) a cargo de un coro formado por gente transexual; la ya nombrada boda doble), futuros que dejar claros y personajes del pasado que recuperar. Pavimentando con cachondeo un camino que lleva a una conclusión tan efectiva como previsible. Un capítulo flashback para homenajear(se) los comienzos de la aventura, 2009 (6.12) y un desenlace que viaja hacia el futuro para aclarar algunos finales. El mismo título deja claro lo que cabe esperar, pero el final de Dreams come true (6.13) logra ser genuinamente emotivo. Ante la imposibilidad de reunir a todo el reparto de la historia de la serie y la falta de tiempo para darle a todos un cierre adecuado, los creadores deciden hacer lo que mejor saben: poner a los personajes a entonar una canción. El apropiadísimo tema de One Republic “I Lived” como manera de unir a 37 personajes y hacer ver al público que hicieron de todo, que lo vivieron todo y que dejan un legado quizá artísticamente cuestionable, pero cuya influencia supera los límites de un producto audiovisual. Y eso merece ser dicho, aunque no convierta a Glee en una buena serie. | ★★ |

    Adrián González Viña
    Redacción Sevilla


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